Primera parte. Cara y cruz de Atticus Finch
El propósito de esta primera parte es presentar en su complejidad el personaje de Atticus Finch que, en Matar a un ruiseñor, aparecía como un hombre de una sola pieza, admirable, sin fisuras. Ya he dejado constancia de la conmoción que nos causó a los lectores de Nelle Harper Lee la publicación de Ve, pon un centinela, la evolución de aquel Atticus que conocimos en su cuarentena, el que cuidaba de sus hijos y de su ciudad y defendió valerosamente a Tom Robinson y al que ahora, veinte años después, vemos convertido en poco menos que un supremacista, un segregacionista e incluso aparentemente un racista, cuando lo visita su hija Jean-Louise. Nos topamos de bruces ante el lado oscuro del otrora admirable abogado.
Quiero precisar otra vez el propósito de estas páginas. Mi objetivo no es otro que el de comprender la relación entre ambos relatos (siempre teniendo presente la película). Este libro no responde a un intento de encontrar alguna justificación para este otro Atticus Finch. No se trata de un esfuerzo por mantener la inocencia, por preservar inalterada la admiración que nos provocó el personaje, tal y como lo conocimos en la novela Matar a un ruiseñor y/o en la película inspirada en ella. Por eso, el lector no hallará en estas páginas una suerte de “apología de Atticus”, porque, insisto, no persigo mantener a Atticus Finch en el pedestal de los mitos del Derecho, en el que muchos de nosotros lo hemos tenido durante tantos años. Sí pretendo entender, interpretar, cómo es posible esta evolución tan radical en el personaje que creó Lee, sin verme forzado para ello a recurrir a la fácil salida de la incoherencia entre ambos relatos, o a la excusa de que Lee habría cedido a la exigencia de realizar modificaciones de grueso calibre para obtener el éxito editorial: cambios en el diseño del personaje de Atticus Finch, que le habrían llevado a dulcificar la compleja y nada complaciente descripción original, hasta el extremo del eufemismo. Creo que, sin desvelar la conclusión que propondré, puedo adelantar que la clave reside en que los recuerdos de la niña Scout sobre su padre, marcados por el amor y la admiración hacia un personaje sin la menor duda excepcional, no pueden ser los mismos que los de la joven Jean-Louise, que se ve en la habitual tesitura de matar al padre, en medio de un contexto de fuerte confrontación social que recorre todo el país y afecta muy directamente a todos los familiares, amigos y vecinos de su Maycomb natal.
Por esa razón, los cinco capítulos de esta primera parte intentan ofrecer una versión completa y compleja del personaje Atticus Finch, el abogado al que tanto hemos querido y admirado, recorriendo las principales facetas que lo definen en uno y otro libro y en la película: como padre, como ciudadano, como hombre de Derecho. Con ese propósito, acudiré también al aspecto quizá menos explorado, la ideología política de Atticus, de la que encontramos pocos elementos en Matar a un ruiseñor, pero bastantes más en Ve, pon un centinela, donde él mismo se define de una manera singular, como “demócrata jeffersoniano”, un retrato ideológico de cierta complejidad, que intentaré desentrañar.
No deja de ser significativo que la estructura narrativa de uno y otro libro, como la de la propia película, se construya desde los recuerdos de Scout y de Jean Louise, esto es, se nos presenten como un ejercicio de memoria. Señalo esto, porque creo que la intención de Nelle Harper Lee es precisamente ésa, pero no sólo como ejercicio de ficción, sino como pista para sus lectores.
Lee nos ha legado sobre todo una magnífica novela, que ahora sabemos que fue reescrita y que dio lugar a una película inolvidable. Lee tiene el privilegio, reservado a unos pocos creadores, de haber alumbrado un personaje universal, Atticus Finch, que encierra en sí mismo toda una categoría, como otros grandes personajes de la literatura de todos los tiempos. Atticus es el abogado, como Shylock el avaro, Don Quijote el idealista, o Settembrini el intelectual ilustrado, progresista. Pero Lee nos ha ofrecido algo más, porque su relato, a mi juicio, se propone también dar un poco de luz sobre una realidad en buena parte negada, el “pasado sucio” de la sociedad norteamericana, sobre todo de algunos Estados del Sur. Es cierto que la expresión, “pasado sucio”, como ha explicado el historiador José Álvarez Junco, en su epílogo a un excelente ensayo de Géraldine Schwarz[i], es utilizada por los historiadores sobre todo para referirse a la Alemania de 1945, marcada por las dos guerras mundiales, el nazismo y el genocidio, el holocausto. Pero creo que, sin exageración, puede predicarse del pasado esclavista, supremacista y racista del Sur. Lo grave es precisamente esto, que dicho pasado y sus consecuencias, que perviven todavía hoy, sea negado o ninguneado.
La voz de Lee se levanta para recordárnoslo. Para mostrar cómo en el Maycomb de los años treinta, hasta un hombre de derecho como Atticus Finch, comprometido con garantizar a todos el derecho a tener voz ante los tribunales y que se atreve a enfrentar lo que le parece la enfermedad corriente de los habitantes de Maycomb, el supremacismo, parece no dar tanta importancia a movimientos como el Ku Klux Klan, que considera cosa del pasado. Es el mismo hombre al que veremos en los años cincuenta, en la tesitura de presentar a un connotado supremacista y racista, en un acto público, para decepción de su hija.
Esto, nos dice Lee, pasó. Sigue pasando. Y ni podemos, ni lo debemos ignorar.
