No hace tanto tiempo, diez o quince años, que el debate acerca de la cobertura que se hacía de China por los medios occidentales giraba en torno a si se hacía demasiado énfasis en temas como los derechos humanos, en detrimento de la verdadera noticia, que debía ser el desarrollo económico que estaba creando cambios tangibles en la sociedad. Incluso se llegaba a invocar el derecho de los chinos a escoger su propio camino sin ser sojuzgados por la imposición de criterios occidentales. Me estoy refiriendo a opiniones de occidentales, pues no aporta nada nuevo decir que esa postura existe, tal cual, en el argumentario oficial del partido.
Ante ese dilema Occidente ya se había puesto de acuerdo en la postura a tomar: el engagement, para lo que quizás la traducción más ajustada en ese contexto, aunque no suene muy bien, sería interactuar. En otras palabras, mantener la relación por encima de las diferencias en la esperanza de que el progreso económico crearía una nueva clase media, que una vez saciada de ciertas necesidades materiales acabaría llegando por si sola a un estadio de desarrollo tal que la llevaría a reclamar mayor participación. Ergo el cambio llegaría gradual y orgánicamente.
Ese debate, que insisto, fue recurrente entre occidentales involucrados con China en la década de los 90 y la primera de los 2000, ha sido resuelto y no por nosotros. No hace falta discutirlo de nuevo porque ahora, en su mayor parte, la partida se juega o fuera de las fronteras de China o directamente en nuestro propio campo. El litigio ya no está en si se debe imponer sino en si se debe, o puede, contener.
La Policy of Engagement ha llegado al final de su recorrido, con éxito, en lo concerniente a la creación de una clase media pudiente, no hace falta ir a China para verlo. Pero eso sin producir los cambios en la superestructura política que en Occidente se esperaban, aun con la boca pequeña, pues los cientos de millones de trabajadores que China aportó (hasta 25 veces más baratos en los 90), fueron como el maná caído del cielo para el capitalismo occidental.
Pero para que nadie se confunda, la sociedad china sí ha avanzado en la dirección que se presuponía, en mayor o menor grado, es solo que el PCCh (Partido Comunista Chino) le ha puesto un tapón. La clase media alta, por ejemplo, efectivamente saciada de muchas cosas, está derivando a la espiritualidad, a menudo tibetana. El cambio se ha dado, pero la obstinación del partido ha podido más. La evidencia más clara de esto es que el relajo en el control de la natalidad no ha provocado una avalancha de nuevos nacimientos y eso se ha debido no sólo por el coste de la vida, sino porque los chinos ya no subrogan completamente su realización, su felicidad, en las generaciones futuras, son más egoístas con su tiempo.
Pero eso no quita que esa política haya sido un fracaso en su aspiración última. No solo China no ha cambiado a mejor, sino que ya es una fuerza supresora de la democracia en su entorno más inmediato. Hong Kong es un ejemplo definitivo, completado al 100% de sus aspiraciones y ya asumido como inevitable por el resto del mundo, aunque aún está por verse cómo se comportará el dinero a medio-largo plazo y la nueva administración de Joe Biden.
Si decir que China es una amenaza existencial para nuestras democracias suena dramático, quizás se entienda mejor diciendo que para el PCCh la democracia es, categóricamente, una amenaza existencial. La absoluta prioridad presupuestaria y vocacional del gobierno del país es salvaguardar el partido, lo primero, todo lo demás viene después. Lo que en el lingo del partido llaman, “ser leal al partido”, lo que en realidad quiere decir es que compartes la inquebrantable convicción de que el partido tiene el derecho moral de monopolizar absolutamente el poder y eso es incontestable. Esa es la base, pero para la China de hoy es necesario tener presente la aportación de Xi Jinpin.
Llegó, como suele pasar en tantas disputas entre diferentes corrientes políticas en cualquier parte, como una solución de compromiso entre facciones, aunque por sangre era parte de la élite, de la facción de los Taizi (los príncipes) o Hong Erdai (segunda generación roja), los hijos de la primera generación de cargos del partido. Pero su carrera había sido lo suficientemente discreta, sin escándalos, era alto, más joven y con una cara de póker más afable de lo habitual, era claramente una generación diferente. Había padecido los rigores de la Revolución Cultural y había vuelto sin rencores evidentes ni una desmedida afición al dinero. El muchacho quería hacer política, no hacer negocios al amparo de la política. Fue cumpliendo los pasos habituales en el escalafón del partido, sin despertar demasiados recelos en ninguna de las dos facciones, hasta llegar al trance final, que es convencer a los jerarcas del partido de que eres leal al partido.
