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Alice Neel, una artista tradicional a pesar del punto de vista progresista de sus pinturas

El título de la gran retrospectiva de Alice Neel, People Come First (Las personas son lo primero), lo dice casi todo de la artista y, desde luego, del actual espíritu de la época. Neel, una de las primeras pintoras populistas del siglo XX, plasmó meticulosamente a los pobres y desfavorecidos de manera colorida y precisa. Pero también es justo decir que sus cuadros pueden ser unidimensionales y, en la última parte de su trayectoria, incluso superficiales. Es una visión romántica que anima su arte, que celebra –con razón– la diversidad racial y étnica de Nueva York, y que ella misma vivió: Neel trabajó y residió durante veinticuatro años en el Harlem español, donde inmortalizó a sus habitantes con verdadera simpatía. Sin embargo, su romanticismo –de tipo bohemio– puede malinterpretar los aspectos más oscuros del prejuicio y el abandono racial en virtud de una perspectiva que se podría calificar de decorativa o excesivamente idealizada (¡esto no pasa con Goya!). Es cierto que su postura política, genuinamente izquierdista, se mantuvo activa durante toda su vida, pero las preocupaciones de Neel pueden haber dado como resultado una visión ennoblecida del sufrimiento que, seguramente, no se corresponde con la realidad.

Aun así, su visión indicaba una postura clásica que recoge lo mejor de la sensibilidad progresista: la empatía hacia las personas, al margen de sus circunstancias económicas, raciales o étnicas (por comparación, la joven y talentosa artista negra Amy Sherald también realiza pinturas que homenajean a la gente negra de la vida cotidiana; como Neel, muestra la determinación de acabar con el estatus social en un conjunto de obras que evocan la dignidad de las personas de la vida real). Dada la voluntad de Neel de representar el espíritu de los pobres de la forma más favorecedora posible, podemos y debemos alegrarnos por su tratamiento optimista de las clases bajas estadounidenses (también pintó a personas de estratos sociales más altos). Debemos recordar que, cuando ella estaba en activo, Estados Unidos no se caracterizaba por su solidaridad con las personas económicamente vulnerables. Ella pertenece a una visión estadounidense particularmente exitosa, más propia de las clases medias culturales que de las élites; en la escritura, se me ocurre el ejemplo de John Steinbeck. Debido a que hoy el arte se ve fuertemente impulsado por la determinación de democratizar la cultura, el sesgo de Neel parece, más que nunca, profético y grato: es casi el triunfo de la vida sobre la cultura. En este sentido concreto, el éxito de Neel fue completo, y satisfizo plenamente sus simpatías hacia nuestras clases bajas.

De hecho, Neel es tan buena en lo que hace que encarna el actual anhelo del mundo del arte estadounidense por el marxismo cultural, donde las bellas artes sirven a los necesitados –o, de hecho, a la necesidad misma– de un medio cultural completamente nivelado. Se puede debatir ese deseo en el sentido de que, históricamente, una buena parte de la producción artística fue realizada dentro de unas jerarquías financiadas por la aristocracia. Pero eso era entonces, y esto es ahora, y en nuestra interpretación de Neel debemos ser justos con su espíritu y el de su tiempo. Tal vez sea correcto decir que sus simpatías –como las del poeta Allen Ginsberg– vinculaban a Neel con una inspirada lectura de la cultura popular. Su arte es maravillosamente accesible, rico en personalidad, que ella produce con una genuina fuerza emocional. Nueva York se convirtió en su musa, lo que le permitió pintar a todo tipo de personas: colegas izquierdistas, gente del mundo del arte, escritores y escenas de la vida entre los marginados. En las primeras obras de Neel se manifiestan su compasión y su franqueza emocional, lo que hace de ella una artista de sentimientos positivos, incluso entre las personas que tienen poco o nada en la vida. Su insistencia en lo que podríamos llamar la bondad esencial de las personas, al margen de sus circunstancias, hizo que su arte fuese particularmente atractivo. Es su obra la que pide al espectador que interiorice cierto optimismo a pesar del gran sufrimiento social que Neel vivió y retrató: la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y los intensos conflictos, sociales y políticos, de los años sesenta.

