Entre los numerosos reconocimientos que Patrick Radden Keefe ha recibido por su libro Say Nothing. A true story of murder and memory in Northern Ireland (publicado en España con el título No digas nada por Reservoir Books) se encuentra el Orwell Prize for Political Writing. La lectura de su ensayo evoca las palabras de George Orwell en 1984: “Aquellos que controlan el presente, controlan el pasado, y aquellos que controlan el pasado controlan el futuro”. Hoy en Irlanda del Norte los terroristas convertidos en políticos se afanan precisamente en esa batalla para que la verdad sobre sus brutales crímenes permanezca enterrada.
El libro de Keefe reconstruye la historia del terrorismo norirlandés tomando como hilo conductor el asesinato y desaparición de una mujer viuda y madre de diez hijos, Jean McConville. En el invierno de 1972 miembros enmascarados del IRA (Ejército Republicano Irlandés) irrumpieron en su casa de Belfast y jamás volvió a saberse de ella hasta que en 2003 su cadáver fue encontrado en una playa al otro lado de la frontera con Irlanda. Keefe desmiente con frecuencia la manida frase con la que Gerry Adams sigue negando su pertenencia al grupo terrorista a pesar de que, como coloquialmente se dice en Irlanda del Norte, hasta los perros en las calles saben que fue dirigente del grupo terrorista cuando McConville fue asesinada y durante las décadas posteriores. Say Nothing ofrece una excelente investigación que desnuda algunas de las mentiras travestidas en verdad por Adams y sumisamente reproducidas por tantos periodistas a tantas leguas de distancia del rigor de Radden Keefe.
“En Irlanda del Norte ninguna otra persona ha estado más entregada a la tarea de alcanzar la paz mediante el diálogo”. Así presentaba John Carlin a Gerry Adams el 16 de enero de 2005 en la primera de las dos entrevistas con el político norirlandés que en un mes publicó el diario El País. Semejante afirmación era falsa, si bien anticipaba el tratamiento que Adams tendría durante su gira por España en la promoción de su libro de memorias y de sí mismo. El dirigente del IRA aprovechó su viaje para consolidar la imagen de hombre entregado a la causa de la paz que tanto ha cuidado ante la ausencia de críticas a su figura por parte de no pocos periodistas.
El 16 de febrero de 2005 Iñaki Gabilondo entrevistaba en la Cadena SER a Adams horas antes de presentarle él mismo su libro de memorias. El afamado periodista español aceptaba la falsa narrativa del terrorista y el engaño a la audiencia que implicaba: “En el libro usted en muchas ocasiones dice algo que hace pensar que sigue el reproche permanentemente porque usted cada cincuenta páginas lo dice ‘yo no soy del IRA, nunca he sido el IRA y el Sinn Fein no tiene nada que ver con el IRA’. Me gustaría que nos lo dijera también aquí ante los micrófonos señor Adams”.
Otra de las preguntas desvelaba la transformación del periodismo en altavoz del terrorista: “A lo largo del libro usted cuenta con gran número de detalles todas las conversaciones que ha tenido con unos y otros, con todos ha pasado distintos momentos, momentos de distancia, de tensión, de enfado, de aproximación de ruptura, menos con el IRA; hay algún momento en el que se percibe alguna cierta tensión, pero con el IRA ¿nunca han tenido ningún problema de tensión o es que no los ha contado en el libro?”. El terrorista nunca respondió al periodista que no dudó en elogiar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid ese libro de ficción presentado, en cambio, como no ficción.
Tanto en su libro como en su gira española Adams buscaba consolidar la imagen de hombre que tantos esfuerzos por la paz habría realizado, noción que caló en muchos periodistas que hoy encontrarán en el ensayo de Radden Keefe una magnífica lección de periodismo. No digas nada no es ficción, sino la realidad que otros prefieren eludir por incómoda. Adams no es el artífice de la paz en Irlanda, aunque sí un hábil político y un sensacional farsante. Una muestra de ello es que para muchas personas en nuestro país resulta incuestionable la afirmación de Adams de que jamás ha sido miembro del IRA. El periodista Patrick Keefe no cae en tan burda trampa. ¿Qué credibilidad tienen las palabras de Adams cuando es un hecho irrefutable que ha sido uno de los máximos dirigentes del grupo terrorista? La admisión de su activismo y de cómo llegó a ordenar asesinatos y por qué dejó de sancionarlos resultaría sin duda mucho más esclarecedora para entender por qué el IRA decretó el alto el fuego, todo ello ausente en el habitual relato de Adams. En cambio, Keefe muestra al hombre sin escrúpulos que Gerry Adams ha demostrado ser.
En su libro Keefe alude al “síndrome de Belfast”, esa enfermedad resultante de una vida bajo la constante amenaza del terror donde la violencia podía golpearte en cualquier instante. La ciudad desgarrada por décadas de terrorismo sufre otros “síndromes”, entre ellos el del silencio que también desentraña Say Nothing. El silencio para enterrar la verdad sobre los responsables de tantos asesinatos de seres humanos. El silencio que monstruos como Adams impusieron como mecanismo de control social. Si en 1972 Adams ordenaba el asesinato y la posterior desaparición de Jean McConville, días antes de su visita a España en 2005, la organización terrorista que seguía liderando entonces mutilaba a tres jóvenes en uno de los guetos de Belfast controlados por el IRA. Criminales del grupo terrorista del que Adams tanto se enorgullece a pesar de negar su pertenencia al mismo, colocaron una única y devastadora bala entre los huesos de los adolescentes a los que habían atado las manos en posición de oración.
