Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
ArpaEl plural es una lata. Biografía de Juan Benet

El plural es una lata. Biografía de Juan Benet

Desgracia anunciada 

Vicente Molina Foix ha ganado el premio Barral con su novela Busto, pero hubo de ser anulada la presentación la tarde del atentado de Carrero. La tensión política es tal que cualquier acto puede ser considerado una provocación; así las cosas, una semana después el propio Carlos Barral descartó la rueda de prensa. Sin embargo, Jaime Salinas, director de Alianza Editorial, la tarde del viernes 4 de enero de 1974, un día intempestivo, oscuro y frío, ofrece un cóctel en honor a la novela de Molina en el Madrid viejo. Asisten la maltrecha Nuria Jordana, Carmen Martín Gaite, Lucía Bosé con su hijo Miguel, los Panero, Ignacio Gómez de Liaño y otros muchos. Benet se encuentra de viaje. La concurrencia es una mezcla del mundo de la noche con gente de las letras, que se recogió pronto para dejar a los más jaraneros empaparse de alcohol hasta bien entrada la madrugada.

El ingeniero le dedica a Sarrión su novela Volverás a Región: “Para Antonio, el menos agraciado de los bardos de su generación y, con mucho, el más simpático y querido por el proscrito autor de la Gesta Rhegionarum. Juan”. Precisamente Antonio Martínez Sarrión, José Esteban y Jesús Munárriz han creado una revista rotulada adrede con mucha prosopopeya, La Ilustración Poética Española e Iberoamericana, un homenaje a los clásicos surrealistas que imitaron las grandes cabeceras de las publicaciones del siglo XIX. En su primer número publican dos poemas sin título de Juan Benet, rescatados de un cartapacio:

I
Si tiene fuerza será el principio
el otro sitial donde cierto tiempo
tras defender la causa más perdida
la ciencia maltrecha vino a descansar.
No concebía otra solución
ni esa misma en sí misma amortizada
–la mancha del vientre, el párpado
caído–
ni otra promesa que la defección.
No reaparecerá la suerte en los cristales
el alba de lo que siempre ha sido
certeza en algo que sólo anuncia
el ansia que no mide y repite.
Me preguntará
¿estableciste a tiempo tu pronóstico?
¿te dejarás llevar por la lectura?
No tendré tiempo;
no sólo he cerrado el libro a media página
sino que
no ignorando el desenlace
a todo trance escondí el final.
De forma que las yuntas araban
el castillo cerraba a media tarde
las fachadas de poniente devolvían
el anticipo a la silueta que naufragó el nuevo día:
bajo los hombros y bajo el sexo
–de cobre, de lacre, de humo, de esperma–
vino a anticiparse a la experiencia
para con las piernas llenas de agobio
contar su historia.

1970

 

II

Me dirás
que tiende a no saberse
lo que cierra la impostura
en cerco y túmulo, la ardiente luna es
la cuarta compañía
del regimiento Pavlovski

que oscura es su efigie
y el memento refringe
y a la dorada mansedumbre en la historia
que odió
el regimiento Volhynia

Mas si no hubiera de salir acaso
confiésalo Cartago
¿tú lo ignoras?
Mientras buscas en la historia
estéril y acosada
las voces en las puertas
del regimiento Preobrajenski

1972[1]

En el mismo mes, Benet les escribe una larga misiva conjunta, en envíos separados, a sus incondicionales Félix de Azúa y Vicente Molina Foix en la que expone su novelística:

Que el narrador ha tratado de dar gato por liebre, es cosa de siempre. El pretexto de narrar una cosa lo utiliza con varios fines –aunque sólo sea la prueba de su capacidad para narrar como es debido– y resulta muy difícil creer que una cosa tan extensa, compleja y laboriosa como una obra literaria de cierta entidad se ejecuta tan sólo por sacar de la jaula a la fiera encerrada en la fabulación; hay siempre algo más: el deseo de apelar a un desconocido, de mover a otro a la acción, de reclamar atención para sí, de conmover a futuras generaciones, de que alguien descubra sus secretas intenciones, de encontrar por ese medio al hombre que le entienda y se compenetre con él; posibilidad que queda siempre abierta con el libro aunque muera sin haber encontrado al interlocutor porque el libro le hereda y el escritor es tan necio que concede un cierto valor a esa clase de progenie […] el libro es un personaje enmascarado y el autor lo expone a sabiendas de que alguien avisado de la advertencia le quitará la máscara; metidos ya en ese juego cultural, lectores sucesivos advertirán que no se trata ya de aquella máscara primera e irán descubriendo otros cuerpos subescritos de los que ni siquiera el autor tenía noticia; y al paso de las generaciones y lecturas el libro será como una cebolla.[2]

El 14 de enero Benet remite una carta al número 7 de rue Antoine-Carteret, en Ginebra (Suiza), donde reside el agudo a la vez que severo poeta José Ángel Valente:

Mi querido amigo:
Me dirijo a Vd. para solicitar una colaboración literaria con destino a la Revista de Occidente. Jaime Salinas, secretario de Redacción de la misma, me ha pedido la elaboración de un número íntegro de la Revista y a mí no se me ocurre otra cosa que dirigirme a las personas cuya labor literaria me merece hoy la mayor consideración. En el mismo sentido que a Vd. me he dirigido a Rafael Sánchez Ferlosio, Agustín García Calvo, Leopoldo [María] Panero, Javier Marías y Pedro Gimferrer. Si alguno de estos me falla tendré que recurrir a otros nombres y si no encuentro las colaboraciones deseadas me veré obligado a renunciar al empeño […]
Si puedo recoger todo el material para comienzos de verano el número saldría en el otoño pero mucho le agradecería que a la mayor brevedad me comunique su decisión sobre la posibilidad de llevar a cabo esta colaboración. Mis señas son: Pisuerga, núm. 7 – Madrid-2. La colaboración será abonada a las tarifas habituales de la publicación.
Agradeciéndoselo de antemano, y en espera de la ocasión de conocerle personalmente, le saluda con todo afecto, Juan Benet.[3]

