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Baudelaire es un fervor que se adquiere de joven y no se pierde ya nunca. Su lectura está asociada para mí al despertar definitivo de la vocación. La vocación de escribir, desde luego, pero sobre todo la de observar apasionadamente el espectáculo de la vida diaria, de encontrar las máximas posibilidades de la belleza en las caminatas por la ciudad y en todos los regalos que se ofrecen mezclados a los cinco sentidos. El despertar verdadero de la vocación es el de la mirada y el oído, y el hallazgo de un tono de voz que se corresponda justamente con aquello que uno siente que tiene que celebrar y contar. Al llamar a sus breves textos narrativos y reflexivos “poemas en prosa”, Baudelaire estaba rompiendo por primera vez el dique expresivo no entre el verso y la prosa, sino entre el lenguaje de la poesía y el de la narración, fundiendo el uno con el otro en una escritura incandescente que reunía las capacidades más poderosas de los dos: la precisión del documento y la resonancia misteriosa de las palabras del idioma; la crónica y el vaticinio, la crítica social y el arrebato visionario.
Antonio Muñoz Molina en Babelia.
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Yo escribía para niños. No sé si ahora lo haría. De hecho, las nuevas ediciones de mis Manolitos se han publicado en una colección de adultos. No quiero problemas. Así, si uno de tantos comités inquisidores que han surgido en España señala uno de mis libros como inadecuado podré defenderme.
Elvira Lindo en El País.
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Yo vengo de una escuela muy documental, muy del reportaje fotoperiodístico, aunque no ligado a la actualidad del día a día. Y creo que buena parte de la gran literatura surge de reporteros. Por ello, no me invento nada. Otra cosa es que me mueva con libertad, algo a lo que la fotografía me obliga. La mía no es en absoluto elaborada: yo trabajo con lo que me encuentro. Tal vez lo más pensado en mi obra es la luz, pero no porque yo la añada, sino porque elijo mucho los momentos. Mi manera de trabajar es con tiempo. De forma que he realizado un trabajo muy subjetivo, pero muy apegado a la realidad, y a la realidad que conocemos. Y busco resultados más metafóricos que documentales. Porque, si no, al final terminas haciendo un libro de monumentos o de Historia del Arte. Lo que quería era mostrar el mundo de hoy en los escenarios que vivió Cervantes.
Entrevista de Javier Díaz-Guardiola a José Manuel Navia en ABC Cultural.
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Lector ávido de Historia, geografía y literatura, Manu [Leguineche] sigue la máxima de Camba: descubre el ser de los países y las ciudades por sus olores. Prodigioso observador, sus descripciones te hacen la boca agua, con excursos históricos que enriquecen la virtud de la mirada, y una capacidad inagotable de escucha. Practica la máxima de los sabios griegos: el viajero perfecto crea el país por donde viaja. En su caso con una insólita amalgama de curiosidad y escepticismo, inocencia y compasión. Para él, el periodismo es una forma de estar en el mundo. Lo vive todo, se lo bebe todo. Difícil imaginar un mejor compañero de viaje que este Manu que apunta sus mejores dotes.
Alfonso Armada en ABC Cultural.
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Hace dos sábados el suplemento Babelia dedicaba un reportaje a un sueño que a mí me parece del pasado remoto: la lectura pausada y por placer durante el verano. Incluso se preguntaba a un montón de editores (gente que el resto del año lee por obligación) en qué se iban a sumergir durante el mes de asueto, a lo cual más de uno respondía lo que otras veces he respondido yo mismo: “A ver si me pongo por fin con todo Proust”. Proust –En busca del tiempo perdido– ocupa cuatro gruesos tomos de letra apretada y papel biblia en la edición de La Pléïade, unas cuatro mil páginas sin contar notas, variantes y esbozos. En español, en la única traducción digna del nombre pese a su antigüedad y sus defectos, la de Pedro Salinas y Consuelo Berges, de Alianza, los volúmenes eran siete, uno por título. ¿Alguien cree que eso se puede leer en el transcurso de un mes escaso, de lo que hoy disponen los más afortunados para “veranear”? (El propio verbo ha caído ya en desuso, si se piensa bien.) Es cierto que los lectores empedernidos somos irracionalmente optimistas, y cada vez que emprendemos un viaje –incluso si es de trabajo– echamos a la maleta más libros de los que seríamos capaces de abarcar. Me imagino que quienes tengan e-book se llevarán un cargamento aún mayor. Mi experiencia me ha enseñado que en esas salidas breves suelo regresar, a lo sumo, con dos o tres capítulos leídos en la incomodidad de un aeropuerto. En agosto consigo acabar dos o tres obras, si no son demasiado extensas, y eso que no me veo distraído por Internet (no uso ordenador), ni por teléfonos inteligentes (no tengo), ni por videojuegos (jamás me he asomado a uno), ni por ninguno de los mil artilugios que atarean hoy a las personas para que no se sientan “solas”, pese a estar rodeadas la mayoría, velis nolis, por familias numerosas y vecinos cargantes.