Capítulo 1. Atticus Finch, el personaje
Durante más de medio siglo, Atticus Finch, el protagonista de la novela de Nelle Harper Lee, To kill a Mockingbird (discutiblemente traducido al castellano como Matar a un ruiseñor[ii]), ha sido un modelo, un referente para innumerables profesores y estudiantes de Derecho, abogados, jueces, fiscales y juristas en general; en fin, para muchísimos ciudadanos o, simplemente, para millones de lectores[iii]. En muchas facultades y escuelas de Derecho su figura es incluso utilizada como ejemplo de código deontológico, para los abogados y para los profesionales de eso que llamamos “el foro”[iv].
Pero Matar a un ruiseñor (la novela, más que la película) no puede ser explicada sólo como el relato de un conflicto jurídico, pese a la importancia y el carácter simbólico que tiene el acontecimiento para el que nos prepara la primera parte del libro y que centra toda la segunda parte, el juicio al negro Tom Robinson, acusado de violar a una joven blanca, Mayela Ewell. Como ha insistido buena parte de la crítica, se puede considerar con fundamento un auténtico Bildungsroman, porque lo que nos cuenta son los años finales de la niñez, el paso previo a la adolescencia de la joven Scout, su visión del mundo adulto, su proceso de enfrentamiento con las instituciones y el modo de vida de su pequeña comunidad. Hay incluso elementos que permiten hablar, como también se ha señalado, de la presencia en la narración de rasgos de la novela gótica, lo que da una idea de la riqueza de la perspectiva de la autora. Pero, sobre todo –y es lo que más me interesa al escribir estas páginas–, creo que detrás de esas características más patentes, Nelle Harper Lee nos ofrece en Matar a un ruiseñor una reflexión crítica sobre el arraigo de la cultura segregacionista –colonialista y esclavista– en una parte importante de Estados Unidos, lo que conocemos como el Deep South. No cabe desdeñar, por cierto, la influencia que ejerció sobre el sentido crítico de la propia Lee quien fue su gran amigo desde la infancia, como compañero de juegos en Monroeville, Truman Capote, que en la novela aparece recreado en el personaje de Dill[v]. Capote, por cierto, fue el autor de la fotografía de Lee que ilustró la contraportada de la primera edición de Matar a un ruiseñor.
Ahora bien, como ya señalé en la presentación, esta vertiente de la obra de Lee que se centra en el coraje de Atticus al enfrentarse con la sociedad clasista, segregacionista y racista de Maycomb, con ocasión del juicio al negro Tom Robinson, es precisamente lo que parece encontrar un sorprendente desmentido en la supuesta precuela Ve y pon un centinela. Cómo se pudo producir esa contradicción, cómo comprender que ese personaje que admiramos fuera concebido inicialmente de forma muy distinta, como un partidario del supremacismo, es el punto de partida que motiva estas páginas[vi].
Recordemos: Atticus Finch es un viudo de mediana edad[vii], padre de dos hijos, Jem y Scout, que se gana la vida modestamente peleando con la ley, es decir, ejerciendo como abogado, resolviendo pequeños conflictos y dando forma legal a buena parte de las relaciones sociales en la pequeña ciudad en la que viven, aunque el lector descubrirá –de pasada– que es al mismo tiempo miembro de la Cámara legislativa del Estado de Alabama y, por ello, sabe también cómo se hace la ley. Los Finch viven en Maycomb, una población ficticia, con todos los atributos del Black Belt, la región de las grandes plantaciones y pasado esclavista, que abarca los Estados sureños de Louisiana, Mississipi, Alabama, Carolina del Sur y Virginia. Como saben todos los lectores de Lee, Maycomb es el correlato de Monroeville, a su vez una pequeña ciudad del condado de Monroe, en Alabama, donde nació y vivió Lee junto a su padre, que además de editor del Monroe Journal fue elegido en tres ocasiones por el condado de Monroe para la Cámara de Representantes de Alabama y ejerció como abogado. Al parecer, la historia del juicio de Tom Robinson se inspiraría lejanamente en unos hechos en los que tuvo intervención como abogado el padre de la escritora, en 1936, cuando ella tenía apenas seis años, la edad de su personaje, Scout. Pero hay otra analogía: en el capítulo primero de Matar a un ruiseñor se nos explica la aversión de Atticus por el ejercicio como abogado en el ámbito del Derecho Penal. Los dos primeros clientes de Atticus fueron dos hermanos Haverford, que habían asesinado a un herrero. Atticus no pudo salvarlos de la horca, por su empecinamiento en no declararse culpables, alegando que el herrero se lo merecía. Con esa mezcla de inocencia y picardía con la que Lee dibuja a su personaje, hace que Scout apostille que en Maycomb el apellido Haverford es “sinónimo de borrico” [viii].
Como señalaré luego, sabremos también por el propio Atticus que, en realidad, su apellido[ix] indica que pertenecen a una de las más antiguas familias del condado, de raíces inglesas. La importancia de ese abolengo familiar en la rígida jerarquía social de Maycomb ya es un argumento presente en Matar a un ruiseñor, donde queda claro –sobre todo a través de las intervenciones de la hermana de Atticus, Alexandra, la más fiel al legado y a la tradición familiar– que la pequeña ciudad es un fiel reflejo de una sociedad de castas[x]. Pero las razones y consecuencias de esa estratificación social, del carácter cerrado y jerárquico de la sociedad de Maycomb, se revelarán con la mayor crudeza, a mi juicio, en Ve, pon un centinela, a lo largo de tres conversaciones de la protagonista Jean-Louise, con su padre, y con sus dos tíos, Alexandra y John Jack Finch, especialmente en esta última.
