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2016/26 — La primera novela

 

 

 

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Entonces ocurrió: Claudia Cardinale me divisó desde las escalerillas de la iglesia, hizo un vago gesto de reconocimiento, comenzó a bajar las escalerillas, se dirigió hacia el fondo del pequeño paseo, los técnicos se fueron separando como las aguas del Mar Rojo al paso de Moisés y el pueblo judío perseguido por el Faraón, y cuando llegó a mi lado me dirigió esa sonrisa que no olvido y me preguntó: «Ciao, Pedro. ¿Le tratan bien?”.

 

Pensé que, si eso no era triunfar en la vida, se le parecía.

 

En el blog de Pedro Sorela.

 

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Prácticamente no hubo ningún personaje importante de la Europa de entreguerras que no fuera entrevistado por ella: Leon Blum, Hitler, Stalin, Churchill, los papas Pío XII y XII o Dollfuss, entre otros muchos, fueron analizados y expuestos en unas crónicas que hacían demostración de una gran sagacidad para el retrato psicológico. Tampoco los presidentes norteamericanos se le resistieron: entrevistó a Roosevelt, Truman y Eisenhower.

 

Anne O’Hare McCormick, la periodista que descubrió a Mussolini.

 

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Cuando un cocinero se hace famoso, escribe un libro. Cuando un deportista se hace famoso, escribe un libro. Cuando un criminal se hace famoso, escribe un libro. Cuando un alpinista se hace famoso, escribe un libro. Cuando un actor se hace famoso, escribe un libro. Cuando un locutor de televisión se hace famoso, escribe un libro. Cuando un cantante se hace famoso, escribe un libro. Cuando un político se hace famoso, escribe un libro. Cuando un millonario se hace famoso, escribe un libro. Cuando un corrupto se hace famoso, escribe un libro. Cuando un expresidiario se hace famoso, escribe un libro. Cuando un youtuber se hace famoso, escribe un libro. Cuando un torero se hace famoso, escribe un libro. Cuando un famoso se vuelve más famoso, escribe otro libro.

 

Yasí de forma sucesiva. Todos los caminos conducen al libro. Sin embargo, cuando un escritor escribe un libro no puede hacerse cocinero ni deportista ni actor ni político.

 

Juan José Millás en El País.

 

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Gauthier Charrier, un estudiante de diseño gráfico, entró a una de las librerías más modernas de París y se preguntó: “¿Dónde están los libros?”.

 

“Solo vi un espacio abierto y vacío —un par de bancos— y me pregunté: ¿Alguien se equivocó?”.

 

Nadie se había equivocado.

 

El nuevo capítulo de las grandes librerías

 

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“Para estar vivos nos contamos historias a nosotros mismos”, dice Joan Didion. David Rieff reconoce, no sin cierto fatalismo, que las sociedades humanas necesitan pasados manejables sobre los que sostener el presente. Pero su experiencia como reportero y sus conocimientos de la historia le hacen mantenerse alerta ante la casi segura inevitabilidad de la manipulación. El precio de un pasado colectivo del todo alentador o ejemplar es la mentira. El grupo refuerza su solidaridad y su ultraje si un dato inoportuno contradice su memoria histórica, que como todos los rasgos de identidad se fortalece sobre todo cuando es puesto en duda por los extraños.

 

Antonio Muñoz Molina en Babelia.

 

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Escribiendo […] se ponen en claro las ideas, que generalmente son confusas. Cuando uno las escribe comprende que no es tan inteligente como creía. Leyendo no se aprende nada, pero se afina la inteligencia, el gusto, pero a quién le interesa refinarse si para tener éxito hay que ser todo lo contrario.

 

Entrevista de Javier Rodríguez Marcos a César Aira en Babelia.

 

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La feria de los blogueros y tuiteros, como ya la han caracterizado algunos, ha certificado la pujante existencia de una nueva generación de lectores que (por ahora) no tiene demasiado que ver con la de sus padres. Para muchos de sus mayores, lo que leen es basura, pero supongo que el mismo reproche ha sido formulado por casi cada generación sobre los gustos literarios de la siguiente.

 

Manuel Rodríguez Rivero en Babelia.

 

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La lectura obligatoria, decía Borges, es un contrasentido: “Si un libro los aburre, déjenlo, no lo lean porque es famoso; no lean un libro porque es moderno, no lo lean porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo”.

 

Y este cuento ha empezado. Qué (y cómo) leen a sus hijos los escritores.

