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If you can’t write clearly, you probably don’t think nearly as well as you think you do.
KURT VONNEGUT#amwriting #writing #writetips pic.twitter.com/d3LG0C607o— Jon Winokur (@AdviceToWriters) 24 de septiembre de 2016
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A Tipos Infames se les conoce por ser la librería hípster a la que acuden más escritores. El barrio, desde luego, invita a que así sea. “Malasaña nos gustaba y pensamos que nuestra idea podía encajar bien aquí. Ninguno vivíamos en el barrio pero lo bueno o malo que teníamos estaba en Malasaña”, revela el tipo infame. Presentaciones, exposiciones, catas de vinos… toda una colección de actividades son propuestas cada semana. “Quizás nuestra favorita es la de ‘Librero por un día’, cuando le proponemos a un escritor que haga la parte más bonita del oficio que no es desembalar cajas ni hacer facturas, sino recomendar libros”.
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Los periodistas y los críticos, también los blogueros, se hacen con un ejemplar de la novedad desproporcionada y, en dos días, obligados por la prisa profesional, son capaces de: a) hacer una entrevista a su autor, b) escribir una reseña del libro y c) recomendarlo vivamente. Todo ello, qué duda cabe, sin haberse leído completo el libro, pues solo la tarea de pasar sus páginas una a una (imaginen lo que es pasar una a una 1.000 páginas, por favor), ocuparía toda la tarde, y la mayoría de nosotros tenemos otras cosas que hacer, aparte de pasar páginas.
Así las cosas, el lector incauto o enteradillo se compra el tocho recomendado por alguien que no lo ha leído, y lo primero y único que hace es fotografiarlo con su móvil y subir la imagen a Twitter para despertar algún rencor entre todos aquellos que no se pueden permitir gastar 30 euros en un libro. Después de fotografiarlo, ¿lo leen? Si tenemos en cuenta que a la semana siguiente están subiendo la foto de otro libro de 1.000 páginas, la respuesta parece clara.
Alberto Olmos en El Confidencial.
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Helena tiene 16 meses, y hace algunas semanas pretendió ser escritora, como su padre, así que se puso a aporrear el teclado de su ordenador. Se lo había visto hacer a él montones de veces, a cualquier hora, y sin demasiado criterio. Quizá dedujo que podía ser divertido. Las frases fluían, aunque no tuviesen sentido. A su padre, que la había sentado en sus piernas, le resultó entrañable el modo ingenuo con el que jugaba a escribir, y ligeramente tosco, como tocar un tambor. Empleó tanta energía, que en unos pocos segundos consiguió estropear el ordenador. Cuando su papá se dio cuenta de que no funcionaban las teclas e, w, r, q, s y t, se subió por las paredes. No le gritó porque era una niña de 16 meses, pero en cuando la madre llegó a casa, le anunció con enorme malestar que su hija le había jodido el portátil. La broma de parecer escritora, en lugar de una niña que no sabía ni hablar, iba a costarle cara. A la larga, no se podía escribir nada ameno, profundo o inteligente, sin esas cinco letras. Ni siquiera un sincero y simple «te quiero». En efecto, tres días después del accidente, el padre de Helena, es decir yo, tuvo que comprarse un portátil nuevo. Y todo porque nunca nos conformamos con hacer cosas propias de nuestra edad.
Juan Tallón en El Progreso.
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Pero el clima de intimidación sí va surtiendo efecto, me temo, y por mi parte observo con escándalo e indignación cómo -a despecho de tantas incontestables pruebas en las que uno sigue confiando tozudamente, incluidas algunas fotografías inequívocas- la operación de “borrado” de un segmento de la memoria de Bolaño (de quien, significativamente, todavía no se ha escrito ninguna biografía) tiene visos de conseguir sus objetivos, ilustrando una vez más de qué manera, por poco que nos descuidemos, se escribe la historia, cualquier historia.
Roberto Bolaño borrado. Por Ignacio Echevarría.
