Qué sorpresa recibir tantos comentarios en la página de Newyópolis, en el podcast y en el YouTube Channel, acerca de unos párrafos de un texto que, para decir la verdad, no me pareció de mayor importancia en la última entrada de este blog: cómo es que nuestra memoria solo guarda un determinado momento por cada año de nuestra vida.
Al parecer hemos tocado una fibra sensible: «¿Cómo es posible–dice muy molesta una lectora de Villa Luro en Buenos Aires– que esa carrera de Maradona en el estadio Azteca, esos 10.6 segundos que le tomó hacer los 52 metros hasta la portería de los ingleses, pueda representar los 365 días, los 525,600 minutos y los 31’536,000 segundos vividos en todo 1986»?
¿Es posible que un evento represente a todos los eventos? ¿Es tan cruel la memoria que sacrifica miles de instantes de felicidad por 10.6 segundos de supremo éxtasis futbolístico? (Creo que sí. Acéptelo señora: solo hubo un gol como ese en la historia del mundo).
Ahora les entrego, año por año, a manera de celebrar esta 40 entrada consecutiva del año de la pandemia, unas imágenes que representan cada año de mi historia: la mía, la única que me animo a resumir.
1982
Mundial de fútbol en España, primera rueda: Perú perdió 5 a 1 contra Polonia en el estadio Riazor de A Coruña. Meses antes, una computadora había pronosticado que llegábamos a la final.
Lloré frente al crucifijo de mi abuela, reclamando justicia. Supe que Dios no era peruano. Antonio Cisneros escribió una extraordinaria crónica sobre esta vergüenza nacional en su libro El arte de envolver pescado.
1983
Omar Miranda, compañero de clase, se puso al frente y cantó: La vaca está en el monte, ¡Pum!/ La vaca está en el monte ¡Pum!/La vaca está en el monte Titina, Titina, la vaca está en el monte Titina Titán.
Qué voz inmortal.
Yo elegí cantarle a los compañeros una versión desafinada de La flor de la canela.
1984
El reverendo Padre Gastón Garatea, supremo director –mucho antes que un Cardenal lo excomulgara por apoyar el matrimonio homosexual–, decidió que los casi 200 alumnos de la promoción íbamos a ser mezclados. Seríamos «chocolateados» cada dos años.
Me separaron de compañeros que tuve desde primer grado (Renato, María, Jessica, Eduardo, Jorge, José Antonio, Roxana, José Manuel, José Luis), y conocí a otros que terminaron siendo muy amigos.
Pienso por ejemplo en Lucho Parodi, con sus orejas gigantes.También en las tetas de una compañera de apellido Ramírez: tetas generosas que se movían de lado a lado, debajo de su blusa.
Visión imborrable.
1985
Qué rico que era masturbarse en 1985 sobre la penúltima página de la revista Caretas.
«La calata de la semana», que venía en blanco y negro, era mi único acceso a la pornografía.
(Gracias, Don Enrique Zileri, director de Caretas, ahí donde estés.)
El tal Zileri también tuvo que ver ese año con el ascenso al poder de Alan García, aprista ególatra que asumió la presidencia y que a punta de discursos nos convenció de las maldades del imperialismo y de las bondades del pan popular.
1986
Los dos goles de Maradona los vi en el televisor de 12 pulgadas de mis padres, en la esquina del escritorio. Mi madre me llamaba desde la cocina para que almorzara, y yo no podía despegar los ojos de la pantalla.
En junio de ese año también pasaron cosas terribles, como la matanza de 296 presos acusados de terrorismo, a manos de la Marina de Guerra, en los penales de Lurigancho y El Frontón.
1987
Atravesando los Andes por carretera, con un remisero gordo y viejo de Mendoza, pasamos la frontera desde Chile a la Argentina y yo grité: ¡Estamos entrando a la tierra del rock! Mis hermanos me secundaron.
Era mi primer viaje al extranjero, por tierra desde Lima, con toda la familia.
Recuerdo el bote por el Río Tigre y las tormentas eléctricas que mirábamos desde el Hotel Esmeralda en el centro de Buenos Aires.
También a un grupo de gente muy bien vestida, en una cena con familiares peruanos de mi viejo. Qué ignorancia la suya cuando yo les hablaba de Soda Stereo, de GIT, de Virus o de Los Abuelos. Eso me hace pensar que se trataba de una familia de ricachones fachos.
1988
En cuarto año de media repartía entre los alumnos del colegio mis historias satíricas y un fanzine de caricaturas que tuvo recepción auspiciosa. Ese año me jalaron en Física, los cuatro semestres.
La tarde antes del examen por la Quinta Nota, mi amigo Antonio Skrabonja, sobre una banca de concreto a la salida del colegio, me explicó todo el curso en menos de treinta minutos. Aprobé Física con 18 sobre 20 y no tuve que llevarlo a marzo.
1989
Fiorella Simeone era una genia (además de la chica más buena de la clase). Gracias a sus explicaciones de Química, el Pelao Díaz no me reprobó.
Gastón Garatea, el director, me llamó a su despacho para pedirme que dejara de hacer caricaturas de los profesores. El profesor Valiente, el que me hizo leer Un mundo para Julius, me pidió que desconfiara de una de mis compañeras: ella me había traicionado.
Terminé el colegio. Esa fue la mejor noticia de 1989.
1990
Quisiera decir que la elección de Alberto Fujimori –o el Paquetazo– fueron los eventos del año, pero creo que nada puede superar a mi primera experiencia en un prostíbulo del mercado de Jesús María (al que me llevó Lucho Parodi y a donde yo llevé a mis buenos amigos de la Pre Universitaria).