La historia narrada por Nelle Harper Lee en Matar a un ruiseñor se desarrolla entre 1932 y 1935, en medio de la Gran Depresión, que golpea también a este pueblo. La rectitud e independencia del carácter de Atticus, su honradez, se pondrán a prueba cuando acepta el encargo que le hace su amigo y juez local, John Taylor, una verdadera empresa desesperada, condenada de antemano al fracaso: se trata de defender de oficio a Tom Robinson, un negro acusado de violar a Mayela Ewell, una chica blanca, disminuida psíquicamente, hija de un granjero blanco y pobre –Bob Ewell–, del que, por lo demás, sabremos enseguida que es un borracho, maltratador y, muy probablemente, incestuoso. Un jurado compuesto por doce hombres blancos hace previsible el veredicto de culpabilidad, contra el que Atticus desplegará toda su capacidad argumentativa, en balde. Como han señalado entre otros J. Laurier y D. Walsh, en la construcción de este caso jurídico ficticio, Lee, que estaba muy influida por la profesión de abogado de su padre, parece marcada por tres casos emblemáticos de injusticia racial contra los negros ocurridos en el decenio de los 30. Dos de ellos, ocurridos en los años 30: el primero, el de los Muchachos de Scottsboro (Scottsboro Boys) en 1931, que tuvo gran repercusión en Alabama y en todo Estados Unidos por la serie de juicios y apelaciones que concluyeron con la condena a cadena perpetua de nueve adolescentes negros (salvo en dos casos, que fueron condenados a muerte, aunque no se ejecutó), que habían sido acusados de violar a dos chicas blancas en un tren de mercancías. Pero quizá sobre todo el proceso de 1934 en Monroeville –recordemos, su ciudad natal– contra Walter Lett, un expresidiario acusado de violar a una mujer blanca de pocos recursos. A Lett se le condenó a muerte, pero su condena eventualmente se redujo a cadena perpetua y murió en prisión. Con posterioridad, y ya en el contexto en que se enmarca la narración de Ve, pon un centinela, es decir, en los 50, pudo también influir en el ánimo de la escritora el tremendo asesinato en agosto de 1955 de Emmet Till, un joven negro de catorce años de edad. Por cierto, un joven Bob Dylan escribió una canción sobre el suceso, The Death of Emmet Till. Aún así, lo que nos impresionará de la figura de Atticus Finch no es tanto su calidad como abogado experimentado, sino sobre todo el ser humano de una pieza, en cierto modo alguien único en una sociedad como la de Maycomb[xi].
En efecto, si hay algo que atrae en la personalidad del Atticus que conocimos en Matar a un ruiseñor es probablemente la manera en la que sabe conjugar sus funciones como padre viudo con dos hijos muy pequeños, como abogado en una comunidad rural de códigos sociales muy cerrados y en la que todos se conocen, y como ciudadano que trata de ser fiel a su conciencia y a sus convicciones, de las que hablaré sobre todo en los capítulos segundo y tercero de esta primera parte.
Es cierto que nuestra primera mirada sobre Atticus, al leer Matar a un ruiseñor o al ver la película de Mulligan, está mediada por los recuerdos de Scout, esto es, por la visión de una niña que idolatra a su padre y tiene de él la visión característica de los niños de su edad: su padre, pese a las discusiones con él (propiciadas por el modelo de educación que Atticus quiere para sus hijos, sorprendentemente libre, mayéutico, si se me permite decirlo así, en los que les acostumbra a cuestionarse todo, a pensar por sí mismos, a ser tratados en buena medida como iguales a un adulto), es un hombre perfecto. La fórmula con la que describe Scout esa imagen del padre, en el primer capítulo, es ésta: “Jem y yo hallábamos a nuestro padre plenamente satisfactorio: jugaba con nosotros, nos leía y nos trataba con desapego cortés”. Pero pronto aprenderá dolorosamente que Atticus no lo puede todo, incluso aunque tenga razón. Ese momento llegará cuando de veras maten la inocencia, maten al ruiseñor, precisamente lo que Atticus quería evitar, tal y como se narra en el capítulo 10: “Cuando tío Jack nos regaló los rifles de aire comprimido, Atticus quiso enseñarnos a tirar. Tío Jack nos instruyó en los rudimentos de tal deporte, y nos dijo que a Atticus no le interesaban las armas. Atticus le dijo un día a Jem: Preferiría que disparaseis contra botes vacíos en el patio trasero, pero sé que perseguiréis a los pájaros. Matad todos los arrendajos azules que queráis, si podéis darles, pero recordad que matar un ruiseñor es pecado. Aquélla fue la única vez que le oí decir a Atticus que ésta o aquella acción fuesen pecado, e interrogué a miss Maudie sobre el caso.
“—Tu padre tiene razón me respondió–. Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor”.
En definitiva, el relato de esa pérdida de la inocencia, el de ese momento crucial en el que los niños se abren a la incertidumbre, imperfecciones y contradicciones del mundo de los adultos, es el núcleo de la formidable narración de Lee. En todo caso, estoy de acuerdo con lo que ha subrayado una de las estudiosas de la obra de Nelle Harper Lee, Michiko Kakutani, con frecuencia crítica, para quien Lee no escribe sólo sobre la pérdida de la inocencia de los niños, sino también de los adultos, si no incluso de todo un país, como reiteraré[xii].
Como recordé al comienzo, desde la mirada de Scout, Atticus se nos muestra como un dechado de virtudes, un hombre íntegro; en todos los sentidos, un verdadero caballero, tal y como lo son otros personajes de la pantalla situados en la misma época. Por cierto, es en el inicio del capítulo 9 de Ve, pon un centinela, donde se describe a Atticus de forma sintética así: “Integridad, humor y paciencia eran las tres palabras que mejor definían a Atticus Finch” (página 116). Atticus se nos impone como el ejemplo del ciudadano sencillo y dueño de un coraje paciente, que cuando es preciso sabe enfrentarse a las amenazas y dar batallas políticas, un estereotipo que cultivó con acierto Frank Capra en el cine y llevó al éxito, por ejemplo, en su Mr. Smith goes to Washington, aquí traducida como Caballero sin espada, protagonizada por James Stewart (quien, por cierto, fue el primer candidato para llevar a la pantalla el papel de Atticus, pero lo rechazó por considerarlo “radical”).