En ese punto el término tiene una connotación más precisa, pero en la misma vena, y es que no eres, ni un Hu Yaobang, ni un Zhao Ziyang, o sea un reformista de tapadillo, vulnerable a los cantos de sirena del reconocimiento internacional. Pero tampoco un populista demagogo con secretas ínfulas mesiánicas, a la Bo Xilai o incluso como Mao Zedong. Sea cual fuere el proceso, el candidato convenció a ambas facciones (la otra facción son los Tuanpai, que vienen de la Liga de la Juventud Comunista, Gongchanzhuyi Qingnian Tuan, los que han hecho todo el recorrido desde abajo).
Ponerle cara con casos concretos y cercanos, como Hu Yaobang y Zhao Ziyang, le sirve al partido para tener siempre presente que cualquier revisión, cualquier desviación, por pequeña que sea, es potencialmente terminal para su supervivencia y a medida que el partido ha ido ganando en confianza y recursos no ha dejado de achicar espacios, algo que Xi Jinping está llevando a sus últimos extremos.
Es por eso que Xi no podía tolerar la pragmática solución de compromiso que sus antecesores habían alcanzado con las élites de Hong Kong. El Artículo 45 de la Basic Law (la mini-constitución de Hong Kong), que estipula los pasos que debían darse hacia un sufragio universal, es tan deliberadamente vago que le hubiera sido muy fácil gestionarlo con un poco de mano izquierda, sin conceder mucho, pero sin dejar de respetar su singular autonomía y legalidad. Y eso hubiese sido posible mucho antes de provocar las masivas protestas del verano de 2019. No ha sido así porque a Xi no le ha dado la real gana, pues ahora se exige, en todos los ámbitos, una lealtad total y absoluta al dictum del partido. No hay ningún margen para la interpretación y esto es lo que mejor define la dirección que Xi ha impuesto al país.
Por supuesto que todo esto también tiene su formulación ideológica en la literatura del partido, que Mao aprendió de Iósif Stalin y que practicó de manera inmisericorde hasta sus últimos estertores. Stalin ya advertía que los más temibles obstáculos en el camino a la utopía socialista vendrían del propio partido. Se estaba refiriendo a los revisionistas, disfrazados de reformistas, secretamente conchabados con los agentes del liberalismo occidental y que por eso el partido “se fortalece purgándose a sí mismo”. Es inconcebible el discurso del partido sin ese antagonismo respecto de Occidente en general y Estados Unidos en particular, hoy igual que entonces.
Sabemos además que el análisis crítico de Mijaíl Gorbachov y la caída de la Unión Soviética es una obsesión que Xi Jinping ya traía como muestra de su aportación personal al discurso ideológico del partido, pues al poco de llegar al poder encargó millones de copias de una colección de 6 DVD sobre la caída de la Unión Soviética, para ser estudiado a conciencia por todos los cargos del partido. También se ha referido a ello explícitamente en varias ocasiones, en su circuito interno, no en la prensa oficial y siempre para machacar el mismo punto: cualquier apertura es el principio del final y la culpa fue de la flojera ideológica de Gorbachov. (El vídeo en cuestión es In memory of the collapse of the Communist Party and the Soviet Union, producido por la Comisión Central de Inspección Disciplinaria, la Academia de Ciencias Sociales y su centro afiliado, el Centro de Investigación del Socialismo Mundial).
Por orden suya el partido ha estudiado minuciosamente la caída de la Unión Soviética, pero no solo en Rusia sino en todos los países satélites y se ha esmerado en reforzar preventivamente todas las potenciales vías de agua que sus ejemplos apuntan. Por ejemplo, el caso del sindicato Solidaridad en Polonia le ha llevado a eliminar de los sindicatos cualquier atisbo de autonomía o iniciativa propia, hasta convertirlos en meras correas de transmisión del partido. De Checoslovaquia aprendieron los peligros de dar manga ancha a la sociedad civil y la necesidad de matar moscas a cañonazos, que es uno de los aspectos de la realidad china que más sorprenden al observador casual.
Cualquier reivindicación, por muy periférica, tangencial o políticamente trivial que aparente ser, no debe jamás llegar a organizarse por sí misma, es necesario estrangularla en la cuna. Esto es así incluso para reivindicaciones que en apariencia son ideológicamente afines al propio partido, dándose la paradoja que en 2018 suprimieron por la fuerza un movimiento de jóvenes marxistas, formado entre trabajadores y estudiantes de algunas de las universidades más elitistas del país, que reclamaban una vuelta a los verdaderos valores marxistas.
Los mismos valores marxista-leninistas que todos los estudiantes universitarios, de cualquier disciplina, reciben en clases a las que están obligados a asistir. Porque lo que provoca la reacción del aparato no es tanto el contenido de la reivindicación sino el espacio que por propia iniciativa pretenden ocupar en el discurso público, que cuando no discurre por los cauces oficiales es visto como un potencial desafío a la autoridad del partido. Este adoctrinamiento ideológico en la universidad, desde este semestre incluye en su currículo el Pensamiento de Xi Jinping.
