Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tanto'Fuck me', 'Love me' y, ahora, 'Kill me'

‘Fuck me’, ‘Love me’ y, ahora, ‘Kill me’


    Cartel de Kill me de Marina Otero en los Teatros del CanalCartel de Kill me de Marina Otero en los Teatros del Canal

Marina Otero irrumpió en la escena internacional con Fuck me. Una coreografía exitosa en la que contaba su relación con los hombres y hacía un paralelismo con su relación con la danza. Las fracturas, dolores, incapacidades que ambas relaciones le habían provocado. Donde establecía que la forma de contarlo, de expresar esas relaciones para que el público las entendiese de una forma sensorial y con belleza, no tenían porque corresponderse con la fea realidad de lo sucedido. Que la ficción habla de lo real pero no tiene por qué ser la realidad de lo que pasó.

Con ese mismo artefacto creó el solo Love me, obra que no vi, y su nueva producción, Kill me que ha tenido su estreno absoluto en los Teatros del Canal. En esta vuelve a su relación con los hombres. Mejor dicho con el hombre. Una relación en el marco de una mujer, ella, empoderada, como Sarah Connor la madre de Terminator, por el éxito de Fuck me y confiada en tener unos ingresos recurrentes que le aseguren en el mundo capitalista una vida. Es decir, techo, comida y algo más.

Un empoderamiento que se resquebraja por el miedo. Miedo a perderlo todo. Y en ese todo se incluye el amor de un hombre. Un miedo que la psiquiatría convierte en patológico, clasificándolo en un diagnóstico, y, por tanto, necesitado de tratamiento farmacológico.

Y esta es la pregunta que lanza al auditorio este espectáculo, en el que se nos dice que las bailarinas/cantantes/performers, también tienen un diagnóstico psiquiátrico y, por tanto, también han estado y están sometidas a terapia. Excepto una que ha podido vivir muy bien de esto, porque sus padres son psicoterapeutas lacanianos, a lo que su madre añade el ser psiquiatra.

Por eso, como compañía para este espectáculo el conjunto de intérpretes se llaman las DSM. El DSM o Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders es el libro de diagnósticos psiquiátricos que usan los médicos para clasificar a sus pacientes en función de la sintomatología y en función de esta ponerles una terapia. Terapia que suelen ser unas pastillas desarrolladas por una potente industria farmacéutica.

Un equipo que aparece en escena y la ocupan con su baile como si fueran los títulos de crédito de una película de James Bond, el agente 007. Desnudas, todas estereotipadas con la misma peluca pelirroja, y bailando en formación. Un baile sencillo, repetitivo que consiste en ocupar el espacio recorriendo su perímetro o haciendo diagonales. Y con una pistola en la mano que sujetan y se ponen en posición a disparar.

A partir de aquí, todo puede parecer un despropósito, y así lo ha entendido cierta crítica especializada de danza. A los que la propuesta de Marina, con mucho de teatral y de performativo, les ha tocado o removido algo que les ha llevado a ser duros con la propuesta. ¿Qué puede haber sido?

Muchas cosas. Desde el irreverente Nijinsky que ha puesto en escena. Ese dios de la danza contemporánea que fue diagnosticado de esquizofrenia y encerrado y olvidado en un psiquiátrico. Que Marina ha tenido el acierto y valentía de personificar a través de Tomás Pozzi. Bien alejado del canon que Nijinsky and friends de la época estableció para ser bailarín.

Hasta ese análisis exhaustivo de la relación que se ha establecido entre el arte y la locura. Esa relación que se ha mitificado de artistas sufriente y doliente de la que Marina se ríe y hace reír a mandíbula batiente al espectador. Llegando al sumun cuando hace una pareja de baile entre el bajo de Tomás y la bailarina grande, que siempre quiso ser bailarina de ballet clásico pero cuyas dimensiones, hicieron que sus profesores, mejor dicho, su profesora, la descartara para el baile. Un sufrimiento innecesario.

Hay más discursos e historias como estos. Es, como ya fuera Fuck me, una propuesta con mucho texto, con mucha música en equilibrio con el baile. Y esta puede ser otra de las cosas que puede haber molestado a la crítica de danza. Pues convoca una coreógrafa y lo que se espera, independientemente de que en la danza contemporánea cada vez adquieran protagonismo otros elementos escénicos, es que se baile.

¿Quiere esto decir que no hay baile? Danza hay un montón, pero parece al servicio de. Al servicio de un texto o de unas imágenes o de unas acciones. Y este servilismo, también puede haber molestado.

Además, es una pieza llena de humor. El público en general agradecerá que le hagan reír. Pero, claro, eso incluye bromas e ironías sobre el santa santorum de la danza y del teatro y su relación con la vida, las emociones y la salud mental de las bailarinas. Como ese salirse y entrar en el eje. Y, eso no, no se puede permitir ese choteo, que es de lo mejor que tiene este espectáculo coreografiado. Mejor suframos inmensamente pasémoslo con Angélica, Angélica Liddel quiero decir.

Un choteo que llega hasta la música. Impagable, cuando Marina dice algo así como: ¡Andá! Tocadme algo de Bach que para contar que estoy triste. Un Bach que se toca con guantes de boxeo. Que como todo está medido, aquí, en una esquina se tiene un piano de cola, el summun de la tontería intelectual y cultural que adora la música de piano, de un piano de cola, colocado en un salón como signo de distinción y clase. De gente culta y de bien.

También hay belleza. La escena de Tomas Pozzi como Nijinsky, sin dudarlo, se lleva la palma. Pero, la bailarina cantante, contando su relación sentimental con la música de Edith Piaf, a la vez que cuenta y canta la vida amorosa de esta cantante, escena también es de las buenas. Y de nuevo, cómo la música y la presencia corporal en escena nos ha educado en cómo amar. Y lo hace no cayendo en la gastada de tanto usarla de Non, je ne regrette rien y recurriendo a L’hymne à l’amour.

O ese amorcillo, ese cupido, otra vez Pozzi, que es perseguido por un ángel en patines. Y luego por una especie de cuadrúpedo, en una coreo azarosa, sin la aparente rigidez de movimientos y disciplina del ballet. Que, de nuevo, se puede pensar como una danza no tomada en serio.

Sobre todo eso, se impone el cuerpo. El cuerpo desnudo de estas mujeres, incluido el del único hombre que lleva una braga con el coño pintado de forma tosca, que se mueve en escena. Una reivindicación hecha desde la presencia, el estar en el debate, el decir, el hablar, el mostrarse.

Desde donde preguntarse y preguntar: si es el contexto en el que he sido educada y la que me pide reaccionar de una manera que se considera patológica ¿soy yo la persona a la que hay que diagnosticarle un mal, una enfermedad? ¿Soy yo la persona a la que hay que aniquilar mediante medicación y psicoterapia?

La respuesta de Marina está clara: anda y que te fuck you. Algo que dice cantando y bailando y riéndose de todo y de todos, pero sobre todo de sí misma y del altarcito kitsch que va construyendo en escena. Y solo que dan dos días para seguir disfrutándola en este teatro, luego habrá que salir de Madrid para verla.

Más del autor

-publicidad-spot_img