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Frontera DigitalEl Castillo de Roquebrune

El Castillo de Roquebrune

La familia condal de los Lascaris di Ventimiglia, de quien ya hablamos al referirnos a Niza, hizo de este nido de aguilas sobre la Costa Azul y su castillo uno de sus principales bastiones. En 1353 Carlo Grimaldi, señor de Mónaco, le compró el castillo a Guglielmo Lascaris. La unión de Roquebrune y Menton a Mónaco iba a durar más de cinco siglos, con algunos intervalos como la época del protectorado español, entre 1524 y 1641. Precisamente esos recuerdos españoles me hicieron errar de medio a medio. Confundí esta Roquebrune (Roquebrune-cap-Martin) con la otra, Roquebrune-sur-Argens, donde encontró la muerte Garcilaso en el asalto a la fortaleza de Le Muy, lo que le costaría muy caro a todos los miembros de la guarnición, que fueron ejecutados en represalia.  Sin embargo, otro gran poeta europeo sí fue a dar con sus huesos –nunca mejor dicho- a Roquebrune-cap-Martin. Entre 1939 y 1948 reposaron en el cementerio de la villa los restos mortales del poeta irlandés William Butler Yeats, que murió muy cerca, en Menton. Durante unos años se produjo un tira y afloja entre el estado libre irlandés y Francia y la familia del poeta. Al final, un navío de la flota del nuevo estado acudiría a por los restos del bardo nacional y los llevaría al condado de Sligo, donde reposan ya parece que de modo definitivo. En el cementerio de Roquebrune una lápida recuerda su estadía temporal.

El tema sepulcral ya había comenzado con fuerza en la segunda jornada del viaje un par de días antes, cuando visitamos los primeros sepulcros del viaje. El primero, aún en España, fue el de Walter Benjamin en el cementerio parroquial de Port Bou, en una zona a él solo reservada. La lápida, al igual que el monumento conmemorativo que hay fuera del cementerio, destila austeridad y equilibrio. Fue inevitable preguntarse dónde iría a parar la maleta de Benjamin. Un amigo le está dando vueltas al asunto. Parece que tiene el embrión de una novela. La siguiente parada era obligatoria, Collioure. Naturalmente fuimos a visitar el sepulcro vacío de los restos de Don Antonio Machado. ¿Cómo podría hacer compatible mi respeto y admiración por Don Antonio y mostrar mis reservas ante el kitsch sepulcral en el que no faltan banderas, flores de plástico, recuerdos de espontáneos y, peor aún, lápidas que a su vez recuerdan visitas de delegaciones parroquiales, municipales, provinciales, autonómicas y de jefes de gobierno que se fueron a hacer una foto con el poeta que murió lejos del hogar, al que cubrió el polvo de un país vecino? Ni que decir tiene que salimos espantados de allí.

Volviendo a Roquebrune, Agostino Grimaldi, obispo de Grasse y regente del principado de Mónaco, restauró por última vez en 1528 el nido de águilas de Roquebrune, que quedaría reducido a cenizas en 1543 cuando la flota otomana de Barbarroja hizó sufrir a Roquebrune el mismo destino que a Eze.  No cabe ninguna duda de que los turcos merodearon por estas costas. Subimos caminando hasta la parte alta de la acrópolis para poder contemplar desde allí la Costa Azul. Poco antes de llegar nos detuvimos ante el que es considerado el olivo más antiguo de Francia. ¿Qué navegantes plantarían aquel olivo? ¿Desde qué lejanas costas llegarían hasta este lugar que les debió parecer el paraíso en la tierra?

En 1848, Roquebrune, con el apoyo de Menton se rebeló contra los Grimaldi y se constituyó en república independiente. Y así permaneció hasta 1860, cuando fue incorporada a Francia junto con el Condado de Niza. El Príncipe de Mónaco no obstante recibió una indemnización de cuatro millones de francos por la pérdida de una de las pocas posesiones que le quedaban fuera del núcleo Mónaco-Montecarlo para que se dedicaran ya casi en exclusividad a la gestión de los beneficios que aportaba al principado el Gran Casino de Montecarlo.  Tras una breve charla con unos elegantes turistas alemanes, contemplamos Mónaco desde la plaza de armas del castillo, nos despedimos de la antigua Roccabruna y nos dirigimos hacia Menton, pues M. quería enseñarme el cementerio ruso y la Fontana Rosa, la villa del exilio sobredorado de Blasco Ibáñez en la Costa Azul.

 

 

 

 

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