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Mientras tanto¡Sigan a ese hombre!

¡Sigan a ese hombre!


Fotograma del programa 'Lo de Évole', de La Sexta, en el programa dedicado a Miguel Bosé del pasado domingo 11 de abril de 2021.
Fotograma del programa ‘Lo de Évole’, de La Sexta, en el episodio dedicado a Miguel Bosé del pasado 11.04.2021.

Tal y como hizo casi todo el mundo el domingo, estos días he podido ver la primera parte de la entrevista que Miguel Bosé le brindó al programa ‘Lo de Évole’, en La Sexta, a propósito de sus excesos juveniles, su vida amorosa y su intrincada relación con el coronavirus. Sea como sea, me ha parecido una conversación muy bien tirada, a pesar de que, como bien sabía el propio Évole, siempre «es muy difícil entrevistar a un amigo». Claro, durante las entrevistas lo suyo es tratar de levantar una pared entre entrevistador y entrevistado, aunque ésta sea de pladur, e ir jugando a derribarla a cada rato, o bien con un martillo de perforación o bien con un cincel y un pequeño paño. También valdría la metáfora de la ventanilla interior de un taxi -o de una limusina-, y cómo ésta separa a los pasajeros del conductor dejando el hueco necesario para deslizar a través de ella un puñado de monedas, direcciones anotadas, fajos de billetes o incluso un cheque al portador.

Normalmente, las entrevistas a desconocidos suelen salir mejor de lo que saldría una entrevista a tu mejor amigo o a algún familiar, qué duda cabe; pero, en el fondo, entrevistar es conocer, y ni siquiera el más anónimo se libra. Quizá por eso, y porque era absolutamente consciente de que ese mismo día iba a entrevistar a un viejo camarada, Évole aprovechó los momentos previos a su charla con Bosé para tomarle el pulso a Ciudad de México -que es donde se grabó el programa y donde vive el cantante- y darle voz a sus auténticos protagonistas.

En el último programa de ‘Lo de Évole’, por tanto, hubo varias conversaciones -tres, si contamos la disociación entre la personalidad de ‘Miguel’ y el personaje de ‘Bosé’-, y una de ellas se produjo en la calle, lejos de los focos, tras una ventanilla interior y a la vera de un taxímetro. Paradójicamente, ésta empieza así: «Hola, amigo, ¿qué tal? Buenos días. ¿Hacia dónde vamos?». «A Reforma, 297», contesta Évole. «Perfecto», y da comienzo el cuestionario: ¿Es obligatorio el cinturón de seguridad cuando uno viaja en el asiento de atrás? Con lo de la pandemia, ¿qué tal están las cosas? ¿Se nota menos trabajo? ¿Tiene ganas de vacunarse? ¿Hay mucha gente en México que no se quiera vacunar?, etc., etc.; y, a pesar de que a partir de la salida del taxi es cuando empieza realmente la parte interesante del programa, la conversación con el taxista fue, a título particular, lo que a mí más me interesó.

Se ha dicho en infinidad de ocasiones que el periodista -el periodista de verdad, el de raza, por supuesto- suele encontrar sus mejores noticias en la calle o en el bar, pero yo creo que, en realidad, las mejores noticias -y las más fidedignas- son las que uno encuentra como copiloto, como viajero en el asiento de atrás. Por eso, cuando Jordi Évole empezó el programa dándole coba al conductor de un transporte público, dije: «jolín, si son las mismas preguntas que suelo hacerles yo a los conductores cuando voy al aeropuerto o cuando salgo a tomar algo por las noches… Todavía hay esperanza».

Lo cierto es que, a priori, se me ocurren varios motivos por los que elevar a los taxistas a la categoría de informadores de primer orden en una sociedad como la nuestra, del mismo modo en que a Dave Cowens, exjugador de la NBA, se le debieron de ocurrir a mitad de los años setenta, cuando, queriendo enseñarle la ciudad de Boston a uno de sus mejores amigos, decidió pagar treinta y cinco dólares a la Independent Taxi Operators Association y alquilar una licencia. El anonimato, la omnipresencia, el control absoluto de la situación… desde luego, charlar con un taxista es como tener enfrente a un semidiós, a alguien que ha tenido la suerte de conocer a varias generaciones, a varias familias, y que, de tanto en tanto, le da por compartir alguna reflexión. Por ejemplo: aquella que contaba Carlos Zanón en su novela ‘Taxi’ (Salamandra, 2017), en la que dejaba lo suficientemente claro que «los taxistas no lloran», algo especialmente distintivo y que, según la ocasión, podría salvarnos. Algo que también sabían Jordi Évole y Miguel Bosé, entrevistador y entrevistado, cuando apostaron por la crudeza del formato y dejaron escapar todo rastro absurdo -e injustificado- de emotividad.

Desde luego, sólo ellos -y el resto de los implicados en la producción del programa- son conscientes de lo que ocurrirá a partir del próximo domingo, cuando se emita la segunda parte de la conversación y se profundice en la película negacionista que el cantante español lleva meses aireando. Ahora bien, yo, si pudiera elegir, empezaría citando a Frédéric Beigbeder y diciéndole a Bosé lo siguiente: a ver, Miguel, que «en una hermosa película, yo me pondría a correr detrás del taxi bajo la lluvia, y nos fundiríamos el uno en los brazos del otro en el siguiente semáforo». O serías tú quien le suplicaría al taxista, de repente, «que detuviera el coche, como Audrey Hepburn/Holly Golighty al final de Desayuno con diamantes. Pero no estamos en una película. Estamos en la vida, donde los taxis siguen circulando», la pandemia sigue creciendo y la COVID-19, matando. Pero habrá que esperar, me temo; como en las series de detectives y ladronzuelos, cuando hay una persecución y el policía de turno le grita a una flota de conductores: «¡¡Sigan a ese coche, por el amor de Dios!!». Nosotros, evidentemente, seguiremos pisándole los talones a Bosé; porque es nuestro trabajo, básicamente, y «porque si le pones filtros a [determinadas] entrevistas que son potencialmente interesantes en determinados momentos [históricos] no deberías estar haciendo esto», que es otra de las impecables lecciones periodísticas que nos ha dejado esta primera parte de entrevista entre Jordi Évole y ‘Miguel’.

 

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