En el último acto de campaña de Plataforma per Cataluña (PPC), el pasado mes de noviembre del 2010, las pancartas con el lema “Primero los de casa” y una mezquita tachada en señal de prohibición ondeaban con notable insistencia. El mensaje quedaba claro, el territorio no se debe compartir. Por si quedaba la menor duda, lo confirmó Josep Anglada, aspirante a la presidencia de la Generalitat (el gobierno autónomo de Cataluña) y líder de la PPC, con una serie de exclamaciones que le llevaron al límite de su voz: “¡No dejaremos, nosotros y los otros partidos identitarios de Europa, que nuestra Europa cristiana sea invadida por el islam!”.
Con menos del 3%, las elecciones catalanas no han dejado espacio para los ultraderechistas del partido de Anglada en el Parlamento catalán. No obstante, ha cristalizado una corriente perceptible en toda Europa que tiende a movilizar a los electores en torno al espinoso asunto de la inmigración y al exaltar sentimientos recelosos hacia el islam. En Cataluña, mientras el conservador Partido Popular se mostró dispuesto a usar los videojuegos con mensajes de rechazo, Plataforma per Catalunya hizo una abierta apología del odio en sus actos políticos y optó por evidenciar su vínculo con otras fuerzas extremas del espectro continental.
En plena crisis económica, el mensaje xenófobo e islamófobo parece atraer a votantes desamparados y expuestos a emociones violentas. No se trata de una ideología bien definida ––de hecho, los líderes respectivos tratan de alejarse de los términos de fascismo o racismo para reivindicar un auténtico liberalismo cristiano––, ni tampoco de un programa electoral exhaustivo, sino más bien de un compendio de sentimientos que buscan un enemigo común sobre el cual establecer un discurso de enfrentamiento.
Más allá de las denuncias de corrupción, las habituales invectivas contra la clase política y la descripción de un panorama ruinoso, el mensaje del partido Plataforma Per Catalunya se centra en el millón y medio de inmigrantes que se han instalado en Cataluña en los últimos años. “Si no tuviéramos estos inmigrantes no tendríamos seiscientos mil parados en la región”, señala el vicepresidente de la formación ultraderechista, August Armengol. “El coste de la inmigración es el secreto mejor guardado de la Generalitat ––afirma––. No lo sé yo. No lo sabe nadie. Es un secreto que tienen guardado en una caja fuerte”. Las exageraciones no se detienen aquí. Armengol esgrime comentarios que estigmatizan y criminalizan a la población inmigrante. “Hoy, en las prisiones de Cataluña, la mitad o más de los reclusos son inmigrantes delincuentes. Cada recluso cuesta 42.000 euros al Estado y eso quiere decir que todos los reclusos nos cuestan más de 900 millones al año”. Cifras supuestamente edificantes utilizadas con destreza para explicar la incapacidad de la Generalitat para promover políticas sociales idóneas.
Tras la intervención de Armengol, se emite un vídeo en el que aparece un grupo de musulmanes rezando en la calle, ante una mezquita. Las imágenes que siguen son oscuras y transmiten una atmósfera de desconfianza y cierta clandestinidad. Extranjeros delinquiendo, involucrados en robos o peleas. Etiquetas duras y mensajes explícitos o subliminales. El odio se esparce por la sala. Los militantes parecen enfurecerse y compiten en la carrera por ofender. Algunos dicen estar hartos de aguantar a “esta gente”, otros hablan de “invasión”. Lo cierto es que la enemistad se ha materializado en la pantalla con un eslogan cargado de odio: “Si tú no vas [a votar], ellos [los musulmanes] se quedarán…”.
El máximo representante del partido ultraderechista catalán, Josep Anglada, cierra el acto con palabras más osadas todavía. Pone en relación los términos “invasión” y “terrorismo”. Su estilo recuerda al del líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen, conocido en Francia por sus procacidades y las numerosas denuncias que acumula su historial político. Ambos comparten un vocabulario belicoso basado en desviaciones y llamamientos a las esencias de sus respectivas identidades nacionales. Así es como atraen a sus electores y marcan las conciencias de personas descreídas de otras ideologías: gritando sus cuatro verdades simples. De esta manera también se aseguran un espacio en el denso escenario político. Para el ex-líder del partido francés, el Front National (Frente Nacional), esta estrategia le condujo a competir en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en 2002 y le permite ahora a su partido atraer a más del 15% de los votantes.
Las semejanzas entre la ultraderecha catalana y el Front National no se limitan a un discurso provocador. Entre los valores fundamentales que ambos partidos comparten se halla un cristianismo puritano y, quizás por encima de todo, un sentimiento anti-musulmán agresivo. En el caso francés, el discurso nació en los años ochenta, cuando ya se empezaba a hablar del fenómeno de las banlieues (periferias) y se ha intensificado en las últimas semanas con la campaña de Marine Le Pen, la menor de las tres hijas del fundador del Frente Nacional y su heredera política. Recientemente fue elegida presidenta del FN. En diciembre del 2010, la revista francesa Le Point destacaba el marcado carácter islamófobo de la ideología de la familia Le Pen y el uso de ciertas imágenes sacadas de internet que muestran a creyentes musulmanes rezando en las calles para avivar el miedo de sus electores. La misma revista sostiene, además, que, con la prohibición de los alminares y la expulsión de los delincuentes extranjeros, aprobada mediante referendos, Suiza se ha convertido en un modelo determinante para el FN.