 

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Hay páginas enteras dedicadas a un programa televisivo de entrevistas que presentó entre 2008 y 2010 y del que poca gente se acuerda o que a pocos interesa. Costello podría haber utilizado a un editor diabólico, a un Gordon Lish, para suprimir la nostalgia que empaña sus ópalos negros. De todas maneras, las gemas oscuras brillan en abundancia. Aunque Música infiel y tinta invisible es una obra culta, se ajusta a lo que, según su autor, hace que un sonido tenga vitalidad: “La verdad es que, para el rock and roll, no se necesita partitura. Siempre he dicho que todo era cuestión de gestos y amenazas”.

 

Reseña de Música infiel y tinta invisible en El Cultural

 

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Lo anterior evidencia otra particularidad de la obra de Valeria Luiselli: la ironía. Carretera le dice a un personaje llamado Beto Bálser (clara alusión a Robert Walser) que se nota que va a ser buen escritor porque cuando sonríe no enseña los dientes; quien sepa algo de la vida de Marcel Proust recordará que el autor de En busca del tiempo perdido siempre se tapaba la boca al reír.

 

Perfil de Valeria Luiselli en Gatopardo.

 

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Estábamos de pie en el andén atestado cuando Sheryl me señaló a un hombre que se encontraba a unos cinco metros de nosotros.

 

—¿Ves a ese hombre? —dijo.

 

Apoyado en una farola había un hombre de negocios vestido con traje gris marengo y que se parecía al hermano mayor, más guapo, de Cary Grant. Yo lo había visto en el Publicans muchas veces, y siempre me había maravillado su cortesía.

 

—¿Te fijas en lo que lee?

 

Era el New York Times, doblado verticalmente.

 

—Los peces gordos y la aristocracia leen el Times —dijo—. Por muy aburrido que sea.

 

En El bar de las grandes esperanzas (Duomo Ediciones), de J.R. Moehringer.

 

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—Su obra presenta reminiscencias de Las mil y una noches. ¿Qué relación tiene con ese gran clásico árabe anónimo?

 

—Cuando tenía diez años en Damasco, la radio anunció que emitiría un cuento de Las mil y una noches cada noche durante dos años, ocho meses y 28 días. Yo luché con mi madre para que me dejara escucharlos, porque los daban a las once, y yo ya tenía que estar durmiendo. Al fin, ella accedió a despertarme era una mujer fantástica. Casi cada noche me llamaba, íbamos a su habitación donde mi padre dormía, y escuchábamos un cuento en la gran radio, preciosa. Mis dos hermanos no venían; solo ella y yo.

 

Entrevista a Rafik Schami en Cultura/s.

 

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Yo vivía en un apartamento muy pequeño, de dos piezas, tenía un coche rojo, ya antiguo, y sobrellevaba como podía una crisis existencial persistente, a veces paralizante.

 

Si tenía alguna meta más elevada en este mundo, alguna misión, no se me ocurría ningún escenario en el que pudiera encontrarla en un futuro inmediato.

 

En mi trabajo seguro que no. Era periodista a jornada completa, contratado por un periódico importante de una ciudad grande, en una remota oficina de las afueras, y tanto la oficina como el periódico estaban agonizando. Perdiendo dinero y lectores a un ritmo alarmante. Vivíamos el ocaso de la prensa escrita americana, según muchos. Los americanos ya no sabían leer, decían muchas veces los periodistas en voz baja en la cantina, mientras se tomaban un café aguado.

 

El campeón ha vuelto (Duomo Ediciones) —J.R. Moehringer.

 

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La primera novela en cifras:

 

Meses invertidos: 16.

 

Dedicación diaria: 7 horas de media, con máximos de 12 horas y muchos mínimos de 0.

 

Páginas: 354 (por lo menos 90 son paja).

 

Dinero conseguido: 3.950 euros.

 

Impuestos: 1.050 euros.

 

Salario mensual si viviera sólo de escribir: 246 euros.

 

Entrevistas: 16 (2 buenas, 8 regulares y 6 nefastas).

 

Periodistas que han escrito mal mi nombre: 5.

 

Mails de amigos que hacía tiempo que no veía: 6.

 

Mails de amigos pidiéndome pasta: 1.

 

Elogios de gente a la que admiro: 8.

 

Insultos: 3.

 

Tuits del consejero de Cultura: 0.

 

Presentaciones: 4.

 

Asistencia máxima: 30 personas (tengo una familia muy grande).

 

Asistencia mínima: 0 personas (Girona, ¿dónde si no?).

 

Invitaciones para escribir en revistas y periódicos sin cobrar: 5.

 

Invitaciones para escribir en revistas y periódicos cobrando: 0.

 

Jambalaya (Anagrama) —Albert Forns.

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