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Mientras tanto28-A: ganadores, perdedores y posibles escenarios

28-A: ganadores, perdedores y posibles escenarios


 

Ha habido dos grandes derrotados esta noche. En primer lugar, Pablo Casado, quien llegó para regenerar al Partido Popular y a colocarlo en una derecha que, a su juicio, había abandonado, para recuperar sus valores y, sobre todo, para plantar batalla de una manera más contundente contra el independentismo catalán. Antes de que Vox, una fuerza de ultraderecha emancipada del PP hacía ya años, apareciera para el gran público, el Partido Popular de Casado, a finales de la primavera o a principios del pasado verano, enmendaba a la totalidad al anterior equipo popular que lideró Mariano Rajoy y lanzó sus discursos y sus ideas fuerza, alejados de la templanza característica del expresidente y con un tono bronco y confrontador. No sólo en la cuestión territorial, también en la económica, con una agenda ultraliberal de bajadas masivas de impuestos (y, como contrapartida, seguramente, recortes o aumento de la deuda pública, porque Laffer sólo funciona en las servilletas de los bares). Esa agenda ha sido invalidada en las urnas. Ese proyecto han dicho los españoles que no les sirve y su presencia en el próximo Congreso de los Diputados se reducirá a la mitad. La estrategia del líder popular ha sido un fracaso. Estrepitoso. Y las otras familias del PP derrotadas en el último cónclave popular se lo harán pagar, no sólo por este resultado electoral, sino por la soberbia con la que se ha comportado Casado estos meses. Y quizás, por fin, José María Aznar deje de tener el ascedente que tiene sobre toda la derecha española. El golpe a su figura de autoridad es muy importante.

 

La estrategia de Vox también ha sido un fracaso: no ha logrado capitalizar en las urnas lo que ha perdido la que califica como “derechita cobarde”, no se ha producido ese trasvase matemático ni parece que haya movilizado nuevo voto; su resultado ha estado muy por debajo de lo que esperaban ellos y de lo que temíamos los demás. Su beligerancia, su antifeminismo, su xenofobia, su negación de la diversidad del país, sus ataques a la libertad de prensa, su antiecologismo, su defensa de la España superficial que ven sólo en el folclore y los símbolos, así como su radical agenda económica neoliberal no han contado con el respaldo de los ciudadanos que habían anticipado. En un ambiente posiblemente dulce para la ultraderecha española, ésta ha obtenido un resultado destacable, pero decepcionante para su causa. Es posible que en el futuro no se encuentre con un contexto tan propicio para pescar votos y éste podría convertirse en su techo, aunque se ha demostrado que es necesaria una amplia participación para frenarla. Esta hipótesis, para que se confirmara, necesitaría que el centro-derecha y la derecha liberal se reordenaran y fueran lo que dicen sus nombres.

 

En Ciudadanos se puede hacer una doble lectura: en comparación con los de 2016 sus resultados son buenos, pero son muy malos respecto a las expectativas con que contaban hace apenas doce meses (ganar unas elecciones generales) y también si su objetivo era ‘sorpasar’ al Partido Popular (el PP le ha ganado en escaños, aunque en votos han prácticamente empatado). Lo peor de todo para el partido es que no se ha separado prácticamente un ápice del argumentario popular o incluso de Vox. Y ello obliga a que quizás el partido tenga que reinventarse. Y lo podría hacer entrando en un Gobierno del PSOE o apoyándolo, aunque con un coste: Ciudadanos sería percibido como la «veleta naranja» de la que habla Vox porque promete no pactar con Sánchez, dice que su objetivo es acabar con el presidente porque es un enemigo de España, y al final acaba apoyándolo y convirtiéndolo en presidente. Aunque Ciudadanos (quizás no con Albert Rivera al frente) podría disfrazarlo con el argumento de que así salva a España de la izquierda radical de Unidos Podemos y de que el PSOE tenga que acercarse al independentismo. Quizás sería vendible y argumentario así, sobre todo porque es probable que contaría con el apoyo de los poderes (también mediáticos), que avisarían de que un Gobierno PSOE-Cs podría dar más estabilidad al país.

 

De todas maneras, un pacto Ciudadanos-PSOE implicaría cambios en el sesgo de las políticas públicas de este último en los últimos diez meses, así como en su aproximación a la cuestión territorial. Y ello podría aumentar el terreno de juego con que contaría Unidas Podemos, le facilitaría mucho la labor de oposición y podría abrirle más hueco en el espacio ideológico de la izquierda. Aunque el papel de este partido, de disputarle la hegemonía en la izquierda al PSOE, ha pasado a ser subalterno, al menos por el momento.

 

Si Ciudadanos se quedara en la oposición y no cambiara de argumentario, correría el riesgo de quedar desdibujado y solapado con Vox y el PP. La derecha, en realidad, lo va a tener muy difícil si toda ella acaba en la oposición. ¿Qué hará para distinguirse?, ¿sacaría algo de partido el PP de su exigua mayoría respecto a Ciudadanos y, por tanto, de ser el principal partido de la oposición?, ¿la crisis en la que estaría entrando el PP puede convertir a Rivera en el líder real de la oposición?, ¿los que tendrían más que ganar serían los más voceras, los de Vox?

 

El PSOE, el gran triunfador de la noche, es el que se enfrenta al gran dilema de si reeditar sus pactos y alianzas de los diez últimos meses o emprender una aventura con Ciudadanos. El PSOE, de acuerdo con los resultados de las elecciones, ha reunido el capital político suficiente como para intentar un Gobierno con Unidas Podemos (sea con coalición, como quieren los morados, o con pactos parlamentarios) y buscando el soporte puntual de otras fuerzas: los socialistas suman con los de Pablo Iglesias más que las tres derechas juntas y las urnas no les han castigado por intentar conseguir el apoyo de los nacionalistas, siempre que ello no fuera a cambio de según qué cosas: de aceptar, por activa o por pasiva, su soberanía. Además, y muy importante también: Pablo Sánchez cuenta con el aval de las urnas para enfrentarse a los barones de su partido más favorables a Ciudadanos y más reacios a acercarse a las fuerzas catalanas o vascas. El potente resultado del PSOE y su suma con Unidas Podemos también podrían ayudar a ese posible pacto de izquierdas a que sólo necesitaran a los partidos regionalistas o nacionalistas «menos conflictivos». Quizás sea esto precisamente lo que facilite el Gobierno de izquierdas, siempre que se logre la abstención de Esquerra, que no sería gratis.

 

También es verdad que el refuerzo electoral de las fuerzas nacionalistas periféricas está lanzando un mensaje que el futuro Gobierno tendrá que recoger.

 

Por ello, Unidas Podemos, que ha visto su resultado muy deteriorado respecto a las elecciones de 2016, aunque quizás no tanto como se esperaba en el inicio de la campaña electoral, puede jugar un papel fundamental de persuasión para que el Partido Socialista se decante por un pacto con ellos que podría ir en esta doble vía: abordar con seriedad la cuestión territorial para desescalar el conflicto y resolver los problemas de precariedad, desigualdad y pobreza que sufre España.

 

Este posible pacto tendrá, sin duda, una dura oposición por parte de las derechas y los poderes, pero las urnas han dado la mayoría de los votos a quienes no son PP, Ciudadanos y Vox. Pedro Sánchez tendría que optar, por tanto, por la vía menos fácil.

 

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