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2016/40 — Un impetuoso corcel

 

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Ya hace mucho que no hay voceadores. Quedan los vendedores de los semáforos, pero «no cantan» la información, matiza. Como un homenaje al pasado, la Unión mantiene su escuela de voceadores, dirigida por el propio García hijo. «El buen voceador, además de por la gracia de su voz, se distinguía por el modo en que agarraba el periódico», explica. Ilustra cómo un brazo debía llevar un ejemplar a la vista y el otro portar el resto en una escalera de cabeceras. Al entregar el diario al cliente, primero se doblaba, se le sacudía el polvo en un golpe seco en el muslo y, entonces sí, se decía: «Su ejemplar, señor».

 

«¡Extra, extra!» Un eco lejano.

 

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La literatura. Los escritores. Hay escritores que, en cuanto tienen una pluma en la mano, se vuelven diferentes de lo que son habitualmente. Quieren escribir precioso, ideal y naturalmente modélico. Pobre gente. Hay escritores que, al hablar de un caballo, dicen ‘un impetuoso corcel’. No es una equivocación. Es una tontería.

 

Josep Pla. Sobre literatura.

 

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Estoy convencido de que, en conjunto, y considerando todos los factores, Francia es el país que puede presumir de la mejor y más tupida y eficaz red de librerías del mundo. Las pequeñas independientes -me refiero a las que venden básicamente libros, no cuadernos, ni pegatinas, ni chuches, ni prolijo merchandising escolar-, se encuentran casi por doquier, y no sólo en las grandes ciudades. Los franceses leen más que nosotros y, sobre todo, respetan profundamente la cultura escrita, lo que redunda en una mayor asistencia a las librerías y en mejor información ciudadana acerca de lo que se edita. Al contrario de lo que a menudo se deja sentir en el lado de acá, allí la ciudadanía considera las librerías parte esencial del paisaje urbano. Existen muchas y muy variadas razones para explicar cómo ha llegado a ser así, pero hoy quiero señalar un factor (causa o efecto) que quizás levante alguna ampolla agraviada (hay quien me ha pedido si, por favor, no podría olvidarme de mencionarlo en este Sillón de Orejas): el sueldo de los libreros.

 

Manuel Rodríguez Rivero en Babelia.

 

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—Entonces, ¿qué es escribir?

 

—Es un lenguaje único para expresarse. Es una forma de ser cuidadoso con algunas ideas, de entender algunas cosas que no puedo entender de ninguna otra manera. Es una forma de saber lo que pienso y lo que siento. No es necesariamente más preciso, pero es singular, diferente. Hago muchas lecturas en los institutos y les digo a los alumnos que deberían escribir libros, no que deberían esforzarse por ser escritores. Muchas cosas de la vida sólo pueden existir dentro de un contexto. Es una de las cosas que he experimentado como padre. Los niños te hacen preguntas sorprendentes. Muchas veces no he sabido dar una respuesta fácil a preguntas muy importantes, como si creo en Dios. Esa pregunta no sale en las conversaciones que tengo con amigos. Pero si tienes hijos, crean un contexto para ese tipo de preguntas. Por tanto, escribir crea un contexto para todo tipo de pensamientos, sentimientos, formas de expresión y de inspiración que de otra manera no tendrían contexto.

 

—Por tanto, es una forma de vida…

 

—Sí, por supuesto. Publicar es algo totalmente diferente. David Foster Wallace solía decir que escribir era un antídoto contra la soledad. No sé si lo diría así, pero entiendo lo que quiere decir, y estoy de acuerdo. Es encontrar conexiones con otras personas y reconocer que las cosas que sentías a menudo te alejaban de los demás.

 

Entrevista de Inés Martín Rodrigo a Jonathan Safran Foer en ABC Cultural.

 

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Todos parecen estar de acuerdo: la última novela de Edna O’Brien es una obra genial, deslumbrante, visionaria. Philip Roth, cuyas alabanzas desmesuradas a O’Brien son bien conocidas, ha declarado que Las sillitas rojas es su obra maestra. El crítico de The Guardian utiliza una y otra vez la palabra «genial» y se extasía ante la belleza de la prosa. Etcétera. Pero ahora leamos el libro y veamos qué pasa.

 

[…]

 

De ningún modo puede considerarse este un gran libro. Es violento, confuso, torpemente escrito. Es cierto que resulta muy absorbente a ratos: el horror suele serlo, porque atrae nuestra parte sanguinaria y vengativa y también a nuestro terror instintivo. Pero no añade nada a lo que ya sabíamos por las noticias de los periódicos.

 

Andrés Ibáñez reseña Las sillitas rojas, de Edna O’Brien, en ABC Cultural.

 

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El caso es que Herrera no sabía escribir, pero nadie le negaba una especial habilidad para husmear noticias: «Todos lo llamaban Herrerita, porque –explicó también Cansinos– es un tipo bajito, insignificante, escurridizo, cualidad a la que debe sus éxitos de reporter. Herrerita se mete en todas partes, hasta en las alcobas de los ministros. De él cuentan, como hazaña principal de su carrera, que un día de crisis fue a interviewar al general Azcárraga, presidente del Consejo, y se encontró con que estaba enfermo y no lo dejaban pasar los criados. Pero dio la casualidad de que en aquel momento iban a administrarle una lavativa al presidente… Herrerita, con un rasgo de audacia temeraria, quitole al criado la lavativa y le dijo: –Déjeme usted que se la ponga yo… –Y así pasó a la alcoba del ilustre enfermo, que, conmovido ante aquella atención, le dio una noticia detallada del desarrollo de la crisis».