En cualquier caso, según cuenta Atticus a sus hijos en el pasaje inicial del primer capítulo de Matar a un Ruiseñor[xiii], él es un caballero del sur, que no se avergüenza de su familia y en particular de la fortuna de Simon Finch, su tatarabuelo, el primer Finch que estableció en Alabama y adquirió una propiedad que cultivó gracias a la compra de algunos esclavos (“los negros de los Finch”), pese a ser ello contrario a sus principios religiosos. Se trata de unos párrafos que suelen pasar demasiado indavertidos y cuya trascendencia podemos entender mejor gracias a la más detallada información que se nos proporciona en los capítulos 4 y 6 de la segunda parte de Ve, pon un centinela[xiv] y a otro pasaje no menos revelador, también en Ve, pon un centinela, esta vez en el capítulo 14, en que se recoge una clarificadora conversación entre John Finch y su sobrina Jean-Louise, sobre las raíces británicas del Sur, sobre la herencia profundamente desigualitaria, clasista que legaron los colonos llegados de la metrópoli (Inglaterra, “una sociedad de duques y mendigos”, cita Jean-Louise de memoria, en la página 191).
En ese pasaje[xv], como decía, Atticus resume el origen inglés de la familia Finch y relata –sin darle mayor importancia– cómo en el origen de la familia se encuentra el primer Finch norteamericano, el inglés metodista Simon Finch, tatarabuelo de Atticus, que responde al pie de la letra al arquetipo del colono del Sur, pequeño propietario de algodón, que cultiva gracias a la adquisición de esclavos. En el caso de su tatarabuelo, se trata del terreno conocido como Finch’s Landing, el Desembarcadero de Finch[xvi] y que estuvo en el origen de lo que en Maycomb se denominan las “ocho familias”, de donde el lugar que Atticus ocupa en la jerarquía social de Maycomb.
Lo que más me interesa subrayar es que ese excursus sobre la familia Finch (y su aclaración en Ve, pon un centinela, como acabo de referir) tiene, a mi juicio, una doble trascendencia para entender bien la novela y, asimismo, para hacer justicia al propósito de Nelle Harper Lee cuando la escribió. Trataré de explicarme.
De un lado, deja claro desde el primer momento un nexo que, como se ha escrito, es el pecado original de la democracia norteamericana, la mencionada conexión entre el modelo económico, sobre todo en los Estados del Sur (aunque no sólo), el esclavismo y la ideología del racismo y del supremacismo que le sirven de cortada y que infecta el sistema social y político hasta hoy. De otro, en este pasaje se evoca el modelo político al que se adscribe Atticus Finch, algo menos evidente en Matar a un ruiseñor que en Ve, pon un centinela. Es el modelo denominado “democracia de los pequeños propietarios”, que tiene mucho que ver con la visión defendida por Jefferson en el debate entre los founding fathers de la revolución norteamericana. En realidad, John Finch, en la mencionada conversación con su sobrina Jean-Louise, en el capítulo 14 de Ve, pon un centinela, hace una importante precisión sobre la peculiaridad del modelo jeffersoniano en el Sur, porque en esos Estados lo que hay más bien es “una sociedad agrícola, con un puñado de terratenientes, un sinfín de campesinos desarrapados y esclavos” (página 191). El Sur, como le recuerda su tío, es una sociedad que en pleno siglo XX apenas está viviendo su revolución industrial, mientras el resto de Estados Unidos están ya en la era nuclear. Ambas cuestiones, el modelo jeffersoniano de democracia y el lastre supremacista, racista y aun esclavista del sur, me parecen de la mayor relevancia y no sólo a propósito de las novelas y de la película (es cierto que, si bien están presentes, como digo, en Matar a un ruiseñor, uno y otro asunto quedan mejor explicados y denunciados en Ve, pon un centinela), sino para entender qué pretendía Nelle Harper Lee y cuál es su trascendencia hoy.
En cualquier caso, más de medio siglo después de que el personaje de Atticus Finch concitara por primera vez una admiración prácticamente unánime entre los lectores del libro y los espectadores de la película de 1962, dirigida por Robert Mulligan[xvii], ese tópico del padre, abogado y ciudadano perfecto parecería haber sufrido un giro de ciento ochenta grados con ocasión de la publicación en 2015 de Ve, pon un centinela (Go, set a Watchman)[xviii], presentada como la versión inicial y olvidada[xix] de la célebre novela.
Como es lógico, el “hallazgo” de esta supuesta primera versión de la novela de Nelle Harper Lee no ha estado exento de polémica. La reconstrucción de los hechos, según la versión de la editorial, nos habla del papel decisivo que pudo tener Tay Hohoff, la lectora de la pequeña editorial de Nueva York Lippincott & Co., quien, tras leer a comienzos del verano de 1957 el manuscrito original –que había sido rechazado en una decena de ocasiones–, al parecer habría sugerido a Lee que modificara el planteamiento de la novela (una narración en tercera persona, centrada en la tensión entre un anciano Atticus y su hija Jean-Louise, joven universitaria progresista), acentuando el protagonismo de la hija, en detrimento del papel central y muy complejo de su padre. Por eso, en Matar a un ruiseñor la narración es de la propia hija de Atticus, que evoca sus recuerdos de infancia, como le sugirió Hohoff. Ello llevaría a retrotraer la narración 20 años atrás, a la época de la infancia de Scout en la que tiene lugar el juicio de Tom Robinson en el que Atticus asumió el papel de abogado defensor. Lee empleó casi dos años y medio en la revisión. De acuerdo con esto, cuando Lee escribe entre enero y julio de 1957 la primera versión ahora recuperada con el título Ve, pon un centinela, estaba interesada en el debate constitucional en torno a las leyes segregacionistas de Alabama en los años 50 (y eso explica, por ejemplo, la importancia que cobra en el relato la sentencia de la Corte Suprema de 1954, que prohibió la segregación en las escuelas públicas) y en la estructura social, clasista, racista de la sociedad sureña descrita a través de los personajes que habitan en Maycomb. La revisión del texto dio lugar a lo que conocemos como Matar a un ruiseñor. Lee habría dejado aquellas 293 páginas de la primera versión en una carpeta olvidada, que es la que, según los editores HarperCollins, se recuperó en enero de 2015.