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El ensayo literario, que tiene entre nosotros un arraigo leve, permite a quienes lo practican expresar lo que piensan, sienten, basado en argumentos sólidos, si bien no fijos. El autor de un ensayo literario dice lo mejor que sabe sobre una cuestión, sin dar por zanjado el asunto. Sólo las culturas intelectualmente fuertes y abiertas aguantan esta levedad del género que ve posible mejorar el modo de entender la realidad, cambiar, y construir sobre los principios ciertos que poseemos, como la fuerza moral.
Germán Gullón sobre Juan Mayorga en El Cultural.
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El estallido de esa bomba de tiempo que son los diarios de Donoso es la comprobación de que finalmente ese joven miope y anglófilo logró lo que perseguía con ahínco: escribir la gran novela chilena. Una gran novela que quizás, para impotencia del mismo joven anglófilo Donoso, no es una novela, sino estos diarios. O quizás la gran novela chilena sea el diálogo inacabado y perverso entre las entradas del diario y sus salidas novelescas, la alegoría de un mundo vivido con fiebre y vértigo solo, como el lobo feroz, para escribirlo mejor.
La bomba de relojería de José Donoso.
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Un escritor es una persona para quien la escritura es más difícil que para otras personas”, sentenció Mann en sus Ensayos de tres décadas (1947). Una cita célebre y primordial a la hora de entender el interés del autor de La montaña mágica por analizar la escritura, por llegar al fondo de la cuestión literaria. Escribió frases de más de quince líneas que se leen con naturalidad, y alcanzó una sofisticación estilística tan alta que pudo escribir lo más complejo de la forma más sencilla. Y el secreto fue el esfuerzo supremo, no la aclamada genialidad que él expulsó del reino de los cielos, a pesar de su condición de romántico epigonal, reprobándola en Carlota en Weimar: “Detesto la locura, la aborrezco desde el fondo de mi alma, aborrezco a todos los genios desequilibrados o semigenios; detesto todo emocionalismo, toda pose excéntrica”. Steiner, sin embargo, ha escrito en Fragmentos que “la genialidad parodia la imposibilidad”… ¡Imagínense a los dos hablando del asunto en una librería atestada!
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“El pasado es un país extranjero”, escribió L. P. Hartley para abrir su novela The Go-Between (1953, traducida al español como El mensajero). Y desde entonces esa frase ha sido citada por algunos historiadores para indicar que no se pueden elaborar aproximaciones precisas al pasado sin comprender el contexto histórico.
Cuando un historiador se atreve a escribir una historia del mundo durante un siglo, tiene que hacerlo desde diferentes perspectivas, combinando hechos e interpretaciones, miradas cercanas con otras más distantes.
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—Regálenos una idea para mejorar la situación cultural.
—Distribuir en los colegios públicos y privados, gratis, miles y miles de ediciones en papel de El Cultural y otros suplementos semanales sobre libros, teatro, música y cine , y que los profesores dediquen al menos media hora cada viernes, siempre antes del fin de semana, a comentarlos con sus alumnos.
Entrevista a Elena Ochoa Foster en El Cultural.
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Una obsesión semejante debió asaltar a Miguel Ángel Serna cuando bautizó hace un par de años a su editorial con el nombre ‘Dioptrías’, una joven propuesta centrada en el ensayo y en la no-ficción: “Es una pena que tan poca gente se acerque al ensayo. Es verdad que muchos de ellos son muy académicos y específicos, por eso nosotros intentamos buscar ensayos más cercanos y accesibles”, advierte Serna.
«Es una pena que tan poca gente se acerque al ensayo».
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Como era de esperar, al cabo de unas semanas de entrevistas a toda página, la advertencia de Navarro de que su obra pertenece al género de ficción ha acabado por resultar irrelevante. No pocos titulares mediáticos se han lanzado a pregonar que el libro es una crónica de los últimos días de Adelaida en la que ésta aparece como una indigente, “hambrienta y desahuciada”, poseída además (gracias al fervor creativo de Elvira Navarro) por grotescos delirios góticos. En suma, una imagen estrafalaria y esperpéntica que nada tiene que ver con el carácter, el aliento y el humor —sí, el humor— de la mujer que conocimos y cuya memoria conservamos con el mayor de los respetos.
Víctor Erice denuncia la apropiación del nombre de su exesposa, la escritora Adelaida García Morales, en la última novela de Elvira Navarro.