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2016/20 — El oído

 

 

 

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Sea como sea, en estas páginas el lenguaje se contrae, desafía la ortografía, se vuelve gamberro o se plastifica, y en todo momento parece desafiar los postulados de esta larga cita: “Campaña de propiedad en el lenguaje. Construya correctamente sus frases, utilice con precisión la palabra adecuada. Atención a los barbarismos. Ojo con el argot. Evite toda expresión grosera, obscena, soez, chabacana y malsonante. Denuncie la blasfemia; repárela, persígnese, rece alguna jaculatoria. Soecidad de la propia palabra soez. Lenguaje y propiedad. Propiedad y lenguaje. Lenguaje de la propiedad. Lenguaje del lenguaje. Propiedad de la propiedad”.

 

Nadal Suau reseña El atasco y demás fábulas, de Luis Goytisolo en El Cultural.

 

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Dobbs tiene la habilidad de ocultar su presencia y contarnos las iniquidades de la clase política y periodística, como si él no hubiera estado allí, como si toda la historia no fuera más que una pesadilla. Y al mismo tiempo nos hace sentir el escalofrío y el convencimiento de que la realidad es prácticamente idéntica.

 

Lourdes Ventura reseña Jaque al Rey, de Michael Dobbs, en El Cultural.

 

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Como ya era habitual para él, la vida cotidiana de Semprún en estos años era paradójica. Su militancia no le exigía renunciar a un cierto elemento de glamour que nunca le rondaba muy lejos. Incluso como agente secreto en Madrid, donde se alojaba en pisos del partido y pensiones baratas, su vida nunca fue austera, aburrida ni gris. Llegaría a conocer a toda una serie de personas de todos los estratos sociales, desde el escritor Ernest Hemingway hasta Luis Miguel Dominguín, el legendario torero y amante de la actriz Ava Gardner, que también vivió en la España de la década de 1950.

 

Soledad Fox Maura en Ahora.

 

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Renata Adler se ha convertido (de nuevo) en una de las escritoras más citadas (Jenny Offill, autora de la novela Departamento de especulaciones, la cita entre sus referentes, junto a David Markson) y reivindicadas. Ha vuelto a ser un estandarte de la posmodernidad.

 

Aloma Rodríguez en Ahora.

 

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No es ninguna novedad que a los egos les gusta explayarse. Lo novedoso reside en el hecho de que esos egos encuentren ahora una cantidad significativa de lectores. Años atrás, la escritura autobiográfica se desestimaba por ser un género menor y carente de la inspiración de las obras de gran envergadura, pero hoy esta es suficiente para formar una carrera literaria; en ella el escritor se convierte a sí mismo en su mejor creación.

 

Laura Ferrero en ABC Cultural.

 

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En la era de internet, una declaración vale más que mil palabras. Así que cuando Barack Obama dijo a la revista People que su libro favorito de 2015 era Fates and Furies (Parcas y Furias), una novela compleja y poderosa de su joven compatriota Lauren Groff (Nueva York, 1978), la fiebre se desató. ¿Cómo le había llegado la novela al presidente norteamericano? ¿De qué trataba ese libro con el que se fotografiaban en Instagram Miranda July o Sarah Jessica Parker? La novela ya había conseguido por méritos propios quedar finalista para el National Book Award, y aunque Lauren Groff no sabe realmente cómo la descubrió Obama, apuesta a que un librero –el mandatario es muy aficionado a las librerías independientes— se la puso en las manos.

 

Isabel Gómez Melenchón en Cultura/s.

 

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Markus Dohle, el director ejecutivo de Penguin Random House internacional, el jefe de jefes de la tercera editorial más grande del mundo, quiere tomar un café conmigo. ¡Y yo con estos pelos! Como soy de la vieja escuela, me pongo americana y corbata para conversar con un señor que imagino serio y duro de pelar. Pero el que no lleva corbata es él. Entra en la sala como un ciclón, sonríe, habla alto, gesticula y me saluda con un apretón de manos que casi me cruje los huesos. Dohle es alemán pero parece un surfista californiano.

