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Mientras tanto2016/30 — Un traje a medida

2016/30 — Un traje a medida


 

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Cuando se está escribiendo una novela es raro que se lea al mismo tiempo alguna de gran calado, porque cada una de esas dos tareas, escribir novelas y leerlas, requiere una dedicación casi idéntica, una entrega incondicional y duradera. Las fuerzas de la imaginación que hay que concentrar en inventar y escribir difícilmente pueden repartirse o distraerse. Dos inmersiones a tanta profundidad no son compatibles, y no hay tanta distancia entre lo que hace el novelista y lo que hace el lector.

 

Antonio Muñoz Molina en Babelia.

 

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Peter Thiel es un confeso admirador de Ayn Rand, la autora de La rebelión de Atlas, defensora del egoísmo racional, el individualismo y la plena libertad. El magnate californiano se define como libertario y siente que este ideario encaja con su carácter empeñado en sacar los pies del tiesto, en no seguir a la manada, en mostrarse contrario a las normas. Pero mucha atención con romper las que protegen su intimidad. El pulso de este campeón infantil de ajedrez y dotado matemático nacido en Alemania, no tiembla a la hora de firmar cuantos cheques sean necesarios para obtener su ración de venganza. Así lo demuestra el implacable acoso en la sombra al que ha sometido a la página web de noticias Gawker. La compañía del británico Nick Denton es la casa madre de Valleywag el confidencial sobre Silicon Valley que en 2007 publicó una nota anunciando que Thiel era gay y describiéndole como “el inversor de capital riesgo más listo”. Elogios aparte, sí, es gay y cristiano, algo de lo que tampoco le gusta hablar. Mucha gente en el valle tecnológico lo sabía, pero la noticia no le cayó bien. “Valleywag es el equivalente de Al Qaeda en Silicon Valley”, afirmó Thiel.

 

Se estima que ha gastado cerca de de 10 millones de dólares en hundir a Gawker, encima, por caso legal indirecto. El pasado mayo Thiel anunció que había financiado el coste de las acciones legales emprendidas por el luchador Hulk Hogan contra la web de noticias, por haber difundido un vídeo donde mantenía relaciones sexuales. “Es una de las causas filántropicas más grandes que he acometido”, declaró el magnate. La sentencia de un jurado de Florida, aún pendiente de recurso, penaliza a Gawker con 140 millones de dólares de multa por daños y prejuicios. La empresa se ha declarado en quiebra, y este no es el único caso que Thiel está financiando. El resto de la lista aún no se ha hecho pública.

 

Thiel, el temible libertario.

 

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Si Declan Patrick MacManus (Londres, 1954) no hubiese utilizado el nombre artístico de «Elvis Costello», probablemente no lo conocerían ni en su casa a la hora de comer; por poner un par de ejemplos más cercanos, es como si Enrique Ortiz no se hubiera llamado a sí mismo «Bunbury» o María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández no hubiera adoptado el nombre de «Sara Montiel» . Esta conciencia temprana de que el nombre propio es claramente impropio a la hora de emprender una carrera artística es, sin duda, admirable.

 

Julián Hernández sobre Elvis Costello en ABC Cultural.

 

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El derrame de elogios ha estado a la altura del gremio de críticos televisivos on-line (uno de lo menos exigentes que ha conocido la historia): ditirámbico, un puntito ido, apenas refrenado por el terror a deslizar inadvertidamente un spoiler (lo que contribuye a publicar unos textos donde apenas se entienda algo). La confluencia de estas estrategias deja la sensación de una competencia a tumba abierta por ver quién exhibía con más devoción los espasmos de su placer.

 

Gonzalo Torné en El Cultural.

 

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En el gesto hay también un mandato: Günter Grass (que nunca se traicionó, que fue siempre fiel a una idea personal de lo que significa ser un escritor, que nunca aceptó ningún cargo público ni permaneció cerca del poder por demasiado tiempo) escribió un último libro poético y conmovedor, íntimo y político, necesario. Uno de sus mejores libros.

 

Patricio Pron sobre Günter Grass en Babelia.

 

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Lo que se llama cultura de Nueva Orleans no es solo la fascinante mezcla de herencia española, francesa y africana que respira. En el origen del jazz y el rythm and blues, esta era la auténtica ciudad pecado. “Nueva Orleans tenía una reputación de ser un lugar de pasárselo bien, ¿sabes?”, relata Marsalis. “En muchas otras partes del país, gente de ciertas tendencias religiosas nos miraba como la sin city original, incluso antes de Las Vegas. Lo que pasó fue que la ciudad en un momento dado se puso a la altura de la fama. Solía ser un lugar de 24 horas, fiesta toda la noche, putas por todas partes y juego antes de que hubiera casinos. Venía gente muy rica de otros sitios a gastarse el dinero aquí y a hacer cosas que no podían realizar donde vivían. Básicamente, eso era Nueva Orleans: the big easy”.

 

Entrevista de Pablo Ximénez de Sandoval a Ellis Marsalis en Babelia.