En todo caso, el personaje de Atticus Finch adquiere aparentemente en esta versión una dimensión mucho menos heroica, si no incluso abiertamente rechazable, la de un defensor del supremacismo blanco. La decepción de Jean-Louise es expresada con toda contundencia, al final del capítulo 8. Jean-Louise se encuentra en el mismo escenario, el edificio del juzgado, en el que de niña vio cómo su padre defendía a Tom Robinson. Pero esta vez asiste a la asamblea organizada por el Consejo Ciudadano, en la que el mismo Atticus asume la tarea de presentar al racista Grady O’Hanlon:
“Sólo sabía una cosa y era ésta: el único ser humano en el que había confiado absolutamente, con toda su alma, le había fallado. El único hombre que había conocido y al que podía señalar y decir con pleno conocimiento de causa: ‘Es un caballero. Un caballero de corazón’, la había traicionado, públicamente, groseramente y sin pudor alguno”[xx]
Es decir, por continuar con la metáfora de Matar a un ruiseñor, en cierto modo, asistimos a esa pérdida de la inocencia que equivale a “matar a un ruiseñor”, en el mismo escenario en el que Scout había aprendido una lección de coraje y decencia. Quien se la imparte es el pastor Sykes, líder religioso de la comunidad negra a la que pertenece Calpurnia y a cuyos singulares oficios en la iglesia de la comunidad negra, en el extrarradio de Maycomb (denominada “Primera compra African M. E. Church”, porque la pagaron con sus ganancias los primeros negros liberados) había asistido la propia Scout, según se nos narra en un delicioso pasaje del capítulo 12 de la segunda parte de la novela. Pues bien, el pastor Sykes, que había conseguido un sitio a Scout y Jem para asistir al juicio, junto a la comunidad negra, desde la balconada del piso superior del juzgado –obviamente los negros no pueden compartir el espacio del público del juicio, reservado a los blancos, es decir, que no son público en un escenario judicial–, obliga a Scout a sumarse al homenaje que le presta esa comunidad, que ha asistido al juicio: “Miss Jean-Louise, póngase en pie, que pasa su padre”. Ahora, Jean-Louise, asiste en el mismo lugar a lo que será su gran decepción.
Para dar cuenta de esa transformación (que, recordemos, era la versión inicial del personaje de Atticus que pretendía ofrecer Lee, cuando situaba la narración en los 60), conviene, creo, explorar lo que considero el retrato más profundo del personaje, su condición de hombre de Derecho, que no es exactamente coincidente con la de hombre de leyes. Es lo que trataré de presentar en los dos capítulos siguientes. La caracterización de Atticus como un hombre de Derecho me obligará a explicar ante todo su concepción del Derecho, algo que, obviamente, no supone tanto una teoría, cuanto una idea de aquello para lo que debe servir el Derecho, conforme a la visión de un abogado de profesión como Atticus, pero también, no lo olvidemos, la de una activista de los derechos civiles como lo era ya la propia Nelle Harper Lee en el momento de escribir su libro, algo que se refleja en el personaje de Jean-Louise Finch. Es eso lo que abordaré en el segundo capítulo. En el tercero, trataré de explicar el código de conducta de Atticus como abogado, lo que podríamos denominar su modelo de deontología jurídica que, por cierto, ha inspirado no pocas de las reflexiones sobre esa disciplina y sobre los códigos de conducta de los colegios de abogados. En el cuarto, abordaré con más detalle la cruz del personaje, su dimensión supremacista, pasados veinte años de los acontecimientos narrados en Matar a un ruiseñor. Finalmente, dedicaré el quinto y último capítulo de esta primera parte a una característica del personaje de Atticus en la que, a mi juicio, no se ha reparado suficientemente, su autodefinición como “demócrata jeffersoniano”, sin perjuicio de que vuelva sobre la discusión acerca del apasionante experimento de la democracia norteamericana en la segunda parte cuando aborde los debates que se produjeron entre los llamados padres fundadores y muy en particular la posición de Thomas Jefferson (en gran medida, sostenido por James Madison), contraria a un poder federal fuerte y muy próxima a lo que se conoce como “república de pequeños propietarios”. Ese modelo, evidentemente el más próximo a las posiciones de los Estados del Sur, tiene mucho que ver con el peso que el esclavismo, el racismo y el supremacismo han tenido en Estados Unidos desde su fundación. Por descontado, con la ambigua posición del propio Jefferson.
No puedo terminar sin hacer referencia a las críticas que recibió la novela Matar a un ruiseñor a propósito de la descripción del personaje de Atticus Finch y del lenguaje que algunos de los personajes de la novela utilizan para referirse a la población afronorteamericana de Maycomb: los hijos de Atticus, Jem y Scout usan el término nigger –negros– incluso nigros, y también los representantes de la buena sociedad de Maycomb, incluida la propia Alexandra Finch, usa la misma expresión y Atticus es calificado de nigger-lover (amante de los negros) por varios de esos personajes. Algunas de esas críticas que, desde la perspectiva del politically correct, tachan a la novela y a la película de racista o despectiva con la comunidad afroamericana, se han visto hoy renovadas en el contexto de los debates suscitados de una parte por el movimiento Me Too y, de otra, por los movimientos anticolonialistas, al abrigo del recrudecimiento de los enfrentamientos en torno al racismo y al supremacismo en Estados Unidos (no necesariamente desde el Black Lives Matter).