Pero la verdadera novedad de Xi en su llegada al poder fue señalar la corrupción como una amenaza incluso superior a estas anteriormente mencionadas, pues erosiona la legitimidad y la credibilidad del partido. Campañas anticorrupción no eran una novedad, todos los presidentes se estrenaban con una, la novedad es que durase más de un año. La endemia de la corrupción es desde tiempo inmemorial uno de los más firmes pilares del fatalismo chino y por eso, para ser creíble, algunas muy prominentes cabezas debían rodar también.
Esa era, y es, una operación de altísimo riesgo para él, personalmente. Con cada tigre que cae, cae una línea entera y todas sus ramificaciones, decenas de personas, que pasan de la impunidad y el privilegio a una vida devastada. Es normal que caiga toda la familia inmediata y la extendida pues es normal que todos se hayan enriquecido a la sombra del líder.
El análisis de la psique del líder llega tarde, Ahora ya tenemos los hechos, que nos bastan para lo que nos concierne. Pero de lo poco que sabemos resaltaría que la reivindicación de la figura de su padre debe figurar muy alto entre sus fuentes motivacionales. Xi Zhongxun podría ser un buen ejemplo del “buen comunista”, con una prometedora carrera truncada por los excesos de Mao. Eso nos sirve para explicar que Xi no es un cínico, probablemente tiene un vínculo emocional con el idealismo de su padre y esa época, la de los buenos comunistas. Como dice George Smiley en Tinker, Taylor, Soldier, Spy (El topo, en España): “todo el mundo tiene alguna lealtad en alguna parte”.
Recientemente Xi acudió a Shenzhen, el Silicon Valley chino al otro lado de la frontera con Hong Kong, para celebrar el 40 aniversario del sistema de las Zonas Económicas Especiales (SEZ en inglés), algo de lo que el partido está particularmente orgulloso y que viene muy a propósito para hablar de la complejidad de ese vínculo emocional.
Por un lado, sin mencionarlo de nombre, Xi aprovechó el discurso para reivindicar la figura de su padre como uno de los promotores de la idea, pero sin llegar a salirse del guion oficial que le atribuye a Deng Xiaoping la autoría principal. Pero lo más extraordinario es que si casi nadie se acuerda del papel de Xi Zhongxun como promotor de las SEZ sí es habitualmente recordado por haber sido responsable de áreas específicas, incluidas las religiosas, en Tíbet y Xinjiang, como miembro del Comité Central del PCCh y viceprimer ministro con Zhou Enlai desde 1959.
En 1985 Zhongxun describía así su política para Xinjiang: “Mirando atrás en la historia, innumerables hechos nos demuestran que, para tratar los asuntos religiosos, cuanto más estrictas e inflexibles son nuestras políticas, cuanto más se suprime la religión en términos prácticos, más discurren las cosas en la dirección contraria a lo que uno desearía y se obtiene el resultado opuesto. No solo se hace imposible guiar las actividades en aquellas áreas autorizadas por la ley y las políticas del partido, sino que se salen de su curso normal, permitiendo que sean utilizadas por personas con motivaciones ulteriores”.
Una más ajustada crítica de las políticas de su hijo, además viniendo de alguien con la experiencia sobre el terreno de la que su hijo carece, es quizás imposible encontrar en el partido. Es la perfecta antítesis de la represión que hoy se vive en Xinjiang, sin dejar de compartir la misma aspiración, que era ejercer el control del PCCh sobre la región, entonces igual que ahora. «Pero una serie de protestas en Tíbet y Xinjiang después de que dejara el Politburó llevaron al partido a juzgar esa política, más dialogante y aperturista, como un fracaso», como relata Joseph Torigian en la revista The Diplomat (26 de septiembre, 2019).
Finalmente la caída en desgracia de Xi Zhongxun no vino por esto, ni por su experiencia en Guangdong, sino como víctima colateral de la lucha de Mao por imponer su criterio después del fiasco del Gran Salto Adelante, desacreditando a la facción tecnocrática del partido y sus énfasis en la economía, de la que Zhongxun formaba parte y que le costó la vida al mismo presidente, Liu Xiaoqi, y el ostracismo a Deng Xiaoping.
Xi Jinping es plenamente consciente de todos estos antecedentes, pues vivió las consecuencias en carne propia. Como era la norma en todos estos casos la familia también fue purgada y ahí llegó su principal periodo formativo, separado de su familia y enviado al campo, como la práctica totalidad de los príncipes, mientras sus padres sufrían periódicas “sesiones de lucha” (pidou), brutales escenificaciones de crítica y humillación pública que a menudo degeneraban en tortura. En el caso de Xi Jinping su padre fue encarcelado, su madre obligada a acusarlo en una sesión de pidou, mientras él era enviado a trabajar como secretario del partido en un pueblo de Shaanxi durante siete años.
