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Mientras tanto100 gramos

100 gramos


 

El periodista italiano Andrea Rossini ha escrito un libro sobre el ciclista Pantani desmontando la teoría del homicidio. Muy bien. Pero no parece el libro definitivo. Tengo subrayadas algunas frases de la crónica que Carlos Arribas publicó hace poco en El País:

 

1. El 9 de febrero de 2004, a las 13.25, Marco Pantani se bajó de un taxi […] y recorrió 1.000 metros de la calle […] con 10.000 euros en la mano. Unas horas después, encontrado al fin un camello que dudaba, los 10.000 euros se habían trasformado en 100 gramos de cocaína.

 

2. El 14 de febrero, San Valentín, a las nueve de la noche, el conserje de un hotel del mismo viale Regina Elena, logró desatrancar la puerta, bloqueada desde el interior por una pila de muebles y electrodomésticos.

 

3. Llevaba sin competir desde junio de 2003, desde que quedó 14º en su último Giro.

 

4. […] la conclusión de su investigación, la de que Marco Pantani había muerto solo y de sobredosis accidental.

 

5. […] emprendido solo el viaje a la destrucción.

 

6. No era la primera vez que Pantani se encerraba varios días para ahogarse en cocaína, una adicción que comenzó en verano de 1999, como búsqueda de una cura imposible para la depresión que le produjo la exclusión […] de un Giro que ya tenía ganado.

 

7. Los últimos días, cuenta Rossini, antes de encerrarse con 100 gramos de coca que esnifaría, fumaría y hasta intentaría comer envuelta en miga de pan, Pantani había emprendido un viaje hacia la soledad absoluta rompiendo con todas las personas que habían significado algo en su vida.

 

8. A Christina, la novia danesa que le abandonó cuando lo vio sumergirse, la llamó por teléfono. Con sus padres y con su agente, Manuela Rochi, había discutido violentamente el 31 de enero, cuando se negó a acudir a una clínica de rehabilitación.

 

9. Se fue sin mirar atrás, sin maleta, sin teléfono móvil. Se encerró en un hotel de Milán, donde soportó a palo seco varios días el mono. Después, el 9 de febrero, en un taxi, un Mercedes E270 negro, viajó a Rímini […].

 

Ni una sola vez aparece la palabra suicidio. El psicólogo clínico Javier Jiménez, una mañana: «Lo que más le interesa a la policía, lógicamente, es que no se trate de un homicidio, es decir, que no haya terceros implicados». Tecleo Pantani y suicidio en google. En marzo de 2004, un mes después de la muerte, la autopsia del forense Giuseppe Fortuni revela «una intoxicación aguda de cocaína (sobredosis), con el consiguiente edema cerebral y congestión pulmonar» y que «no existen elementos concretos que puedan apoyar la hipótesis de una muerte causada por una voluntad suicida». Se trata de un argumento de autoridad, pero no rige para los perros. Busco en la web de la Asociación Americana de Suicidología las señales de alerta que anuncian peligro: ideación, abuso de sustancias, apatía, sentirse atrapado, desesperanza, retiro, ira, temeridad, ansiedad y fluctuaciones en el estado anímico. E intento abrocharles una frase del texto a cada una. A bote pronto, me salen ocho de diez. Algunas surgen claramente vinculadas con la adicción. Otras, no tanto. Escribo apatía al lado de llevaba sin competir desde junio del 2003. Para ira sólo dispongo de la discusión violenta con sus padres y su agente 15 días antes. Y para desesperanza, su negativa a ingresar en la clínica de rehabilitación. Ignoro si existió ideación, pero ¿para qué colocó los muebles en la puerta si no para impedir el rescate? ¿Por qué no cogió ninguna maleta ni su teléfono móvil? Sobre variaciones en su estado anímico, ¿no se suben los cocainómanos a la montaña rusa?

 

Releo la crónica de Arribas. El último viaje de Pantani. 10.000 euros. 100 gramos. 14 de febrero. Depresión. Puerta atrancada. Sin maleta. Sin móvil. Sin novia. Un accidente. Entiendo, entiendo. Como aquel policía del que hablaba Joiner. El suicida se había tumbado sobre las vías en posición fetal y el tren lo había arrollado. Ingresó en el hospital con múltiples fracturas en las piernas y heridas en la cabeza. Fue entonces cuando el policía impagable, ante la frecuencia con la que el suceso se repetía, dijo:

 

We need to get the word out to people. Don´t sleep on the train tracks.

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