Todavía recuerdo la vergüenza de asomarme a una farmacia la tarde previa, en bicicleta, para comprar un condón. Al día siguiente la puta sacó uno de la mesa de noche, me lavó, me lo puso, e hizo bien su chamba. Qué grata la sensación después del polvo. «Voy a venir todas las semanas», pensé. Felizmente que no era fácil robarle los soles a mi viejo.
Ese año también ingresé a la universidad.
1991
Tiene que haber sido un mal año el 91. Sospecho que los efectos del paquetazo fujimorista recién se comenzaron a sentir. Se puso álgida la pelea contra Sendero. Este año comenzó en Perú una epidemia de cólera que se contagiaría a todo el continente.
1992
El 92 fue luminoso. Tal vez por la captura de Abimael.
Sin embargo, la imagen de un terrorista que balbuceaba consignas comunistas, no fue menos importante que esa pantalla en el terminal de buses de Foz, anunciando la hora en que salía el siguiente bus hacia Río de Janeiro.
1993
Segundo viaje a Brasil. Lo más poético fue ir sentado con Rossana sobre las gradas del tren, mirando el Pantanal, acercándonos a Corumbá desde Santa Cruz de la Sierra en Bolivia.
Hubo angustia en el albergue de Sao Paulo, esperando noticias de Rosario que se creía estafada y perseguida por una mafia. En esa ciudad vi Groundhog Day.
Ese año también reventaron dos coches bomba en la IBM de Lima, atrás de nuestra casa. Se cayeron todos los vidrios y no entiendo muy bien cómo hizo mi viejo para ponerlos de vuelta, con dos de sus hijos yendo a la universidad privada.
Mis respetos para Gonzales que mañana cumple 80 años.
1994
Empecé a trabajar en la revista Tele Cable, en la oficina de Javier Prado, debajo de la gran antena de Tele 2000. Un recuerdo: los platos de arroz chaufa gigante, en un huarique de la Avenida Rosa Toro. Ese era mi menú oficial las noches de cierre.
Ese año feliz me enamoré de una poeta.
1995
Recuerdo haber viciado mi voto contra la opinión de mi familia. Ellos votaron por cinco años más de fujimorismo y por la nueva Constitución de 1993.
Con Rossana llegamos tirando dedo hasta Buenos Aires, durmiendo en cuarteles de bomberos y estaciones de policía. Vi a los Rolling Stones en Santiago de Chile. Ese año terminé la universidad.
1996
Viajé con 180 dólares desde Lima hasta Colombia, cruzando Ecuador. Pasé algunas semanas en Bogotá. Gané el concurso nacional de historieta Calandria. Publiqué y distribuí mi revista de comics. Llegué con Rossella hasta el Cuzco, por tierra. Fui en autobús a Cajamarca. A fin de año estaba quebrado y desesperado por trabajar.
1997
Intensos viajes de fin de semana en el verano, en autobús, hasta Silaca: 590 kilómetros al sur de Lima. Ese año, presionado por mis pares que no entendían cómo yo disfrutaba viajar en combi y andar a pata, le compré a Rocío Barthelmess, la gerenta de Napsa, el Fiat Uno que ella había cambiado por algún auto último modelo. El trato era pagarle los 7000 dólares en cómodas cuotas mensuales. Y lo hice. Qué diferente fue ver el mundo desde un automóvil.
1998
Francia es Dios y Zidane es su profeta: Mundial de 1998. Ese año me mudé de la casa de mis padres a un departamento con los hermanos Parodi, en Chacarilla. Tenía tres trabajos, enseñaba en la universidad, era director de la revista del Jockey Plaza. Viajé dos veces al Cuzco, enamorado mal. Recuerdo que Lucho Parodi me preguntaba: Ulisix ¿Las mujeres te han pagado mal?
Qué va. Siempre fui un imbécil.
1999
En una luz roja, distraído, choqué mi Fiat contra una Subaru y la reparación costó 400 dólares. Decidí que ya estaba retrasando mucho mi viejo plan de ir a Europa, y esa misma noche compré el pasaje.
Si me iba a gastar mi dinero, que fuera por una causa noble.
Llegué a Madrid, me di vueltas por París, por Burdeos, por Roma, por Florencia, por Cannes, por Nápoles. Llegué a Pompeya, a Barcelona, a Frankfurt, a Berna, a Venecia. Vi a REM en Vigo. Tal vez lo mejor de aquel año fueron las tardes en la playa Riazor, en A Coruña, mirando los topless sobre la arena. Por esa misma playa habían pasado los huevones que perdieron 5 a 1 en 1982.
Viajé el 31 de diciembre, con mi hermano Nicolás y con mi amigo Rafo, desde Lima hasta la Playa del Inka en Arequipa: 9 horas. Íbamos por la Panamericana Sur terminándonos las cervezas y lanzando las botellas hacia el desierto. Qué más da, pensábamos, si a medianoche empezaba el Apocalipsis.
2000
Viaje a Ecuador. Hermoso mes de vacaciones. Estaba agotado. Ese mes de julio me fui del Perú con alguna deuda que no pensaba pagar. Pasarían ocho años antes de volver.
Para leer sobre esos años (dado que hoy ya es tarde y mis hijos me reclaman) tendrá usted que esperar a la segunda parte, la semana siguiente, querido lector.
(Próxima semana: Más años, más aventuras y humillaciones. No se lo pierda.)