La respuesta no se hace esperar. El poeta orensano escribe el 17 de enero:

Querido amigo:
Acepto con gusto su invitación. Lo mejor sería que, cuando ya tengas la certeza de que el número de Revista por ti dirigido es viable, me lo comuniques. Yo te haría llegar entonces mi colaboración, sea prosa o poemas (pienso más bien en algunos poemas del material que en este momento tenga trabajando e inédito).
Un cordial abrazo.[4]

Pocos días después Benet vuelve a escribir a Valente:

Mi querido amigo:
Recibí tu carta del 17 de este mes y me complace comunicarte que las seis personas a las que me he dirigido, incluido tú, han contestado afirmativamente al proyecto del número de la Revista de Occidente […] Tengo entendido que próximamente te vas a reunir con Jaime Salinas y con él podrás comentar extensamente los pormenores de esta colaboración.
Te agradezco muy sinceramente tu apoyo y en espera de podernos ver próximamente, recibe un abrazo. Juan Benet[5]

Nuria Jordana sigue sin levantar cabeza. Está instalada en la crisis. Tiene sobrepeso, ha sufrido un evidente deterioro. Hay momentos en los que pierde el juicio. Virginia Careaga y su madre María Luisa Guzmán visitan en su domicilio a doña Nu, como le llama Virginia, y la encuentran en la cama con depresión. Madre e hija tratan de animarla. María Luisa le dice que tiene que hacer un esfuerzo para levantarse e ir a la peluquería. Virginia le propone marcharse juntas a Ibiza la próxima Semana Santa. Nuria no puede, tiene anulada la voluntad. La situación es muy delicada.

Juan trata de tener atenciones con Nuria y el 31 de enero el matrimonio viaja a París con Salinas, Azúa y Molina. En la capital francesa, bajo un fuerte aguacero, están a la espera de un taxi para ir a visitar a Italo Calvino. Benet no deja de platicar sobre los asuntos más diversos, Salinas, siempre tan british, está nervioso porque llegan tarde a la cita. No aparecen taxis. La lluvia les cala. Jaime se crispa a la vez que corre de esquina a esquina. Colérico le grita a Benet exigiéndole que haga algo. Éste le pregunta qué puede hacer. “¡No sé…, por lo menos ponte histérico!”,[6] le grita Jaime. Juan, impasible, alza la mano y un taxi se detiene ante ellos.

A su regreso, la noche del sábado 9 de febrero, en Pisuerga, Carmen Martín Gaite visita a los Benet y les lee parte de su novela inédita Retahílas. Nuria, pese a sus circunstancias difíciles, se mantiene con dignidad. A Benet la lectura le “gustó mucho; y te lo digo sin rodeos, a mí me dejó bastante asombrado y mucho más complacido de lo que yo mismo esperaba. No sé si es mi vanidad sin límites la que me empuja a ser cada día más parco en los elogios y más reticente en las críticas. Pero traicionando el laconismo adquirido –un hábito más, como cualquier otro– te diré que el texto me pareció muy serio; sin duda, lo más perfecto que has hecho en ese terreno y lo que es más notable, aquel en que la dicción está perfectamente soldada con la idea”, le escribe a Calila en una carta el 13 de febrero.[7]

Al cuidado del doctor Enrique Escardó, Nuria, en función de su estado de salud, pasa días en la residencia de monjas Ángeles Custodios, en la calle de Arturo Soria, con un espléndido jardín. En febrero escribe a mano una misiva a Juan, lo que parece una estremecedora anunciación: “Escardó dice que estoy enferma de verdad, que no soy hipócrita”. Ella asegura no tener ánimo de hacer nada y padecer un “enorme vacío” dentro de sí. “La sensación de vacío se parece al dolor. Todo esto desorganiza mi cabeza”. Más adelante, con palabras cargadas de emoción, Nuria declara: “Hace años creo haberte perdido. No te sirvo ya para nada […] En casa la atmósfera es irrespirable por mi presencia”. Sostiene tener una sensación de inutilidad con su vida y de haber un abismo entre ambos. “Tú tienes una existencia aparte de la mía, que guardas de mí […] con tu silencio e incluso con la mentira”. En la que será su última carta, Nuria se despide de la siguiente manera: “¿Quién puede acusar a nadie de nada?”.

Entre tanto, su marido cena con el ministro de Obras Públicas, Antonio Valdés González-Roldán, está ensimismado en la novela complicada que lleva por título Saúl ante Samuel, escribe el prólogo a la segunda edición de Volverás a Región para Alianza, recibe la aclamación de Eduardo Chamorro en Triunfo por Sub rosa, José Ortega le dedica un amplio estudio a su obra en Cuadernos Hispanoamericanos. Un Benet impotente se refugia en el trabajo y descuida lo emocional.

A las nueve y veinte de la mañana del 2 de marzo en la cárcel Modelo de Barcelona se ejecuta mediante garrote vil –método medieval– al joven anarquista de veintiséis años Salvador Puig Antich, militante del Movimiento Ibérico de Liberación, condenado por un tribunal militar. La dictadura pretende un acto ejemplarizante ante el vuelo de Carrero Blanco. Según Sarrión, a Nuria el crimen le afectó mucho por su catalanidad.

