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Mientras tantoPor los pelos

Por los pelos


Tiene agujetas al despertarse. Al principio no sabía por qué, pero al final concluyó que era por la tensión. Se pasa el día preocupado, así que lo raro es no estar igual por la noche. Es un hombre de otra época. Y no tenemos tanta confianza. Pero ya se abre con cualquiera. Ya no sabe dónde meterse.

Fui a cortarme el pelo, pero temí volver a casa rapado. Cambié de tema. Le hablé de la cerveza. En una jornada alcohólica, lo mejor son los primeros sorbos, lo de después es un quiero y no puedo que no está mal. Asintió. «Lo que pasa es que al día siguiente me despierto y estoy en el mismo sitio y no ha cambiado nada», me dijo. No había nada más que hablar: me iba a cortar el cuello. No supe qué contestar. «Si el virus no se va, me iré yo», sentenció. Bueno, los tiros iban por otro lado.

Tenía claro que ir a la peluquería iba a ser lo más interesante de la semana, pero tampoco para tanto. Encendió la radio. La cosa estaba fatal. Apagó la radio. Me contó que su hijo es futbolista, y que le hacen pruebas todas las semanas. Por lo visto, tiene la nariz como un volcán. ¿Cuándo va a terminar todo esto?

Me cobró lo de siempre, pero sin mirar. Me acordé del Camino de Santiago. En un albergue nos pusieron en fila para pagar, y la caja en la que se depositaba la voluntad era transparente. ¿Es eso la voluntad? Es lo mismo que sucede con el voto. El voto es secreto. Lo dice la Constitución. Pero cada vez está peor visto no significarse. ¿Es esto la libertad?

Me despedí diciendo que la próxima vez igual nos veíamos sin mascarilla, por animarlo. Para qué dije nada. A esto no le ve fin. Y no piensa ir a un hospital; allí, si llegas por un bajón, te puedes morir esperando. De refilón, miró al librero de enfrente: progresista, siempre tomándose un quintito en la puerta mientras su mujer atiende. «Ya solo me queda la política —me dijo—, pero antes me meto un tiro». Por el tono, me costó saber que estaba bromeando. Al llegar a casa, me miré en el espejo. No había dejado el flequillo tan bien como de costumbre. Se había quedado un poco asimétrico. Pero es mejor estar mal peinado que muerto.

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