Las paredes del White Nile Hotel están viejas, descascaradas y el verde azulado que en su momento llamó la atención de sus clientes, hoy está apagado por la tierra, el sol y la guerra. Una mañana a principios de agosto del año 2005, seis meses después de que se firmara el acuerdo de paz entre el ejército sudanés y el SPLA (Ejército Popular de Liberación de Sudán), el general Moputo Mobur Mate llegó con sus hombres a la ciudad de Juba, capital de la región autónoma del sur de Sudan. El general y sus soldados venían de Torit, al este de la ciudad. Habían pasado años viviendo en el monte, combatiendo como podían al poderoso ejército de Jartum, que contaba con aviones y helicópteros con los que bombardeaba aldeas y ciudades. Los soldados de Moputo Mobur Mate habían llegado a Juba para asistir al entierro de su general en jefe, John Garang, líder y fundador del SPLA, quien había muerto en un accidente de helicóptero días antes. Garang era el flamante presidente del gobierno autónomo del Sur de Sudan.
El acuerdo de paz firmado por Garang en Kenia unos meses antes había puesto fin a más de dos décadas de conflicto civil entre el norte árabe musulmán y el sur, habitado por más de 400 tribus de raza negra y religión cristiana y animista. Era la segunda guerra que desgarraba el país desde que se independizara del Reino Unido en 1956. Como potencia colonial, Londres se había encargado de enfrentar a ambas partes, al norte con el sur.
El general Moputo eligió para alojarse con sus hombres el pequeño hotel ubicado en el barrio de Atlabara y que acababa de reabrir sus puertas tras haber permanecido cerrado durante dos décadas a causa de la contienda armada. El White Nile (Nilo Blanco) se inauguró en 1982, un año antes de que estallara la guerra. Pero tuvo que echar el cierre poco después. “Ningún sudanés del sur podía poseer un negocio durante el conflicto”, recuerda su dueño, Zephaniah Abbott, de 62 años, que se vio obligado a dejar la ciudad,: «Los árabes no lo permitían y me tuve que ir, primero a Jartum y luego a Uganda». La guerra dejó un reguero de más de dos millones de muertos y otros tantos desplazados que debieron huir hacia el norte de Sudán y países limítrofes.
Seis años después de que se firmara la paz, según estimaciones del Banco Mundial, todavía el 85% de la población vive por debajo del índice de pobreza y más de la mitad depende de la asistencia alimentaria. Apenas uno de cada cuatro sudaneses del sur recibe algún tipo de atención médica y una de cada siete embarazadas no llegan a dar a luz y mueren por complicaciones durante la gestación o el parto, según datos de MSF (Médicos Sin Fronteras). En esta región el 92 % de las mujeres no sabe leer ni escribir. Tampoco hay electricidad y aunque la única ciudad con tendido eléctrico es Juba, son los generadores privados que se pueden ver en cada esquina los que abastecen de luz a la ciudad.
En las calles de Juba por las noches, los generadores marcan la diferencia entre la luz y la oscuridad. Las velas iluminan las polvorientas mesas de plástico de los tenderos, mientras que el olor a comida que brota de las chabolas de lata se mezcla con el de los excrementos y basura que se pudre amontonada en las calles. Esta imagen se repite por todas partes a pesar de que Juba, como comenta un miembro de las Naciones Unidas, «es lo más desarrollado del Sur de Sudan”.
El agua es otro de los grandes problemas que azota a la mitad más pobre del país, una de las zonas más calurosas de África y donde más de la mitad de la población no tiene acceso al agua potable. Aujon, de 48 años de edad, se dedica a la venta de agua. Todos los días hace tres o cuatro viajes arrastrando su bicicleta cargada con 14 bidones de 20 litros cada uno desde las pocas fuentes-grifo instaladas en Juba. “Mi sueldo depende de la demanda de agua”, dice Aujon, mientras aprieta la cuerda que mantiene en equilibrio los pesados bidones antes de empreden una nueva ronda.
El pequeño hotel, estructurado en torno a un pequeño patio, está separado de la calle por un muro de 1,8 metros de alto y un portón metálico desvencijado. “A media noche cerramos las puertas”, dice Michael, el conserje, de 20 años, originario de la provincia de Munro, una de las más castigadas por la guerra. Las habitaciones, con piso de cemento y techo de chapa, están amuebladas por viejas literas cubiertas por una mosquitera agujereada, una silla de plástico y poco más. “Es un buen hotel”, dice Michel. «Está llegando mucha gente por el plebiscito”.
