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Novela por entregas28. El ser más misterioso, la palabra

28. El ser más misterioso, la palabra

 

En ese caso queda usted detenido –le dijo Moqueta… Y cuando Piojo se quiso dar cuenta, él, Cangrejo y Gamba 14 estaban flanqueados por Felpudo y Moqueta, con una agilidad de linces. Fue una completa sorpresa y eso que lo llevaba grabado a fuego de cuando mataron a su madre y se lo llevaron prisionero al Acuario. Gamba 14 había palidecido tanto que resultaba invisible. No tardaron en llegar un par de tiburones Azules y tres Tigres.

 

Aunque eso era lo que estaba previsto desde el comienzo, desde que Moqueta se olió que Piojo era el delfín escapado del Acuario de los Siete Mares hacía unas horas. Entonces tuvo una suerte de visión, y era que su captura sería su triunfo, su gloria, aquello que haría subir a los Alfombra por lo menos un par de escalones en el sistema de castas de los tiburones.

 

Pero en la discusión con el delfín, enfrentado a su  desesperante empeño en no comprender nada que se relacionase con fronteras, autoridad, permisos…, tanto él como Felpudo terminaron por aceptar que ellos solos jamás lograrían llevarse detenido a Piojo. Vieron que el delfín se les escaparía, insolente, alegre, dando saltos improbables y atravesando olas, antes de que pudiesen hacer nada para impedirlo. Más pronto que tarde se encontrarían con una caravana de delfines, llamados por ese silencioso silbido de que disponen. Y éstos les darían una paliza.

 

O sea que aceptaron ayuda. Es curioso porque Felpudo distraía a Piojo con una discusión teológica sobre si existen o no las fronteras, y quiénes son las autoridades no menos fantasmales encargadas de vigilarlas, sin saber que ese estadio de la discusión ya estaba superado.

 

Para entonces, en la Asamblea, Limón había lanzado una nueva palabra, Nación, sin tan siquiera intuir que con el tiempo terminaría siendo una gran religión, una descomunal industria: La Nación Tiburón. Tampoco en el mar se sabe cómo nacen y crecen las palabras, el ser más misterioso que existe.

 

Mientras tanto, consciente de que jamás lograrían llevarse ellos dos solos a Piojo, Moqueta llamaba a una Barracuda que les espiaba desde lejos, y le ofrecía un salvoconducto de tres lunas de duración si conseguía traer ayuda de la Asamblea de tiburones.

 

¿Un salvoconducto? Qué es eso –preguntó Plata, la barracuda. Había estado asistiendo a la asamblea desde el principio. A centímetros de su hendidura entre las rocas, fue ella la que primero puso pegas a la idea de trazar rayas en el mar.

 

Un permiso para poder nadar por donde quieras.

 

Ya puedo nadar por donde quiero.

 

Mmmbueno, sí… más o menos… De momento. Pero de ahora en adelante no será tan fácil.

 

Y algo en el tono dejó ver que, en efecto, no lo sería.

 

Con ella Felpudo había recuperado el trato de tú.

 

¿Y cómo sabrán que soy yo y no una de mis hermanas? Es sabido que somos casi iguales. ¿Todas las barracudas tendremos salvonconducto?

 

Los otros tiburones no aceptarían, pensó Felpudo.

 

Te daremos un diente de tiburón para que te lo pongas junto a los tuyos. Ninguna barracuda le ha quitado jamás un diente a un tiburón. (No recordó, por si Plata no lo sabía, que a los tiburones los dientes se les caen y les vuelven a crecer como cabellos).

 

Indefinido. Quiero el salvoconducto para siempre.

 

Eso no te lo puedo dar y lo sabes. Los tiburones no recordamos tanto. Sólo podemos contar hasta seis lunas.

 

Ahí mintió pues se cree que el tiburón Peregrino puede recordarlo casi todo. Pero el Peregrino no cuenta pues no come carne y se siente más cómodo entre ballenas.

 

Entonces seis lunas. Quiero esas seis lunas.

 

Y a ello se comprometió Felpudo, aunque pensó que ni los Tigre, ni los Toro, ni los Blanco, por supuesto, y para qué hablar de los Zorro, aceptarían el acuerdo. Los Zorro eran incapaces de respetar ningún acuerdo, nunca.

 

Y así fue cómo, con la antigua y prestigiosa eficacia de los escualos, llegaron refuerzos para llevarse detenido al delfín polemista que ni siquiera quería molestarse en imaginar los términos de la ley.

 

Y de paso a Cangrejo, aunque eso no tenía ninguna importancia, y a Gamba 14, ya invisible, que se hubiese podido escapar, pero no lo hizo.

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