El género bélico siempre ha sido uno de los más cultivados por el cine, sobre todo teniendo en cuenta la multitud de conflictos que han sacudido el mundo durante sus más de cien años de existencia. El cinematógrafo refleja en sus pantallas la realidad que le rodea, y desgraciadamente gran parte de la historia contemporánea está bañada en sangre. Pero hasta hace relativamente poco esta realidad se representaba mediante ficciones que tomaban un cariz u otro, evidenciando en todo momento su naturaleza fabuladora. En los últimos años, y gracias a la desprofesionalización de los equipos de rodaje, hemos vivido una eclosión de vídeos grabados por los propios soldados en los lugares del conflicto como Irak o Afganistán. Ahora se da un paso más allá con Restrepo, película de Sebastian Junger y Tim Hetherington que muestra la vida de un pelotón del ejército americano destinado en el valle de Korengal en Afganistán. Un documental rodado in situ, con los soldados como únicos protagonistas y del que se desprende el enorme sinsentido de una guerra perdida que se perpetúa por pura inercia.
Hace unos meses el portal WikiLeaks sacó a la luz más de 90.000 documentos que ponían en entredicho la actuación de los militares norteamericanos en Afganistán. La muerte de miles de civiles inocentes y los mínimos avances ante los talibán siembran importantes dudas sobre una guerra que se justificó por el 11-S, pero cuyo sentido ha ido diluyéndose a lo largo de los años. Algunas de las verdades que destapó la filtración se hacen patentes en Restrepo, documental que bien podría incluirse como soporte audiovisual de las revelaciones de WikiLeaks. Un pequeño puesto de avanzadilla es el único logro tangible de una batallón que, a lo largo de 15 meses, es incapaz de llegar a ningún entendimiento con unos civiles atrapados en un fuego cruzado entre americanos y talibán. Extraterrestres en un paraje hostil, sus únicas opciones pasan por atrincherarse en la base y esperar a que pase el tiempo. Las carreteras por construir y la prosperidad prometida caen en saco roto ante una realidad mucho más complicada de lo que Estados Unidos quiso ver.
Los autores del documental han convivido durante un año con una veintena de jóvenes soldados destinados a una de las más duras bases del ejército norteamericano en Afganistán. El papel de Sebastian Junger y Tim Herthington ha sido, por tanto, el de observadores de una realidad que han documentado durante largo tiempo, pero que también han sufrido en sus carnes. Quizás por ello en ciertos momentos de la película se hace patente la implicación emocional que hay tras lo que filman, como la muerte de un soldado o el aburrimiento desesperante en una base cuyo tiempo se mide en intervalos de espera ante el siguiente ataque. La honestidad de la propuesta se ejemplifica en el aspecto formal de la película, respetando en todo momento la imprecisión de la grabación no preparada y sin buscar un esteticismo paisajístico. Posteriormente se grabaron una serie de entrevistas con algunos de los soldados protagonistas, que reflexionan en frío sobre el sentido de su presencia en el valle y las secuelas que les ha dejado la contienda.
Sin embargo, no parece que la intención de Restrepo sea mostrar las consecuencias de una guerra profundamente enquistada. Como en el caso de The Hurt Locker (En tierra hostil), de Katherine Bygelow, se pone el acento en la labor de unos soldados americanos que son presentados como meras comparsas de un movimiento de peones que les supera. Pero sin reflexionar sobre quiénes mueven a los peones o por qué, simplemente resaltando el heroísmo de unos chavales en su mayoría White trash (basura blanca) o pertenecientes a minorías étnicas, que son carne de cañón allá donde les manden. La cursiva que acompaña el término heroísmo no es gratuita, ya que según mi punto de vista la admiración por la labor del colectivo militar es un ejercicio peligrosamente simplista. La dedicatoria en el propio título del documental hacia un soldado abatido en combate, recordado constantemente a lo largo del metraje, ejemplifica cuál es el protagonista absoluto de Restrepo: El soldado raso que cumple una misión nunca cuestionada y, sobre todo, nunca entendida.
El problema es que dejar al pueblo afgano en un fuera de campo constante reduce un conflicto como el de Afganistán a la vida de unos soldados que son solo una parte de la ecuación. Por ello la película plantea, al igual que la cinta de Bygelow, dudas sobre la ética de una propuesta que no sabemos si situar como denuncia de una guerra mal planteada o como reafirmación de la labor del ejército norteamericano allá donde se presenten. En las pocas escenas en que aparecen afganos lo hacen en segundo plano, nunca toman el protagonismo o escuchamos sus confesiones a cámara de la misma manera que lo hacen los soldados, y seguro que tienen mucho que decir. Nada que cuestione la presencia militar americana en la zona, más allá de un ataque con víctimas civiles que el sargento a cargo se apresura a justificar por la reticencia de lo locales a enfrentarse a los talibán. Esta especie de determinismo que muestran los militares, incapaces de entender otra opción que no sea la absoluta sumisión de los civiles a sus designios queda brillantemente expuesta, pero no acertaría a afirmar si los propios directores creen en ello o pretenden denunciarlo.
Cuando Brian de Palma estrenó Redacted recibió duras críticas por convertir en ficción, con una estética de documento audiovisual, un terrible episodio de la posguerra en Irak. Su reflexión sobre la facilidad con la que la hiper-imagen moderna construye y excluye discursos a través de multitud de canales de comunicación es tremendamente pertinente. A través de cámaras de soldados, conferencias web y cámaras de seguridad se recreaba lo que había sido silenciado por carecer de imagen. ¿Ya solo podemos escandalizarnos cuando vemos algo en lugar de cuando nos lo cuentan? Restrepo participa de esta obsesión contemporánea por el testimonio audiovisual, y supone la evolución lógica de la película de Brian De Palma. Cuando vemos el cuerpo abatido de un soldado norteamericano cubierto por una manta, el cámara no puede evitar un zoom in hacia la bota del mismo, único elemento visible del cadáver. Más que nunca necesitamos ver para creer, y la película de Hetherington y Junger supone, en ese sentido, un ejercicio único de visibilidad. Esperemos que el espectador sepa ver la película como una parte de un todo muy complejo y no caiga en los mismos errores que el ejército norteamericano.
De momento resulta revelador leer los comentarios que los usuarios de Imdb dejan en la entrada de Restrepo. Muchos de ellos son muestras de admiración hacia el colectivo militar, en ocasiones hasta de gratitud por hacer el trabajo sucio y salvaguardar su libertad. He aquí la problemática de no dejar claras las posturas; quien se oponga a la guerra de Afganistán o Irak verá confirmado su punto de vista, así como quienes busquen una oda al soldado libertador quedarán satisfechos. Todos en sus trincheras y mientras tanto el pueblo afgano a la intemperie, atrapado en un eterno fuego cruzado. Una baja americana es capaz de generar un documental con su nombre. Esperemos que las miles de muertes de civiles afganos sean capaces de inspirar al menos una docena. Quizás ni eso, probablemente se conformen con que alguien les pregunte de una vez si desean ser liberados.