 

—Está al frente de 250 sellos editoriales. ¿Que sus decisiones afecten a 10.000 empleados no le produce vértigo?

—Cuando llego en el 2013 a la dirección de la compañía contaba ya con cierta experiencia… Es cierto que hay momentos en que te dices a ti mismo: “Mejor no lo fastidies”. Pero no tengo tiempo ni para angustiarme. No hay un plan B, sólo un plan A: hemos de tener éxito.

—¿En qué consiste ser editor?

—El oficio de publicar libros no ha cambiado desde Gutenberg. Se trata de gestionar la creatividad y hacer llegar de la manera más amplia a la audiencia de lectores.

 

Antonio Iturbe en Cultura/s.

 

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En El oído absoluto Longares extrema el ritmo, porque no sólo el título convoca a la música, en todos sus libros. Su obsesión es el ritmo, “y eso se logra trabajando. Es un trabajo de continuo reescribir hasta que no te da vergüenza el párrafo. Y si te avergüenza puedes intercalar ironía, humor, lástima, lo que se te ocurra”. ¿El oído no se avergüenza o la historia no se avergüenza? “Es el oído. Si veo que no funciona, que sobran frases, tengo que cortar hasta que queda redondo. Si no queda redondo, yo no avanzo”.

 

Juan Cruz en Babelia.

 

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En todo caso, Dorothy Parker (que sabía de lo que hablaba) puede que haya dado en uno de sus poemas las mejores razones que conozco contra el suicidio: “Las navajas cortan, / los ríos mojan, / los ácidos manchan / y las drogas acalambran. / Las armas están prohibidas, / los lazos se sueltan, / el gas huele que apesta, / Tampoco está tan mal la vida”.

 

Azahara Alonso en buensalvaje.

 

 

 

 

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Lo peor es que la mayoría de los “linchados” se achanta. Hay algo muy semejante al terror a ser señalado por la jauría de tertulianos, tuiteros y locutores justicieros que aguardan con avidez la aparición de un nuevo reo. La gente tiene pánico a ser tachada de sexista, machista, racista, antianimalista, imperialista, colonialista, eurocéntrica (no sé qué se espera de un europeo: ¿que adopte una mirada china, argentina o pakistaní? Lo veo un tanto forzado, la verdad). Poco a poco ese temor conduce a la autocensura y a andarse con pies de plomo, porque esos pecados no sólo se atribuyen a quienes en efecto los hayan cometido, sino a cualquiera que no se una, siempre y en toda ocasión, a la vociferación condenatoria. A mí me parece muy preocupante una sociedad que cada vez se parece más a esas personas que merodean a las puertas de los juzgados para insultar y lanzar maldiciones al detenido de turno, normalmente esposado y por lo tanto indefenso en esos momentos, por grave que sea el delito del que se lo acusa. Se trata de una sociedad ávida de sangre (hasta ahora sólo metafórica, por suerte), que cada mañana da la impresión de levantarse con la siguiente ilusión: “A ver quién cae hoy”. Tan grande es la ilusión que si no cae nadie con motivo, se inventa o se magnifica alguno para no quedarnos sin nuestra ración.

 

Javier Marías en El País Semanal.

 

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Estaba tan de moda ser periodista, era tan fascinante… Hasta se hacían películas: Todos los hombres del presidente. Hoy, aun en las facultades de Periodismo, se creen ese cuento de la Garganta Profunda y tal…

 

Entrevista a Renata Adler en El País.

 

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No sé cuándo las escribió ni en qué libro, pero hay unas palabras de Sergio Pitol que, por haberlas encontrado perdidas y olvidadas en un cuaderno de notas, me han llamado la atención: “Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces (…) Con ellas va trazando el mapa de su vida. Sabe que cuando ya no pueda hacerlo le llegará la muerte, no la definitiva, sino la muerte en vida, la hibernación, la parálisis, lo que es infinitamente peor”.

 

Enrique Vila-Matas en El País.

 

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4) Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.

 

5) Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

 

Roberto Bolaño y el arte de escribir… y de leer.

