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Cuando escribo, ofrezco lo mejor, pero también lo peor de mí: mis deseos de reconocimiento, vanidades, los tics nerviosos de mi escritura. Solo la conciencia autocrítica puede remediar las intemperies.
Marta Sanz en El Cultural.
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Acostumbra a decirse como elogio de algunos ensayos que se leen como una novela. Es de suponer que se quiere subrayar con ello el hecho de que no son unos peñazos escritos para hacer currículos o satisfacer ínfulas, pero en realidad se trata de una apreciación doblemente injusta: con el ensayo y con la novela. Con la novela porque presupone que las narraciones son una especie de aguachirle engatusadora, y con los ensayos porque parece que por definición tengan que ser un tostón. Cada género tiene su fuste y su aprovechamiento como cada día su afán.
Con esos pretendidos elogios a los ensayos lo que se quiere decir es que se leen con placer, que deleitan además de enseñar como ocurre con los de Coetzee, los cuales, además, enseñan a elegir maestros y a descubrir sus manos.
J. Á. González Sainz en ABC Cultural.
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Otro fenómeno destacable es que lo que se cuenta es lo que ha podido saberse porque o bien es público o bien es verosímil a partir de lo registrado. Una novela histórica no debe engañar nunca al lector, y no engañarle significa contraer con él un pacto de credulidad. La trama de Apóstoles y asesinos es creíble. Para lograr esa impresión es importante que haya una labor de documentación, que en esta novela es fundamental, además de un deseo de verdad, es decir, de no manipular a unos personajes que, como Seguí, Lluís Companys y Ángel Pestaña, entregaron su vida a unos ideales.
J. M. Pozuelo Yvancos en ABC Cultural.
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At one point in our conversation I ask him whether, during his legendary research process, months and years perfecting the “art of hanging out”, he ever went native, ever forgot he was a reporter. “Never once,” he says firmly. “For Thy Neighbor’s Wife, for example, if a woman was performing oral sex on me I was looking around the room making sure I had the colour of the wallpaper right. I always had that dual perspective. Accuracy was extremely important to me.”
Gay Talese: ‘Most journalists are voyeurs. Of course they are’.
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Ayer en la tertulia estaba hablando el más listo, y otro, más tonto, le interrumpió y soltó una larga parrafada. El listo no insistió, alzó las cejas, se retrepó en el asiento y se mantuvo callado detrás de sus gafas de sol. Recordé que Steiner dice (en Un largo sábado, Siruela) que «los que saben, callan». ¿Por qué callan? Precisamente porque saben. Tienen una coquetería de lo privado. Saben que de nada serviría tratar de explicarse ya que no se les entendería. Sea porque han accedido a sus conocimientos a través de terribles luchas que les han vuelto orgullosos de sí mismos, o al revés, porque han accedido a ellos por facilidad innata que también les hace enorgullecerse de sí mismos y de su privilegiado acceso a lo inefable, los que saben callan.
Ignacio Vidal-Folch en Papel.
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En El año del pensamiento mágico (PRH, 2015), Joan Didion no solo habla de la muerte de su marido sino de la búsqueda de palabras que la ayuden a delimitar su dolor: “La vida cambia rápido. La vida cambia en el instante. Te sientas a cenar y la vida que tenías termina. La cuestión de la autocompasión”. Esas fueron las primeras palabras que Didion anotó después de que su marido muriera repentinamente de un ataque al corazón mientras estaban cenando. Durante mucho tiempo no escribió nada más. En La moda negra. Duelo, melancolía y depresión (Sexto Piso, 2011), el psicoanalista británico Darian Leader explica que esas palabras funcionan como unidades de sentido, simples marcas para un punto de ausencia real.
Duelo y melancolía. Cuando la literatura cura.
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Estos cronistas nóveles ya aprendieron el arte de la modestia, del hacerse a un lado y dejar que la historia se cuente sola. Los comienzos son mejores que los finales, pero eso es lógico: es mucho más difícil encontrar un buen final. Eso se aprende con el tiempo.
¿De qué escriben los jóvenes cronistas argentinos?
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—Usted tiene un montón de respeto hacia el campeón, incluso cuando descubre cosas terribles en su pasado. ¿Por qué?
—Era un hombre que sufría una enfermedad mental, problemas de conducta… Hubiera sido muy fácil por mi parte, al descubrir esas cosas, demonizarlo o indignarme y gritarle, ese fue mi primer impulso, pero finalmente mantuve una mente abierta para conservar algo de la maravilla.
—En manos de otro escritor hubiera sido un monstruo.
—De más joven, hubiera tratado esta historia sin respeto. Lo que usted comenta es fruto de mi madurez: descubrir su peor parte y pese a ello mantener nuestra relación. No voy a decir que fuera fácil. Pero yo me había acercado a él por algo, y no podía abandonar.
Entrevista de Xavi Ayén a J.R. Moehringer en La Vanguardia.
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Esto no quiere decir, claro está, que nos tenga sin cuidado el aspecto estético al ordenar los libros en los estantes de nuestras casas. Se ordenan los libros como se vive. El descuidado los tiene todos mezclados, así nomás. El obsesivo los coloca en función de múltiples categorías: inicial del apellido del autor, nacionalidad, género, cronología, colecciones, idiomas, etcétera. El marketinero pone los mejores libros de su biblioteca en los estantes del final, de manera que quien quiera llegar hasta ellos se vea obligado a pasar frente a todos los demás. El sentimental monta un pequeño altar y ubica allí, todos juntos, los volúmenes a los que más cariño profesa. El procrastinador siempre tiene pilas de libros fuera de los estantes, aquí y allá, y siempre está a punto de acomodarlos en su sitio, pero siempre le aparece algo más urgente que hacer. El insatisfecho los ordena en función de un cierto criterio pero, con bastante frecuencia, se da cuenta de que hay una categoría mejor, así que se pasa días enteros sacando todos de su lugar y dándoles el orden nuevo, el cual permanecerá vigente hasta que la persona advierta que hay un criterio mejor y vuelva a empezar.
A todos los lectores nos encanta pararnos cada tanto frente a ellos y pasear la vista por los lomos, autores y títulos. Es como pararse frente a un edificio enorme y prestar atención a los balcones y ventanales, y pensar en las vidas y las historias que transcurren allí dentro. En los libros ya leídos, uno recuerda, más o menos vagamente, esas vidas e historias. En los que le quedan por leer, las imagina.
Cristian Vázquez en Letras Libres.
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And I do think blogging is really bad for writers. Ask Andrew Sullivan. He almost had a breakdown. You can see the quality of bloggers’ writing decline. We hired Walter Kirn to be our every-other-month columnist. We’re sending him to the Republican National Convention but don’t want him to blog because we don’t want to dilute what he’s doing for the print magazine.
Entrevista a Rick MacArthur en Poynter.
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I’m not very good at talking about my novels until I’ve read the reviews.
JOSEPH HELLER#fiction #writing pic.twitter.com/cCAR0cI9U9— Jon Winokur (@AdviceToWriters) 14 de julio de 2016