Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Frontera Digital101 Cuentos. 007 Limosnero de Tamerlán

101 Cuentos. 007 Limosnero de Tamerlán

 

A la mañana siguiente y mientras aderezaban unas plantas cogidas junto al río, el anciano prosiguió.
– Nadie podía creer que el mulá fuera generoso, así que, cuando salía de la mezquita los viernes, y antes de regresar al palacio en dónde era huésped del emperador Tamerlán, le tendieron una trampa.
– ¡Las pillaría todas! – dijo Sergei.
– No creas – respondió el Maestro -. El mulá actuaba siempre con espontaneidad sin calcular las consecuencias de sus actos.
– Eso no parece muy religioso – dijo Sergei.
– ¿Quién ha dicho que Nasrudín, Joha, Afanti, Diógenes o Sancho fueran religiosos? El que fuera mulá no significaba más que pertenecía a una rama del islam en la que se desenvolvía con gran libertad. Así, pues, al salir de la Gran Mezquita vio a un mendigo que le pedía limosna. «¡Ajajá! – le dijo el mulá -. Seguro que tú eres uno de esos golfantes que piden por no trabajar, como muchos pícaros transeúntes».
– «Así es, mulá misericordioso».
– «Y seguro que bebes vino, te vas a los baños a que te den masajes y te acuestas con mujeres»
– «¡Cómo lo has adivinado, mulá, clemente!»
– «Claro, y seguro que ni compartes las limosnas con tu familia y hasta le pegas palos a tu mujer»
– «Así es, santo varón, así es» – respondió el mendigo
– «Bueno – dijo el mulá -, ¡toma para tus necesidades!».
Y le dio un soberano de oro de la bolsa de limosnas que le confiara el emperador Tamerlán.
– ¡Menuda extravagancia! – exclamó Sergei que ya se relamía pensando en las posibilidades de esta filosofía.
– Pues bien – continuó el anciano mientras concluían el aliño -, más adelante se topó con otro mendigo que le imploró diciendo
– «¡Ay, mulá, clemente y misericordioso, que socorres a los humildes! ¡Apiádate de mí que observo la ley divina: no bebo, no fumo, ¡no juego en las tabernas ni gasto el dinero en lujurias asquerosas! ¡Tampoco golpeo a mi mujer y voy cada viernes a la mezquita!». El mulá lo escuchó circunspecto. Lo miró. Reflexionó ante la expectación de la concurrencia y le dio una moneda de un cobre.
– «Pero, ¿cómo puede ser esto?» – exclamó el mendigo alzando los puños – «Al golfo que peca y no observa la ley, le das una moneda de oro y a mí que soy piadoso me das un cobre ¿es esto justo?»
– «Tú ya estás satisfecho y a él le aguarda un largo camino» – respondió el mulá, que aparejó su asno y se dirigió al palacio de Tamerlán.
– ¡Guau! – no pudo reprimirse Sergei.

Más del autor