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Mientras tantoNunca pasa nada

Nunca pasa nada


Hoy es el típico día extraño en que no pasa nada, como en la película que echaban por la tele hace un rato, en la que tampoco pasaba nada pero que en el fondo pasaba de todo, desde un adulterio hasta un amor imposible. Es el típico día en el que da igual que estés en un pequeño pueblo de provincias como en esa Aranda de Duero de la película o que estés perdida en un pueblucho de un escondido condado de Minnesota; el tiempo pasa a cámara lenta, sin nada que hacer, decir o diciendo muy poco, impasible y parada como un viejo reloj escacharrado. Y fijaos cómo soy que en este parsimonioso ir y venir del tiempo no se me ocurre otra cosa que hacer balance mental de las veces que he mirado a las musarañas en lo que va de día, que he intentado escribir algo decente, que me he desesperado pensando en ti, que me he asomado a la ventana en busca de inspiración y no… no me salen las cuentas. Y deberían de salirme, maldita sea. Soy una chica de ciencias y además de ciencias puras, de las de antes y aplicada y estudiosa… Pero no, no me salen las cuentas, lo siento, hoy no parece salirme nada… y eso que me entrego a fondo, dándole vueltas a la cabeza mientras estoy tumbada en el sofá, aburrida y meditabunda, mirando al techo blanco y oyendo como Giorgia me canta “Tu mi porti su” (“Tú me animas”).

Y es que como ya os habréis dado cuenta, en días así, una de las cosas que más me gusta es dejar que la vida pase mientras la veo pasar, vestida de sábado de tarde con promesa de noche. Mirando a la nada, esperando que los acontecimientos me sorprendan, tomando prestadas por un momento las vidas de otros para luego escribirlas en mi libreta. Lo peor es que al cabo de un tiempo de relajado no hacer nada, de dejarme llevar por ese agridulce dolce fare niente, me siento culpable, tan culpable como cuando me pongo esos zapatos de ante marrones que me hacen polvo los pies y aún así sucumbo y me los pongo para esa ocasión especial, una vez y otra, torturando mis pies sin escarmentar…eso sí, deberíais verlos, son…

Con la cabeza me pasa igual, cuando intento concederme un descanso, una tregua, la incertidumbre vuelve a llamar a mi puerta, inundándome en un montón de dudas, de porqués. No hay quién deshaga la maraña de preocupaciones, esa enredada madeja de miedos e insatisfacciones que cada dos por tres se empeñan en dejarme sin aliento. Y me siento culpable por no ser capaz de desconectar y llenar mi cabeza de pensamientos positivos, creativos, en vez de toda esta mierda que vagabundea desordenada y machacona…

Y es que estamos tan acostumbrados a que nuestra vida sea una sucesión de noticias, una espiral de acontecimientos que la inquietud, disfrazada de quietud, nos descoloca. Tal vez la culpa la tenga este aburrimiento malo que nos hace ver fantasmas en cada esquina, agazapados, silenciosos, prestos a atacar. Y es que, creo que era Ellen Parr la que decía que la cura para el aburrimiento es la curiosidad…eso sí, no hay cura para la curiosidad.

Ahora que la primavera estalla, ahora que los días ya son más largos y que empezamos a tener más tiempo para enamorarnos y salir, ahora que los días son más azules y brillantes, lo mejor será darle puerta a esa rutina del aburrimiento y del no hacer nada. Fuera tardes somnolientas en las que nada pasa…

… el teléfono suena, tal vez sea algún amigo dispuesto a sacarme del tedio…(no, eran los cabrones de telefónica, siempre vendiendo)… habrá pues que inventar quién te saque a bailar bajo el sol, porque en días como éste debería ser una obligación que alguien se interese por una.

Al fin y al cabo no estamos ni en Aranda ni en Minnesota y quién sabe… puede que la siguiente llamada que ya no esperas se convierta en lo mejor de todo, en un baño de luz, como en esa película de Bardem.

 

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Foto: Claudia Cardinale en “La ragazza della valigia”

 

 

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