Un día después, domingo, Juan Benet y su primogénito, de dieciocho años, salen a cenar. Eligen la cafetería Select, en la avenida de Concha Espina. Una vez finalizada la cena caminan con dirección a la calle Pisuerga. Benet le confiesa a su hijo la crisis de la pareja y le dice que lo mejor es que él se vaya de casa por un tiempo. Como ha salido un proyecto de MZOV en Kuwait se marchará unos meses fuera. Le anuncia que esto mismo se lo va a explicar a su madre, Nuria. “¿Qué te parece?”, le pregunta a Ramón. Durante el trayecto se encuentran con unos amigos del chico. El padre se marcha solo a casa. Cuando llegó Ramón todo estaba tranquilo. El matrimonio duerme en habitaciones separadas. A la mañana siguiente, cuando Ramón se levanta para ir a clase, en el trayecto al baño ve que su madre sube la escalera con dirección a la azotea. No dice una palabra. Los dos pequeños, Nicolás y Eugenio, están en el colegio. Juana en su cuarto. De súbito, Ramón escucha un golpe seco y abre la ventana de su cuarto, que da a Pisuerga. Ve lo que no quiere ver. Baja corriendo. El padre está en su habitación. “¡Se ha tirado!”, grita el hijo. Benet se queda paralizado. Entre la doméstica y Ramón tratan de auxiliarla y la suben a su alcoba con un brazo desbaratado. Advierten que su cuerpo está roto. La tienden en la cama pero está agonizante. Llaman a una ambulancia y Juan Benet a don Pablo García-Arenal. Ramón se llevó a Juana en el autobús de la línea 51 a la Puerta del Sol y cuando volvieron Nuria ya estaba en la clínica Puerta de Hierro. A las diez horas y cuarenta minutos muere Nuria Jordana, a causa de un shock traumático. Con posterioridad, Benet le contó a su hijo Ramón que habían desayunado juntos en el comedor y tuvo la misma conversación que había mantenido con él la noche anterior. Luego Nuria se levantó de la mesa y se dirigió a la azotea.

Nuria ya había intentado en dos ocasiones acabar con su acerba existencia. Sus decepciones, sus celos minaron el proceso de desintegración de su persona. Para ella el cerco de la realidad era muy estrecho; no era feliz. Nuria se confesó a sí misma que no era feliz. Se veía impotente y no aguantaba más, quizá no se aguantara a sí misma, de ahí que dijera adiós a algo tan esencial como la vida, anticipando la muerte. “¿Qué si la viví de cerca? Una de las peores mañanas de mi vida. Me llamó Pablo García-Arenal y me contó lo que había pasado, para avisarme de que si llamaban a Benet tenía que responder yo. Yo tenía que llamar para decir que no podíamos ir. Me dijo que contara la verdad a medias: que había muerto, pero que no dijera que se había suicidado. Llamó gente: ¿Es verdad que Nuria ha muerto? No, no Juan no puede porque su mujer ha muerto. Pero al cabo de dos horas empezaron a llamar: Oye, ¿es verdad qué…? Se había corrido la verdad. Me dijo Pablo que si lo sabían no mintiera. Pasé la mañana al teléfono, una mañanita fina,[8] recuerda Diego de Llanos.

Juan García Hortelano El Horte, como le llama Benet, establece comunicación con Eduardo Chamorro y éste con Antonio Martínez Sarrión, El Moderno, así apodado dada su querencia por el rock and roll. A la anochecida se presenta con Manolo Matji en el domicilio familiar, donde están cenando los cuatro hijos. Después se desplazan al restaurante La Ancha, donde Juan Benet, muy desolado, cena en compañía de amigos y familiares, entre ellos Fernando Chueca. Por el local aparece muy parlanchín el cura Aguirre.

A Nuria la enterraron en el cementerio civil de Madrid, junto a La Almudena. Despedida por los amigos, el pintor Caneja cubrió el féretro con una bandera republicana. Están presentes Pablo García-Arenal, Teresa Rodríguez Mellado, Eduardo Chamorro, Félix de Azúa, Antonio Martínez Sarrión, Javier Marías, Manuel Matji, Juan García Hortelano, María Jesús Martín-Ampudia, Jesús Aguirre, Ignacio Gómez de Liaño, Pedro Altares y muchos otros. Una vez depositado el ataúd en el fondo del foso, alguien echó un puñado de tierra catalana.

A juzgar por algunos testimonios, el confirmar la relación de su marido con Rosa Regás, para Nuria, mujer de sensibilidad extrema, fue un golpe mortal, se vio des- plazada del mundo de Juan. ¿Quiso Nuria cobrarse la venganza, con este acto? A la salida del cementerio, Goya Aguinaga esposa de Fernando Chueca, culpó en público a Juan Benet de la muerte de Nuria. Según Marisol Benet, una amiga de Nuria, la actriz Montserrat Julió, le dijo “Que Juan nunca tenga remordimientos”, porque en Buenos Aires, donde ambas hacían teatro, Nuria, afectada por la separación de sus padres, ya sufrió una crisis. Pero las habladurías de los allegados parecen inevitables. Luego de la inhumación, un grupo en el que destaca Dionisio Ridruejo, se refugia en Pisuerga. Atendidos por María Luisa Guzmán, la casa se llena de amigos. Por la tarde llegó Rosa Regás para acompañar a Juan.

