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15-M: Déjà vu

La primera  guerrilla de la postmodernidad, el antecedente del movimiento anti-globalización que protagonizó a lo largo de la década anterior participaciones colectivas como un primer intento de crear una social civil globalizada, fue la insurrección neo-indigenista en Chiapas de 1994. ¿Qué dejó?

 

 La pregunta sobre la vigencia política de los movimientos anti-globalizadores, o anti-sistema como se la ha denominado a la conjunción de intereses políticos, sociales y culturales que subyace en las protestas del 15-M, tiene sentido de cara a la estrategia hacia el futuro de este foco espontáneo, de cariz masivo en contra de la clase política española y un estado de cosas.

 

El movimiento neo-zapatista obtuvo la atención mundial y el apoyo de mucha gente, en especial, jóvenes de múltiples naciones. Creó íconos mediáticos como el Subcomandante Marcos, el Comandante Tacho y la Comandante Ramona. Los pueblos indígenas de México y América Latina lograron ser atendidos como nunca antes.

 

En México se obtuvieron mejoras en el marco constitucional y legal para los indígenas. Y de ser una lucha armada y en contra del Estado mexicano, lo que polarizó a la sociedad entre quienes rechazaban el uso de la violencia y quienes exigían la cuota de sangre necesaria para abonar el “progreso”, el neo-zapatismo se convirtió en una resistencia pacífica que a la fecha perdura. Las etnias indígenas apenas han mejorado un poco su condición.

 

Nadie de aquellos que defendían la lucha revolucionaria e insultaron a quienes se opusieron a la violencia, quiere acordarse ahora del episodio tal como fue.

 

A casi dos décadas de aquellos sucesos, resulta claro que, además de la violencia revolucionaria que mutó de un día a otro y se convirtió en movimiento pacífico, surgió en México otro agente violento y anti-institucional que ahora se ha vuelto central: el narcotráfico.

 

Mientras el Estado y el gobierno mexicanos realizaban todo tipo de maniobras, lícitas e ilícitas, con el fin de controlar el riesgo de ingobernabilidad que se encendió en Chiapas y la frontera con Guatemala, el crimen organizado se fortaleció poco a poco en el país: crecieron sus negocios, se multiplicó su armamento, se fragmentaron y diversificaron los grupos, todo esto fue posible mediante la enorme y generalizada corrupción. La enseñanza ha sido: un brote violenta en la sociedad desata otros, que pueden volverse un problema fuera de control.

 

Las fuerzas sociales suelen ser imprevisibles. El movimiento 15-M es una amalgama de consignas, resentimientos y demandas que, en este primer momento, quieren cobrarle la factura de daños generacionales a una clase política de reacciones lentas, cautelosas, conservadoras antes las urgencias de una realidad que se degradó en forma vertiginosa desde la crisis económica mundial de 2008, y marcó el término del sueño, del cosmopolitismo indiferente al que Josep Ramoneda ha aludido en su obra Contra la indiferencia.

 

Una generación de españoles que creció bajo las virtudes de la democracia se enfrenta ahora un entorno de escasez, dificultades, contrastes y supervivencia como jamás había imaginado. Su esperanza radica en buena parte en la fe que mantienen en las redes sociales, las nuevas plataformas de la comunicación que han permitido crecer en horas al movimiento desde su epicentro madrileño a todo el país. Estos adeptos carecen de vínculos tradicionales de territorio, localidad y contractualismo que les impidan crecer así. Su dinámica instantánea construye discursos reivindicativos al mismo tiempo que extiende y capta adhesiones exponenciales.

 

 El gran teórico de la globalización Ulrich Beck ha advertido que el contrapoder que representa este tipo de militancia política debe ser organizado. Su futuro, más allá del éxito de la resonancia en las redes sociales, medio difusor de eficacia ubicua y simultánea, depende de la claridad de su estrategia y sus operaciones en el mundo real y en el virtual, en la nación globalizada y frente al estado global. De otra forma, el 15-M será sólo una chispazo, como otros, en la oscuridad, y su función, el grito entusiasta que se diluye en el ruido de la ultra-contemoporaneidad.

 

 

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