“El pasado es el pasado”, sentenció Gerry Adams la primavera de 2014 al eludir su procesamiento por el asesinato de Jean McConville en diciembre de 1972. Arrestado durante cuatro días, finalmente los investigadores tuvieron que dejarle marchar. El pasado no desaparece, aunque Adams intente esconderlo y transformarlo, de ahí la relevancia del trabajo de Radden Keefe. Hoy los huérfanos de Jean McConville, como muchas víctimas del IRA, siguen sin obtener justicia para los crímenes cometidos por el grupo terrorista, los mismos que Adams continúa justificando a pesar de que ahora deje de ordenarlos. Sin embargo, con la inestimable colaboración de no pocos políticos y periodistas, Adams maquilla su pasado tras construirse esa máscara de pacifista tan útil para eludir las responsabilidades penales y políticas por sus crímenes.
Tras su detención en 2014, se volvió a escuchar que la justicia no debe obstaculizar la paz, como si aquella no fuera una condición absolutamente necesaria para lograr esta, como si juzgar a los terroristas fuera abrirles heridas a ellos en vez de cerrar las que han causado a las víctimas. De nuevo se apeló a un hipotético “bien superior”, al “mal menor”, como pretexto para propugnar la inmunidad de uno de los mayores criminales de la historia reciente. Precisamente ese engañoso bien común al que se apela exige, con el fin de lograr el desarrollo individual y social, que se sancione a quienes han dañado a la colectividad. La promoción de los valores democráticos y la neutralización de la subcultura de la violencia obligan al justo y ejemplarizante castigo a quienes tan brutalmente han infringido la ley. Sin embargo, se llega a exigir una perversa “imaginación moral” para exonerar penal y políticamente a quienes han violado los derechos humanos de forma sistemática. Desgraciadamente muchos son los que promueven una “ceguera moral”, parafraseando a Edward Said, que aún condiciona el presente de la sociedad norirlandesa.
El libro de Patrick Keefe recibió algunas críticas porque deja abierta la posibilidad de que Jean McConville fuera una confidente del ejército británico. El autor no ofrece la más mínima justificación del crimen, pero afirma que carece de pruebas suficientes para concluir categóricamente lo uno o lo otro. Sin embargo, en una sociedad como la norirlandesa, todavía hay víctimas que sienten la necesidad de enfatizar que su ser querido no recababa información para las fuerzas armadas de una democracia atacada por el terrorismo. Como si la inhumanidad de su asesinato y la consiguiente responsabilidad pudieran quedar condonadas como consecuencia del estigma que la propaganda terrorista se encargó de difundir tras asesinar a una viuda y madre de diez niños que quedaron en la más absoluta soledad desde aquella fría noche de 1972.
Con frecuencia los supuestos esfuerzos por la paz de Adams son esgrimidos para cancelar el pasado, ignorándose que el abandono del terrorismo no le convierte en un pacifista, solo en un realista que estratégicamente renunció al terror cuando sus costes excedían los beneficios. Mientras miles de ciudadanos desafiaban al IRA rechazando el terrorismo, Adams no tuvo reparo en utilizarlo ni la valentía de renunciar a él hasta que obtuvo concesiones políticas por ello. El responsable de tanta victimización se presenta como víctima y pontifica sobre el precio de la paz. Y ha tenido éxito. Una favorable reseña de Say Nothing en un medio español presentaba a Brendan Hughes, uno de los protagonistas del libro, miembro del IRA durante años, como contrario a la paz en oposición al Adams volcado en tan loable objetivo. Falso, como el libro de Keefe muestra. Hughes murió atormentado y alcoholizado por la conciencia de las atrocidades cometidas por el grupo terrorista y por él mismo. Hughes no deseaba la continuidad de la violencia. Más bien que Adams cejara en su engaño de utilizar como peones a terroristas que aún seguían matando a sus órdenes mientras la cúpula del IRA negociaba concesiones políticas tras ser derrotado operativamente.
Una eficaz maquinaria propagandística esconde las manos manchadas de sangre de Adams con las imágenes del estadista que saluda sonriente a líderes mundiales. El político cercano que besa a los niños o que publica libros sobre sus tweets, oculta al culpable de que hoy se les siga negando justicia a tantos huérfanos como ha causado el IRA. Esa trampa retórica llamada “proceso de paz” exige que el pasado criminal prescriba en aras de un pragmatismo que no resulta ser tal, sino más bien un ejemplar ejercicio de cobardía moral y política. Se coacciona a la sociedad reclamándole una vergonzosa impunidad que eufemísticamente se disfraza como un “doloroso compromiso”. Pero el dolor lo sufren las víctimas a las que injustamente se les reclama una actitud inhumana como lo es renunciar a la reparación que la necesaria justicia retributiva implica. Hoy los responsables y los autores del asesinato de Jean McConville siguen sin ser juzgados. En ese contexto, el libro de Patrick Raddan Keefe pretende que al menos la verdad no quede enterrada.