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2016/04 — Literatura autobiográfica

 

Lunes, 18 de enero

 

En el prólogo a un libro que lleva esperándome casi dos años, y que se titula Mi aliento se llama ahora (y otros poemas), se pregunta su autora, Rose Ausländer (Czernowitz, Bucovina, Imperio Austro-húngaro, 1901-Düsseldorf, Alemania, 1988): «¿Por qué escribo?». Aunque tras un punto y aparte se responde «Porque las palabras me lo dictan: escríbemos», casi cuatro páginas después, y tras hablar de la relación y la influencia de Paul Celan, en el penúltimo párrafo dice:

 

«¿Mis temas preferidos? Todo. Lo uno y lo único. Lo cósmico, la crítica a la época contemporánea, paisajes, cosas, personas, estados de ánimo, el lenguaje… todo puede ser asunto poético. En el sentido de una pertenencia social, mi poesía es comprometida. De la singularidad e intensidad de una experiencia, de una ocurrencia, se dan las formas exterior e interior del texto. A menudo me he preguntado, qué es este escribir en realidad, y me he dado diferentes respuestas. Me he quedado con la más breve. Escribir es un instinto. El poeta, el escritor, tiene que comer, moverse, descansar, pensar, sentir y escribir, escribir, lo que le dictan sus pensamientos y su imaginación». Tras un último punto y aparte, añade:

 

«¿Por qué escribo? No sé».

 

Alfonso Armada en fronterad.

 

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Los jóvenes diputados radicales que acaban de ocupar por primera vez su escaño en el Congreso dieron un espectáculo mediático en el hemiciclo para demostrar que ha entrado en el Parlamento el aire nuevo de la calle, pero, sin duda, por muy sobrados que vayan por la vida, van a sentir un gran impacto psicológico cuando vean que aquel camarero macarra, plagado de tatuajes, que les atendía en el bar de Lavapiés, ha sido sustituido por un ujier uniformado con botones dorados. El diputado radical subirá a la tribuna para tomar la palabra y aunque lleve el pelo rasta o la camiseta sudada, el ujier con esmerados ademanes a la antigua pondrá a su alcance una copa de agua junto con una servilleta de hilo en bandeja de alpaca. Esa copa de agua suele tener un efecto demoledor. Cuidado con ella, amigos. Recordad lo que le sucedió a Santiago Carrillo.

 

Manuel Vicent en El País.

 

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Martes, 19 de enero

 

Interviewer: If you don’t think of yourself as a writer, how come there are books out there with your name on them?

 

Lish: Because I could get away with it and because it was persuasive to women. I think I’m an editor, a reviser. I think I’m a teacher. Not a writer. My son Atticus is a writer. I have the view that, in a word, in a breath, in a turn, the sublime can be created. I can do that in revising. As an editor, I stand by my taste and not by anybody else’s. Am prepared to run riot exercising my druthers. Am also, as a writer, just as convinced of my elections. But regarding talent, nah, I have nothing of consequence, although I’m a sucker for my own work.

 

Interviewer: Was it ever your ambition to approach the sublime?

 

Lish: Oh sure. But never came close. You have to have an interest in the world to capture the sublime. I’m not interested in the world. You have to have an interest in people. Apart from my relations as a father, a husband, a lover, I’m not interested in people. I’m not really terribly interested in anybody else’s heart or mind, or even in my own. The great affection of my latter years, I attend to her bearing but not as I imagine others would and do. I’m not exactly autistic, but if you called me that, I wouldn’t object. Hey, I’ve been fired from every job I’ve ever had. I can manage, if I choose to manage, but I don’t choose to. Really, the society of others – certain friends, family and lovers aside – is not a prominent need in me.

 

Entrevista de Christian Lorentzen al editor Gordon Lish en The Paris Review.

 

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Hace tres lustros en Catalunya vivimos una época tan intensa de papanatismo que los diarios y las emisoras de radio omitían informar de las características de las personas que cometían actos delictivos. […] Supongo que tampoco dirán si el delincuente es delgado o gordo porque, si fuese este último el caso, la Asociación de Personas con Sobrepeso se ofendería. Ni que aparenta tener más de setenta años, porque algún casal d’avis emitiría una nota de protesta. Y, en los casos de agresión sexual, tampoco dirán cuál es el sexo del agresor, para no resultar sexistas. Abrirán los telediarios explicando que (en algún lugar cuyo nombre prefieren no mencionar) una persona (las características de la cual optan por silenciar) acaba de cometer un crimen del que prefieren no dar datos. Acto seguido pedirán que, si alguien puede aportar más información que permita detener al criminal, llame inmediatamente a la policía y no les diga absolutamente nada.

 

Quim Monzó en La Vanguardia.

 

Miércoles, 20 de enero

 

Cocaína narra el año 2013 en la vida de un personaje llamado Daniel, de campanadas a campanadas. A esto añadiremos que está fechado a modo de diario y que en él aparecen, como contrapunto al “drama” del narrador, algunos materiales de desecho que reconoceremos: actualidad periodística, presentadoras del telediario, jóvenes escritores del medio nacional… Es decir, se trata de un ejercicio autobiográfico. Lo que ahora se llama, para evitar el estigma de lo confesional, “autoficción”. Y para reforzar esta lectura el narrador escribe: “Para contar cuentos de príncipes y dragones ya están los políticos, las series de televisión y la prensa. La literatura del siglo XXI exige algo más. Henry Miller escribió: la literatura del siglo XXI será autobiográfica o no será”.

