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Mientras tanto‘Doña Francisquista’, si me dan a elegir, me quedo con la música

‘Doña Francisquista’, si me dan a elegir, me quedo con la música


Cartel de Doña Francisquita en el Teatro de la Zarzuela

Un teatro lleno es lo que se encuentra cualquier persona que vaya a ver la reposición de la producción de 2019 de Doña Francisquita en el Teatro de la Zarzuela. Sería una alegría si no fuera porque a simple vista parece que predominan las personas de edad y de mucha edad.

Nada más lejos de esta crítica de meterse en los berenjenales del edadismo. Sino señalar que el público de la zarzuela es un público envejecido que en breve puede que deje de ir al teatro. Y sin público no hay género que resista.

Quizás la reposición de esta producción dirigida por Lluis Pasqual buscase esa renovación de públicos. El problema es que es que este director ha perdido la conexión con el momento en el que vive hace ya varios montajes tanto teatrales, de ópera y de zarzuela. Una conexión que tuvo y que fue tan fructífera para el espectador cuando dirigía el Centro Dramático Nacional.

Hay que explicarlo. La producción, dividida en tres actos, juega, metateatralmente hablando a hacer una representación de Doña Francisquita en tres momentos históricos de España diferentes.

Curiosamente, la persona que estará a cargo de esas tres producciones será la misma. Personaje que interpreta Gonzalo de Castro como productor, director de televisión y director de escena. Un personaje que está igual físicamente en los tres momentos históricos. Solo cambiará en su forma de vestir.

Por lo demás, sus formas de comportamiento serán las mismas, histriónico y gritón, ante los límites que le ponen los diferentes gobiernos, que usan el género con distintos propósitos propagandísticos. Lo que, tal vez, es un recurso para quitarle la caspa que con la que habitualmente se identifica el género chico.

Será este personaje el que hará de narrador de la historia. El que sustituirá a los diálogos para resumir o contar la trama. Porque como dicen los personajes, cantantes que a su vez hacen de los personajes de la zarzuela, si solo se canta no se entiende. A lo que se responde que lo mismo que pasa en la ópera italiana, en la que solo cantan y no hay quien la entienda.

La historia es una actualización de La discreta enamorada de Lope de Vega, situada a principios del siglo XX en un Madrid de verbenas, praderas de San Isidro, corralas y confiterías. En ese mundo, Fernando está enamorado de Aurora. Esta tira la cuerda para atarle más corto dándole celos. Lo que hace que Fernando deje de mirar a un lado, Aurora, y mire para otro, Francisquita, que ha dado muestras de interés por él, la clásica escena de dejar caer el pañuelo para que él se lo recoja y se aerque. Pero Don Matías, el padre de Fernando, también está interesado por Francisquita y se le adelanta. Por si no fuera suficiente, la madre de Francisquita está interesada en Don Matías. Y Cardoso, el amigo de Fernando, está interesado en Aurora. ¡Menudo vodevil!

Pues bien. El primer acto se sitúa en un estudio de grabación. Estamos en 1934 y el gobierno de la II República quiere mostrar al mundo lo bueno y moderno que es el repertorio musical español. Así que ha encargado con gran despliegue de medios y de recursos la grabación de la música de esta zarzuela para difundirla. Es cierto que hay poca tramoya, pero ver al corro llenando el escenario impresiona, es espectacular.

El segundo, en plena dictadura, se hace una retrasmisión televisiva en directo de esta zarzuela desde los estudios de TVE en Prado del Rey. Estamos en plena dictadura. En la que se recibían llamadas de ministros de gobernación dando indicaciones de cómo se debían hacer las cosas. De nuevo, piden acortar la retransmisión que su Excelentísimo tiene que acostarse pronto. La misma idea, quitar las partes habladas y dejar solo la música.

Se llega al tercero en el que en plena democracia, el artista ejerce su libertad artística. Replica a ministros. Se salta la legislación y derechos de autor. Cualquier cosa con tal de lleva a cabo su arte. Un arte escénico hecho de proyecciones, grabaciones en directo, camisetas, vaqueros y despojamiento. Como si fuera la Christiane Jatahy ha montando el Nabucco que se ha podido ver este mes en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.

A pesar de lo anterior, no olvida los momentos del género. Esos en los que un número musical o de baile lo interpretaba una estrella. Una maestra que ya no hiciera giras o protagonistas que subiera la temperatura de la función. Algo muy clásico en la zarzuela que Lluis Pasqual tiene el acierto de recuperar convocando a Lucero Tena. Su tocar de castañuelas durante el fandango, será algo que recordarán todos los espectadores. De esos momentazos que las personas asistentes nunca olvidarán y que incluirán en sus batallitas de zarzuela.

La pregunta es, ¿qué aporta todo este aparato metateatral a la producción? No parece que mejore la comprensión de la historia. Como ya se ha dicho, la estructura es lopesca. Y aquellas personas que vieran la producción de La discreta enamorada de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, saben que el embrollo está muy bien estructurado y no habría que hacer grandes esfuerzos dramatúrgicos ni postdramáticos para contársela al espectador actual.

Y si lo que se pretendía era mostrar que cada época ha usado la zarzuela en su provecho, en función de los contextos y de a quien se le de el poder. Pues, no se sabe si es necesario. Y, si lo que se pretende, es decir, que pase lo que pase en cada época, queda la música, pues objetivo conseguido.

Porque al final lo que queda es la partitura de Amadeo Vives. Sobre todo, por sus dos protagonistas. Sabina Puértolas está bien desde el principio en su papel de Doña Francisquita. Por contraste, Ismael Jordi empieza con más timidez, con menos garra, pero va creciendo a medida que progresa la función hasta llevarse el gato al agua.

La orquesta que empieza muy bien va decayendo poco a poco. Tal vez por la longitud de la función que entre unas cosas y otras se va a tres horas. Algo parecido le pasa al cuerpo de baile. Aunque queda la duda de si la percepción de la calidad tiene algo que ver con la forma en la que está puesto en escena el tercer acto. Por como, por ejemplo, los han vestido, camiseta y faldas de volantes ellas, y porque el baile es grabado en directo y proyectado en una perspectiva extraña en una pantalla gigante al fondo del escenario. O por esa mezcla de imágenes del presente escénico con películas antiguas, de personajes repeinados y caracolillos, mujeres con cancanes y hombres con sombreros de copa.

El caso es que, en vez de sinestesia entre el oído y la vista, lo que se produce es una clara disociación. Lo que se ve, va por un lado y se obvia. Lo que se escucha, va por otro. Y es lo que se lleva el público a la calle. Solo hay que oírlos a la salida de la función. Lo que dicen suena a música de zarzuela. Y es que la música es de Amadeo Vives. Y eso se nota si se interpreta bien.

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