Visita de médico a Génova, y la verdad es que me doy con un canto en los dientes. Una avería de un tren me dejó varado en la vía durante cerca de tres horas camino de Pisa en un viaje anterior. No pude visitar la ciudad y para mayor suplicio la tuve enfrente de mí todo ese tiempo. Es cierto que lo que se ve desde el ferrocarril espanta un poco, pues Génova ha crecido de un modo absolutamente desordenado y envuelve la ciudad antigua, su puerto y el núcleo desde el que se dirigió durante siglos una talasacrocia que configuró la historia de Europa como si se tratase de un burka de hormigón y horror moderno. El caso es que esta vez sí pude visitar Génova. Después de atravesar la Porta Soprana (así, como la familia mafiosa. Me acabo de dar cuenta de lo que significa esa palabra en italiano) llegamos a la plaza del Duomo. En Italia, para entender un poco la topografía ─y muchas otras cosas más─ de una ciudad, lo primero hay que hacer es dirigirse hacia la plaza del Duomo, pedir un expreso y ponerse a contemplar las piedras, la vida y sobre todo la propia vida. No creo que Moratín o Pla, quienes dejaron magníficas memorias de sus viajes por Italia, hicieran otra cosa diferente al llegar por primera vez a una ciudad italiana. Moratín nos cuenta lo siguiente acerca del duomo
“La Catedral es un gran templo gótico de mármol blanco y negro en fajas horizontales; y exceptuando algunas estatuas que no carecen de mérito no hay cosa particular en punto de artes, pero en cuanto a reliquias posee dos dignas por cierto de religiosa veneración, allí se conservan las cenizas de San Juan Bautista en una capilla llena de lámparas y en la sacristía una gran copa de esmeralda de catorce: pulgadas y media de diámetro en la cual nuestro Salvador comió el cordero pascual con sus discípulos; se dice además que ésta fue una de las muchas alhajas que la reina de Saba presentó a Salomón.”
Estaba claro que la Superba (si Venecia era la Serenessima, Génova era la Superba) tenía que albergar por fuerza reliquias de ese género y predicamento. El origen de ese sobrenombre se atribuye a Petrarca, quien en una relación de un viaje que hizo a Génova afirmó: “Vedrai una città regale, addossata ad una collina alpestre, superba per uomini e per mura, il cui solo aspetto la indica signora del mare”. En ese rato de meditación al que aludía hace un momento hay que esperar la inspiración acerca de cuál es la melodía de esa ciudad y de nuestra presencia allí. Sorpresa, ¿saben qué me vino a la mente allí, enfrente del Duomo? Cárceles, cárceles genovesas y sus ilustres ocupantes. Sin que esto sea considerado como que pretendo hacer autopsicoanálisis de aquella epifanía carcelaria, daré cuenta de algunos de los episodios que me vinieron a las mientes.
Génova, cárcel del Palazzo de San Giorgio, en pleno puerto antiguo, 1298. Tras la derrota veneciana en la batalla naval de Curzola un prisionero veneciano va a dar con sus huesos en la cárcel. Comparte mazmorra con un pisano que había sido apresado por los genoveses tras su victoria en la batalla naval de Meloria sobre los pisanos en 1284, con lo que, una de dos, o había cometido un crimen muy grave o a sus captores se habían olvidado de él y habían tirado la llave de la mazmorra. El prisionero pisano en su vida anterior había sido un escritor con un éxito discreto de novelas de caballería en lengua d’oïl llamado Rustichello da Pisa. Su reciente compañero de celda, el veneciano, ha viajado hasta el extremo de Asia y no sabe cómo contar las maravillas que allí vio tiene muchas dudas de que alguien vaya a creerlo cuando las cuente. Se llama Marco Polo. De aquel relato surgió de la pluma de Rustichello Le divisament dou monde, “La descripción del mundo”, más conocido como Il milione. Se ha reprochado a Rustichello que metiese mucha morcilla procedente de sus obras anteriores: episodios moralizantes, batallas que se suceden, unas idénticas a las otras. Pero la médula de aquellos diálogos de mazmorra es uno de los relatos de viajes más fascinantes que nunca se hayan escrito. El dibujo en la cabecera representa lo que sucedió en esa mazmorra. Forma parte de una serie de dibujos sobre la vida de Marco Polo que venían en los envases de caldo concentrado Liebig. Cuántos niños habrán soñado con viajes y aventuras coleccionándolos. Desde hace años, yo, que no soy ya un niño, o que no he dejado de serlo del todo, también los colecciono y los enmarco. Siempre me acompañan allí donde están mis libros, lo que viene a ser mi casa, como decía el capitán Burton.
