Home Sociedad del espectáculo Arte 2050, una breve historia del futuro. Una exposición de 2016

2050, una breve historia del futuro. Una exposición de 2016

La exposición proponía una breve historia del futuro. Es un buen título, una puesta en escena del ensayo Una breve historia del futuro, de Jacques Attali. El problema que plantea el futuro es que es un futurible, se intuye desde el presente, también desde el pasado, por si la historia se pudiese repetir. Esta gran exposición lo intenta, propone hablar de lo que por el momento aún no existe –el año 2050–, pero de lo que pudiera ser, del futuro, y lo hace de la mano de Jacques Attali, ello la hace premonitoria, sin duda inquietante. 2050 es una exposición-texto, didáctica, participativa –plantea preguntas, no cesa de cuestionar al espectador/lector– como ya lo hacen en muchos museos, en este caso en los Museos Reales de Bellas Artes en Bruselas; como siempre, excelente. Digamos que 2050 fue una muestra de conocidas y reputadas obras artísticas modernas, contemporáneas, que acompañaban el texto de Attali. Una exposición artística con manual, como si todas esas obras allí expuestas que nos miraban, que nos provocaban, muchas nos deleitaban, no fuesen sino ilustraciones para digerir el texto, para “ilustrarlo”, un decorado de imágenes que cuelgan en las paredes, como aquellas que iluminaban las biblias. Pudo, quizá ser también una exposición en dos compartimentos estancos, digamos uno “estético” y el otro “ético”. Una transcripción más o menos fiel del texto que suministró el museo al lector/espectador:

Attali propone tres órdenes en la historia de la humanidad: El orden ritual (el ideal teológico), el orden Imperial (el ideal territorial), y el orden del mercado (el ideal individualista). Entre crisis, guerras y periodos de bonanza, todo ha gravitado de uno a otro, sin duda como consecuencia del desarrollo tecnológico. Varias fechas y lugares, son los nueve “corazones” donde han ocurrido las cosas: Brujas y el timón en el codaste de la embarcación (1200-1350), Venecia y el comercio (1350-1620), Amberes y la imprenta (1500-1560), Génova y la banca (1560-1620). El corazón del capitalismo se desplaza hacia el Atlántico, Ámsterdam y la carabela (1620-1788), Londres y sus máquinas de vapor que cruzan el océano hasta la costa este de Estados Unidos (1788-1890), Boston y el motor de explosión (1890-1929), Nueva York y la luz eléctrica en las casas (1929-1980). Finalmente, un desplazamiento hacia Los Ángeles tras llegar hasta el Pacífico, el último “corazón” del orden de mercado gracias a los microprocesadores (1990-). Es a partir de aquí cuando comienza la breve historia del futuro, asentado en una serie de puntos, según la narración de Jacques Attali:

1-. Los Ángeles y la supremacía americana

El futuro comienza en los 1980s con un pequeño trozo de sílice desarrollado por Intel en 1971, y convierte a Los Ángeles en el corazón del capitalismo, radical, individualista, y que va a crear una sociedad “hiper-nómada”, ya tímidamente anunciada por la aparición del automóvil un siglo antes. Este es el poder americano, el centro del mundo, pero su mismo poderío va a provocar su cuestionamiento.

2-. El declive del imperio americano

El orden americano pasa a ser puesto en entredicho, tal como le ocurrió al imperio romano (pax romana, augusta). Aparecen nuevos poderes, “nuevos corazones”, nuevos paradigmas –palabra que va desgastándose–, basados en el orden teológico. Tras Los Ángeles, los nuevos centros de poder no serán capaces de garantizar orden. Nuevos y diferentes centros de influencia, policéntricos. Estados Unidos aún será un gran poder, pero no podrá garantizar un orden mundial, se irá replegando dentro de sus fronteras, dicho de otra manera, ningún granjero de Alabama va a permitir ya que su hijo desembarque en Normandía, no habrá más desembarcos en Normandía. Otros poderes –por el momento en estado de espera– intentarán coger el relevo para ese otro orden, pero no lo conseguirán.