Lejos de invitar a una reflexión sobre los excesos de esos años, este rito de paso que comparte con esa generación represaliada es el sucedáneo que hace las veces del pedigrí revolucionario de sus padres. Si para la primera generación la legitimidad venía de su participación en la revolución, para la generación siguiente haber sobrevivido a los brutales excesos de la Revolución Cultural ha sellado a fuego su ya percibida legitimidad para ostentar el poder en un régimen que no aún no conoce otros mecanismos mejores para derivarla en sus más altos escalafones. Los que compartieron esas penalidades con él forman su núcleo duro, informalmente conocido como el Shaanxi Gang, que ha sido uno de sus principales apoyos en los primeros años de su mandato y que le viene también por ser su padre oriundo de Shaanxi.
Cheng Li, China Leadership Monitor, número 43: “Al tiempo que experimentaba extraordinarias dificultades en una zona rural tan pobre y primitiva, Xi sintió una sensación de realización y apego nativo. Para él este tiempo en los comienzos de su carrera supuso un alejamiento de la agitación política de Beijing, donde había sufrido como hijo de un ‘enemigo de Mao’, para llegar a la cuna de la carrera revolucionaria de su padre. El nuevo entorno le permitió desarrollar muchos vínculos con su región natal, ya que estaba rodeado de muchos compañeros nativos de Shaanxi con quien estableció amistad. Xi dijo recientemente a los medios de comunicación chinos que el tiempo que pasó en Yan’an como un ‘joven enviado abajo’ (xiafang qingnian) fue una ‘experiencia definitoria’ y un ‘punto de inflexión’ en su vida. Xi se identificó como un ‘nativo de Yan’an’, declarando Shaanxi como su raíz y su base y Yan’an su alma y espíritu. Estaba particularmente agradecido por el conocimiento, fuerza y confianza en sí mismo que creció en él mientras trabajaba en su tierra natal”.
En China uno se considera oriundo, primero del hogar ancestral de la familia, así, aunque Xi Jinping nació en Pekín, se considera de Shaanxi. La expresión “joven enviado abajo” fue el término empleado para los jóvenes que fueron enviados a vivir en áreas rurales durante la Revolución Cultural, también conocidos como zhiqing, “jóvenes con educación”. Aunque fuera a una zona rural como represaliado, que Xi pudiera escoger su destino y desempeñara un cargo denota un privilegio.
Un cable de WikiLeaks
La confirmación de estos hechos llegó también de manera inesperada a través de uno de los cables diplomáticos estadounidenses revelados por WikiLeaks, en este caso de la embajada en Pekín. Es tan extraordinario que merece la pena reproducirlo aquí:
RETRATO DEL VICE-PRESIDENTE XI JINPING: “AMBICIOSO SUPERVIVIENTE” DE LA REVOLUCIÓN CULTURAL TE – Telegram (cable) · CONFIDENTIAL · Canonical ID: 09BEIJING3128_a · 2009 November 16
“Un contacto con larga relación con la embajada y antiguo amigo íntimo del Vice-Presidente Xi Jinping ha compartido con el PolOff (Political Officer) información de primera mano sobre los antecedentes familiares de Xi, su temprana educación, juventud y carrera política, así como sobre su personalidad y opiniones políticas. Esta información fue adquirida en múltiples conversaciones durante los años 2007-2008. El contacto es un ciudadano americano de origen chino que es profesor de Ciencias Políticas en una universidad en Estados Unidos, referido a continuación como ‘el profesor’. (…/…)
A pesar de la retórica comunista del partido sobre la creación de una “sociedad sin clases”, el profesor describe la vida en los complejos residenciales de los líderes, en los años anteriores a la Revolución Cultural, como “la mini-sociedad más clasista jamás concebida.” Todo estaba determinado por el “estatus de clase dentro del partido”, incluida la guardería que uno atendía, el lugar donde hacer las compras y el tipo de coche que podía adquirir. Todos estos “beneficios” estaban determinados por el rango en el partido. (…/…) Los hijos de esta élite revolucionaria fueron educados en la creencia que ellos también, algún día, ocuparían por derecho su lugar en el liderazgo del partido. Todo esto acabó con la Revolución Cultural, pero ese sentido de pertenencia a una élite que se cree con derecho a gobernar el país ha permanecido entre la mayoría de los miembros del grupo. (…/…)
