Un ex colega y creo todavía amigo, Miguel Ángel Villena, ha ganado el Comillas de este año con una biografía de Luis García Berlanga. Muy oportuna en el centenario de su nacimiento. Pienso leerla. Me encanta el realizador valenciano. La Real Academia acepta el adjetivo «berlanguiano» para definir el esperpento, la astracanada, la comicidad satírica. Si no fuera por los muertos, la tragedia que nos ocupa desde hace ya más de un año merecería ese calificativo. Es decir, vivimos una «pandemia berlanguiana».
La de tonterías y rumores que hemos soportado y escuchado a lo largo de este tiempo procedente de las tribunas políticas, científicas, mediáticas, sociales y religiosas. Por supuesto que quien esto suscribe también se ha visto partícipe del ruido, aunque obviamente sin fuerza ni influencia.
Todavía recuerdo las risas que nos merecían las imágenes que nos llegaban de Wuhan donde la población estaba recluida en casa a riesgo de recibir penas de cárcel si no cumplían con los dictados de las autoridades chinas. O aquellas otras en las que un vecino te exigía quitarte el calzado cuando ibas a su domicilio pero no tenía inconveniente de charlar contigo sin mascarilla. Y qué decir de esas hordas que inundaban el paseo marítimo de mi ciudad accidental haciendo deporte sin el tapabocas dichoso o jugándose el tipo -el de ellos y el de los demás- con el patinete.
Burlescos eran los juicios que vertía sobre el virus y la lejía el hoy inquilino de Mar-a-Lago o los del mandatario carioca que lo calificaba como una ligera gripe, para luego tener que comprobar cómo su país alcanzaba uno de los índices más elevados de muertos por el patógeno.
No nos salvamos nadie de hacer el ridículo y menos aún nuestros gobernantes, que un día sí y otro también nos martilleaban con interminables ruedas de prensa anunciando que ya estábamos a punto de llegar a la cima de la montaña, cual Bahamontes versión siglo XXI, y nos aseguraban que de esta catástrofe saldríamos más fuertes y sobre todo más solidarios.
Pues bien, la tragedia no ha hecho más que abrir la brecha social, que ya de por sí era bastante grande antes del virus. Y la solidaridad de la que nos hablan yo personalmente no la veo por ninguna parte.
No me digan que no es berlanguiano, trágicamente berlanguiano, esta pelea para nada inocente entre la Unión Europea, el Reino Unido y las dos multinacionales farmacéuticas, por el momento las únicas capaces de fabricar y comercializar la vacuna. De repente les ha estallado en la boca a nuestros gobernantes las promesas de que en verano un 60% de la población estará ya vacunada. Primero fue Pfizer la que anunció que tenía que reducir la producción para luego hacer lo propio Astrazeneca. No hay explicación razonable a eso. Si se echa un vistazo a la prensa británica de estos últimos días y se la juzga por algunos titulares, o se escuchan declaraciones de parlamentarios , uno tiembla ante las consecuencias que puede acarrear esta guerra pandémica. Sería el primer caso grave de los perjuicios del Brexit.
La OMS recomienda frenar la distribución de la vacuna en el primer mundo para que el reparto sea más equitativo y llegue también a los países más pobres. Ya se ha dicho que quien más paga más recibe. Un claro ejemplo de capitalismo salvaje e inmoral cuando se negocia con la salud. Al parecer vale todo. Me pregunto entonces dónde está esa solidaridad de la que nos hablaban nuestros gobernantes.
Berlanguiano también es el rosario de protocolos y restricciones oficiales con los que nos desayunamos desde hace meses. Y en este último periodo aún más una vez que el Gobierno central delegó hábilmente la gran responsabilidad de la gestión de la pandemia a las comunidades autónomas. Lo del número permitido de reunidos o los horarios de toque de queda son tan complejos e interpretables como el polémico VAR en el fútbol.
Un amigo mío me envió días atrás parte de un edicto de la Comunidad Valenciana que tal parecía redactado por Groucho Marx. Reza así: «Las personas que viven solas, podrán formar parte de otra única unidad de convivencia formando una unidad de convivencia ampliada. Cada unidad de convivencia ampliada sólo podrá integrar a una única persona que viva sola. Y la persona que viva sola podrá formar parte exclusivamente de una unidad de convivencia ampliada durante todo el periodo de vigencia de la medida». Daría mi honra por conocer al funcionario que escribió el texto. ¿Será humano o un robot? Quién sabe. A lo mejor tiene ya en el morral algún premio literario o aspira a otros mayores sin enchufe de nadie. O tal vez que en valenciano se comprenden mejor esas farragosas frases que en castellano. El atribulado doctor Simón, paisano mío, sin duda entenderá, a juzgar por este decreto, que ningún valenciano fue responsable de haber sido contagiado de covid-19 las pasadas navidades aún violando las normas. Si estaba solo como yo, al leer el texto de marras decidió hacer una fiesta multitudinaria en su piso y que corriera el champán y la música hasta la extenuación. Al menos yo hubiese actuado de esa guisa.
Estos textos, los protocolos al igual que las ingentes declaraciones contradictorias de representantes de gobiernos de toda ralea bien merecerían ser recogidos y analizados en tesis doctorales sobre la crisis del coronavirus. Seguro que más de uno se ha puesto a la tarea.
El otro día estaba un poco deprimido por el magro resultado de una dieta que empecé hace un mes. Aburrido como estaba me fui al ordenador a hacer un repaso de las últimas noticias. Una de ellas no tenía nada que ver con la pandemia, pero me sirvió como el mejor remedio más barato e inmediato contra la tristeza. Leí en un diario digital que el todavía consejero de Administración Pública de la Generalitat, Jordi Puigneró, propone crear una NASA catalana y tiene previsto invertir en los próximos cuatro años 18 millones de euros para desarrollar el plan. Y en otra posterior información se anunciaba que la futura NASA de Cataluña está en negociaciones con Kazajistán para lanzar el próximo marzo un nanosatélite desde la ex república soviética. ¿De dónde sacará el dinero este buen señor con lo deficitarias que están las arcas públicas catalanas y también las del Estado? Pero, en fin, lo importante es que a mí se me alivió la depresión y hasta trasladé desde mi cerebro a la realidad imágenes berlanguianas de aquella trilogía que iniciaba con La escopeta nacional. Concluí que sigue de actualidad con algunos pequeños ajustes. La astracanada es muy nuestra, la tenemos muy dentro, tanto o más que una dominical paella de mariscos, los triunfos europeos del Real Madrid y naturalmente también los del Barça, aunque ahora esté en quiebra técnica.