3-. Un planeta amenazado. De la concienciación al compromiso

Hasta ahora, en el orden del mercado, se había conseguido evitar en cierta manera el problema de la escasez de materias primas. Tras la fragmentación del último “corazón”, ello no va a ser posible. La escasez de materias primas y de recursos energéticos va a suponer una situación extrema, los costes serán enormes; unamos a ello el aumento demográfico y una mayor esperanza de vida. Se intentarán buscar fórmulas de almacenaje de energía a la espera de que nuevas tecnologías solucionen el problema de una manera estable. Pero mientras se va reduciendo el petróleo –los fósiles–, las reservas agrícolas, forestales, el agua potable, deberán ser racionadas –cuidadas–, pues serán un bien cada vez más precioso. Su desaparición no solo hará estragos en la biodiversidad, sino en la propia supervivencia del ser humano. También habrá que tener en cuenta los residuos radiactivos, y las emanaciones de gas, el calentamiento global. Mientras tanto, hay artistas que proponen utopías.

4-. Exceso de consumo

Entre los “hiper-nómadas” y los “infra-nómadas”, convivirán los sedentarios, a modo de “sandwich”; serán los  consumidores más solventes –más fieles-, la mayoría de ellos no tendrán trabajo. Vivirán constantemente “mirando” el trabajo. Su estado físico y mental tendrá que estar “adaptándose” continuamente. Algunos se encerrarán en un mundo virtual de objetos, vigilando sin descanso el estado de su cuerpo y de su mente. Otros mostrarán en forma de obesidad, su protesta contra el nomadismo.

Para los miembros de la clase media, la autoprotección y la distracción serán sus únicas opciones. Todos los mercados y todas las naciones estarán organizados en base a estos dos supuestos: autoprotección y distracción frente a un mundo amenazador. Ello permitirá a los consumidores ocultar sus vidas durante un tiempo, aunque sea ilusoriamente. Drogas, productos farmacéuticos, estas sustancias serán los productos consumidos en masa en el “hiper-imperio”. 

5-. El imperio del mercado. Un mundo de hombres ricos

Un poder policéntrico no podrá permanecer estable, el mercado lo conquistará todo, una consecuencia del declive del imperio americano. El planeta carecerá de un Estado, un mercado global, sin democracia, impondrá sus propias leyes y asegurará el orden mediante vigilancia privada, auto-vigilancia y auto-sanción. Compañías de seguros, de manejo de datos, y del entretenimiento, dirigirán los negocios en la forma de consorcios nómadas virtuales que se moverán en razón de sus intereses. Todo será mercancía: el tiempo, las ideas, las personas, y aquellos quien se ama. En este “hiper-imperio”, los “hiper-nómadas” formarán la clase dirigente, la clase de la creatividad, mientras que los “infra-nómadas” serán los más vulnerables, no tendrán un Estado que les proteja. Con la suicida combinación de “occidentalización”, y llamemos una razón triunfante, los problemas que sufrimos en la actualidad podrán llegar a tal punto que afortunadamente se impondrá la necesidad de establecer un equilibrio entre mercado y democracia, la “hiper-democracia”.

6-. Tiempo, una extraña mercancía. El arte de la inmortalidad

El mercado total en el “hiper-imperio” llevará el capitalismo a su estado más extremo. El mundo será una inmensa plaza del mercado. Y como siempre ha ocurrido hasta ahora, el “hiper-mercado” obtendrá beneficios, pero también habrá aspectos extremadamente alienantes: se pondrá precio a cada objeto y a cada minuto, el tiempo será la última mercancía con la que comerciar. En paralelo, como consecuencia del avance tecnológico, el hombre renovará su conexión con el sueño ancestral del orden ritual, aquel que le promete inmortalidad, una suprema forma de libertad, nos evita la muerte. Los avances médicos harán que el cuerpo humano supere sus limitaciones mediante prótesis; se prolongará nuestra esperanza de vida aún más.

7-. Hiper-conflictos. Nuevas formas de guerra

Tras la violencia del dinero, llega –ya esta aquí– la violencia de la armas. El “hiper-imperio” surgido del capitalismo liberal, generará una extrema inestabilidad, enormes contradicciones. Ello situará al mundo en un conflicto global, el “hiper-conflicto”; será mucho más destructivo que cualquiera anterior, local o planetario. Nuevas ideologías, políticas o religiosas, triunfarán con el propósito de imponer por la fuerza “nuevos sentidos” de una manera permanente.