Javier Marías en El País Semanal.
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Estoy tan de acuerdo con esto de Ferlosio que me asusta pic.twitter.com/yfoHonI7go
— Holden Caulfield (@guardian_el_) 30 de julio de 2016
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“¿Que por qué creer en los libros?”, espeta el editor mientras deja su mirada clavada en el cielo. Se toma unos minutos y responde: “Uno podría plantearse como Pascal esta especie de duda existencial sobre si Dios existe o no, pero los editores independientes somos creyentes de nacimiento. No es que tengamos que creer en los libros, es que no podemos hacer otra cosa. Cualquier persona con algo de cabeza jamás se montaría una editorial, mejor un piso de turistas en Madrid o Barcelona, pero nosotros somos un poco enfermos”. De libros, se supone.
Editorial Contra: enfermos de literatura.
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Columna de @RafaelReig del 7/5/2011. No he vuelto a leer nada mejor sobre cómo alguien se convierte en lector. pic.twitter.com/cvrPuqS7Cw
— Belén Bermejo (@BelenBermejo) 28 de julio de 2016
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En verdad, cuando publicas un libro es porque has encontrado algo bueno que crees que puede llegar a mucha gente; si crees que ese libro que a ti te ha interesado solo puede llegar a cinco o seis lectores, entonces no lo puedes publicar. Una cosa es que, al final, el libro termine gustando solo a seis, pero esta no puede ser la idea inicial. Para publicar debes tener la confianza de que el libro puede interesar a muchos lectores y, en ocasiones, publicas obras que tú reconoces que son buenas, pero que no te interesan como lector, pero las publicas igualmente porque son buenas y porque estás convencido de que son susceptibles de interesar. Volviendo al tema de antes: no hacemos lo que los lectores quieren, pero publicamos para los lectores.
Entrevista de Anna María Iglesia a los editores de Malpaso.
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A story needs rhythm. Read it aloud to yourself. If it doesn’t spin a bit of magic, it’s missing something.
ESTHER FREUD#fiction #writing— Jon Winokur (@AdviceToWriters) 2 de agosto de 2016
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Leer a los clásicos es un acto de egoísmo; leer a nuestros contemporáneos un gesto de altruísmo.
— Gonzalo Torné (@gonzalotorne) 1 de agosto de 2016
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Entre 1932 y 1938 Saint-Exupéry colaboró con algunos de los principales diarios franceses de su tiempo, como Paris-Soir y L’Intransigeant, así como con el semanario político y literario Marianne, fundado por Gaston Gallimard, y con otras publicaciones especializadas. Desempeñó este trabajo buscando fórmulas propias, como en el resto de su obra, lo que hace que su aportación resulte tan singular, y sin traicionar su modo de entender la escritura, en su caso como consecuencia de la propia acción. “No hay que aprender a escribir sino a ver. La escritura es una consecuencia”, le decía ya con 23 años a su amiga Renée de Saussine. Y este mismo principio lo aplicó al periodismo, que nace de su propia experiencia. “Reportajes vividos” les llamaba él a las crónicas que escribió para la prensa de la época, entre las que se encuentran las que publicó tras estar en dos ocasiones en la Guerra Civil Española, de cuyo comienzo se cumplen ahora 80 años.
Saint-Exupéry, el reportero olvidado de la Guerra Civil Española.