A la luz de lo que profesa hoy el mundo del arte estadounidense, podemos admirar fácilmente la firme consideración de Neel por los pobres. Aun así, también podemos cuestionar su destreza técnica, que, a veces, se acerca más a la ilustración. En el siglo XX vivimos una época de rápida y revolucionaria innovación visual, pero en el arte de Neel se manifiesta muy poco de eso, aunque una sección de la exposición del Met sea una deliberada defensa de los atributos abstractos de su trabajo. De hecho, era una pintora tradicional con unas inclinaciones bastante conservadoras, a pesar del punto de vista progresista de sus pinturas. Pero, dados sus objetivos como artista, ¿de qué otra forma podría trabajar Neel? Sin duda, era difícil emplear la abstracción para retratar a las personas, aunque también se puede decir que un artista como Picasso retrató a personas a menudo, con gran éxito, mediante una mezcla de figuración y abstracción. Pero cuando Neel alcanzó la mayoría de edad en Estados Unidos en la década de 1930, se estaba realizando mucho arte representativo políticamente sesgado. Es probable que sus valores –sociales y visuales– fuesen determinados durante este periodo. Ella nunca cejó en dar a sus modelos el mismo trato empático, sin importar quiénes fueran. Sin embargo, esto significa que en su arte se desliza una cierta uniformidad de efecto que quizá lo despoje de profundidad.

La idealización de la figura en el arte tiene una base histórica; pensamos enseguida en las grandes figuras, incluso majestuosas, pero magníficas, del arte de Miguel Ángel. Sin embargo, esto no significa que la idealización siempre mantenga un significado implícito elevado: a veces solo recorre la superficie y carece de discernimiento, convirtiendo la figura en un remedo de héroe. El idealismo de Neel es genuino, pero a veces hueco, cuyo resultado es un enfoque pictórico superficial que se puede observar en especial en sus obras posteriores. ¿Existe una ilustración capaz de transmitir dolor y sufrimiento? La vida de Neel no estuvo exenta de dificultades: no tenía dinero, sufría psicológicamente y tuvo una crisis nerviosa en los comienzos de su vida adulta. Sin embargo, sus retratos interpretan el carácter de sus modelos con bastante ligereza. ¿Cómo se alcanza la profundidad visible al pintar a las personas? Es una pregunta difícil que no se resuelve con facilidad. En cambio, en el siglo XX tenemos el problemático estilo del realismo socialista, más visible en Rusia y China cuando eran devotamente comunistas. La idealización es evidente, pero tan extrema que pierde el contacto con la realidad que la obra trataba de expresar. Tal vez esto suceda a veces en el arte de Neel.

French Girl (Niña francesa, c. 1920), una obra muy temprana, fue probablemente pintada cuando Neel estudiaba arte en Filadelfia. Realizada principalmente en tonos marrones para el blusón de la modelo, el pelo corto y el fondo, con un bronceado oscuro para expresar su rostro, French Girl es un cuadro de inspiración clásica que bebe de la influencia del pintor y maestro estadounidense Robert Henri. Sin embargo, incluso cuando Neel solo estaba empezando, se percibe una estrecha atención prestada a la personalidad de la retratada; Neel se concentra en el rostro de la muchacha, cuya expresión es serenamente viva, a pesar de su pose seria y el color apagado empleado para señalar sus facciones. De este cuadro se desprende claramente que Neel se educó muy bien, en un sentido académico. No se percibe el estilo liberado que se apoderaría de su sensibilidad con el paso del tiempo. En 1935, cuando Neel participaba en los círculos bohemios de Nueva York, apareció el retrato del poeta y ensayista marxista Kenneth Fearing. Es una imagen compleja, tan encandilada con la propia ciudad como con el escritor; vemos, en la parte superior del cuadro, un tren elevado, iluminado en su interior. Debajo de él hace su entrada un ferrocarril subterráneo de metal verde; en la parte inferior de la composición vemos una serie de pobres deambulando por la acera y un hombre sin vida que yace sobre charcos de sangre. El propio Fearing está pintado en unos términos muy empáticos. Delgado, con un rostro anguloso, lleva gafas y lee un libro.