8-. Utopías.  Dejemos al futuro decir la verdad

Tras el “hiper-conflicto”, y si la humanidad sobrevive –o quizá  si conseguimos evitarlo–, tanto el mercado como la democracia serán reemplazados por la “hiper-democracia”, la única consecuencia positiva. Las fuerzas del bien triunfarán sobre las fuerzas del mal y con ello se establecerá un orden armonioso, estable, igualitario, fundado en el altruismo, permitiendo una buena vida a todos, incluso a las generaciones futuras. Los desastres del pasado serán las mejores referencias, el mejor motor para un nuevo mundo. Buscaremos condiciones que nos garanticen una vida estable, y más que ninguna otra cosa, el arte nos ayudará a convencernos de esa urgencia del cambio. Esa es su grandeza, y ésa será su responsabilidad, pues el arte siempre está a la cabeza, delante, en primera línea de toda audacia.

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Probablemente, la muestra, la gran exposición, se agarra a esta última posibilidad como a un clavo ardiendo, la de la utopía, la más grata, quizá la más cercana, la que más se parece a la que disfruta la sociedad “occidentalizada” desde la Segunda Guerra Mundial, un mundo conocido. La utopía del arte, como conciencia, su papel de “despertador” de conciencias. Pudiera ser la razón de esas obras ahí expuestas, y que “ponen” imagen a un texto que no parecería necesitarlo. Recordaría a un cierto “realismo”, ya sabido, didáctico, social, dirigido, a favor de nuevas causas, el siglo XX lo conoce bien.  Sin embargo, este no es el caso –aquí–, la finalidad parece ser exclusivamente artística, objetos decorativos –sensoriales– que demandan ser pensados, objetos para reflexionar, quizá incluso imágenes que encierran cuestiones sobre el futuro.

Preguntas como las que se dejaban en el aire en los años 60, las de “grafitero” culto de Mayo del 68, cuestiones de un llamado “arte conceptual”, pronunciamientos, frases contundentes y que aún se practican –continúa la utopía–, si bien con una nueva presentación, un nuevo envoltorio, en esta muestra a modo de ejemplo Mark Tichner con Let the Future tell the Truth. Another World is Possible, 2015). Han cambiado los tamaños y los tonos, aquellos consejos se daban en blanco y negro, en tamaños reducidos, en vídeos de mala calidad, digamos quizá poco vistoso para un ahora de productos y el textos de gran formato, en color extraordinario, video de varios K, técnicamente resuelto, porque hoy no es aquel arte y aquellos artistas a quienes gustaban las fotos pequeñas de indiferente calidad, para ser utilizadas como de “usar y tirar”; eran los días en los que la fotografía “para el arte” tenía el mismo valor y el mismo uso que un cubo con agua en el medio de una galería “newyorkina” de 400 metros cuadrados  y vacía. En todo caso se trataba de testimoniar, de decir que la “acción” había tenido lugar, de evitar cualquier coqueteo con aquella denostada “belleza retiniana”. Eran los días de Arnulf Rainer, de Nam June Paik, de Josef Kosuth, y de otros cientos, del body-art, del land-art, siempre documentados. Y de tantos otros, de happenings, de Cage y de Fluxus –todo aquello a lo que Victoria Combalía llamó, en mi opinión con extraordinario acierto, “la poética de lo neutro”. Eran aquellos años en los que Marcel Duchamp era el oráculo. La fotografía como medio del arte estaba lejos, quizá Duane Michals, Kenneth Josephson y algunos más hubieran podido codearse con alguno de aquellos artistas del pensamiento; Man Ray nunca fue un fotógrafo al uso, aquel que sale en un libro de “cómo obtener mejores fotografías”, o de “Eugene Smith en Deleitosa y en Life”. Man Ray –de mismo nombre que el perro de William Wegman–, siempre fue “a la manera” de galería de arte, Serrano, Burtinsky, ilustrando el futuro en esta breve historia del futuro. Es un asunto ya “estético”, quizá nunca fue tan estética, tan colorida, tan decorativa –insistamos– la llamada a la reflexión, quizá nunca tanto desde los grandes italianos y flamencos.