El profesor relata que, después de la Revolución Cultural, él y otros encontraron medios de “supervivencia” radicalmente diferentes. Mientras que el profesor y su círculo de amistades se dedicaron a perseguir relaciones románticas, la bebida, las películas y la literatura occidental como una manera de evadirse de las penalidades del momento, en contraste Xi Jinping “escogió sobrevivir siendo más rojo que los rojos”. Al contrario que el profesor y otros que compartieron su experiencia en los pueblos rurales, al volver a Pekín Xi se volcó en la política seria, afiliándose al partido en 1974, mientras su padre aún estaba en prisión. Mientras el profesor y sus amistades leían a De Gaulle, Nixon e intentaban “compensar los años perdidos pasándoselo bien”, Xi Jinping leía a Marx y construía la base de su carrera en política, incluso marchando a unirse a un ‘Comité Revolucionario de Trabajadores, Campesinos y Soldados’ (etiqueta dada a juntas de gobierno provinciales durante la Revolución Cultural). (…/…) Es un secreto a voces, añadió el profesor, que es en el ‘Comité Revolucionario de Trabajadores, Campesinos y Soldados’ donde Xi adquirió su “licenciatura”, su primer título no fue realmente una educación universitaria sino un título de 3 años en Marxismo Aplicado. (…/…)
Según el profesor, Xi fue siempre “excepcionalmente ambicioso” y desde su juventud tuvo el firme propósito de llegar a lo más alto. Una vez volvió del ‘Comité Revolucionario de Trabajadores, Campesinos y Soldados’ planeó cuidadosamente su carrera para maximizar sus oportunidades y subir en el escalafón del partido, primero como oficial en el ejército (PLA) y luego sirviendo en varios puestos de liderazgo provinciales. (…/…) A Xi no le importa el dinero y no es corrupto, se puede permitir no ser corrupto pues nació en una familia con medios [su padre sobrevivió a la Revolución Cultural, fue posteriormente rehabilitado y ostentó altos cargos], pero podría ser “corrompido por el poder.” (…/…) Nuestro contacto cree que Xi está genuinamente convencido de que los miembros de su generación son los ‘legítimos herederos’ de los logros revolucionarios de sus padres y que por ello “merecen gobernar China”.
En 2018, conducido por un empresario chino por las calles de Kunming, le hice la misma pregunta que formulé en todas las ocasiones que se me presentaron durante un mes: ¿qué tal con la campaña anti-corrupción? La conclusión de mi interlocutor era que definitivamente había sido un éxito y la razón era porque: ‘bu gan!!, bu gan!, bu gaaannn!!!!!’ lo que quiere decir, enfáticamente, ‘no se atreven’. Todas las respuestas fueron variaciones de esta. ‘No sólo no se atreven, sino que la actitud y el servicio ha mejorado mucho’, añadió.
Es con este capital, el éxito de su propuesta estrella y la oportunidad que le ha brindado para descabalgar a varios potenciales rivales, que Xi se ha parado a mirar en el horizonte en busca de otras metas y es ahí donde ha empezado a desempolvar las máximas aspiraciones, que yacían inertes por orden de Deng Xiaoping. Pero esas máximas aspiraciones no han sido solo territoriales, como ha sido el caso con el Mar del Sur de China.
Ser cada vez más rico, ejercer de hegemón regional, ser respetado/temido por la comunidad internacional, tener una política exterior perfectamente independiente, etcétera, todo eso ya no sería suficiente. El Zhongguo Meng, el sueño chino, eslogan bandera de Xi Jinping, había vuelto a reivindicar la utopía como una meta asumible. El partido aspira, de nuevo, a llevar a cabo una transformación sociológica masiva por la vía coercitiva. Si eso no es un revival de la Revolución Cultural que venga Mao y lo vea. La verdadera naturaleza del ser humano sigue siendo un misterio para el PCCh.
Pero si en el fondo supone una vuelta al maximalismo de Mao la metodología es muy diferente. Mao, enciclopédicamente imbuido de los clásicos, que releía obsesivamente, gustaba de funcionar con grandes pinceladas, poniendo en marcha corrientes dialécticas que con un espolvoreado de su sabiduría formulaica eventualmente llegarían a un equilibrio práctico que el imaginaba épico y filosófico. Él no estaba para el detalle, sino para compartir categoría con otras fuerzas de la naturaleza. En sus manos el caos era una herramienta más.
Xi, sin embargo, es puntilloso, calculador disciplinado e ideológicamente ortodoxo. Lo que Xi se imagina es un escritorio perfectamente ordenado donde lo que no encaja debe dejar de ser. Su ideal no hace paradas entre estaciones y no hace apartes para atender excepciones, pues eso es precisamente lo que él entiende como decadencia en Occidente, una muestra que toma de Estados Unidos y que cree válida para todas las democracias, como todos los chinos, algo que en vista del caos reinante en Estados Unidos ha pasado de la certeza al regodeo en los medios chinos.
Lo que Xi tiene en común con Mao es el cálculo humano en esos términos, con porcentajes sacrificables, pues haber cumplido con su cuota de sufrimiento creen que les justifica para exigírselo a los demás. Para ilustrarlo vale la pena hacerse una imagen mental de la reunión en la que se decidió la solución final al problema de la desafección de los uigures. Para nosotros una mente capaz de sostener esa proposición no puede menos que calificarse de mesiánica, luego es lógico decir que Xi está ‘imbuido de mesianismo’.