 

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Desde que su marido Allan le regaló la primera cámara a los 18 años hasta que se suicidó con barbitúricos y una cuchilla a los 48, Diane Arbus (Nueva York, 1923 – 1971) no dejó de hacer fotos, revelarlas, imprimirlas, almacenar hojas de contactos, llenar diarios y cuadernos de citas, escribir cartas y textos que nunca se publicaron. No dejó de alimentar un mito a la altura de su personalidad y de sus perturbadoras imágenes. Arbus era adicta al peligro, al sexo, a las rarezas humanas. Y escribía casi tan bien como miraba. “Hay una especie de mal olor aquí, como si dios estuviera cocinando sopa de pollo en el cielo. Y el lenguaje está lleno de dinero”, escribió durante un viaje a Florida. “Los freaks no tienen que ir por la vida temiendo lo que podría pasar porque ya les ha pasado. Ellos ya han pasado su prueba. Son aristócratas”, dijo de los personajes que fotografió.

 

Diane Arbus. Así empezó todo.

 

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Muchas editoriales hacen exactamente lo mismo que las bibliotecas: si un libro no alcanza tales cifras de venta en tal periodo de tiempo, se destruye. Copio a continuación la carta que envía un sello editorial a sus autores, llegado este momento:

 

«Apreciados/as amigos/as,

 

Adjunto les enviamos carta solicitando permiso para destrucción de libros.

 

Por favor, rogamos su respuesta a la mayor brevedad posible».

 

Los/as propios/as autores/as se ven obligados/as a dar el tiro de gracia a su obra.

 

Alberto Olmos en El Confidencial.

 

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García Márquez, por ejemplo, quiso salirse de la órbita creada por Cien años de soledad, casi un agujero negro que chupaba todo lo que pasase cerca y amenazaba con chuparle a él, e intentó romperla en El otoño del patriarca, ese admirable fracaso. Pero la escasa comprensión de un mundo que esperaba Doscientos años de soledad le obligó a volver a la senda, no del realismo mágico, etiqueta que solo sirve para hacerle la vida fácil a críticos, profesores y periodistas, sino de la claridad narrativa, la prosa transparente que caracterizó todos sus demás libros.  

 

Pedro Sorela en su blog.

 

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—¿Qué hay de sastrería en la biografía?

 

—Que cada traje es a la medida. Y que hay que tener ojo para hacer bien las siluetas.

 

Entrevista de Pablo de Llano a Enrique Krauze en El País.

 

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Tuve el privilegio de que mis padres fueran dos grandes lectores. Mi padre leía libros de historia y novela española y mi madre novela policiaca e histórica. Mi padre bebía whisky y mi madre ginebra; mi padre fumaba negro y mi madre rubio. Lo mejor de lo mejor.

 

Entrevista de Juan Cruz a Rafael Reig en El País.

 

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Uno de los mayores beneficios del uso de las historias de ficción en la formación de los especialistas radica en la posibilidad de pensar situaciones y experimentos que plantean conflictos éticos y morales de un modo más distante y menos apasionado que ante los hechos de la realidad. Está comprobado que el consumo de narraciones (literatura, cine, series, etcétera) ayuda a mejorar la teoría de la mente, es decir, la capacidad de comprender y reflexionar acerca del estado mental de otra persona y, en consecuencia, poder prever en cierta medida su comportamiento futuro. La empatía, ese poder ponerse en el lugar del otro, es uno de los rasgos que más se benefician con las historias de ficción.

 

Cristian Vázquez en Letras Libres.

 

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Unos años antes, James Gordon Bennett había sido el creador de lo que se denominó entonces nuevo periodismo y hoy conocemos como prensa sensacionalista. Partiendo de la base de que un periódico debe ser sobre todo un buen negocio, Bennett incorporó un nuevo estilo de narrar los acontecimientos cotidianos. No le faltaba cierta dosis de razón cuando dijo: “Shakespeare es el gran genio del drama; Walter Scott, de la novela; Milton y Byron, de la poesía; y yo, yo creo que soy el genio de la prensa periódica”.


La guerra particular de W. R. Hearst con España, Cuba y la verdad.

 

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Cuando veo alguno de los anuncios más estridentes me doy cuenta de que me estoy haciendo más viejo o más tonto. O más viejo y más tonto. El de la Lotería Primitiva («no tenemos sueños baratos») muestra un fervor por el dinero que es quintaesencia de la época: un individualismo que quiere alejarse de la realidad hiriente como sea, y lo hace además con desprecio por la sutileza, por la inteligencia. Enlaza con otro, protagonizado por una de esas muchachas en las que el culto al cuerpo es religión, y a la que le faltan horas para depilarse, tostarse, maquillarse y lanzarse a una desenfrenada carrera de fiesta en fiesta en las que el alcohol y el aturdimiento parecen constituir la esencia del verano. ¿Dónde queda la lectura en ese plan de vida verdadera? Puede que algunos no tengan sueños baratos, pero nada más enriquecedor y más barato que un libro para soñar y viajar más lejos y más adentro.

 

Alfonso Armada en ABC Viajar.

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