Benet quiere cerrar la herida y retomar la normalidad; le gusta mucho la vivienda pero no sabe si desprenderse de ella, ponerla en venta. Manolo Matji le sugiere que haga una reforma y salga de viaje. El primer fin de semana después de la tragedia, Rosa, Juan y los niñines se marchan a Llofriu, a la posesión de su hermano Oriol, que se la ofreció a Benet. Una finca muy grande con una casa transgresora en forma de piano de cola que tiene adosada una antigua masía destinada a servicios y una piscina; obra de Óscar Tusquets y Lluís Clotet, siempre estaba disponible para las amistades. Después de cinco o seis días Rosa se marchó a Barcelona y los Benet a Elizondo (Navarra) para visitar a la tía Flora, interna en una residencia. De vuelta a Madrid, los dos mayores, Ramón y Nicolás, una vez por semana comen en casa de Manolo Matji un cocido que les hace su mujer, Charo González.

Pasada la tempestad, Juan Benet escribe a su primo Fernando Chueca una carta en la que le ruega a su esposa Goya que se retracte de las palabras manifestadas en el cementerio. Fernando no le enseñó la misiva a Goya y Juan cortó radicalmente la relación con el matrimonio Chueca. Con mucho dolor, rompió con su primo que era casi un hermano. A Juan, la casa se le cae encima por la falta de orden doméstico. Sin embargo, el 22 de marzo Nicolás Benet cumple catorce años y su padre lo celebra en el domicilio familiar con sus amigos Sarrión, Hortelano, Salinas y otros.

En abril el ingeniero redacta 2 Notas para posible contribución al symposium de túneles” y le entrega una copia a Emilio Cuevas Yagüe, ayudante de obras públicas, con la siguiente anotación: “Se ruegan comentarios escritos y verbales”.

Benet arrastra un gran sentimiento de culpa, se encuentra mal. Ante semejante estado, Virginia Careaga viaja en tren desde Huelva para arroparle a él y los niñines. Benet ni sabe ni quiere estar solo, no está equipado para conjurar la soledad. En Zarzalejo Virginia les prepara comidas, leen juntos, hacen collages eróticos. Benet traza a lápiz Virginia y Nicolás escuchando a R. Strauss en papel de 31,5 × 22 cm. Al detectar en su hijo Eugenio ciertas dotes para el dibujo, Juan le enseña los principios de la perspectiva cónica y le anima a dedicarse a la pintura.

Como la parte de abajo de la casa de Pisuerga va a ser reformada (la cocina tendrá un mostrador abierto y se comunicará con el comedor por un ventanuco), Virginia elige un mármol veteado para la mesa donde comer, que le encarga Benet. Ella utiliza la habitación de Nuria, aunque nadie quiere hacerlo. Doña Teresa Goitia se empeña en que Virginia quiere casarse con Juan y suplantar a Nuria. La tensión es grande. Benet defiende a su amiga, pero Virginia se acaba marchando de Pisuerga. Con Rosa Regás, Juan se ve todas las semanas y viajan una o dos veces al mes, además de los de obligado compromiso por la profesión.

A Benet no le queda otra que retomar la rutina. Desde el salto de Villalcampo (Zamora), obra de MZOV para Iberduero, el 25 de abril el ingeniero viaja con sus compañeros Alfio Martín Olarte y Emilio Cuevas a la limítrofe Braganza, donde por la radio se enteran del levantamiento militar contra la dictadura de Salazar. Juan Benet también trabaja en el túnel de acceso a la mina de lignitos de Andorra, en la provincia de Teruel, y en una excavación para la central nuclear de Sayago, en Zamora.

El miércoles 8 de mayo llegan a Madrid Octavio Paz y la francesa Marie Jo Tramini, segunda mujer del poeta. Con Jaime Salinas se ven a diario y los pasea por la capital. Paz no había vuelto a España desde el trienio del drama civil. La mañana del sábado 11 de mayo, soleada de cielos límpidos, en San Lorenzo de El Escorial recorren la mole herreriana y los aposentos de Felipe II. Salinas se ha citado en el hotel Miranda con Benet, Chamorro y Sarrión. Luego de los cumplidos e iniciales intercambios de expresiones –Benet y Paz es la primera vez que se ven–, invitados por Juan, se acercan a Zarzalejo en dos vehículos. La cuñada de Juan, Rafaela de Buen, residente en Chile y temporalmente en Madrid para ayudar al viudo, les tiene preparado un pisco exquisito que toman delante de la casa. Después de un alto ante la biblioteca sobre temática militar se dirigen hacia el comedor, con la chimenea encendida, donde les esperan unos suculentos riñones. Rafaela platica en francés con Marie Jo. Durante el almuerzo conversan sobre Alejo Carpentier, Juan Rulfo y la revolución mexicana, y salen a relucir dos novelas: Los de abajo, de Mariano Azuela, y Se llevaron el cañón para Bachimba, de Rafael F. Muñoz.[9] Quien fuera embajador conoce muy bien los buenos modales y, con innegociable admiración, les habla de su amistad con Luis Cernuda. Tras la sobremesa, en la finca, los niñines juegan al croquet con Jaime Salinas. Cuando declina la tarde viajan a Ávila, ciudad que no pudo conocer Paz en la Guerra por encontrarse en el otro lado del frente. Tras cenar en un mesón unas chuletillas y ternera de la zona, todos regresan a Madrid. En el coche de Salinas el poeta Sarrión enciende un canuto y se lo pasa al mexicano, pero no le gustó, le pareció poco aromático. Paz ya había abandonado años atrás ese tipo de placeres. Marie-José observa prudente.

