No hay moros en la costa. La frase es proverbial en castellano. Hace referencia a siglos de temor enquistado en la psique de los habitantes de las costas del levante y las Islas Baleares. Tras el fin del Reino de Granada, el conflicto entre el islam y la cristiandad no concluyó, ni muchísimo menos. Tampoco con la expulsión de los moriscos durante el reinado de Felipe III. Musulmanes y cristianos libraron en las aguas del Mediterráneo occidental un pulso naval que se extendió durante varios siglos de modo especular en ambas riberas. La Monarquía Hispánica llevó a cabo repetidos proyectos de establecimiento de cabezas de puente en la costa africana: las plazas de soberanía que han llegado hasta nuestros días (Melilla, Peñón de Alhucemas, Peñón de Vélez de la Gomera, Alborán), Bujía, Orán, Argel, Túnez, etc.. Los piratas berberiscos apoyados por la gran potencia naval del Mediterráneo: el Imperio Otomano, naturalmente pasaron al contrataque en las riberas europeas del Mediterráneo. El modus operandi solía consistir en el saqueo de los puertos enclavados en la costa levantina y de las Baleares. En el saqueo y en la toma de cautivos, habría que añadir, que eran conducidos a los mercados de esclavos de Argel y Túnez e incluso Constantinopla. En 1535 el corsario otomano Jeireddin Barbarroja saqueó Mahón y se llevó cautiva a Constantinopla a gran parte de su población. Estos episodios son el origen de las historias de cautivos que están en el corazón de lo mejor de nuestra literatura. Cervantes, es bien conocido, fue cautivo durante varios años en Argel. Esa experiencia conformó su biografía y su literatura, algo que queda de manifiesto en el bellísimo episodio del cautivo de Don Quijote. En la Costa Azul y en la costa del Tirreno la historia es la misma. Por eso, tal vez podríamos hacer un retruécano del proverbio español y hablar de “turcos en la costa”. Historias de turcos en la costa ya han aparecido en este libro, como cuando Barbarroja saqueó Eze, Roquebrune o Niza en 1543. Precisamente en aquel invierno de 1543-1544 Francisco I de Francia cedió la ciudad de Tolón a Barbarroja para que la flota otomana pudiera invernar. Se vació la ciudad de su población cristiana e incluso la catedral fue desacralizada temporalmente y convertida en mezquita para que los turcos pudieran cumplir con sus obligaciones religiosas. Todo con tal de hacer frente al enemigo común: los Habsburgo.
Las múltiples torres que hay en el litoral de la Maremma no están allí de adorno. Las costas del Tirreno fueron también escenario de este pulso naval entre la flota otomana las flotas de los Habsburgo, de Toscana o del Papa. Una de esas torres, la Torre del Collecchio, en las colinas litorales de la Uccellina, según una tradición local, fue saqueada por la flota de Barbarroja y una bella joven de dieciséis años, Margherita, hija de Nanni Marsili, un noble sienés, fue llevada como cautiva al harén del sultán en Constantinopla. En la zona es conocida la bella Marsilia o Rossellana, por sus cabellos rojos, o la sultanina de Talamone. Para rizar el rizo, rojo en este caso, algún escritor local ha conjeturado que esa bella cautiva de cabellos rojos fuese la propia Hürren Sultan, o Roxelana, como es conocida en Occidente, la joven concubina del harén de origen ruso (ese es el origen de su nombre, “la rusa”) que llegó a convertirse en esposa de Solimán el Magnífico y madre del sultán Selim II. En Porto Ercole se celebra en verano “La notte dei Piratti” para reconstruir, a modo de nuestras fiestas de moros y cristianos, el episodio del rapto de la bella Marsilia de cabellos rojos.
Hay un nativo de Talamone que tiene una historia digna de ser recordada. Bartolomeo Peretti fue un hombre de armas tomar de la Maremma. En 1526 fue lugarteniente de Giovanni delle Bande Nere, tras cuya muerte las tropas imperiales encontraron expedito el camino a Roma. La ciudad de los papas sufriría poco después el saco de 1527. En 1536 Peretti comenzó su carrera naval enfrentándose a los corsarios berberiscos que asolaban las costas de la Maremma. En 1538 fue nombrado capitán de las naves pontificias a las órdenes del conde d’Anguillana, Virgilio Orsini Gentile, quien en 1540 le convirtió en su lugarteniente. Poco después Peretti obtuvo el mando de la flota pontificia. Entre octubre y diciembre de 1543, mientras Barbarroja asolaba la Costa Azul, llevó a cabo un golpe de mano a modo de maniobra de diversión llegando hasta Gallipoli, en la entrada de los Dardanelos. Como se solía decir en las galeras cristianas antes de trabar combate con los turcos, “Esta noche en Constantinopla o a cenar con Cristo”. Al dar media vuelta, tomó la decisión de saquear la isla de Lesbos y hacer cautivos a gran parte de sus habitantes. Es importante recordar que la familia de Barbarroja era de Lesbos y por consiguiente esta acción se la tomó bastante a mal. El 6 de febrero de 1544 Bartolomeo Peretti falleció a la edad de cuarenta años. En junio del mismo año, Barbarroja se cobró su desquite. Se apoderó de Talamone, hizo cautiva a gran parte de su población y según la tradición local, venganza, plato que se degusta frío, ordenó exhumar el cadáver de Peretti y que fuera quemado y sus cenizas esparcidas por el viento. Según otra tradición local, Barbarroja les dio sus huesos a los perros, pues pensaba que de este modo su enconado enemigo no podría descansar en el paraíso eterno. Se trata de un gesto inverso al que llevó a cabo Ethan Edwards (John Wayne) en Centauros del desierto cuando le descerraja dos tiros en ambos ojos a un comanche muerto “para que su espíritu vague eternamente entre los vientos”. Un testigo que le había preguntado por qué hacía eso, tras recibir esa respuesta, le espeta: “¿pero Ud. cree en eso?”. “Yo no, pero el comanche, sí”, fue la respuesta de Edwards/Wayne. Barbarroja obró al revés: él sí creía que con su acto condenaba al alma de Peretti a errar sin descanso. Queda por saber qué hubiera pensado Peretti de todo esto. De lo que no cabe duda es de que se quedó sin descanso en su sepulcro etrusco.