Para comprenderlo es necesario también recordar que el PCCh representa el determinismo absoluto. Lo mismo represas el río Yangtzé y creas el lago artificial más grande del mundo, que desvías parte del cauce del río Han 1.400 kilómetros para llevar agua potable a Pekín y los efectos adversos siempre son insignificantes y solo la unidad de acción del partido puede acometerlo. Pues para la naturaleza humana lo mismo, es una terrorífica perversión del Yes we can. Pero para entender que incluso en China esa era una proposición radical, recordar que no solo ha provocado una filtración de la documentación que lo confirma, sino que además esa filtración reporta casos de disidencia entre los cargos encargados de llevarlo a la práctica. Eso es muy inusual y para una filtración de ese calibre habría que remontarse a los Tiananmen Papers en 2001.
Si en el terreno doméstico la consigna es uniformar el país, en la escena internacional el PCCh ha roto los pocos acuerdos que ellos mismos validaron con la promesa de su cumplimiento y han instruido a sus diplomáticos a dejar de ser diplomáticos. La amenaza de represalias es ahora moneda de cambio habitual en sus relaciones con las democracias occidentales, mientras que en África y Asia su proverbial falta de escrúpulos a la hora de tratar con déspotas de todo pelaje no ha sido solo una extensión natural de la idiosincrasia de su corrupción, sino parte de un deliberado networking antidemocrático. Esta labor está ya tan extendida y consolidada a través de su creciente red clientelar, que recientemente han tenido el valor, o el impudor, de elevarlo a categoría de “ordenamiento internacional alternativo”, digno de ser considerado como tal.
Todas las invitaciones que han recibido para participar en la comunidad internacional las han aprovechado para convertirlas en instrumentos de su propaganda, ya sea con sus diplomáticos, periodistas, instituciones culturales e incluso sus estudiantes en el extranjero. Le han dado la vuelta al calcetín a todo y justifican sus quejas con derechos que ellos no reconocen, como recientemente invocan en respuesta al bloqueo en India de todo su universo digital, el mismo que ellos ejercen para el resto del mundo desde hace décadas.
La plataforma digital china Wechat (una combinación de Whatsapp + Instagram + Facebook + Paypal), que es la principal herramienta de la que se vale el PCCh para ejercer un exhaustivo control sobre la población, acaba de lograr la suspensión cautelar de su prohibición en Estados Unidos invocando en los tribunales el derecho a la libertad de expresión, lo que bien se podría calificar como la Mona Lisa de la hipocresía.
Y no he mencionado la pandemia, la razón es que el antes y después a la hora de definir nuestra relación con China no debería ser la pandemia, sino Xinjiang. Ese es el game changer. Javier Solana, ex jefe de la diplomacia europea, entre muchos otros cargos, en hacía recientemente en El País un llamamiento a no caer en una nueva Guerra Fría, pues sería una lamentable pérdida para todos. Bueno, la pregunta que yo haría es: ¿a qué precio la evitamos? Y si no es indicador de ese precio que el señor Solana en su pieza no hiciera ni una mención a los uigures, que es quizás el evento más extremo y por eso que mejor ejemplifica la fractura que se pretender evitar.
Si alguna vez le llega a Xi la respuesta interna capaz de obligarle a asumir el límite de los mandatos, llegará con una nota que diga: “de parte del tío Deng”. Ese es el punto de máximo estrés al que hay que apuntar y la Unión Europea debe asumir ya que el juego ha cambiado y que por eso los métodos deben adaptarse a la nueva realidad. Sólo como un bloque puede la UE dar la réplica que China requiere y podemos empezar por dejar bien claro que nosotros no hemos cambiado.
El camino a seguir no lo ha señalado un europeo, sino un norteamericano, Bill Browder, promotor de la Ley Magnitsky, que acaba de ser aprobada por el conjunto de la UE y que sanciona abusos de los derechos humanos. Inicialmente concebida para Rusia, pero que es válida, y de hecho ya se emplea, en otros países. Pero la Ley Magnitsky es el marco legal que permite sancionar casos individuales, que aún están por definir y eso aún debe pasar, otra vez, por el filtro de la unanimidad que exige el protocolo europeo, el talón de Aquiles de la UE, que ahora explotan Hungría y Polonia para su propio beneficio. De cualquier manera, si se quieren defender los valores que nos definen sin sufrir las mismas represalias bilaterales que ahora sufre Australia, la tan denostada burocracia europea puede ser una inesperada bendición.
