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BrújulaLa anomalía de Duchamp, la muerte del arte y otras estampas cifradas

La anomalía de Duchamp, la muerte del arte y otras estampas cifradas

Poco antes de la Primera Guerra Mundial, Marcel Duchamp adoptó el hábito de guardar en una caja apuntes y recuerdos de las ideas que se le iban ocurriendo. Amontonadas aleatoriamente aquellas ideas se revelarían decisivas para descifrar una de sus obras más conocidas: La novia desnudada por sus solteros,mismamente, también llamada El Gran Vidrio. De ella dice Antonio Orihuela que es a la pintura lo que el Finnegans Wake de James Joyce a la literatura: una anomalía para la que no existen parámetros que sirvan para juzgarla. Duchamp es una figura clave de la historia contemporánea. A él básicamente se remontan las ideas que explican por qué hoy hablamos de la muerte del arte. Su gran objetivo fue poner el arte al servicio del pensamiento sacándolo del horizonte del gusto, algo que hasta cierto punto ha conseguido. Cuando se acude a una exposición pocos esperan ya sufrir una conmoción estética. La necesidad de belleza y armonía la satisface hoy el diseño industrial (moda, aparatos de alta tecnología, etcétera). El arte forma parte de otro orden de cosas, el orden del conocimiento. No es extraño, por eso, que los estudiosos que se adentran en la obra de Duchamp suelan tomar como inspiración su sugerencia de buscar las claves en la mística y la alquimia, nombres detrás de los cuales suele ocultarse la mal conocida tradición filosófica.El examen de estas cuestiones ocupa la segunda parte de La caja verde de Duchamp, pero explica el sentido de la totalidad de la obra. Orihuela muestra ahí cómo las ideas no fueron en ningún momento certezas para el artista francés, a la manera ideológica de su tiempo, sino más bien lo contrario, un incansable y platónico socavar los supuestos sobre los que todas las certezas descansan. El problema es que, por esa vía de perseverante cuestionamiento, esencial para la filosofía, el arte, como productor de obras, pierde en gran medida su razón de ser, algo que llevó al consecuente Duchamp a abandonar la práctica artística convencional para dedicarse al ajedrez (“juego en que se desarrolla una inmensa actividad que no deja huella alguna”). Sólo al final, asaltado por la melancolía, dio a luz una última obra, Etantdonné, instalación que Orihuela interpreta como “el dolor vivo de la nada”.La caja verde de Duchamp sirve a Orihuela para reflexionar sobre el sentido del arte, pero también para reunir sin más explicaciones un conjunto de ensayos en los que repasa su Historia. La calidad de estos ensayos (dieciséis componen la primera parte del libro) es desigual. Los hay excelentes, por ejemplo, los dedicados a Khnopff o a los gabinetes de curiosidades, pero también confusos y fallidos, como los tres primeros, donde pasa de un retórico hermetismo (‘TheiosAnér’) a una interpretación iconográfica de corte políticamente correcto (‘La fuente de la vida’), injustificable en un autor de su categoría. El lector quisquilloso e impaciente podría encallar fatalmente en las primeras páginas del libro después de descubrir que se confunde a Dédalo con Teseo, o que se califica de “relato” a la monstruosa reconstrucción que hizo Evans del palacio de Cnosos, o que se presenta el cuadro de Jan Van Eyck La fuente de la gracia y triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga (Museo del Prado), bajo el título de Retablo del Cordero Místico (catedral de Gante). Ninguno de estos descuidos tiene en realidad demasiada importancia, pero afea la lectura de un libro cuyo sentido solo comienza a verse claramente al final, cuando descubrimos que el autor ha construido, por así decir, su propia caja verde con reflexiones sobre autores y obras de diversas épocas. En cuanto a la pretensión, recogida en la solapilla, de que el sagaz lector haga con el libro lo que el autor ha hecho con el artista francés, esto es, descubrir bajo lo que aparece aquello que falta y que es lo realmente valioso (la inalcanzable Idea, en terminología platónica), no deja de ser una pedantería. ¿Se imaginan llegar al museo y encontrar allí el lienzo, la pintura y los pinceles con el encargo de que sean los espectadores los que pinten el cuadro?

 

La caja verde de Duchamp y otras estampas cifradas, de Antonio Orihuela. El desvelo ediciones.  186 páginas. Primera edición, septiembre de 2016.

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