Sí le afectaba, en cambio, algo en lo que reparó desde el primer momento: pese a que se encontraba detenido junto al delfín y Gamba 14 en la gruta de las barracudas, la luz seguía jugando sobre su espalda, sus pinzas.
Cangrejo conocía muy bien las grutas marinas. Era incluso un experto pues de conocerlas y manejarse entre sus sombras dependía a menudo que pudiese escapar del tiburón Martillo, capaz de crujir el caparazón de las tortugas como si fuese una nuez o una gamba grande. Este tiburón se alimenta de langostas, nécoras y otros crustáceos, de modo que los cangrejos y las gambas vienen a ser como las almendras o las aceitunas en su aperitivo. No es extraño que la reciente experiencia en la Asamblea reafirmase a Cangrejo en la urgencia de realizar estudios superiores de grutología.
Pues bien, durante un tiempo Cangrejo permaneció por completo inmóvil, que es como los crustáceos observan y sacan conclusiones. Y cuando estuvo por completo seguro, pensó:
-Aquí hay un cielo.
Y así se lo dijo a Gamba 14, que había bajado a reunirse con él para no correr riesgos cerca del agitado nadar de Piojo, que para la gamba podía equivaler a un maremoto:
– ¡Aquí hay cielo! –le dijo, no sin emoción. Pero como hubiese ya debido saber, Gamba 14 no le comprendió. En su modesto vocabulario no existe la palabra “cielo”, que claramente es extraterrestre, de más allá del mar, de su imaginación y de su cerebro. Está fuera de su alcance: No es posible que una gamba llegue tan siquiera a sospechar la palabra “cielo”.
O sea que Cangrejo volvió a sacar su espíritu práctico y, hablando con lentitud, le dijo a Gamba 14:
– Vete adonde el delfín y dile que aquí hay cielo. “Aunque no lo comprendas. Repite: Aquí hay cielo” –le deletreó casi–. Anda, ve y díselo –la animó Cangrejo, y movió un poco la pinza, como empujándola.
Movimiento que la gamba interpretó como una amenaza de su primo más fuerte, y razón principal por la que se dispuso a cumplir el encargo.
Pero claro, esto tampoco era tan fácil: Preso de gran angustia y fatalismo, ahora que había descubierto que sobre el mar había una roca y no podía respirar y ni siquiera ver las estrellas, algo a lo que tienen derecho de nacimiento todos los peces, Piojo daba vueltas con los nervios a punto de romperse de quien sabe que va a ser ejecutado al atardecer. Mas su agitación no era la misma que cuando retozaba sobre las olas, y ayudó el que, para Gamba 14, el delfín ya no era un monstruo.
O sea que, cuando pasó a su lado, la gamba consiguió agarrarse de su boca con una de sus antenas, y sólo así, escalando hasta su oído con la fuerza en contra del agua creada por la velocidad del delfín, tras muchos esfuerzos consiguió susurrarle:
– Aquí hay ciego.
Y luego varias veces:
– Aquí hay cieno, aquí hay seno, dice Cangrejo que aquí hay neno… –palabras todas que más o menos le sonaban pero un poco como a idioma extranjero.
Y algo debía de tener de inteligente la desesperación de Piojo, que junto con su inteligencia natural le hizo pronto comprender que ahí había algo. Que Cangrejo, como ya había hecho antes, le mandaba decir que ahí había algo, y sin transición, sin bajar adonde el Cangrejo a confirmarlo, se puso a buscar. No tardó en comprender que en efecto una roca hacía de techo de esa gruta… pero entre el agua y la piedra había un espacio. Y si uno subía con cuidado y poniéndose de medio lado, como dormían en el acuario, con un ojo se podía ver una superficie mayor que una piscina… y en un borde una pequeña playa de arena. Y sobre esa playa, en medio de un gran silencio que parecía una ovación, un rayo de luz.