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Frontera DigitalCuentos. 071 Ciegos en China

Cuentos. 071 Ciegos en China

 

– ¡Maestro, parece que hay noticias del noble Ting Chang!
– ¿Ah sí? ¿Cómo lo sabes?
– Porque en la cocina dicen que llegará en helicóptero y han mandado a los monjes más fuertes a talar el bosque de los castaños y a preparar un helipuerto.
– ¡Todo es posible cuando la mente enloquece!
– Maestro, ¿tú crees que estamos locos?
– No todos, Sergei, algunos sabemos lo que queremos.
– ¡Eso es de los Nobles Señores de Ketama!
– No, si ahora va a resultar que todos somos nobles, aunque algunos, en vez de incienso, utilicen otros sahumerios contra los cuales, ¡vive el Cielo!, que no tengo nada.
– Todos parecen haberse vuelto ciegos.
– ¿No conoces la historia del aquel que iba muy apresurado por la noche y, al doblar una esquina, tropezó con otro hombre que llevaba un farol?
– Continúa, Maestro, mientras doy la vuelta a estas tortillas de cebolla, a la lionesa, bien doradas, como a ti te gustan. Y con un si es no es de perejil y un toque de albahaca.
– El toque te lo voy a dar yo a ti si no te callas – y le dio suavemente con la sartén que le alcanzaba -. Pues resulta que el hombre que venía tan apresurado apostrofó al del farol gritándole «¿No ve por dónde va, mentecato? ¿Para qué lleva ese farol encendido si no es capaz de ver tres en un burro?»
– ¡Sí que iba fino el colega!
– «Tres no veré, pero uno destaca sobre todos los demás – respondió el hombre del farol-. ¿Acaso no ves que yo soy ciego y llevo el farol para alertar a los que vienen por la calle para que ellos puedan verme a mí, en lugar de atropellarme y de apostrofarme?”
– Está bien eso de «apostrofarme».
– ¡Sergei, me matas! Pero prepara otra tortilla más con la cebolla bien dorada porque el noble Ting Chang está en el monasterio terminando de tomar un buen baño caliente para desprenderse del polvo del camino.
– ¡Noooo! ¿Así que era el campesino que vino a regalarle el cesto de cebollas, de ajos tiernos y de níscalos esta tarde? Y yo que no le hice ni caso…
– ¡Velay, velay, rapaz atolondrado! – le espetó el anciano que no podía disimular su alegría.

José Carlos Gª Fajardo. Prof. Emérito U.C.M.

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