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Mientras tantoComo el dinosaurio de Augusto Monterroso

Como el dinosaurio de Augusto Monterroso


La información es poder
Carteles despegados en una céntrica calle madrileña y la consigna de ‘La información es poder’ justo encima. Fotografía tomada y cedida por Giselle Villeta.

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»
Augusto Monterroso.

Hoy, 27 de marzo de 2021, cumplo mi primer año al frente de ‘Tics voluntarios’, el blog cosmopolita que alterna su itinerario -y sus muecas espontáneas- con esta frontera digital. Tal y como lo empecé, en plena primera ola de la pandemia de COVID-19 y dos semanas después del inicio del confinamiento, me ha dado por pensar últimamente que si hubiera entrado a colaborar gracias a uno de esos anuncios que los empleadores particulares cuelgan por las calles o pegan a una farola, si hubiesen repartido la información para cubrir una vacante mediante flyers o promocionándola en las marquesinas de la calle de Ferraz, quizás, y sólo quizás, esa información, esa vacante, esa suerte de oferta de empleo -que nunca fue tal- seguiría todavía allí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso: inmóvil y desfasada.

Hoy, repito, cumplo un año al frente de ‘Tics voluntarios’, pero si salimos a la calle -y según dónde miremos- podría parecer que acabo de empezar o que ni siquiera me he estrenado. Es decir, la cartelería de toda la ciudad, la cartelería de todas las ciudades del mundo, se ha paralizado; y en los estancos, muros o farolas sólo se anuncian cosas de un pasado que, desafortunadamente, nunca sucedió. Por eso digo que si hubiese comenzado a escribir en fronteraD gracias al mensaje de un letrero publicitario, éste, seguramente, seguiría estando allí, petrificado; algo estilo: «¡Buscamos colaborador para el año pasado! Incorporación inmediata».

Es curioso, porque Borges, en ‘El Aleph’, se quejaba justo de lo contrario, de cómo la cartelería a veces duraba demasiado poco, de cómo no era capaz de igualar, siquiera, el breve espacio de una vida. «La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad», escribió; y yo ahora mismo me pregunto lo que diría respecto a esas «carteleras de fierro» que anuncian exposiciones del año 2020, conciertos de Año Nuevo o estrenos pospuestos para siempre. Desde luego, la lista sigue siendo «infinita», pero ya no hay grandes cambios -como lamentaba Borges-, sólo asuntos pendientes.

Por el contrario, a finales de la década de 1950, en la Francia del Nouveau Réalisme, una serie de artistas como Raymond Hains, Jacques Villeglé o François Dufrêne crearon un pequeño movimiento que les hizo definirse como décollagistes (despegadores) o affichistes (cartelistas), y que consistía en desgarrar carteles publicitarios, arrancar pósteres o despellejar vallas, quioscos y marquesinas con la intención de acometer una «apropiación directa de lo real» y de «despojar [a] los escritos» de su significado. Lo único que dejaban intacto eran los restos, y, evidentemente, la sensación de abandono se mezclaba con la sensación de inmovilismo: sin textos que anunciaran eventos futuros o imágenes que recordasen los pasados sólo nos quedaba la posibilidad de convivir con el presente; y sólo con aquellos datos del presente que los cartelistas hubiesen decidido no arrancar, por supuesto. Pensadlo: si ahora mismo nosotros quisiéramos seguir su ejemplo y apropiarnos de lo «real» desgarrando carteles parisinos e invirtiendo las reglas, ¿qué destrozaríamos primero? Yo, sin duda, las fechas de todos los espacios propagandísticos obsoletos. Quemaría todas y cada una de las evidencias que señalaran nuestro primer año de confinamiento, de prórrogas, de pérdidas; las actualizaría, las conservaría como recuerdos del horror, las borraría para siempre.

En fin, que hoy, 27 de marzo de 2021, me ha dado por pensar en estas cosas; porque no todos los días uno cumple un primer año como colaborador de una revista como ésta, o porque -al contrario- uno lo que hace es ir cumpliendo poco a poco, día a día, y así no va notando tantas diferencias; no lo sé muy bien. Sea como sea, lo cierto es que hoy me desperté a primera hora, revisé mis correos electrónicos pasados y el que me invitaba a escribir en esta fantástica publicación todavía estaba ahí; tal y como siempre estuvo, y estará, el dinosaurio de Augusto Monterroso -por mucho que aumentemos nuestras horas de descanso o la dosis de nuestras pastillas para dormir-.

 

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