Por motivos laborales, en mayo Benet viaja tres días a México D. F. y se hospeda en el hotel Sheraton María Isabel, en el paseo de la Reforma 325. Pese a que asegura no interesarle la vida de un escritor, a menos que haya algo en ella que la haga atrayente, en su maleta lleva los dos gruesos volúmenes de la biografía de William Faulkner de Joseph Blotner, que acaba de editarse en Estados Unidos. Durante la estancia Danubio Torres Fierro, acompañado por el autor español José de la Colina, afincado en México, entrevista a Juan Benet para el suplemento Diorama de la Cultura del diario Excélsior.

El 21 de mayo, en el Ateneo de La Laguna, en Santa Cruz de Tenerife, se falla el II Premio Canarias de Novela. La obra ganadora es Las lecciones suspendidas, de Félix de Azúa. El jurado lo formaron Jorge Edwards, José María Castellet, Mario Vargas Llosa, Juan Benet, J. J. Armas Marcelo, Alfonso Armas y José Esteban.

Revista de Occidente publica “Breve historia de Volverás a Región”.[10] Se trata del prólogo escrito por Benet ese febrero para una nueva edición de Alianza, donde cuenta las vicisitudes de la novela desde su ideación.

María Luisa Guzmán le dice a Benet que ha de adquirir un televisor para que los niñines se entretengan. Nuria nunca quiso semejante aparato, pero sus hijos seguían las series en boga –Viaje al fondo del mar, Los Intocables– en las casas de los familiares. Cuando se celebra la Copa Mundial de Fútbol en la República Federal de Alemania, entre el 13 de junio y el 7 de julio, en el dormitorio grande de la planta superior queda emplazado un receptor de televisión. El técnico ha de instalar la antena en la azotea, lugar tabú desde la muerte de Nuria. Virginia y los chicos suben con el operario para ver su colocación. Una manera de exorcizar aquel sitio. Y Benet continúa de pertinaz viajero.

El miércoles 12 de junio por la noche Jaime Salinas, Claudio Guillén, Juan Benet y Rosa Regás viajan a Lisboa para entrevistarse con intelectuales locales y ver cómo es el Portugal de la Revolución de los Claveles. Tuvieron un encuentro por separado con Maria Teresa Horta, Maria Isabel Barreno y Maria Velho da Costa, conocidas como las tres Marías, escritoras y activas feministas lisboetas peleadas entre sí. En opinión de Salinas, Horta es la menos interesante, “Barreno, guapa, pesetera y la menos brillante”[11] y Da Costa, la mayor, quien les recibió en su domicilio, es la más sólida, la más inteligente y la políticamente más comprometida. En su casa la acom- pañaba Carlos da Veiga Ferreira, un joven barbado, agudo y gran lector crítico y futuro editor. La primera noche cenan con Nuno Portas, secretario de Estado de Habitação e Urbanismo del Gobierno provisional, un arquitecto amigo de Rosa Regás, que les citó en una tasca del barrio de Alfama. Luego de pasear por sus calle- jas se sentaron en la terraza de un cafetín donde les expone los serios problemas que se les avecinan.

Por razones profesionales, Juan Benet viaja a Lausana pero se detiene en Ginebra para visitar a José Ángel Valente en el número 7 de rue Antoine Carteret. Ausente la familia del poeta, en el cuarto piso, mientras conversan ante unas copas intermina- bles, la gata negra Fátima juguetea con Benet; a grandes carreras por la casa vacía, salta a su cabeza.[12] Hablan de España, de Luis Martín-Santos, de Paco Benet, de su relación con María Zambrano por la que Juan no muestra gran simpatía… Poeta y prosista hacen buenas migas en ese encuentro largo y caudaloso.

En julio Umbral, boletín del Club Antiguos Alumnos del Instituto Nuestra Señora de Guadalupe, publica una entrevista con Juan Benet. En su casa, el escritor respondió a una batería de preguntas del joven José Luis Gallero, quien tenía la idea de estar ante una persona compleja y poco accesible, lo que el novelista le desmintió con rotundidad. Tan abordable y transigente resultó que se sometió a algunas cuestiones arbitrarias como: ¿Piensa que un hombre feliz puede ser un artista eminente? ¿Es usted feliz?, a lo que el escritor respondió: “Lo que no sé es si soy un artista eminente… ¿Feliz?… No, no. No lo soy… Pero esa historia de que el artista eminente no puede ser feliz, es una herencia del romanticismo, y concretamente del romanticismo alemán”. A la interpelación ¿En qué cree, ante todo, contra todo, sobre todo?, Benet contestó: “No creo en muchas cosas… A un cura que conocíamos donde vivía mi madre, le preguntaban eso y respondía: ‘En lo que yo creo sobre todo es en el bicarbonato’. Creo en pocas cosas. Que no se va a morir Franco, o algo así”.[13]

Precisamente el 9 de julio Franco ingresa en la ciudad sanitaria que lleva su nombre para ser tratado de una flebitis en la pierna derecha. Toda España está pendiente del televisor y de los titulares de los periódicos. Cunde una perceptible sensación de zozobra.

