Supongo que como Pablo Iglesias todavía no puede nacionalizar cosas mayores, calienta nacionalizando cosas menores. Para él James Rhodes es un símbolo de la nueva España, claro, esa que le elogia por un lado y por el mismo quiere quemar la placa de la plaza Margaret Thatcher mientras dice musho Beti. Qué simpático. Eso se oye. Lo que se oye menos es lo bien que toca el piano, que es su profesión. El guion de su fama española (culminada, de momento, con la concesión de la nacionalidad) está muy bien escrito. Hay que reconocerlo. Y perfectamente alimentado. Una vez agotado el personaje de guiri sin más, tocaba decantarse. Siempre hay una camiseta o un tuit, cuando menos, para la causa. Para la suya. Algo fácil y efectivo. Y tiene mérito. Rhodes es un buen observador. Ha tocado las teclas oportunas con virtuosismo y acierto para componer su figura, al contrario que ha debido hacer Ara Malikian, por ejemplo, también instrumentista, violinista, no sé si con mayor talento musical, pero sí con mayor número de años residiendo en España (¡15!) a quien, por lo visto, han denegado su nacionalización. Malikian no debe de ser la nueva España de Pablo, la misma que debe de emocionarse como él cuando una turba enloquecida apaliza a un policía, lo cual no dista en lo esencial de desear golpear ¡con una silla! a un político. Tampoco es símbolo de la nueva España, no faltaba más, el hermano del policía rebelde venezolano Óscar Pérez, acribillado por la policía de Maduro (¡con qué gracia de nueva España le entrevistaba Évole!), a quien el ministerio del Interior ha negado el derecho de asilo. Lo de Rhodes, que dice estar temblando entre emoticonos (no va a ser emoción de verdad) y además ha grabado un video (cómo no) en el que “flipa en colores”, de agradecimiento, es como una broma gubernativa que debe de tener contentos a los que esperan con necesidad. Es también el ejercicio caprichoso del poder y su ostentación ante el aplauso de los acólitos. Es una “gracia”, como define el Ministerio de Asuntos exteriores la nacionalidad por carta de naturaleza, otorgada por el Gobierno mediante Real Decreto, que es esa forma de gobernar para que nos enteremos bien de quién nos gobierna en vez de no tener que saber, lo ideal, quien nos gobierna. Esa forma de gobernar donde no es grave, ni importante que se le conceda la nacionalidad española a un inglés que llegó diciendo que amaba la siesta y las croquetas (razones insuficientes para conseguir prebendas) y tuvo que terminar tuiteando a Pablo Iglesias tanto como a los tópicos de España. De la nueva España.
El inglés que subió una colina y bajó una montaña
Tiernamente adorables
el blog de Mario de las Heras