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Mientras tantoPantalones pitillo

Pantalones pitillo


Hoy he dejado el pitillismo. Adopté esa forma de vestir como una concesión a la modernidad. Era un pitillismo moderado, tengo que decir, nada que ver con ese pitillismo extremo que es como el los de los jevis de los ochenta. ¿Dónde estarán los jevis y dónde estarán los ochenta? Los jevis están como Los Increíbles, llevando una vida normal, anónima, ocultando sus poderes que eran el cuero y las melenas, además de los pitillos, por ejemplo. De los ochenta no va quedando nada y menos que va a quedar. Decía que he abandonado el pitillismo y con ello he rechazado, de facto, la modernidad. El pantalón pitillo me asfixiaba como la modernidad. Y no sólo el pitillo sino, de forma casi más importante, el talle bajo. El talle bajo es una cosa del demonio, y el demonio está por todas partes. No hay manera de encontrar un pantalón de talle alto. Está proscrito. Pregunto en las tiendas y me miran como si hubiera preguntado por Trotski en casa de Lenin. Todos esos hombres minimizados, constreñidos, abocados a la compresión y la estrechez. Es el corsé masculino del XXI. Por ahí van un poco los asuntos. Nos han puesto un corsé sin enterarnos, como las leyes. Pero al fin los encontré, los pantalones prohibidos, casi de contrabando, y he dejado de llevar pantalones estrechos y de talle bajo. Me he deshecho de ellos y me siento libre. El cinturón en su sitio, la pierna suelta, las campanas al vuelo. Libre. Ahora siento que puedo respirar y moverme sin dificultad. Hay espacio. Incluso aire. Hay piernas de hombres con pantalones pitillo (no digamos las entrepiernas) que son como el cuello de las mujeres jirafa. Y no parecen sufrirlo. Se han institucionalizado, como los presos de la prisión de Shawshank, y no quieren salir de sus pitillos. Los hombres pitillo. Yo he dejado el pitillismo y cada vez que me pongo los pantalones no parece que me embalo las piernas como paquetes, sino que me las cubro como hacen las personas. Y esa cubierta al andar vuela como las cortinas de Daisy Buchanan, y yo me siento tan feliz al sentirlo como Nick Carraway al contemplarlas. Mi pitillismo fue una concesión dubitativa a la sociedad. Me hice socio. Así que después de todos estos años he renunciado estética y saludablemente a la misma por naturaleza y convicción y pienso seguir avanzando para acomodarme en mi libertad, alejada por las tendencias, si se me permite. Porque el pitillismo no está sólo en las piernas de los hombres sino en sus vidas. Y no es tanto vestirse a la moda como poner la vida a la moda, globalizarla como si no fuera tuya. Es la vida apitillada que se avecina la que se me ha presentado en todo su esplendor al librarme de esas apreturas bajas. Por algún sitio hay que empezar.

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