Para Octavio Paz el nombre de Juan Benet es muy a tener en consideración. Desde México, el día 24 Paz le escribe a Gimferrer y, entre otras cosas, le dice que si la editorial Labor se interesase en imprimir la revista Plural en España constituiría un consejo de redacción y les pediría “a ti, Julián [Ríos], [José María] Castellet, [Juan] Benet y [Carlos] Barral que formasen ese consejo. Pero esta posibilidad es muy remota. ¡A lo mejor yo me iría también a España! Digo también porque preveo una gran emigración intelectual hispanoamericana hacia España con la muerte de Franco y por la situación hispanoamericana. Este continente arde o se hunde: el incendio y/o el fango”.[14]

En verano los hijos de Juan Benet viajan de excursión con los de Rosa Regás. Él frecuenta la vida nocturna y acude a los locales habituales siempre acompañado de un buen whisky y de su incondicional Eduardo Chamorro. O se dedica a pintar: Octubre de 1944. La fuerza central japonesa apareja en Brunei (plan Sho-i), óleo sobre tela (55 × 33 cm) de sobriedad cromática. A Francisco Regueiro, que asiste de manera esporádica a Pisuerga y a las cenas de La Ancha de la mano de Chamorro, no le gustan sus cuadros y así se lo hace saber a Benet, lo que le deja desconcertado. En su tiempo de lectura está sumido en las páginas de La caída de Constantinopla, del insigne medievalista Steven Runciman, en la traducción al castellano de Victorio Peral Domínguez, que le tiene absolutamente deslumbrado. La casa está en obras por reforma.

El miércoles 14 de agosto, durante su ausencia, Benet comprueba a su regreso que alguien ajeno a la familia había entrado en casa por la puerta del garaje, sin protección por las obras. Las habitaciones aparecieron en completo desorden, con los cajones revueltos y volcado en el suelo su contenido; además de apreciar huellas de perro, Juan echa en falta la cantidad de cincuenta mil pesetas en moneda extranjera, cheques, dos relojes y diversas joyas de Nuria, por valor de unas cien mil pesetas, que guardaba en un cajón cerrado con llave y que ha sido forzado. Con el consiguiente disgusto, Benet presenta denuncia en la Comisaría de Chamartín.

Virginia Careaga se ha instalado temporalmente en Sigüenza (Guadalajara). La tarde del viernes 23 de agosto en el Jaguar de Benet viajan hasta allí Ignacio Gómez de Liaño, Álvaro de la Riva (padrastro de Virginia Careaga) y Nicole, una morenita francesa de origen senegalés apodada por Benet la Madenbasi, su amiga. En la parte de atrás Álvaro e Ignacio no paran de charlar. A la vez que conduce, Juan toma copas de licor y pepinillos que le prepara Nicole. Alegre, Benet canta El Reloj: “Reloj no marques las horas […] haz de esta noche perpetua” y la repite obsesivamente. A medida que transcurren los kilómetros Benet se va agriando y la emprende con Liaño y con Nicole. “Respondo a todos sus envites y embestidas. Cenamos en Sigüenza. Durante la cena Benet llegó a insultar a Nicole, lo que me obligó a salir en su defensa, pues la conducta del primero era ignominiosa. La patrona de la pensión, refiriéndose a Benet, se niega a acoger en su establecimiento a ‘gente mareada’. En efecto, Benet había agarrado una trompa de malos amigos y había caído en una embriaguez infernal”,[15] escribe Ignacio. Acto seguido, el achispado Juan, con autoridad etílica, decide que quiere ir a Alcolea del Pinar. Duermen en Alcolea y al día siguiente, ya de mejor humor e ingenioso, van al embalse de Pálmaces y en un riachuelo de agua fría hacen “baño de partes, pulsos y tobillos” (en expresión benetiana); tras un picnic viajan al Monasterio de Piedra, que exploran detenidamente. El domingo, durante el trayecto camino de Atienza, Liaño y Benet componen al alimón un largo poema, que cuidadosamente transcribe Virginia: “Nueve veces dijeron que caíste, nueve veces dijeron que te erguiste”. Una vez en Sigüenza se despidieron colocados de canutos. Virginia e Ignacio se quedaron y Álvaro, Nicole y Juan regresaron a Madrid.

Emilio Martínez-Lázaro visita a Benet en Pisuerga porque le gusta mucho su cuento “Baalbec, una mancha” y tiene interés en llevarlo al cine. Benet le habla de las ruinas de una familia, los Benzal, a través de la memoria del más pequeño de sus miembros. Baalbec es la combinación entre Balbec, la villa imaginaria de Proust en su obra magna En busca del tiempo perdido, y las ruinas de Baalbek (Líbano). Pero Juan no se encuentra bien, todavía no se ha librado de la sacudida que le propinó la muerte de Nuria.

“La primera vez que aceptó dar una conferencia en la Escuela de Caminos, no recuerdo cuál era el tema, yo estaba allí. Ya habían pasado unos cuantos meses, quizá en octubre o noviembre. Alguien me contó que era la primera vez que iba a salir del duelo. Y lo que pasó fue que llegó allí, al salón verde, se subió al estrado, se sentó en la mesa… Podía haber casi cien personas. Fue a hablar, fue a hablar, fue a hablar… No podía pronunciar palabra. Y ahí acabó el acto”,[16] recuerda Manuel Romana.

Leída con detenimiento la novela Retahílas, el 8 de noviembre, Benet escribe a Calila para comunicarle sus impresiones y le expone ciertas objeciones, como la poca extensión, el carácter coloquial del estilo o el tratamiento simple de la soledad; en suma, cree que le ha salido una novela díptica, en vez de redonda.