El acuerdo de paz firmado en 2005 tras arduas negociaciones puso punto final al conflicto y fijó la celebración de un referéndum el 9 de enero del 2011 para que los ciudadanos del sur decidieran libremente si optaban por la independencia, por desgajarse del norte.
En los últimos meses, miles de sudaneses del sur han regresado a la región, y otros tantos lo seguirán haciendo tras el referéndum. La incertidumbre de los sureños instalados en el norte tras la independencia, sumado al sueño de tener un país propio, han propiciado un retorno masivo de gente que se vuelve con lo poco que tiene para emprender una nueva vida. Tienen fe en el futuro del que se convertirá en el Estado número 54 de África.
Según las encuestas, más del 95% de los 3,9 millones de sudaneses del sur que empezaron a votar el 9 de enero y lo seguirán haciendo durante toda esta semana, lo hará a favor de la secesión. Se cree que a mediados de febrero se confirmen las predicciones de que el país más grande de África se dividirá en dos mitades.
“Hay dos baños”, dice Michael, “y la luz se enciende desde fuera”. Lo más bonito del White Nile es su patio: siete de las habitaciones dan a ese espacio abierto al cielo africano que por las noches se convierte en el centro de reunión. El único tema de discusión, la independencia. Los sudaneses han esperado mucho tiempo para este momento y el domingo pasado el gran día por fin llegó.
Desde las primeras horas de la madrugada, miles de sureños se volcaron a los centros de votación y formaron largas y ordeandas colas para depositar sus voto en “el día histórico”. El negro, rojo y verde con la estrella amarilla bajo un fondo azul de la bandera de Sudán del Sur inundó la ciudad de Juba. Lo que en los días previos había sido calma y ansiedad se convirtió en una fiesta popular. Y es que el 9 de enero de 2011 simbolizó durante años para muchos el comienzo de la libertad para el pueblo de Sudán del Sur.
La imagen de la mano levantada como el símbolo de basta, del bye bye que se podía ver en las camisetas de cientos de personas durante los días previos a la jornada tanto tiempo añorada, se convirtió en el emblema nacional. Y es que la mano levantada es el dibujo que aparece en la papeleta encarnando el voto favorable a la separación. La papeleta que representa la idea de seguir formando parte de Sudán muestra un dibujo con las manos estrechadas.
Aunque los 2.537 colegios electorales seguirán abiertos hasta el próximo domingo, el valor simbólico del domingo 9 de enero de 2011 pudo más. “Todos quieren ser los primeros en votar en este día histórico”, y a aunque el proceso está siendo lento debido a la búsqueda de los registros, la votación está “bien organizada” afirmaba la secretaria ejecutiva de la Confederación Internacional de los Grandes Lagos, Liberata Mulamula, cuya organización es parte de los 1.400 observadores internacionales encargados de monitorear el referéndum.
Antes de que se formaran las primeras colas en la madrugada del domingo, la Comisión del Referéndum aseguró que «todo está preparado al 100%” y el resultado podría incluso ser adelantado al 22 de enero. El sur de Sudán lleva años esperando este momento: «Esta es la forma de demostrar que no somos ciudadanos de segunda”, explica el parlamentario Lual Adal. “Estamos decidiendo el resto de nuestras vidas”.
“Me siento feliz”, decía Philip, mientras se limpiaba la tinta azul del dedo índice de la mano derecha con una servilleta: «Estuve esperando desde las dos de la madrugada. Quería ser el primero en votar. Hemos esperado mucho por este día y por fin ha llegado”. Philip salió del recinto en la universidad de Juba sonriendo y luciendo una chaqueta blanca a juego con sus pantalones. Y es que muchos sudaneses del sur sacaron a relucir sus mejores ropas, y después de votar se encaminaron a la iglesia para asistir a la misa del domingo y agradecer a Dios la llegada del big day.
El gran día pasó y ahora los sudaneses del sur tendrán que esperar para comprobar si su sueño finalmente se convierte en realidad, aunque nadie duda del resultado del referéndum. Mientras tanto, las calles de la floreciente ciudad de Juba vuelven poco a poco a la calma. El ritmo de la capital del futuro país se hizo más lento. La rutina retomó el pulso. Y en el gastado patio del White Nile Hotel, donde hace seis años el general Moputo Mobur Mate pasaba las tardes con sus soldados, media docena de jóvenes se reúne noche tras noche en torno a un viejo televisor para ver una y otra vez las mismas imágenes de los soldados del Dr. Garang durante la guerra contra Jartum. El pasado.
Juba, 11 de enero, 2011