Pudiera ser la necesidad de “colorear” a Duchamp, porque alguien diría que fueron los pop-art quienes dieron el paso, los Warhol, los Oldenburg, los Lichtenstein y tantos otros, y quizá ese eslabón, punto de unión, de fraternidad que pueda poner en la misma pared un siglo de arte. Sin duda, es de notar  la naturalidad con la que conviven en estas salas aquel pasado glorioso –que nunca imaginó hasta qué punto construiría el futuro del arte, de ese que ahora parece prometer el futuro– que habla de tú a a tú a lo que es presente, ese pasado reconstruido, que ha sido maquillado, incluso “tuneado”, la dificultad de integrar en este contexto a David LaChapelle, aunque sea mediante una gasolinera de 2012 (ya de Shell, no de Texaco). Un ejemplo entre otros sería Drogues, de Arman, de 1962, como si señalase al nuevo arte (que parecería fotográfico) de Andreas Gursky (99 Cent II, Diptychon, 1999), sin duda hay un buen número de propuestas que se encuentran como pez en el agua entre lo que promete el futuro. Aquellos 60s, Edward Ruscha, Joseph Kosuth, Roman Opalka –y siempre otros muchos–, situados en el mismo tiempo, en igualdad de condiciones que Thomas Ruff, Al Farrow, Gregory Green, Chris Burden y un buen etcétera, en las paredes de los Museos Reales de Bellas Artes en Bruselas. También un dato de interés: ningún fotógrafo de los viejos tiempos –aquellos en los que la fotografía tenía desencuentros con el arte– que se mida con Ike Colle (de 38 años), de Philip Lorca diCorcia, o con los “residentes de Nueva York” de Andrés Serrano, o con las torres gemelas de Hiroshi Sugimoto. En todo caso, aún no había llegado el futuro cuando Sugimoto las fotografió, y mucho menos cuando Philippe Petit las cruzó (sin cuerda de seguridad) sobre un cable atado a sus tejados.

La dificultad de atrapar el futuro lo convierte en un fantasma, y de hecho es así como se muestra en una de las contadas representaciones, llamamos “cinematográficas” que se ofrecen para ilustrarlo. Es esa obra de Wolfgang Staehle titulada 2001, una webcam  que presenta de frente, brutalmente, la súbita aparición del futuro tal como lo parece intuir Jacques Attali como elemento destructor del “orden establecido” americano, fotograma a fotograma –en muy pocos fotogramas–, porque el futuro ya no es lo que era, se contaba con que  que tardaría mucho en llegar a él, a pesar de la advertencia  premonitoria de Gavrilo Princip; un futuro a largo plazo –podríamos decir– es lo que tarda una bala en atravesar un cuerpo o un avión en perforar un edificio.

En principio parecería una fotografía proyectada sobre una pared, pero pronto nos damos cuenta de que el tiempo se mueve, de que el futuro –como un susurro– está haciendo acto de aparición, estamos en una sala de cine. El video-art de Wolgand Staehle es una vista de Nueva York, el onmipresente World Trade Center, a una cierta distancia, esa lejanía de quien parece no estar interesado en mirar, de quien no opina lo que ve. De hecho, se trata de un observador inanimado, un autómata, quizá el mejor director de cine del futuro, el mejor cine, ninguna cámara miraría mejor, una cámara que predice el futuro, que continuamente lo alcanza.

En realidad todo esto se nos escapa de las manos, a éticos y a estéticos –no habría que hablar de ello con mucha solemnidad–, porque hace treinta y cinco años fue como hace un par de meses, y han transcurrido unos minutos cuando aún 2050 se encontraba a 35 años vista, cuando se inauguró la exposición que predice un futuro en principio lejano, y hoy jueves, unos días después, la exposición recién clausurada, la breve historia del futuro es cada vez más breve, como la de esos años que fueron también el otro día, cuando 1984 estaba a treinta y cinco años vista, cuando aún quedaba mucho tiempo para que un señor llamado Jonás cumpliese veinticinco años en el año 2000 (Alain Tanner, que ya tenía 90 años en el 2020), cuando el lejano 2001 no prometía sino odiseas espaciales. Quizá una próxima cita nos permita sentir el respiro de un pequeño largo plazo, aquella canción que auguraban Zager and Evans, ‘In the year 2525’, su único éxito, allá por julio de 1969 cuando Armstrong y Aldrin pisaban la luna y también hablaban del futuro. Fue hace mucho tiempo, poco más que cuando Jacques Attali escribió Una breve historia del futuro; son unos días en los que en el momento de decir ¡ahora! ya es pasado.

 

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