En el prólogo del libro del periodista Eric Spitznagel, En búsqueda de los discos perdidos (Contra, 2017), Jeff Tweedy, líder de la banda Wilco, cuenta algunas anécdotas sobre sus primeros descubrimientos musicales. Mi favorita es la que le sitúa a él junto a su madre en una tienda Target en Illinois. Jeff Tweedy tenía entonces siete años y le gustaba acompañar a su madre a la compra. Mientras ella se dedicaba a llenar el carro de leche, huevos y yogures, el pequeño Jeff merodeaba por la sección de discos. Allí tenían a la venta un ejemplar del London Calling, de The Clash. El vinilo llevaba un adhesivo en la portada que advertía que las canciones incluían contenido explícito y “strong language”. Jeff, consciente de que su madre nunca le compraría el disco con esa advertencia en la portada, trató de deshacerse de la pegatina utilizando sus uñas. Después de tres visitas al supermercado, y tras haber cambiado el vinilo de sección en dos ocasiones, logró despegar el adhesivo y su madre le compró el London Calling. A día de hoy las huellas de sus uñas todavía se pueden distinguir en la portada. “Me gusta que ese rastro siga allí. Es la prueba de que el disco no sucumbió tan fácilmente”, cuenta Jeff Tweedy en el prólogo.
Yo también crecí en una ciudad pequeña en la que, según tengo entendido, sólo había una tienda de discos. La tienda estaba regentada por el padre de un amigo de mi hermano que hoy es músico. Cuando yo era adolescente y empezó a interesarme la música la tienda ya había cerrado. No había tiendas de discos en Tudela, más allá de una pequeña sección en la cadena de librerías Santos Ochoa. Yo también acompañaba a veces a mi madre al supermercado y también me quedé alguna vez en la sección de discos. No había demasiado para elegir y la calidad era bastante pobre pero siempre encontrabas alguna cosa. Recuerdo que Magic, de Bruce Springsteen, lo compramos en una de esas visitas al supermercado en Eroski o Carrefour. A mí madre le gustaba mucho Bruce Springsteen y las canciones no eran demasiado transgresoras así que mi historia es mucho menos romántica y sustancialmente más aburrida que la del líder de Wilco.
Durante los últimos años he comprado unos cuantos discos y vinilos pero tampoco soy ningún coleccionista. Recuerdo con especial cariño algunos que me compré en el Amoeba Music de la calle Haight en San Francisco, en Minneapolis en Electric Fetus o en la tienda Route 66 de Copenhague. También las visitas ocasionales a Radio City Discos en Madrid, donde he descubierto algunos de mis discos favoritos de este año (Andrew Taylor, Ralegh Long, John Stammers). Los veinticinco álbumes que he incluido en esta lista contienen cincuenta canciones que, en mayor o menor medida, me han acompañado en uno de los años más apasionantes de mi vida. No poseo físicamente casi ninguno de ellos pero, si nos fiamos de Spotify, son un retrato moderadamente fiel de los últimos doce meses. Supongo que el hecho de vivir en Londres y de pasar la mayor parte del día estudiando ha influido en que mis discos de 2017 sean tan acústicos, melancólicos y luminosos a partes iguales. Ha habido otros discos fantásticos, como el de The War On Drugs, Father John Misty, Kevin Morby o Ryan Adams, pero con la intención de dar a conocer otros artistas que no suelen encabezar las listas he dejado fuera a otros más populares.
En el libro En búsqueda de los discos perdidos Eric Spitznagel trata de recuperar todos los vinilos que vendió durante los años noventa. Viaja a tiendas de discos de segunda mano, acude a ferias de coleccionistas y contacta con personas de todo el país a través de EBay. Uno de los álbumes que busca es Let It Be, de la banda The Replacements. Está seguro de que si lo encuentra será capaz de distinguir que es el suyo por su inconfundible olor a marihuana. (Eric escondió durante años la marihuana dentro de la funda del vinilo de The Replacements cuando vivía con sus padres). En el caso del Slippery When Wet de Bon Jovi, lo reconocerá porque tenía escrito en la portada el número de Heather G., su primera novia. En mi caso será imposible distinguir el olor del disco de David Rawlings o Jason Isbell dentro de veinte años porque no lo he comprado y además nunca he fumado marihuana. En cambio, es probable que dentro de un tiempo estas canciones me sigan retrotrayendo a lugares y personas. Quizás cuando escuche How Can I Tell Him de Jens Lekman o Arena y romero de Ricardo Lezón recuerde esas mañanas gélidas en las que cruzaba el Tower Bridge para coger el metro en Londres. O cuando vuelva a sonar Molotov de Jason Isbell piense en aquella noche entre semana en la que acudí solo a una sala maravillosa en Camden Town a escucharle en directo por primera vez y canté todas sus canciones. Por cierto, que yo también todavía conservo la nota con el número de teléfono que se escondía dentro del jersey doblado, apoyado sobre la alfombrilla de la puerta de mi apartamento la noche después del concierto y los fuegos artificiales.
1. The Clientele, “Music For The Age Of Miracles»
2. Bedouine, “Bedouine”
3. David Rawlings, “Poor David’s Almanack”
4. Colorama, “Some Things Just Take Time”
5. His Golden Messenger, “Hallelujah Anyhow”
6. Big Thief, “Capacity”
7. Jens Lekman, “Life Will See You Know”
8. The Weather Station, “The Weather Station”
9. Sera Cahoone, “From Where I Started”
10. Ralegh Long, “Upwards of Summer”
11. Ricardo Lezón, “Esperanza”
12. Aldous Harding, “Party”
13. Jason Isbell, “The Nashville Sound”
14. Deer Tick, “Deer Tick Vol.1”
15. Joan Shelley, “Joan Shelley”
16. Andrew Taylor, “From the Outside Looking In”
17. Real Estate, “In Mind”
18. Mark Eitzel, “Hey Mr Ferryman”
19. Tift Merritt, “Stich of the World”
20. Jake Bugg, “Hearts That Strain”
21. The Parson Red Heads, «Blurred Harmony»
22. Amber Coffman, “City of No Reply”
23. Kacy and Clayton, “The Siren’s Song”
24. Iron and Wine, “Beast Epic”
25. John Stammers, “Waiting Around”