 

Carlos Pardo reseña Cocaína en Babelia.

 

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Todo el mundo me ve como un payaso entre los escritores… soy un payaso un poco marginado, en un papel secundario que no aporta nada esencial a la trama. Pero en la ópera china el payaso mantiene la distancia, puede ver más clara la situación y hacérsela ver al público. Con sarcasmo, con humor, pero siempre dice la verdad. Y al final, a ojos del espectador su aportación puede resultar indispensable.

 

Entrevista de Macarena Vidal Liy al escritor chino Yan Lianke en Babelia.

 

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En Podemos explotan una confrontación absoluta. Parece que actuarán a nivel nacional del mismo modo que han actuado a nivel autonómico, especialmente en Madrid: toman una decisión no muy relevante que saben que creará polémica, se hacen los sorprendidos ante las reacciones más radicales, que explotan a su favor, y luego acusan a los medios de no centrarse en lo importante. Es una táctica inteligente de falsa ingenuidad. Entre Pilar Cernuda, la periodista que decía que los diputados de Podemos olían mal, y Podemos, cualquier persona sensata se ve obligada a elegir a Podemos. Ganan adeptos por oposición: al final van a conseguir que les vote.

 

Ricardo Dudda en Letras Libres.

 

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Jueves, 21 de enero

 

¿Cómo leemos hoy? ¿En qué medida nos afecta la proliferación de pantallas y nuevas formas variopintas de acceso a los contenidos? Según el profesor Jackson Bliss, con intensidad: leemos de manera cada vez más impaciente, con el afán de reafirmar nuestro sistema de creencias, buscando argumentos claros y concisos; todo el mundo está deseoso de opinar y cuenta el tiempo que dedica a atender a los demás. La abundancia de textos en el ciberespacio y nuestra propia dispersión equilibran y ponen al mismo nivel la última novela de Jonathan Franzen y el exabrupto de un bloguero de moda. También crea un efecto de amnesia: tenemos acceso a tanta información que olvidamos no sólo características de lo que leemos, sino también dónde lo hicimos y quién lo escribió. Los autores consagrados no gozan de mayor privilegio que comentaristas anónimos. Todo esto lo apunta Bliss en el artículo How Internet changed the way we read, al que he llegado gracias a la recomendable plataforma Texturas Express, de Trama Editorial.

 

Sergio Vila-Sanjuán en Culturas.

 

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Tampoco está lejos de esa idea la idea del Kafka que, en una carta que nunca se citará demasiado, escribía: “Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?”; y concluía, famosamente: “Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro”.

 

Javier Cercas en Letras Libres.

 

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Viernes, 22 de enero

 

You shouldn’t have affairs. But definitely don’t have one with a memoirist.

 

That’s one of the few real conclusions I can draw from “Why We Write About Ourselves,” a collection of reflections and justifications from 20 practitioners of the memoir art. You know they’re going to tell everyone about it. It’s what they do. It’s all they do.

 

Carlos Lozada en The Washington Post.

 

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Sábado, 23 de enero

 

En su reseña para Los impunes, Michael ‘Harry Bosch’ Connelly cuenta que, hace muchos años, en una entrevista, a Richard Price le preguntaron por qué perdía tanto tiempo escribiendo guiones para filmes noir o novelas policiacas. Y, entonces, Price respondió lo que responderá mañana o el año que viene. Algo referente a que, cuando le das muchas vueltas a un crimen, acabas conociendo toda una ciudad y a quienes la habitan.

 

Lo interesante, a la hora de Los impunes, es que Price (Bronx, Nueva York, 1949) se había propuesto despachar algo fácil y rápido y eficaz. Algo más cercano a un thriller contenido que a la amplia resonancia social de sus obras mayores. De ahí que, en Estados Unidos, Los impunes se publicase bajo el transparente alias de “Richard Price writing as [escribiendo como] Harry Brandt”.

 

Pero, claro, Price se tomó mucho más tiempo del que pensaba y Los impunes acabó siendo –aunque más aerodinámico de lo habitual– un libro inequívocamente marca Price que, además, fue celebrado por la crítica como uno de sus mejores trabajos. De ahí que Price, arrepentido de haber querido ser otro finalmente igual a él, haya decidido que, fuera de casa y en la próxima encarnación paperback Made in USA, Brandt no exista. Y que esta –su novena novela– aparezca aquí con su nombre, con el nombre con el que, seguramente, firmará el guión de la película ya en trámite.

 

Reseña de Los impunes en ABC Cultural. Por Rodrigo Fresán.

 

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¿Se podría escribir una novela solo hecha de finales? Si El Museo de la novela de la Eterna, de Macedonio, es un libro sólo hecho de comienzos, una serie de prólogos de una novela que está siempre empezando, se podría entonces escribir una novela que esté siempre terminando, donde todo parezca la última página. Alguna vez vi una recopilación de finales, últimas páginas de novelas y cuentos célebres, y no funcionaba. Faltaba lo que en música se llama (creo) gravitación tonal. Antes del fin hay una serie de elementos, una tensión, una curva que se está por completar, algo se vuelve inminente, se acerca el desenlace, los acordes sugieren otros acordes, los anticipan, los atraen en su gravedad, los necesitan, y entonces sí, sucede, se vuelca el camión de naranjas, se muere el rey, se despiden los amantes, caen los acordes derramados en su propio peso y se termina. El final llega con naturalidad de final. No se puede recortar la última página, porque la última página empieza mucho antes de la última página.

 

Pedro Mairal en Maniobras de evasión.

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