Girolata, costa oeste de la isla de Córcega, 15 de junio de 1540. Otra batalla naval. Una flota hispano-genovesa derrota a la flota otomana en plena guerra por el control del Mar Mediterráneo entre Solimán el Magnífico y Carlos V. Un almirante de la gloriosa estirpe de marinos genoveses, los Doria, y un español, Berenguer de Requesens capturaron las once galeras del almirante otomano Dragut (Turghud Ali Pasha) y lo llevaron prisionero junto con otros 1200 marinos, galeotes y jenízaros otomanos para servir como galeotes. En 1541 Haireddin Barbarroja, generalísimo de la flota otomana, accedió a pagar un oneroso rescate para liberar a Dragut. Andrea Doria se arrepentiría poco después de haber liberado a Dragut, quien abandonó su mazmorra genovesa para dedicarse con aplicación a asolar toda la costa de Liguria y de la Toscana movido por la sed de venganza que le provocó su estancia en una mazmorra genovesa. Hablaremos en otro momento del viaje de estos turcos en la costa.
Savona, cerca de Génova. Napoleón encerró al papa Pio VII en el palacio episcopal de la ciudad. Su carcelero, entre 1809 y 1813, fue un noble genovés, Antonio Brignole Sale, con quien su ilustre prisionero hizo buenas migas. El papa siguió negándose desde su encierro a ser un títere del corso y rehusó aceptar todos los nombramientos de obispos hechos por el emperador en Francia (Pio VII fue el único papa en vida que destruyó su anillo de pescador para evitar dejárselo a un usurpador). Al enterarse de la correspondencia secreta que el Papa mantiene desde Savona y correrse la noticia de un plan británico para liberar al papa, antes de partir para la campaña de Rusia, Napoleón decidió llevarse a Pio VII a Fontainebleau y esta mazmorra genovesa quedose sin su ocupante más ilustre.
Item más. En la propia Savona, que había pasado como parte de la vieja República de Génova al Reino de Cerdeña, el rey Carlo Felice de Saboya mandó encarcelar entre noviembre de 1830 y enero de 1831 en la fortaleza de Priamar a Giusseppe Mazzini, uno de los artífices del Risorgimento italiano por motivos políticos. Mazzini era republicano y masón hasta la médula y en la Italia con la que soñaba no había lugar para reyes, dinastías o papas. Si Cervantes alumbró durante su periodo en la cárcel el latido inicial de El Quijote, durante su período en la cárcel Mazzini concibió el programa de un nuevo movimiento político: la Giovine Italia, un programa que tras ser liberado por falta de pruebas sólidas presentó inmediatamente en Marsella, donde hubo de exiliarse. De nuevo, la soledad de una mazmorra genovesa fue la yesca que provocó un incendio de enormes proporciones.
Dimos por terminada nuestra visita relámpago a Genova volviendo a atravesar en sentido contrario la Porta Soprana y fuera de las murallas nos dimos de bruces con la casa que la tradición local atribuye a Cristobal Colón, otro genovés eminente y universal que también pasó un tiempo en una mazmorra, en esta ocasión una mazmorra castellana. Ahora empiezo a entenderlo todo.