Piojo no lo sabía pero Delfina (se negaba a llamarla Dolly, como le puso Jonás para integrarla al espectáculo) iba a ser uno de esos encuentros que le harían preguntarse toda la vida.
—¿Qué habría ocurrido si no me hubiese escapado del Acuario de los Siete Mares?…
Nunca lo sabría.
Delfina era un delfín hembra ya un poco mayor y con grandes ojeras bajo los ojos que se negó a comer, al ser capturada, y puso tanto empeño en ello que Jonás y sus ayudantes la tuvieron que dormir para inyectarle vitaminas.
—Que noo, decía Jonás alargando las vocales con paciencia mientras preparaba una jeringa del tamaño de su antebrazo. “Que noo, que no tienes derecho a morirte. Que los delfines no se suiciidaan, al menos los del Acuario de los Siete mares. Que costáis dinero… Que vas a trabajar para que yo lo recupeeree”, dijo al fin, cuando ya le había puesto la inyección y Delfina dormía y al fin descansaba.
Las palabras de Jonás fueron toda una sorpresa para Piojo.
—¿Qué quiere decir se suicidan? –le preguntó a Ramón.
—Quiere decir que alguien se da muerte a sí mismo. Se meten en un remolino o dejan de comer, como esta delfín hembra. O nadan detrás de un petrolero, se acercan a una ciudad en la costa, se ríen de un tiburón…
—¿Y por qué habría de hacerlo?, ¿por qué se habría de suicidar nadie? –preguntó Piojo, aunque en el fondo lo sabía.
—Porque ya no soporta estar vivo. Cree que muerto estará mejor.
Las charlas con Ramón solían revelarle cosas nuevas. Ese diálogo tuvo el efecto inesperado de hacerle mirar a Delfina de otro modo. Cuando la trajeron, le había parecido una delfina gorda como no había visto nunca a ninguna, lo que le daba un aspecto un poco aballenado pero sin la prestancia, la elegancia de las ballenas. Por el contrario, parecía frágil y, lo que era más grave, de una fragilidad contagiosa.
Pero su tristeza, que dejaba pequeña a su propia melancolía al ser capturado, terminó por darle una aureola. Seguro que un animal que sufría así tenía un gran corazón o…
—Oye –le dijo a Ramón–, ¿sabes tú qué le pasó?
—No, no lo sé –dijo el pulpo, pero luego añadió–: aunque una pena así sólo puede tener una sola causa.
—Qué.
—Perdió a su hijo. Por eso está gorda.
Por alguna razón esa idea de Ramón, que no era más que una posibilidad, despertó algo en Piojo, algo que no conocía ni sospechaba siquiera que existiese.