Cinco días después, en Pisuerga, por la tarde se encuentran Virginia Careaga, Ignacio Gómez de Liaño y Juan Benet. Virginia citó a Ignacio en el domicilio de Juan, donde comparten mantel con las ocurrencias del anfitrión. Después de cenar llevan a Virginia a la estación, porque partirá a Barcelona para reunirse con Félix de Azúa, Fernando Savater y Víctor Gómez Pin, que viajarán a París. Liaño le entrega a Virginia un ejemplar de su Giordano Bruno: Mundo, magia, memoria para Víctor. A Juan le promete otro que se lo enviará por correo. El ingeniero ha de viajar a Bilbao, por una obra para construir una autopista.

Doña Teresa Goitia está asentada en la residencia Santa María del Monte Carmelo (Ayala 35), muy próxima al despacho de su hijo. Juan quiso llevarla a vivir con él, su hija Marisol quiso comprarle un piso cerca de ella, pero La Madre,[17] muy inde- pendiente, prefirió la residencia, que dirige un conocido suyo.

Marisol y Calila pasan una vez por semana por Pisuerga 7 para ver si los niñines necesitan algo. Con motivo del cumpleaños de Eugenio, el 18 de noviembre, le llevan un balón y coinciden con Rosa Regás y Juan Benet, arrellanados en el sofá de parloteo. Es el primer encuentro entre Marisol y Rosa. Carmiña, muy atraída por Juan, no ve con buenos esa relación.

Al volante del Jaguar y aprovechando el fin de semana, Juan Benet viaja con Virginia Careaga y Txaro Santoro a Altea, donde se han dado cita con Álvaro de la Riva. Virginia quiere alquilar la parte de arriba de una casa de campo a unos naranjeros en El Albir, en la localidad alicantina de Alfaz del Pi. Txaro, madre de dos hijos, tras sufrir un aparatoso accidente de coche quedó lisiada de piernas y cadera y está en trámite de separación, lo que no le impide compartir varios canutos con sus compañeros de viaje. Atraviesan las planicies manchegas y hacen una parada técnica en Belmonte, en un lugar donde hay varios pavos sueltos. Llevan tal colocón de hachís que al ver las aves les da un irrefrenable ataque de risa. Juan hace sonar el claxon y los pavos, de plumaje de gran tamaño, profieren graznidos y mueven su papada rojiza. Los tres ríen un largo rato. ¡Ahora!, vocifera Juan. Toca el claxon y vuelven a graznar. Nuevas carcajadas. Tras la situación hilarante emprenden el camino y al llegar a Altea recogen al padrastro de Virginia para desplazarse a Benidorm a cenar. Luego de degustar unos buenos lenguados, invitados por Benet, se van de copas.

Mientras las chicas bailan, Juan y Álvaro, acodados en la barra, no quitan ojo a una espectacular joven nórdica, de rubios cabellos. Los dos, embobados mientras ella se contornea en la pista, resoplan y exclaman “¡Qué barbaridad!”.[18]

Del 4 al 6 de diciembre se celebra el I Simposio Nacional sobre Túneles en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid en el que participa Juan Benet con la comunicación “El panorama actual en las relaciones contractuales en la construcción de túneles en España y su posible desarrollo futuro”. Su amigo y colega Felipe Mendaña recuerda aquella intervención: “La gente estaba muy expectante con él porque se le tenía veneración. A algunos de la Administración no les sentó muy bien su discurso. Decía que para hacer un túnel primero hay que tener un gran espíritu, que se disponga de un gran equipo y en cuanto al propietario, lo que tiene que hacer es decirnos dónde quiere que emboquillemos el túnel y dónde quiere que salgamos, bueno aproximadamente. Eran coñas de Juan. Ese aproximadamente fue muy comentado. Y luego que se despreocupe porque ya se le informará de las cosas fundamentales. Ah, y muy importante: que tenga dinero, porque los túneles cuestan. Esa era un poco la filosofía adornada”.[19]

En estos días fríos, la editorial Alianza en la colección Libro de Bolsillo tira diez mil ejemplares de Volverás a Región, al precio de venta de ciento sesenta pesetas.[20] A Virginia le ha dedicado uno de los primeros: “Y en cuanto a Virginia, su ilusoria confianza no conocía el invierno y en sus más ardientes y secos estiajes sabía cultivar, a la sombra de higueras y acebuches, los frutos más azucarados del olvido. Juan. Nov. 74”. Y su estimado Dionisio tiene en la calle Castilla la Vieja-II Soria, Segovia, Ávila.

El domingo 8 de diciembre Alicia Gimeno, una rubita de pelo ensortijado, con veinticuatro años y licenciada en Filosofía y Letras, le comenta a su madre: “Qué tipo tan interesante”. Están en el aeropuerto de Barajas procedentes de Barcelona. El tipo es alto de pelo cano y vestido como un gentleman. Es Juan Benet, pero ellas no lo saben. Un día después, Alicia se cita con su amiga y compañera de Facultad Teresa Bordón para asistir a una exposición de Francisco Regueiro, en la galería Península (Ortega y Gasset 21), apadrinada por José María Moreno Galván. La casualidad hace que en aquella pequeña sala aparezca Benet. El novelista se aproxima a un cuadro y lo palpa; le pregunta a Regueiro: “¿Esto es óleo, no?”. A lo que el autor replica: “¡Que no coño, es Titanlux!”. Se estableció una pequeña discusión. “Me acuerdo que yo agarré un bote de pintura de mi mujer, Teresa Viloria, que estaba pintando una puerta y olía de forma penetrante –que coloca– y me puse a pintar la carne, la carne de Ven, ven, Lucifer: el animal abierto, las vísceras. Esto viene de Rembrandt, de Bacon. Pero yo no conocía los cuadros de Bacon”.[21] Alicia le observa y le comenta a su amiga que es el mismo tipo con el que se cruzó el día anterior en el aeropuerto de Barajas. Armada de valor, Alicia le dice a Teresa que se lo va a presentar. Se acercan a Juan y cuando Alicia va a hacer las presentaciones se aproxima una pareja presente en la sala, Eduardo Chamorro y Mercedes (conocida familiarmente como Peche) García-Arenal, también compañera de Facultad. Alicia le pregunta si se conocen y Mercedes le explica que Juan es un buen amigo de su padre, don Pablo. Tras mucha cháchara salen de la galería y después de algunas copas el grupo queda reducido a Chamorro, Benet y Alicia. Eduardo les lleva a su casa y les dan las tantas fumando canutos.