Desde el momento mismo de su publicación, la novela tuvo que afrontar intentos de censura. Así, por ejemplo, fuerzas conservadoras en el Sur trataron de vetarla por “inmoral”. Fue el caso de algunas autoridades escolares del condado de Hanover, en Virginia, en 1966. Más recientemente y desde el otro lado, el del pensamiento políticamente correcto, en 2017 las escuelas públicas de Biloxi, en Mississippi, suprimieron To Kill a Mockingbird en el plan de enseñanza de inglés de octavo grado durante la novena semana del curso escolar. En 2018, las escuelas de Duluth, en Minnesota, excluyeron del curriculum escolar la novela, al igual, por cierto, que el inmortal relato de Mark Twain Las aventuras de Huckleberry Finn.
Con la aparición en 2015 de Ve, pon un centinela, se renovaron este tipo de críticas a Matar a un ruiseñor. Así, por ejemplo, The New York Times publicó un grupo de críticas en la sección ‘Room of Debate’ de sus páginas de opinión, bajo la rúbrica How should Schools deal with the new ‘Atticus Finch’?[xxi]. Entre otros, se recoge por ejemplo el artículo de la profesora de Derecho de la Universidad de Miami Osamudia R. James, muy crítico con la novela inicial y con la propia Lee, en el que aseguraba: “Ahora por fin podemos despedirnos del mito del rescatador blanco que representa Atticus… Atticus Finch presenta un modelo perenne, al que se aferran muchos liberales blancos. Sea como sea, además de ser un personaje ficticio, Atticus Finch es un mito”.[xxii]
De las críticas desde el politically correct, además de la severa pero siempre muy argumentada crítica de Michiko Kakutami[xxiii], hay ejemplos de criticas particularmente corrosivas, como la de Nick Pemberton, en un artículo en CounterPunch, publicado en 2019, en el que aboga por tal de que ningún niño vuelva a leer Matar a un ruiseñor, por cuanto considera la figura de Atticus como un mito carente de significado y sin ningún respaldo en la realidad, en línea con lo que vimos escribía la profesora James, o el artículo de Roxane Gay publicado en junio de 2018 en The New York Times Book Review, en el que escribe: “La ‘palabra [despectiva contra los negros] n’ aparece a lo largo del libro y también asombrosas instancias de racismo, tanto casual como deliberado. El libro es un ‘producto de su época’… Yo no pertenezco al público para el que se escribió esa obra. No necesito leer acerca de cómo una niña blanca aprende sobre el agarre pernicioso del racismo para comprender el agarre pernicioso del racismo. Lo sé por experiencia propia”.
A mi juicio, como trataré de exponer, la virtud de Ve, pon un centinela es que nos ofrece la complejidad sobre el personaje de Atticus, que no encontrábamos en Matar a un Ruiseñor. Nos lo muestra como un hombre de su época, como escribe el profesor Minkah Makalani. Pero eso no impide que siga enviando un mensaje de esperanza, tal y como concluye Schrefer.
__________
Notas
[i] Cfr. Géraldine Schwarz, Los Amnésicos. Historia de una familia europea, Tusquets, 2018. El epílogo del admirado profesor José Álvarez Junco, se titula ‘El peso del pasado’ y comienza recordando justamente esto: “desde 1945, Alemania se convirtió en el ejemplo europeo y mundial de país con un ‘pasado sucio’.
[ii] Nelle Harper Lee, To kill a Monckingbird, HarperCollins, Nueva York, 1960. En otros lugares he explicado la inadecuación del título con el que es conocida en español, Matar a un ruiseñor (la primera edición en castellano, con ese título, es de editorial Bruguera, 1973) Bastará con recordar que Mockingbird, en puridad, no es un ruiseñor, sino un sinsonte. Tanto el nombre náhuatl que está en el origen del nombre en castellano ‘sinsonte’, Centzontototl (“ave de las cuatrocientas voces”), como el griego de su denominación científica, Mimus polyglottos, aluden a su capacidad canora: parece que los machos experimentados pueden expresar entre 50 y 200 canciones. Ruiseñor o sinsonte, el abogado Atticus Finch les explica a los niños que pueden disparar a algunos pájaros, pero no a un ruiseñor. Enseguida recogeré el por qué de esta afirmación.
[iii] Como ya he mencionado en la presentación, la novela (cuyo título inicial según el testimonio de la propia Lee, era, simplemente, Atticus) se publicó a primeros de julio de 1960 y ese mismo año vendió un millón de ejemplares. Obtuvo el premio Pulitzer en 1961. También he hecho referencia al juicio común de que su éxito se vio alentado por un contexto político de cambio, en el que emergía la figura de John F. Kennedy. Esto último ha permitido a algún infatuado crítico asegurar que Matar a un ruiseñor encarnaba en cierto modo el Zeitgeist de los 60, lo que a mi modo de ver es una desmesura sin mayor fundamento. Desde entonces, su venta ha alcanzado los 40 millones de ejemplares, es uno de los títulos más recomendados en la enseñanza secundaria y se considera un clásico moderno de la literatura norteamericana, aunque no estuvo exenta de polémica y hubo quienes la presentaron incluso como una apología encubierta del racismo y segregacionismo del sur. Sobre la continuidad de la imagen de Atticus Finch como modelo de abogado puede consultarse entre otros el reciente artículo de M. O. Remeseiro, ‘Atticus Finch: inteligencia emocional y liderazgo como herramientas de gestión en el ejercicio de la abogacía’, Revista de Deusto, número 67-2, 2019.
