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Mientras tantoMi vida en las sombras: ese clic inconfundible

Mi vida en las sombras: ese clic inconfundible

Sestear absorto y pálido   el blog de Jose de Montfort

Ese clic es inconfundible. Sucede ahora, que son las dos de la mañana. Últimamente todo sucede a las dos de la mañana. Es una lata de cerveza (aunque podría ser también un refresco, pero esto le daría a esta historia demasiada frescura y le restaría embriaguez). Se acaba de escuchar en el patio interior del Eixample al que da mi ventana. Será que todo sucede ahora, en estas horas terribles de la noche, porque el abatimiento es máximo y la percepción (pero no solo la percepción sino también la sensibilidad) se extralimita. Y entonces pasan cosas. O queremos que pasen las cosas.

En Fármaco escribe Almudena Sánchez que “La mejor forma de aprender es mirar. Callar y mirar a la especie humana”.

Yo ahora mismo no puedo mirar, pero sí escuchar. Oigo una televisión con el volumen no demasiado alto, un hombre y una mujer que conversan (pero no puedo saber lo que dicen; es solo un murmullo). A veces escuchar solo sirve para crear más confusión, para alimentar más a la fiereza salvaje de las sombras. Luces encendidas, sin embargo, no veo.

Este patio interior del Eixample, como colisiona con el comienzo del barrio de Gracia, pues dibuja unas formas sinuosas, entre las que se van escondiendo los edificios que obstruyen la vista del cielo y que colonizan el interior del patio de manzana. No es abierto, diáfano y claro como el que teníamos en la calle Muntaner. Pero es que todo es hialino y pérfido en la calle Muntaner. Liviano como el algodón. Elegante y de buena consistencia como el satén.

En la calle Muntaner.

Aquí y ahora apenas me divierto en adivinar quién será el que acaba de abrir la lata de cerveza (y cuáles son sus intenciones para proseguir con el desperdicio de la noche).

En verdad esa persona (ahora) no soy yo, pero podía ser el recuerdo de mí mismo, de cualquiera de las noches, de las madrugadas, en las que no está hijita. Esa chispa alevosa del lúpulo y el gas, la cebada y el alcohol, que me acompaña tantas veces a estas horas.

Porque son las dos de la mañana y el día, y el mes, y el año, se comban perfectos en su anomia. Como si todo mantuviese un estricto orden caótico.

La ley de las dos de la madrugada; es la que manda. Con su memoria triste de humos y versos.

La ley de las dos de la mañana, con su click (con todos sus clicks) incondunfible(s).

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