Con posterioridad don Juan desplegó todas sus dotes de seducción e inició un romance con Alicia, que vivía con su madre en Serrano 87. A los pocos días, en navidades, Benet y sus cuatro hijos se marchan de viaje con Rosa Regás a la malagueña Churriana, a La Tosca, donde están su cuñada Leila, ahora casada con Reza, un arquitecto iraní, y sus sobrinos Juan Manuel y Alejandro. El 23 de diciembre Benet le envía una tarjeta postal a Alicia desde Antequera, en la que le dice que no deja de acordarse de ella y le advierte de desconocer lo que se le viene encima. Visitan a Gerald Brenan en Alhaurín el Grande y en Churriana deciden cruzar en dos coches a Marruecos para recorrer distintas ciudades del norte, entre ellas Tánger, Tetuán, Chauen.

Alicia pasa muchas horas en Pisuerga y en Zarzalejo, donde siempre hay amigos. Benet le regala sus obras dedicadas: Un viaje de invierno (1972): “Para la única Alicia que hay en mi pobre existencia. Juan”; Una meditación (1969): “Para Alicia, my hope and my need and joy and sorrow and stillness and spasm [mi esperanza y mi necesidad y alegría y tristeza y tranquilidad y angustia]. Juan”; La inspiración y el estilo (1973): “Para Alicia/tenderly. Juan”; Una tumba (1971): “For Alicia, in the full glade of the passion [En todo el resplandor de la pasión]. Juan. P. S.: Con eso queda absolutamente claro que la quiero (de manera discreta pero perentoria)”. Benet le pide matrimonio a Alicia en reiteradas ocasiones, incluso por teléfono.[22] Además le dice que si tienen un hijo le pondrán de nombre Silvestre. Ella, siguiéndole la chanza, le dice que tiene que formalizarlo y pedir su mano a la madre, pero para ello ha de ir al domicilio familiar vestido de riguroso azul marino, exigencias que cumplió.

Los tres tomaron un whisky, pero al día siguiente la madre le preguntó a Alicia si aquello fue una broma o iba en serio.

Al caer la tarde del domingo 15 de diciembre Jaime Salinas visita a Benet, convaleciente de una gripe. Según Jaime, Juan está malhumorado porque ha invadido su casa una tropa de desconocidos, encabezada por Virginia Careaga, que salió en el momento de entrar Jaime. Una vez tranquilizado, Benet charla plácidamente con Salinas, que ha dimitido como secretario de Revista de Occidente.

 

Este texto pertenece al libro El plural es una lata. Biografía de Juan Benet, que ha publicado la editorial Renacimiento.

 

Notas:

[1] La Ilustración Poética Española e Iberoamericana, n.º 1, enero de 1974.

[2] Enemigos de lo real (Escritos sobre escritores), Vicente Molina Foix. Galaxia Gutenberg, Madrid, 2016.

[3] Un folio mecanografiado. Cátedra de Poesía y Estética José Ángel Valente. Universidad de Santiago de Compostela.

[4] Ibíd. 

[5] Cuartilla mecanografiada en Madrid, 25 de enero de 1974. Cátedra de Poesía y Estética José Ángel Valente. Universidad de Santiago de Compostela.

[6] Travesías. Memorias (1925-1955), Jaime Salinas. Tusquets, Barcelona, 2003.

[7] Correspondencia, Carmen Martín Gaite-Juan Benet, edición de José Teruel. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2011.

[8] Testimonio grabado en magnetófono el 3 de julio de 2014.

[9] “Una jornada perfecta con Octavio Paz”, Eduardo Chamorro. Triunfo, n.º 610, 8 de junio de 1974.

[10] Revista de Occidente, n.º 134, mayo de 1974.

[11] Cuando editar era una fiesta. Correspondencia privada, Jaime Salinas. Edición de Enric Bou. Tusquets, Barcelona, 2020.

[12] “Con cáustica ternura”, José Ángel Valente. Abc, 6 de enero de 1993.

[13] Umbral, n.º 8, julio de 1974.

[14] Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997, Octavio Paz. Seix Barral, Barcelona, 1999.

[15] En la red del tiempo 1972 1977. Diario personal, Ignacio Gómez de Liaño. Siruela, Madrid, 2013.

[16] Testimonio registrado el 15 de diciembre de 2015.

[17] Así llamaba Benet a doña Teresa Goitia.

[18] Testimonio de Txaro Santoro, grabado en magnetófono el 10 de marzo de 2016.

[19] Declaraciones de Felipe Mendaña Saavedra, registrada en casete el 4 de septiembre de 2014.

[20] AGA, 73/04481.

[21] Testimonio de Francisco Regueiro, registrado en magnetófono el 24 de junio de 2014.

[22] En conversación con Alicia Gimeno el 30 de septiembre de 2015.

 

Más del autor