Home Mientras tanto 2016/37 — La calidad de los libros

2016/37 — La calidad de los libros

 

 

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Hubo un tiempo en que a Woody Allen (Nueva York, 1935) se le reprochaba la influencia de sus cineastas fetiche, Bergman (Interiores, 1978), Fellini (Recuerdos, 1980), pero ya no. A sus 80 años, su extensa filmografía se acerca a ritmo frenético al medio centenar de filmes, colecciona —sin entusiasmo— tres estatuillas como guionista, una como director por Annie Hall (1977), dos Globos de Oro, una decena de Baftas y un Oso y León de Oro en Europa, y acumula un total de 77 nominaciones a los premios más prestigiosos del cine. Ahora es innegable que tiene un estilo propio, una visión única de un universo temático acotado que le pertenece en exclusividad, su forma singular de contar cine. Existe el “toque Woody Allen”. Y al fin sabemos que es irrepetible. Un cineasta de su talla, de su asombrosa versatilidad e incomprensible productividad, solo es comparable con la mejor versión de sí mismo. Y eso es lo que se hace. Tras cada esperado estreno anual es inevitable echar la vista atrás y comparar. Quién iba a pensar que esta confrontación sería tan dura, la más odiosa, porque desde hace una década Woody Allen siempre pierde contra sí mismo.


Woody Allen a través del espejo.

 

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No es posible sustraerse a su hechizo. Como no es posible ignorar su diagnóstico. Porque entre la compasión y la clarividencia, desnudos de esperanza pero huérfanos de saber, casi todos los que se vacían ante la grabadora de Aleksiévich confiesan sentirse perdidos, sin mapa, sin brújula. La paradoja es la tierra madre que alimenta la mayor parte de testimonios. Gentes que odian el comunismo y a la vez confiesan vivir aplastadas por una libertad de mercado, la profetizada en su momento por los Gaidar y los Chubais, que los ha condenado a nuevas formas de explotación y oprobio; gentes que se vanaglorian de haber levantado un imperio sin parangón y hoy sienten añoranza de las patologías estalinistas; gentes cuyos hijos han vertido su sangre en Afganistán y en Chechenia y cuyos padres defendieron Leningrado y tomaron el Reichstag; gentes que cambiaron los afiches de Gagarin por los pins de Gorbachov; gentes que se aferran a la tierra preñada de curio y de estroncio.

 

Ricardo Menéndez Salmón en ABC Cultural.

 

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Los libros nunca son libros a secas: siempre son buenos o malos, o algo dentro de la extensa gama intermedia. La literatura, en cualquiera de sus géneros y formatos, está ahí para ser juzgada. La calidad no es un color más que se le aplica cuando los materiales ya están en su lugar, sino uno de los elementos constitutivos, el verdadero argumento del texto, más allá del aparente. Más que un elemento constitutivo, yo diría que es el elemento generador; si no hay una promesa de excelencia no vale la pena empezar siquiera. Eso me ha llevado a pensar que la calidad ya está anticipada en la literatura; en realidad, no podría ser de otro modo, tratándose de una actividad sin ninguna función que la justifique ante la sociedad; necesitada de ser buena para existir, tiene que disponer en sus premisas de los instrumentos para serlo.

 

César Aira en ABC Cultural.

 

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No hace falta ser un admirador de Denis Johnson para disfrutar de Los monstruos que ríen. Ni siquiera hay que tener ideas de ninguna clase al respecto. Sólo hace falta saber leer, conocer bien el español (en este caso), tener algo de tiempo, no estar muerto de sueño, disponer de un sofá cómodo y, por supuesto, tener un cierto hábito de lectura. Con eso basta: usted entrará en el libro, comenzará a leer y lo leerá a largos y ansiosos tragos, sin poder parar. Se detendrá, aquí y allá, a considerar que la traducción de Javier Calvo debe de tener mucho que ver con la tensión, la precisión, la brillantez de un texto lleno de imágenes. Parará un par de veces probablemente, quizá para comer o prepararse un pequeño refrigerio. Si lo empieza por la tarde tendrá que parar para dormir. Mejor empezar por la mañana y leerlo todo en un día. No es cuestión de que pueda hacerse, sino de que usted lo hará si puede, porque deseará seguir leyendo y porque necesitará seguir leyendo, hasta llegar al final.

 

Andres Ibáñez en ABC Cultural.

