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11 de septiembre: rumores y conspiraciones

 

Ya hemos escrito que un 25% de los estadounidenses no creen la versión oficial del asesinato del Presidente Kennedy. Su asesino Oswald, concluyen, no pudo actuar solo. Había una conspiración de la CIA, de la mafia o de Fidel Castro. O de un par de ellos. También es sabido que una cifra similar de ciudadanos de aquel país no creen que Obama naciera en él. Si esto es así, arguyen, su elección no sería legal porque la Constitución de Estados Unidos no permite que una persona nacida fuera de su territorio ascienda a la primera magistratura.

 

El aniversario del 11 de septiembre resucita rumores parecidos. Una cuarta parte de los franceses consideran un cuento la narración del atentado contra las Torres Gemelas. El 54% de la población de otros 17 países piensan asimismo que es una pamema inventada. Para muchos de ellos, las Torres fueron voladas con explosivos, el Pentágono con un misil… Tiene igualmente mucho crédito la especie de que los judíos lo sabían, que los aproximadamente 4,000 que trabajaban en los dos edificios de Wall Street habían sido advertidos y no acudieron al trabajo. Todo sería un montaje de la CIA, instruida por Bush, para justificar  las decisiones que el presidente tomó después.

 

Poco importa que miles de personas vieran como los aviones se empotraban en los rascacielos, que muchos de los que vivíamos en Nueva York sabemos de judíos que perecieron, que Bin Laden se haya regodeado con el atentado que tan maquiavélicamente proyectó  y que tan caro le ha costado a Estados Unidos  y a él. Los incrédulos, los suspicaces, los que ven en Estados Unidos la fuente de todo mal no se dejan convencer. En Francia, un libro que sostiene que todo fue un montaje (“L’effroyable imposture”, de Thierry Meissan) ha vendido más de 350,000 ejemplares).

 

Las razones de este cuestionamiento, que es más feraz y expandido en épocas de crisis, pueden ser diversas. Hay una creciente desconfianza hacia los políticos a los que se considera, a menudo, mendaces y trapalones. Los medios de información también serían hipócritas, al parecer, sigue la teoría conspiratoria,  se compra fácilmente a TODOS. La información libre, espontánea que fluye por el Internet resultaría más fiable.

 

Por último, en el caso que nos ocupa, tenemos al malvado americano, capaz de todo. No sólo de idear algo tan horripilante como eliminar a 2,970 compatriotas sino de realizarlo de forma tan perfecta que no deja la menor prueba de su fechoría. Tan bien ejecutado que ni un legislador sospecha nada, ni un periódico serio, ni ninguno de los que están en el complot tiene en estos diez años el menor remordimiento, ni deja una carta convincente revelando la atrocidad para que sea leída a su muerte… Nada. La trama es redonda, impecable.

 

El condicionante político juega a fondo en campos más serios. Los libros de texto de potencias emergentes como Brasil, China o la India utilizan el acontecimiento fundamentalmente para criticar el poderío y la prepotencia estadounidenses y para subrayar las bondades del multilateralismo. Estamos lejos del titular de Le Monde del 12 de Septiembre del 2001: “Hoy todos somos americanos”

 

 

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