Llegamos al final de este año tan estresante y entre el extraordinario ruido reinante varios temas sobresalen sobre los demás y uno de ellos es la anticipación de la actitud que tome la nueva administración Biden respecto de China. No ha sido un año bueno para Vladimir Putin tampoco, que ahora ve como 27 países europeos se acogen también a la Ley Magnitsky, pero debe ser particularmente hiriente para su orgullo patrio ver cómo el mundo entero espera expectante los primeros signos de lo que será la relación que definirá el siglo, entre Estados Unidos y China. Como gustaba de decir Barack Obama, con desdén, Rusia es un poder regional, con capacidad para ser un enojoso motivo de irritación, pero su otrora ‘hermano pequeño’, China, es ahora el otro polo que definirá el curso de los acontecimientos a nivel global y el papel de Rusia será accesorio.
Antes incluso de conocerse, la anticipación de la política de Biden con China hace meses que está teniendo importantes consecuencias. La memoria política es muy corta y por eso se ha creado la impresión de que Donald Trump ha sido especialmente duro con China, sin embargo lo contrario es cierto. La guerra arancelaria se puede adscribir al carácter simplón de Trump, que creyó que podría exprimir a China como hace con los proveedores de sus ruinosos negocios. Pero esta especial belicosidad que ahora demuestra no empezó realmente hasta que llegó el momento de decidir la estrategia de campaña y vieron que ya no podían basarla en una economía arruinada por la pandemia.
En su primera semana de mandato Trump canceló el TPP (Trans-Pacific Partnership), que Obama pasó seis años construyendo con el expreso objeto de contrarrestar el Plan Marshall chino, el BRI (Belt and Road Initiative, Iniciativa de la franja y la ruta, también conocida como Nueva ruta de la seda). Con el BRI el PCCh espera crearse una esfera de influencia geopolítica a nivel global, al tiempo que da salida a sus gigantes estatales, que son las empresas que invariablemente construyen esas infraestructuras, con capital y trabajadores chinos, ya sea una línea férrea en Kenia, un puente en las Maldivas o un puerto en Pakistán. Lo canceló fulminantemente y con toda seguridad sin siquiera leerlo, además sin contrapartidas, en el gobierno chino no daban crédito de su suerte. El notorio desinterés de Trump por los derechos humanos, o cualquier otro humano que no sea él mismo, es música para los oídos del PCCh. Trump se pasó los tres primeros años alabando incesantemente a Xi, así como sus campos de concentración en Xinjiang y la mano dura en Hong Kong.
Pero estos meses de incesantes medidas punitivas contra China han sido suficientes para atraerse a la mayoría de la disidencia china en Estados Unidos y en Hong Kong, provocando una guerra fratricida entre disidentes. Se disputa muy agriamente en Twitter, pero también físicamente en Estados Unidos, con ramificaciones inesperadas, como lo es la alianza entre la ultra-derecha norteamericana y la disidencia china con pedigrí de Tiananmen 89 y la secta Falun Gong, perseguida en China. Falun Gong tiene ahora su propio aparato de propaganda, The Epoch Times, que busca darse credibilidad disfrazándose de medio de prensa, copiado del libro de estilo de Fox News y que ahora tiene un considerable impacto, especialmente en la comunidad china en Estados Unidos, pero que también ha conseguido hacerse un hueco entre los seguidores de Trump, convencidos todos de que es el salvador, el único que definitivamente puede plantar cara al PCCh.
Muchos de los jóvenes de Hong Kong que han estado partiéndose la cara por la democracia no solo han apoyado activamente a Trump durante la campaña, sino que ahora defienden su intento por negar el resultado de las elecciones. A su vez esto ha provocado una airada respuesta de aquellos que en Occidente apoyaron su causa y que ahora se sienten traicionados por este oportunismo mal informado y francamente delirante, entre los que me encuentro yo, aunque entiendo su desesperación.
Y todo esto ha sido solo fruto de una proyección fantasiosa promovida por la campaña de Trump, que pretende retratar a Biden como blando con China y que todo apunta a que tampoco será cierto, aunque desde luego tampoco será como la diplomacia desplegada por Mike Pompeo, que viaja por el mundo como un pollo sin cabeza, construyendo castillos de naipes con medidas punitivas que no tienen recorrido, pues no son fruto de una estrategia a largo plazo ni multilateral. Pero analicemos lo que sabemos hasta ahora de lo que será la administración Biden.
Supuestamente los halcones están en la administración Trump. Sin duda la persona en principio responsable de la política China, el viceconsejero de Seguridad Nacional, Matthew Pottinger, podría describirse como tal, pero con conocimiento y experiencia en el país (Pottinger habla mandarín fluido), no con la visceralidad estereotipada que parece ser la tónica general entre los consejeros más senior de Trump. El carácter errático y espasmódico de la política china en esta administración viene marcada por el propio Trump y por la hipocresía servil de su secretario de Estado, Pompeo, no por los pocos profesionales de la diplomacia que a duras penas han logrado aguantar en la administración Trump.
