Lo del espíritu de la escalera.
Que está uno en un sitio, en una conversación, en un octavo piso u otro cualquiera y al final se marcha, cierra la puerta, se queda solo, luego baja las escaleras y piensa mucho, piensa en lo que debería haber dicho; en todo lo que debería haber hecho…
Así es, existe.
Es real.
Sucede.
Al bajar las escaleras, todo, una mezcla de arrepentimiento y una reconstrucción del pasado, el placer, creación inútil, una belleza imposible de realizar, una preparación para la próxima conversación (en la que vendrá) y el próximo lugar, cuando…
El 31 de diciembre yo suelo llevar a cabo esto, lo que…
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El 7 de enero debería haber apagado aquella farola sin guantes y valorado más aquellas palabras, mostrar. El 9 de febrero debería haber dicho lo que sentía en voz baja y no quedarme en silencio a las diez de la noche, sin cenar arroz con nueces. El 12 de marzo debería haber recogido la moneda del suelo en cuesta y confundido el billete con las nubes. El 13 de abril, o el mes de mayo. De junio a septiembre, aquel vacío fructífero. Inalterable. El 29 de octubre, bajado en la parada del tranvía y continuado el camino de vuelta casa, por la vereda. El 30 de noviembre, ayudado al cuervo a romper la nuez y no hacer una fotografía, dos, tres, del proceso. El 31 de diciembre, contado todos los escalones y dejarme llevar por la barandilla, sin caerme.
El 1 de enero debería haber deseado el futuro.
Creo que es todo.