Pero su “ven conmigo” no se explicaría bien si no se contase lo que Cangrejo había visto antes, asomado a la rendija de entrada de la gruta, y que terminó haciendo vibrar su caparazón y calentando el agua. O eso le parecía, que es lo que cuenta.
Había visto algo muy peculiar e inédito en el mar: orden.
Sí, ya había percibido orden hacía poco, cuando los tiburones se organizaron en círculos para marchar cantando El azul es nuestro, nuestro es el azul. Pero aquello era un antojadizo vuelo de mariposa, un mar arbolado por la tormenta… ¡un caos! si se lo comparaba con la perfecta línea de peces que organizaba Limón. Con secas amenazas no les permitía mover nada más que las colas, y sólo para mantenerse en el mismo sitio. Los alineados eran seis o siete peces distintos, separados por la misma distancia entre ellos. Algo muy raro en el mar. Nunca, nunca se ve algo así salvo en los grandes rebaños de peces idénticos que van dando bandazos por el mar al mismo tiempo, con una se diría que imposible sincronización.
Hasta que justo en el momento en que sus morros conseguían juntarse en la misma línea con pulcritud militar, Limón daba un coletazo –claramente, una señal- y un tiburón Toro, una merluza, un Merlán flaco, una sardina de plata y hasta un Mero feo y pesadote salían disparados hacia delante, nadaban la distancia que suele emplear un tiburón en cazar a un pez Vela (si lo coge al comienzo de la persecución, luego ya le es imposible)… y una vez allí se detenían. Lo de verdad extraordinario era que una carrera en el mar terminase sin que nadie se comiese a nadie.
Muy preocupado por la situación de Piojo, a quien consideraba su única posibilidad de llevar a término lo que pensaba con ansiedad desde hacía un tiempo, Cangrejo prestó una mirada distraída a lo que sucedía. Y sólo después de que se repitiese tres o cuatro veces, tomó la decisión de hacer llamar al tiburón Alfombra. A grandes peligros, decisiones igual de peligrosas si es necesario.
Lo era.
Una y otra vez había visto una escena en apariencia idéntica: Limón hacía que cuatro o cinco peces se pusiesen en fila sobre una línea imaginaria pero perfecta, el ideal mismo de las líneas imaginarias. Daba una señal con la cola. Y los peces salían al galope en línea recta.
Los peces eran distintos cada vez… aunque no: siempre había un tiburón y los demás cambiaban: meros, salmones, merluzas, pescadillas, incluso rodaballos y atunes o bonitos, peces Globo, sardinas y hasta peces de colores. Delicados pececillos de acuario que por lo general se distraían, se quedaban por el camino, entretenidos en un brillo, un color… siempre llegaban los últimos. Participaba todo el mundo menos las ballenas, las orcas, demasiado camorristas, y los peces Vela, que nadan más rápido que nadie: a esos no se les invitaba a competir.
Sólo a la tercera Cangrejo comenzó a comprender: Los peces de colores como el pez Mariposa y parientes siempre llegaban los últimos… y los tiburones lo hacían los primeros. Entre medias las otras especies: las merluzas solían ocupar los puestos intermedios, los atunes se acercaban a la cabeza… pero nada cambiaba el resultado: los tiburones llegaban primero. Siempre.
Al fin, mientras Piojo había cerrado los ojos y hacía rato que ya no se le oía ningún suspiro, ni siquiera leve, Cangrejo lo vio con nitidez: los tiburones habían organizado esas carreras, esos juegos de atletismo, para demostrar quiénes son los peces superiores del mar. Quiénes ganan siempre. Con esos resultados no hacía falta ni preguntarlo.
Y otra consecuencia en la que tardó algo más en reparar: las discusiones por los derechos sobre los caladeros se habían terminado. De golpe.
Y como era apenas natural, las consecuencias de tanta comprobación se confirmaron con el siguiente juego:
– No vamos a correr siempre –anunció Limón al observar que los peces, dotados de poca paciencia, se comenzaban a cansar de la misma prueba y con los mismos resultados–. En adelante, el que llegue el último tendrá que servir de merienda a los que lleguen antes. Los demás se servirán por orden de llegada.
Para entonces Cangrejo ya conducía al tiburón Alfombra al sitio al que se refería con el “ven conmigo…”