 

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A vueltas, pues, con la ficción y los límites de la realidad, destaca Navarro que ha intentado solucionar este problema en el propio libro, en los tres o cuatro meses que le llevó la escritura y corrección, sabiendo que “incluso el relato biográfico habría sido una ficción más. Es sabido que la memoria no es estable y que la intencionalidad modifica el relato. Hay quien cree que decir que todo es ficción es una frivolidad, y que apela a una suerte de pureza de los hechos; sin embargo, ningún hecho puede ser contado sin ser interpretado, y no hay dos maneras iguales de vivir un mismo hecho. Lo que sí es una frivolidad es creer que las ficciones no tienen efectos”.


Elvira Navarro sueña el final de Adelaida García Morales.

 

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Lo que sí me parece útil es empezar a preguntarse seriamente por el ‘secreto’ de las Redes Sociales, y más particularmente de la más inquieta de todas, Twitter. Ahora mismo es imposible defender aquellos optimismos del ‘pensamiento colectivo’, de la ‘creatividad en grupo’ y de la formación de algo así como una ‘realidad alternativa’, puras supersticiones expresadas en tiempos de ignorancia. Más bien al contrario, a medida que la misma realidad de los titulares de los periódicos ha ido invadiendo los trending a lo que más nos parecemos sus usuarios es a ese grupo de jubilados que reunidos frente a un televisor más o menos bien sintonizado no dejaban pasar la menor oportunidad de aplicarle un chascarrillo a la noticia o tirarle una puyita al locutor de turno.

 

Gonzalo Torné en El Cultural.

 

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Bill Kovach y Tom Rosenstiel, dos grandes estudiosos del oficio, publicaron a principios de siglo sus conclusiones de una investigación que diera de sí un código de los elementos esenciales del periodismo (Elementos del periodismo,2003, publicado en España en 2012). Estos son los puntos derivados de su investigación: “1. La primera obligación del periodismo es la verdad. 2. Debe lealtad a todos los ciudadanos. 3. Su esencia es la disciplina de verificación. 4. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quienes informa. 5. Debe ejercer un control independiente del poder. 6. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario. 7. Debe esforzarse por que el significante sea sugerente y relevante. 8. Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas. 9. Debe respetar la conciencia profesional de sus profesionales”.

 

Juan Cruz en El País.

 

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Dentro de la minoría que lee, hay una minoría que algo puede haber leído de Ricardo Piglia. Y dentro de esa minoría que ha leído Formas breves o Blanco nocturno, hay un grupúsculo para el cual estos diarios completos del escritor argentino constituyen la bendita prórroga de un espectáculo que parecía haberse terminado. Me cuento dentro de esta facción que no quiere que se acabe la música.

 

Alberto Olmos sobre Ricardo Piglia en El Confidencial.

 

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Ella [Paulina Flores] se revela feminista, pero asume que su oficio consiste en contar las cosas como son. Si el libro no es reivindicativo, es porque es como la vida misma. «No escribo sobre cómo deberían ser las mujeres tras la revolución feminista, sino sobre cómo son ahora las mujeres, y algunas son muy machistas».

 

Paulina Flores: la revolución chilena es feminista y de clase obrera.

 

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Uno de estos lectores, Manuel Cosmen García, me envió ayer el siguiente mensaje:

 

“He convertido en costumbre entretener el largo trayecto en transporte público que cada mañana tengo que hacer hasta mi trabajo leyendo en el móvil la edición digital de EL PAÍS. Y eso me permite comprobar que está escrito como con prisas y sin cuidado. Los errores de todo tipo se multiplican. Evidentemente, el trabajo de corrector de pruebas ha debido pasar a la historia. El resultado es un periódico mal escrito. Y un pésimo ejemplo para los lectores. Algunos errores son de tal calibre que no pueden pasar desapercibidos. Pero otros pueden ser tomados como construcciones correctas y pasar a formar parte del lenguaje de algunos de esos lectores. Los medios de comunicación tienen muchas responsabilidades. Varias de ellas tienen que ver con la cultura de sus lectores. Y el cuidado del lenguaje debería ser una preocupación principalísima para todos, desde el director hasta el último becario incorporado a la redacción”.

 

En el blog de la defensora del lector de El País.

 

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Los columnistas en EE UU son columnistas, los escritores escriben libros. Son dos oficios distintos. Y eso permite a los novelistas entregarse a una existencia más sosegada, no expuesta al juicio continuo.

 

Elvira Lindo en El País.

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