[iv] Puede verse a ese respecto, por ejemplo, el articulo de Michel Asimov, ‘When Lawyers Were Heroes’, University of San Francisco Law Review. 1996. Volumen 30, número 4.
[v] A su vez, según la propia confesión de Truman Capote, éste tuvo como referencia a Nelle Harper Lee para el personaje de Idabel, en su Otras voces, otros ámbitos.
[vi] Pese a que ya han transcurrido más de 30 años de su publicación, creo que, para el lector más interesado en la novela Matar a un ruiseñor, siguen siendo capitales los dos estudios que dedicó a la novela en 1994 quien acaso sea la mayor especialista en el tema, Claudia Johnson. Se trata de su To Kill a Mockingbird: Threatening Boundaries (Twayne Publishers, 1994) y Understanding To Kill a Mockingbird: A Student Casebook to Issues, Sources, and Historic Documents (Greenwood Press, 1994).
[vii] En el capítulo 10 de la primera parte de Matar a un ruiseñor, su hija Scout relata que Atticus se acercaba a los cincuenta años cuando sucedieron los hechos que relata. En el mismo capítulo, Scout explica que Atticus se estaba quedando ciego del ojo izquierdo –“la maldición de los Finch”– y explica así la idea que tenían sobre la edad de su padre: “Cuando Jem y yo le preguntábamos por qué era tan viejo, nos respondía que había empezado a vivir tarde, lo cual nosotros lo reflejábamos sobre sus habilidades y su virilidad”.
[viii] Pues bien, en 1923 el propio padre de Lee, Amasa Coleman Lee, perdió un juicio en que dos clientes fueron condenados a la pena de muerte. Parece fuera de duda que hay no poco de la figura del padre de Lee en el personaje de Atticus Finch
[ix] De hecho, Finch era el apellido de soltera de la madre de Nelle Harper Lee: Frances Cunningham Finch. Es de notar que Lee utilizó también el apellido Cunningham para otra familia, que juega un papel relevante en la novela Matar a un ruiseñor.
[x] Como veremos más extensamente en la segunda parte, hay quien sostiene que el racismo es sistémico en Estados Unidos precisamente como exigencia del sistema de castas. Es la tesis que propone la periodista y ensayista ganadora del Pulitzer Isabel Wilkerson, en su Caste: the Origins of our Discontents (Random House 2020), en el que realiza un muy provocador ensayo comparativo entre las sociedades de la India, la Alemania nazi y Estados Unidos.
[xi] Atticus es un hombre de conciencia, además de un hombre de fe. Baste leer cómo explica a su hija Scout por qué acepta la empresa desesperada de defender a Tom Robinson, en el capítulo 11, el último de la primera parte de Matar a un ruiseñor: “Este caso, el caso de Tom Robinson, es algo que afecta a la esencia misma de la conciencia de un hombre… Scout, yo no podría ir a la iglesia y adorar a Dios si me negase a ayudar a ese hombre”.
[xii] Cfr. Kakutani, M., (2016), ‘In HarperLee’s Novels a Loss of Inocence as Children and again as adults’, The New York Times, 20 febrero, 2016, https://www.nytimes.com/2016/02/20/books/in-harper-lees-novels-a-loss-of-innocence-as-children-and-again-as-adults.html
[xiii] En Matar a un ruiseñor, el narrador es la propia Scout, es decir, los recuerdos de Jean-Louise Finch sobre su infancia y la vida con Atticus, su padre. Es uno de los cambios de estilo que Lee imprimió a la revisión de su novela: como se verá, en Ve, pon un centinela, se trata de un narrador impersonal y Jean-Louise adquiere el papel protagonista.
[xiv] Cfr. pp. 50-52 y 76 y ss respectivamente. Es en este último en el que se detalla que Simon tuvo siete hijas y un hijo, que se casaron con los hijos de los soldados del coronel Maycomb (a quien debe su nombre el pueblo) y tuvieron una considerable descendencia, dando lugar a lo que serán las fuerzas vivas del condado, las mencionadas “ocho familias”. Y también es en este capítulo (página 77) donde se explica que, en el claro de la propiedad se desarrollaron todo tipo de actividades: “tenía también otros usos, además de las reuniones familiares: los negros jugaban allí al baloncesto, el Ku Klux Klan se reunía allí en sus tiempos de mayor esplendor y cuando Atticus era joven se celebraba un gran torneo en el que los caballeros del condado competían por llevara a sus damas a un gran banquete en Maycomb…”. (Las cursivas son mías). Las referencias al Ku Klux Klan aparecen en una y otra novela y Atticus es categórico al sostener (contra todo lo que sabemos) que está acabado.