Si preguntas en ese lado por sus colegas en el Partido Demócrata, probablemente los describan como “dinosaurios del engagement”, pues en teoría esa es la línea divisoria de las dos corrientes principales. Pero la realidad es que en el único punto en que hay consenso entre ambos partidos es que el engagement (compromiso), tal como ha sido entendido en los últimos treinta años, ha llegado a su fin. En el ámbito académico también, la sinología norteamericana coincide en ese punto.
Lo que sí va a cambiar, primero, es que va ser acometida con la racionalidad, estrategia a largo plazo y multilateralidad que le ha faltado a la administración Trump, asumiendo que China supone un desafío a muchos niveles: diplomático, institucional, estratégico y económico, tan complejo, que solo puede encararse volviendo a las alianzas tradicionales de Washington que Trump ha rechazado. Y es precisamente la capacidad de Estados Unidos para crear alianzas lo que más preocupa al PCCh, algo que con Trump estaba descartado. Otro regalo. China no tiene verdaderas amistades, con la posible excepción de Pakistán, y tiene relaciones clientelares con Camboya, Laos y ahora también Nepal.
Pero la administración Biden renunciará a las provocaciones gratuitas que son habituales en el Partido Republicano y ya ha confirmado que apostará por la multilateralidad. La UE debe estar preparada para ello, pues Biden va a ir primero a la UE. También en la UE se espera un endurecimiento de posturas respecto de China, pero quizás no sea una realidad hasta que la canciller Angela Merkel deje paso a un sucesor.
En la región de Asia-Pacífico la reciente disputa entre Australia y China podría hacer suponer que reconstruir una estrategia multilateral de contención sería posible, pero eso se plantea mucho más difícil de lo que aparenta a simple vista. El fiasco de la cancelación del TPP, que fue promovido con mucha vehemencia por la administración Obama, para ser desechado inmediatamente por Trump, junto con la caótica polarización de la política doméstica en Estados Unidos, hacen que el resto de países se lo vayan a pensar mucho antes de alinearse frente a China. La confianza en la garantía de seguridad que tradicionalmente ha ofrecido Washington en el pacífico está gravemente tocada.
También parece ya claro que Biden no va a revocar ninguna de las medidas punitivas impuestas por Trump, como las tarifas arancelarias, sin obtener contrapartidas a cambio. Desde luego no en aras de hacer borrón y cuenta nueva, como muchos esperaban. Desde hace varias semanas viene pronosticándose que China ofrecería un reseteado en el marco que ellos siempre prefieren, la diplomacia de altos vuelos entre sus líderes, capaz de acometer todos los aspectos principales en un mismo gesto. Eso ya se ha cumplido. El ministro de Exteriores chino, Wang Yi, como se esperaba, ya ha ofrecido ese reseteado. Biden ha recibido el consejo de ignorarlo, pues también China ha devaluado su palabra, rompiendo el tratado firmado con los británicos en Hong Kong y la promesa que hizo Xi a Obama de no militarizar sus islas artificiales en el pacífico.
Pero hay una constante que es común, tanto en Estados Unidos como en las demás democracias, que me llama mucho la atención. Siempre se habla de lo que Washington va a hacer para recomponer la relación con China, igual para nosotros en la UE, como aparece también expresado en el artículo de Javier Solana antes mencionado. Nunca jamás se le exige a China un esfuerzo recíproco. ¿Quizás sea porque ya nadie lo espera?
No estamos disputando con China por la “no injerencia en sus asuntos internos”, como reza el mantra de Zhou Enlai y que aún hoy es su más socorrida excusa, sino declarando que la democracia, en cualquier parte, nos concierne, por la cuenta que nos trae. Y que además esa respuesta ya llega tarde para llegar a ser sólo recíproca. Pero siempre con nuestros mejores deseos para el pueblo chino, de su lado esperando la llegada del‘reformista-maitreya, por el Buda que sólo existe en el futuro.
En una reciente visita a China, antes de la pandemia, subí a un taxi en Wuhan, sin destino fijo, por pasear la ciudad, por el paseo del río principalmente. Le comenté al conductor que había llegado a Wuhan con la esperanza de ver el estupendo museo provincial, pero que me lo había encontrado cerrado y no solo eso, sino que todo el transporte público en una enorme área se había suspendido también, pues Xi Jinping visitaba la ciudad.
Y añadí tímidamente, tanteando el terreno primero: “Pero no era así antes… ¿no?, no te cerraban media ciudad porque visitaba el presidente…”. Se paró un momento, me chequeó por el retrovisor un segundo y soltó: “¡Emperadores!, ¡emperadores!, ¡emperadores! ¡Todo es suyo!, ¡todo es suyo! ¡Son como emperadores!”. Fue como prender la mecha de una traca de petardos y tuve la carrera más descacharrantemente subversiva que he tenido en muchos años. Nos despedimos con efusiva complicidad, como si fuéramos viejos camaradas del gulag y riéndonos de nosotros mismos por ello.