Si se han de buscar otras conexiones entre la extrema derecha catalana y Europa, no se puede ignorar la figura del holandés, Geert Wilders. El líder del partido PVV (Partido de la Libertad) se ilustra como uno de los grandes defensores de la supremacía cristiana y tacha el islam de creencia retrógrada. En una entrevista titulada “¡Musulmanes, os odio!”, publicada en la revista La Revue en enero de este año, el controvertido dirigente arremete contra Mahoma: “No era en ningún modo un profeta de amor y de compasión, sino un asesino de masas, un tirano y un pedófilo. Los musulmanes no pueden encontrar un modelo más deplorable”. Con estas palabras insidiosas, Wilders deja claro cuáles son los sentimientos que le inspiran los musulmanes. El semanario The Economist ha analizado las ambigüedades que encierra su ideología política, ya que mientras por una parte ataca al islam y no a todos los extranjeros, y al defender a ultranza el liberalismo, el líder del PVV resulta mucho más difícil de catalogar.
En un país con una larga tradición democrática como Suecia, el discurso anti-musulmán también ha calado en las elecciones celebradas en septiembre del 2010. Aunque el 5,7% de los sufragios no le proporcionan un amplio margen de maniobra, Jimmie Akesson, líder del partido nacionalista Demócratas de Suecia, ha irrumpido en el Parlamento de Estocolmo y roto los esquemas de las fuerzas tradicionales. Como revela el vídeo de la campaña electoral, en el que unas mujeres con burka le quitan el puesto a una anciana en la cola de la seguridad social, la estrategia del partido de Akesson se centra esencialmente en señalar a los inmigrantes musulmanes ––procedentes de Somalia, Eritrea, Turquía o Irak–– como los causantes del parón económico.
En una versión más mediática y truculenta, el ultraderechismo estadounidense se alimenta de las mismas consignas que el europeo y exacerba los recelos hacia la comunidad islámica. El ala más extrema del partido republicano ––el Tea Party––, auto-proclamado campeón de la lucha contra la inmigración y la denuncia de la amenaza musulmana, ha aprovechado la polémica construcción de una centro cultural islámico cerca de la zona cero de Nueva York, donde se alzaban las Torres Gemelas, para difundir su discurso intransigente. La revista francesa L´Express ha presentado esa manifestación como una de las mayores muestras del sentimiento anti-musulmán en Estados Unidos. Los ataques constantes del diario sensacionalista New York Post y los furibundos comentarios de la bloguera estadounidense Pamela Geller, cercana al Tea Party, son dos exponentes de un combinado político que busca la movilización mediante los símbolos del patriotismo y la memoria estadounidense y la xenofobia anti-islámica.
El nexo entre los movimientos anti-musulmanes europeos y americanos queda reflejado en un artículo del Washington Times publicado a finales de 2010 en el escritor estadounidense Daniel Pipes, ferviente opositor al islam radical, se refiere al Geert Wilder, como “el europeo vivo más importante en la actualidad”. Estos elogios se materializaron en la invitación a que el líder de la extrema derecha holandesa pronunciara un discurso en la ceremonia organizada en Ground Zero para conmemorar los atentados del 11-S y oponerse a la construcción del centro islámico en las inmediaciones.
Junto con el auge de los discursos violentos, han surgido en Europa publicaciones que o bien justifican el rechazo del islam o bien tratan de entender ese fenómeno. En septiembre del año pasado se publicó en Alemania el libro de Thilo Sarrazin Deutschland schafft sich ab (Alemania corre hacia el fracaso). El entonces miembro del Partido Social Demócrata Alemán (SPD) desató una gran polémica con su panfleto de 400 páginas. El libro se dio a conocer, con lenguaje seudo-científico, aireando la probable desaparición de la cultura alemana como consecuencia de la escasa integración de los musulmanes y su alto índice de natalidad.
De parecida estirpe es el libro Reflections on the Revolution in Europe. Inmigration, Islam and the West (Reflexiones sobre la revolución europea. Inmigración, el islma y Occidenet), obra del británico Christopher Caldwell, que enseguida llamó la atención de la opinión pública. Caldwell presenta al islam como una “supra-identidad” y describe a los musulmanes europeos como personas que, “aunque no creen en el islam, sí creen en el terreno islámico”. En otras palabras, el sentimiento musulmán se impone inconscientemente a todos los demás planteamientos cotidianos y democráticos europeos. El ejemplo que escoge Christopher Caldwell para ilustrar su idea también invita a la discusión: en 2006, el 57% de los recién nacidos en Bruselas eran hijos de padres musulmanes y, como resultado, los siete nombres con más inscripciones en el Registro Civil eran Mohamed, Adam, Rayan, Ayoub, Mehdi, Amine y Hamza.
Buscando una explicación a la deriva anti-islamista de ciertas clases pensantes europeas, el sociólogo francés Emmanuel Todd habla en su último libro, Après la démocratie (Después de la democracia), de un sentimiento generado por la dinámica conflictiva del principio de laicidad. “Desorganizada por la desaparición de su adversario católico, la laicidad se esfuerza ahora en encontrar otro, el islam, percibido como la última de las creencias religiosas activas”. Una teoría que, si bien desvela algunos mecanismos de funcionamiento de las democracias, omite el carácter supremacista que fundamenta la islamofobia.
Johari Gautier Carmona es periodista. En Fronterad ha publicado el artículo Ben Okri y la luz de África.