 

En el blog de Isabel Gómez Rivas.

 

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—Muchos autores piensan que es más difícil escribir relatos cortos que novelas. ¿Qué opina usted?

 

—Que es verdad… en cierto modo. La intensidad del relato y la necesidad que yo siento de un estilo sucinto y conciso hace de él una bestia muy diferente del ritmo más relajado y las anchas alas de una novela. Los relatos te pueden tragar vivo con su exigencia de precisión y de la palabra apropiada exacta. Las novelas son más fáciles, pero exigen una determinada zancada rítmica que tiene sus propias restricciones.

 

Entrevista de Laura Revuelta a Annie Proulx en ABC.

 

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Roberto Bolaño y un servidor iniciamos entonces trayectorias paralelas, y, mientras él se ha convertido en un mito literario, yo tengo esta columna.

 

Alberto Olmos sobre Bolaño en El Confidencial.

 

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Nadie decía «puaj» como Truman Capote. En su correspondencia, esa forma de transcribir el aborrecimiento aflora cada poco, y siempre suena terriblemente sincera, quizás porque la verdad aún estaba a salvo en aquellos tiempos en los que la gente escribía cartas para contarle su vida a los amigos lejanos.

 

Juan Tallón en El Progreso.

 

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Elvira Navarro acaba de publicar Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House) y se ha encontrado con un portazo del ex marido de su protagonista, Víctor Erice, que acusa a la autora de haber “robado la vida” a García Morales y de inverosímil. ¿Hay verdad en la ficción? “En las ficciones, la verdad se fabrica con mentiras, y no refiere a los hechos reales en un sentido positivo, sino a lo que el libro mismo urde”, cuenta Elvira Navarro a este periódico. “No es que no existan los puentes entre la realidad y la ficción, pero esos puentes no están en el qué cuenta el libro, sino en el para qué se cuenta”.

 

Elvira Navarro: “En las ficciones, la verdad se fabrica con mentiras”.

 

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Varios pasajes ilustran lo dicho por Calvo: “Un tipo de la televisión que tiene bastante labia dijo que hay quien lo compara [la depresión] con estar debajo del agua -escribe DFW (1962-2008)-, en el fondo de una masa de agua que no tiene superficie, al menos para ti, de forma que da igual en qué dirección vayas, seguirá habiendo más agua, sin aire fresco ni libertad de movimientos, solo restricción y asfixia y ausencia de luz. (…) Imaginaos cómo os sentirías en ese momento exacto, como Descartes al principio de su segunda cosa, y luego imaginaos esa sensación con toda su intensidad asfixiante y realmente deliciosa pero prolongada durante horas, días, meses… eso sería más adecuado”.

 

Foster Wallace en el planeta Trilafon.

 

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Al fin y al cabo, esta es una preocupación distintiva de la autora, quien ya decía en una obra anterior (cito de memoria) que los escritores no ponen nada gratuito en sus libros.

 

Santos Sanz Villanueva sobre Berta Vías en El Cultural.

 

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William M. Thackeray terminaba los episodios de sus novelas con la siguiente despedida: “Lo que sucedió a continuación lo explicaré en el siguiente capítulo”.

 

Carlos Reviriego en El Cultural.

 

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La llamada crítica literaria es un oficio en vías de extinción que ha cooperado en la creación de una gran mentira, que es un canon literario falso, en donde para ser escritor de mérito en España tienes que ser un lacayo del régimen establecido. Es decir, tienes que ser un escritor «progresista», un lacayo de los paradigmas culturales que determinados poderes oscuros han establecido para tener a la gente convertida en un rebaño. Los críticos han formado parte de un negociado dentro de esa gran estrategia cultural de embrutecimiento de las masas y de conversión del mundo cultural en un cipayo. Pero bueno, es una responsabilidad subalterna. Que en los últimos 40 años de vida española todos los escritores supuestamente importantes se hayan amamantado en las ubres de determinado grupo mediático es un chiste.

 

Entrevista de Inés Martín Rodrigo a Juan Manuel de Prada en ABC.

 

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«Si te digo la verdad, no he leído nunca La broma infinita«. «Lo dejé a medias, se me hacía muy duro». «Me gustaba Wallace pero nunca me atreví con La broma infinita, supongo que me olía que no iba a poder con ella». «No entendía nada de lo que leía. Pero conozco a alguien que estaba obsesionado con La broma infinita. Te mando el teléfono». «¿Te dijeron que estaba obsesionado con La broma infinita? Qué va, si no pude con ella. Me gustaban mucho las páginas en las que el chaval fumaba marihuana como una manera de esconderse, pero… Supongo que no había suficientes páginas de marihuana». «¿Ah, que no la había terminado? Pues me había dicho que no podía dejar de leer…».

 

‘La broma infinita’, el ‘ochomil’ de las novelas cumple 20 años.

 

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Shirley Jackson once wrote that when she went to the hospital to deliver the third of her four children, the admitting clerk asked for her occupation. “Writer,” Jackson replied. The clerk said, “I’ll just put down housewife.”

 

The Case for Shirley Jackson

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