[xv] “Siendo del Sur, constituía un motivo de vergüenza para algunos miembros de la familia el hecho de que no constara que habíamos tenido antepasados en uno de los dos bandos de la Batalla de Hastings. No teníamos más que a Simon Finch, un boticario y peletero de Cornwall, cuya piedad sólo cedía el puesto a su tacañería. En Inglaterra, a Simon le irritaba la persecución de los sedicentes metodistas a manos de sus hermanos más liberales y cómo Simon se daba el nombre de metodista, surcó el Atlántico hasta Filadelfia, de ahí pasó a Jamaica, de ahí a Mobile y de ahí subió a Saint Stephens. Teniendo bien presentes las estrictas normas de John Wesley sobre el uso de muchas palabras al vender y al comprar, Simon amasó una buena suma ejerciendo la Medicina, pero en este empeño fue desdichado por haber cedido a la tensión de hacer algo que no fuera para la mayor gloria de Dios, como –por ejemplo– acumular oro y otras riquezas. Así, habiendo olvidado lo dicho por su maestro acerca de la posesión de instrumentos humanos, compró tres esclavos y con su ayuda fundó una heredad a orillas del río Alabama, a unas cuarenta millas más arriba de Saint Stephens. Volvió a Saint Stephens una sola vez, a buscar esposa, y con ésta estableció una dinastía que empezó con un buen número de hijas. Simon vivió hasta una edad impresionante y murió rico. Era costumbre que los hombres de la familia se quedaran en la hacienda Desembarcadero de Finch y se ganasen la vida con el algodón. La propiedad se bastaba a sí misma. Aunque modesto si se comparaba con los imperios que lo rodeaban, el “Desembarcadero” producía todo lo que se requiere para vivir, excepto el hielo, la harina de trigo y las prendas de vestir, que le proporcionaban las embarcaciones fluviales de Mobile. Simon habría mirado con rabia imponente los disturbios entre el Norte y el Sur, pues éstos dejaron a sus descendientes despojados de todo menos de sus tierras; a pesar de lo cual la tradición de vivir en ellas continuó inalterable hasta bien entrado el siglo XX, cuando mi padre, Atticus, se fue a Montgomery a aprender leyes, y su hermano menor a Boston a estudiar Medicina Su hermana Alexandra fue la Finch que se quedó en el Desembarcadero”.
[xvi] En el mismo capítulo primero, la narradora (como ya he dicho, la propia Scout) describe así el arraigo de Atticus y de su familia en Maycomb: “Le gustaba Maycomb, había nacido y se había criado en aquel condado; conocía a sus conciudadanos y, gracias a la laboriosidad de Simon Finch, Atticus estaba emparentado por sangre o casamiento con casi todas las familias de la ciudad”. Ya he indicado que todo eso queda más aclarado en diferentes pasajes de Ve, pon un centinela.
[xvii] La película de Robert Mulligan, To kill a Mockingbird (en España, el título, como el de la versión de la novela, fue Matar a un ruiseñor), producida por Alan J. Pakula, se estrenó en 1962, dos años después de la publicación del libro, con guión adaptado por Horton Foote, a pesar de las reticencias de éste para hacerse cargo, porque temía no estar a la altura del libro original. Los personajes principales fueron interpretados por Gregory Peck (Atticus), Mary Badham (Scout Finch), John Megna (Dill, Charles Baker Harris), Robert Duvall (Boo Radley), Phillip Alford (Jem Finch) y Brock Peters (Tom Robinson) y consiguió tres premios Oscar: al mejor actor (Gregory Peck); al mejor guión adaptado (Horton Foote) y a la mejor dirección artística en banco y negro (Alexander Goitzen y Henry Bumstead, directores de arte y Oliver Ermet, decoración).
[xviii] Go, set a Watchman. A novel (HarperCollins, Nueva York, 2015). La edición en castellano, Ve, pon un centinela, apareció en HarperCollins Ibérica, en el mismo año 2015. En el capítulo 7 del libro, en el que se relata una celebración en la iglesia metodista de Maycomb y en el que tienen lugar algunas disquisiciones teológicas entre el hermano de Atticus, el doctor Jack Finch y su sobrina Jean-Louise (Scout), es en el que se encuentra la cita del versículo 6 del capítulo XXI del libro de Isaías, que da pie al título: el versículo completo dice Ve, pon un centinela, que haga saber lo que viere.
[xix] María Eugenia Rivera, directora editorial de HarperCollins Ibérica, ha comentado en alguna entrevista lo interesante de la evolución de los personajes de un libro a otro: “ver la progresión de su cambio, su coherencia, su psicología, teniendo en cuenta que Harper Lee los crea primero en Ve y pon un centinela, ya mayores o muy mayores en el centro de una convulsión política y de cambios sociales en los años 50, y luego debe retrocederlos en el tiempo hasta los años 30, a los albores de donde parte todo, para escribir Matar a un ruiseñor”.
[xx] Ve, pon un centinela, página 115.
[xxi] Se pueden consultar los artículos de Minkan Makalani, Chris van Dike, Claire Nedell o Elliot Schrefer: cfr. https://www.nytimes.com/roomfordebate/2015/07/15/how-should-schools-deal-with-the-new-atticus-finch
[xxii] Osamudia R. James, ‘Now, we can finally say Goodbye to the White Savior Myth of Atticus’, https://www.nytimes.com/roomfordebate/2015/07/15/how-should-schools-deal-with-the-new-atticus-finch/now-we-can-finally-say-goodbye-to-the-white-savior-myth-of-atticus
[xxiii] M. Kakutani, ‘Harper Lee’s Go, set a Watchman, give us a Atticus Finch a Drak Side’, The New York Times Review of Books, 10 de julio, 2015, https://www.nytimes.com/2015/07/11/books/review-harper-lees-go-set-a-watchman-gives-atticus-finch-a-dark-side.html. Cfr también de Kakutani sobre la obra de Lee su ya mencionado artículo ‘In HarperLee’s Novels a Loss of Inocence as Children and again as adults’, The New York Times, 20 de febrero, 2016, https://www.nytimes.com/2016/02/20/books/in-harper-lees-novels-a-loss-of-innocence-as-children-and-again-as-adults.html, y su obituario sobre Harper Lee, ‘The Life, Death and Career of Harper Lee’, The New York Times, 27 de febrero, 2018, https://www.nytimes.com/2018/02/27/arts/the-life-death-and-career-of-harper-lee.html.
Este texto es el primer capítulo del libro Nosotros, que quisimos tanto a Atticus Finch. (De las raíces del supremacismo, al ‘Black Lives Matter’), que acaba de publicar la editorial Tirant lo Blanch dentro de su colección Cine y derecho.