De todas formas, que Piojo viviese, muriese o se tomase por un volcán arrojándose contra las rocas del techo a nadie le importaba un alga. Los tiburones de la asamblea, que ya en gran número habían presenciado cómo conducían al delfín detenido en dirección a la gruta de las barracudas, fingieron interesarse por esa interrupción que en cierto modo era un acontecimiento histórico, como se decía en tierra: Nada menos que el primer detenido por violar las fronteras de la nación. Cangrejo no llegaba a “detenido” y a Gamba 14 ni la veían. Y aprovecharon esa pequeña pausa en los debates para calcular en qué medida afectaban a su tribu, a su territorio de caza y a las piezas de las que vivían.
Acontecimiento histórico o no, el episodio supuso también un malentendido y se podría decir que hasta un desperdicio: no sin cierta tímida vergüenza, Felpudo y Moqueta se dijeron que por primera vez cuarenta o cincuenta especies de tiburón, como debía de haber allí –desde los Marrajo hasta los Azules, desde los Salmoneros de Alaska hasta los peligrosos Galanos-, la primera vez que cincuenta especies como mínimo se reunían para hacerle un pasillo de honor a dos tiburones Alfombra. ¡Si hasta había un tiburón Anguila, prehistórico y casi ciego que muchos consideran extinto desde que los cocodrilos nadaban en agua salada! Los demás tiburones protegen de forma inconsciente la existencia secreta de ese tiburón que prueba un linaje de la especie tan antiguo como el de las tortugas, aunque quién sabe si tanto como el de las cucarachas, para que no se extinga de verdad. El tiburón Anguila nadaba lento y los demás le abrían paso con el respeto natural que se le debe a los años, que en el caso de esta especie se cuentan en millones.
Como es natural, en una reacción habitual entre quienes se saludan de beso con el poder, aunque sea una sola vez, Felpudo y Moqueta se preguntaron más tarde en voz baja si ese desfile entre lo mejor, lo más alto de la especie, no supondría una subida de los Alfombra en la escala social de los escualos. Así sólo fuese por contagio. Desde la planta baja y el sótano hasta por lo menos un segundo, un tercer piso. Por lo menos.
Aunque aterrado y arrastrándose por el fondo, Cangrejo se dijo que los tiburones serían lo que fuese pero no cabía duda de que pese a todo tenían un sentido de la Grandeza y de la Historia. Sabían escenificarlas como nadie. Ahora entendía por qué los dos policías habían alargado los trámites del arresto y esperado al amanecer para llevarles detenidos ante la Asamblea. Buscaban el camino más largo.
Porque la primera luz de la mañana entraba en el agua en diagonal e iluminaba una escena para la que parecía haber sido encargada una música antigua, lenta y baja y algo triste que de momento era más intuición que realidad. Igual que las formas que comenzaba a insinuar el alba filtrada por las olas, renacidas durante la noche.
Sólo por las sombras que la luz arrojaba hasta el fondo del mar, Cangrejo sabía qué tiempo hacía en el techo de su mundo. La superficie del mar, el espacio exterior donde navegaban los barcos y los peces voladores se mezclan con los pájaros y las estrellas.
Como cualquiera de su especie, condenada al suelo para toda la eternidad, Cangrejo había tenido que desarrollar una capacidad de deducción de astrónomo, o algo parecido. No es que le importase mucho, pues el hecho apenas tenía consecuencias en lo que comía. Pero esa especulación con las sombras le distraía de la dura condición de estar pegado al suelo en un mundo en el que todos circulan a su antojo por el agua o el aire. También le ayudaba a pasar el tiempo, que en el fondo del mar pasa más lento que en ningún otro sitio, incluido el desierto, incluida una tarde de julio en la balsa de un náufrago.
Ese día, supo Cangrejo por las primeras sombras, sobre la superficie del mar, el techo del mundo, soplaba una brisa Este Sureste propicia para los saltos de los peces voladores y los delfines, que saltan para disfrutar del viento. Con toda probabilidad, caravanas de pequeñas nubes prietas cruzarían pronto en formación sobre el mar. Un mal día para los peces. Una prometedora jornada para los pescadores, que saldrían de los puertos como salían antes las expediciones de conquista en busca de oro y esclavos, según le habían contado sus abuelos.
Aunque todo eso, a él, apenas le afectaba.