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Dos días y dos noches escribiendo sin parar. De pronto me daba cuenta de que se me clavaba una cosa de la silla, el comienzo de la pata en la nalga. ¡Tengo que cambiar de postura, tengo que cambiar de postura! Pero no podía moverme. Sólo escribir. En fin, era la época triunfante de las anfetaminas y de la mejor, la Dexedrina spansule, que era norteamericana.
Entrevista de Arcadi Espada a Rafael Sánchez Ferlosio.
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Dice Larissa MacFarquhar, una periodista especializada en hacer perfiles para la revista The New Yorker, que para llegar al fondo de los personajes “lo esencial es aprender a callar.”
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«No olvidaré jamás una famosa pregunta de Mariano Guillén, la noche en que inauguró sus tareas como noticiero político de El Liberal.
Venía de ser redactor de La Correspondencia y no conocía, por consiguiente, las costumbres de nuestra casa, ni la fisonomía del periódico. Sentose, pues, a mi lado en la mesa grande, y sacando del bolsillo un fajo de papeles en los que había varias notas referentes a otras tantas noticias, me preguntó en voz baja:
–Dime, Luis, ¿aquí se adjetiva?
–Según el adjetivo que sea –le contesté yo.
–¿Puedo llamar ‘autor distinguido’ a Pina Domínguez?
–De ningún modo; llámale ‘fecundo’ y va bien despachado».
Luis Taboada.
«Intimidades de un autor festivo.
Empleado en seguros y redactor de El Liberal».
Alrededor del mundo, 17-11-1899.
En el blog de Isabel Gómez Rivas.
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Quizás el autor de Impresiones de África descubriese tardíamente la famosa frase de Blaise Pascal acerca de que “la mayoría de los males le vienen a los hombres por no quedarse en casa”; tal vez la conociese pero no pudiera o no deseara desoír los cantos de sirena de las tierras exóticas y la industria del turismo. En cualquier caso, Raymond Roussel viajó mucho; sólo entre 1920 y 1921 visitó con su madre (quien transportaba entre sus pertenencias un ataúd en la previsión de que muriera durante el trayecto) India, Australia, Nueva Zelanda, Polinesia, China, Japón y Estados Unidos, aunque es improbable que haya visto algo de todo ello: como recordaba Enrique Vila-Matas en este periódico hace algunos años, cuando un amigo le escribió diciéndole que lo envidiaba por las puestas de sol de las que debía estar disfrutando durante sus viajes, Roussel le confesó que no había visto ninguna. Estaba demasiado ocupado escribiendo en su camarote, de donde no había salido ni una sola vez en todo el viaje. Roussel siempre había sido un raro.
Raymond Roussel no sale de su camarote.
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«La democracia está enferma, efectivamente, y no sólo en Europa -asegura David Van Reybrouck-. En resumen, creo que hemos reducido la democracia a los partidos políticos y los debates televisivos, y esa combinación, amplificada por los medios, es tóxica. La principal constatación de mi libro es que hace dos siglos que hemos hecho una asociación indisoluble entre democracia y elecciones, y eso ya no funciona hoy. Es más, empieza a ser peligroso pensar que no hay alternativas a las elecciones dentro de la democracia». Y añade: «Con este libro he querido explicar que sí hay salidas. Estamos todos en una habitación en la que empieza a escasear el oxígeno, pero hay una ventana que podemos abrir».
Lo que el autor propone, introducir el sorteo para elegir a los que toman las decisiones, es algo que choca. Él se defiende: «En 1850 hablar del derecho de voto de las mujeres también fue muy chocante. Cada innovación democrática ha empezado con un choque, desde el sufragio universal. Todo parecía insensato. Y pasa lo mismo con la elección por sorteo. Cuando alguien escucha por primera vez esto, cree que es una idiotez y, sin embargo, es un procedimiento perfectamente conocido y respetable en la Historia de la democracia. Además, en realidad la elección por sorteo es algo que ya se emplea en nuestras democracias, pero se hace de la forma menos indicada. Con las encuestas de opinión se hace cada día: se llama a miles de personas por teléfono y se les pregunta qué piensan de tal o cual cosa, de modo que luego eso es tenido en cuenta a la hora de tomar decisiones».
Enrique Serbeto en ABC Cultural.
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La aldea digital se va de vacaciones.