 

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Pero el meollo de la cuestión es cuando me enfrento con una amplia mayoría de textos que ni me enamoran ni me disgustan. Los que están en medio del berenjenal de la edición. […] Es en ese terreno donde yo percibo que debo dar lo mejor de mí mismo para ser justo conmigo mismo. Es decir para no traicionarme como lector que edita. Y es en ese momento cuando tomo la determinación de si “me pongo” o “lo dejo”. Si me pongo es para sentarme en soledad y con un lápiz “trabajar el texto”. Quiere esto decir intentar ponerme en mi piel y conseguir –previa autorización del autor, famoso o no, vendedor o no–, que el libro sea un libro que yo quiera leer. Es un trabajo, que bajo mi punto de vista no tiene precio, es arduo, jodido, te interrogas a ti mismo y te preguntas con qué derecho haces lo que haces.

 

Pere Sureda, editor de Navona.

 

«Al Chino le sobrevivió el hachís. Tanto Baby como el Dinamita seguían vendiendo la última partida que el terrorista suicida había cambiado a Emilio Suárez Trashorras por la dinamita de las bombas. En Avilés, durante el mes de abril, muchos estaban fumando, sin saberlo, la droga del 11-M.»

 

Nos vemos en esta vida o en la otra (Planeta, 2016) —Manuel Jabois.

 

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Casualmente, me encontraba en esa librería para asistir a una presentación literaria, y había cruzado unas palabras con un importante distribuidor, así que aproveché para compartir con él mi pasmo. ¿Qué hace Cela en la muy respetable, pero también muy pequeña, Ediciones del Viento? El distribuidor me dijo algo como esto: “Cela no vende nada. Umbral tampoco. Puedes reeditar lo que te dé la gana de Cela, por cuatro duros”.

 

Alberto Olmos en El Confidencial.

 

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¿Qué hacer con un entrevistado que quiere quedar bien contigo? ¿Con quien no sirven estrategias de seducción porque ya se ha seducido él solo? Según mi experiencia, es más fácil entrevistar a quien se resiste. Pero el caso del auto seducido se da, y más a menudo de lo que se cree. Y el periodista, vulnerable en su vanidad como todo el mundo, está menos preparado para afrontarlo.

 

En el blog de Pedro Sorela.

 

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Tengo la costumbre de deshacerme de los libros que he leído. Y también de los que todavía no he leído, si veo que tienen mal pronóstico. El origen de esta costumbre, que muchas personas encuentran bárbara y desalmada, no es intelectual. Durante una larga etapa de mi vida combiné la movilidad con una relativa escasez de medios, con lo que me vi forzado a ir dejando atrás objetos estimados pero no de primera necesidad. Las primeras víctimas de esta emergencia siempre fueron la vajilla y los libros; la vajilla, por su fragilidad; los libros, por su volumen; en ambos casos, por la pesadez de embalar y meter en cajas cosas de tamaños y formas difíciles de acoplar. Total, que acababa tirando platos, vasos y tazas de muy escaso valor, y pilas de libros de un valor material aún más escaso, aunque quizá de mayor valor sentimental. Pero lo bueno de los apuros es que el sentimentalismo desaparece cuando la necesidad aprieta. Fuera libros.

 

Eduardo Mendoza en El País.

 

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“Intento unir el periodismo con la literatura. El primero trata de la información, la segunda del misterio de la vida humana. Es una transición muy sutil pero creo que hay que hacerla. Escojo tantas voces porque así cubro todo el territorio que puedo. Por eso elijo opiniones de gente con edades, profesiones, historias distintas. Creo que sin esa polifonía es imposible saber la verdad”.

 

“Hablo de personas que son el abono de la Historia, pero que nunca han podido expresarse sobre esa historia. Nadie les ha preguntado. Cuando me acerco a ellos, busco que me hablen en idioma humano, que hablen desde su experiencia, no desde la banalidad o los prejuicios. Creo que cada persona es como un cofre que guarda los fragmentos de todo lo que ha leído, visto, oído, vivido. Al empezar a hablar todos dicen banalidades. Mi trabajo es abrir ese cofre y sobrepasar sus lugares comunes. También sus prejuicios”.

 

Clase magistral con Svetlana Alexiévich en El Español.

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