En el lado izquierdo del pecho de Fearing, Neel pintó un esqueleto de cuyos huesos brota la sangre. Es un corazón sangrante, una señal de su compasión por el sufrimiento del mundo. Era una época en la que se podía pintar un corazón sangrante sin ironía. Ahora se tratan con frecuencia las narrativas políticas en la teoría del arte, que aborda de manera abstracta el actual problema de las tribulaciones de los pobres. En aquel momento, Neel no se arriesgaba a ser acusada de sensiblería, y el cuadro documenta con habilidad a un destacado poeta politizado. Neel, que nació a finales de enero de 1900, había alcanzado los treinta y cinco años cuando creó el retrato de Fearing, así que esta es una pintura realizada en los comienzos de la edad mediana, cuando la artista había tomado decisiones sobre sus creencias y dominaba las habilidades que poseía. Su capacidad de empatía, siempre su mayor fortaleza, se evidencia en este conmovedor retrato de una persona comprometida con la izquierda y la literatura. Es bueno recordar que este periodo estuvo libre de las consideraciones excesivamente románticas de los pobres en el arte; este momento se dedicó al difícil reconocimiento de los continuos problemas de las minorías y los inmigrantes. Se puede ver el retrato de Fearing pintado por Neel desde este punto de vista.

Neel tampoco era convencional en el ámbito personal. En 1924, en una escuela de verano asociada con la Academia de Bellas artes de Pensilvania, conoció a un pintor cubano, Carlos Enríquez, con el que se casaría un año después. Un retrato de 1926 del artista lo muestra como una figura esbelta, muy romántica, que viste un abrigo gris y una pajarita aflojada. Con aire reservado y orgulloso, Enríquez está sentado a una mesa con un fino vaso lleno de alcohol: es el pintor por los cuatro costados. Según las notas de la exposición, el cuadro se realizó probablemente en Cuba durante el viaje de la pareja allí en 1926-1927, donde Neel presentó por primera vez sus obras en público. Uno duda si hacer conjeturas, pero es posible que esta primera conexión romántica con un artista extranjero orientara su talento hacia el retrato de personas de otros orígenes.

Preocupaciones románticas aparte, Neel mantuvo su interés en la política desde el principio. En el cuadro de 1936 Nazis Murder Jews (Los nazis asesinan a los judíos) la artista representa el desfile del 1 de mayo de aquel año en una pintura de tonos oscuros. Al frente se encuentran cuatro artistas de la Administración de Proyectos de Trabajo (WPA, por sus siglas en inglés), uno de los cuales lleva un cartel con las palabras que dan título al cuadro escritas en negro. La procesión se adentra en la distancia, y da la impresión de que son más de cuarenta mil personas que marchan a favor de causas progresistas y del señalamiento del antisemitismo alemán. Solo algunas banderas rojas destacan en el fondo. Esta es una obra de arte abiertamente política, pero tal vez a Neel se le daba mejor la insinuación política en sus percepciones; por ejemplo, cuando pintó a las minorías empobrecidas con las que vivía en el Harlem español. Lo hizo, sobre todo, sin idealización. En Two Girls, Spanish Harlem (Dos niñas, Harlem español), dos niñas pequeñas negras (hijas de un vecino), de quizá cinco años, devuelven la mirada al espectador, llena de inocencia y sentimiento tácito. Sin embargo, su presentación no es nada sentimental. Aquí Neel fusiona su afecto por los desfavorecidos con un realismo que tiene en cuenta las circunstancias que rodean a estas niñas. Gran parte del atractivo de Neel como pintora surge de su relato inquebrantable de la pobreza, así como su claro enfoque de sus sujetos.

En Central Park (1959) Neel plasma, en un estilo que no es ajeno al del realista estadounidense Charles Burchfield, una escena bucólica en medio del gran espacio verde de Manhattan. En el lado inferior izquierdo vemos el lugar ocupado por unas rocas grises, mientras que en el medio y en la parte superior derecha unos árboles desnudos enmarcan un sol brumoso. En el extremo derecho hay un camino, parte de él empinado y necesitado de escaleras, ante el cual vemos dos figuras indistintamente pintadas. A pesar de las señales de la vida civilizada, Central Park es un convincente tratamiento de un paisaje cuya mayor fortaleza es la apreciación de la autora por la naturaleza. Neel también demostró su afición por escenas más urbanas: en Cityscape (Paisaje urbano, 1968) Neel nos muestra las líneas rectas y ligeramente curvas de calles oscuras recién barridas, con una isla de tráfico cubierta de nieve en medio del cuadro. En la isla se alza un pequeño grupo de árboles desnudos; en la parte superior de la composición vemos un edificio con un rótulo de neón, mientras que en la parte inferior izquierda aparecen dos coches y un camión. La modesta diligencia con el que Neel trabaja el cuadro prueba de nuevo el afecto de la artista por la ciudad de Nueva York.

De hecho, Nueva York ha sido el telón de fondo de la talentosa interpretación de Neel de sus habitantes, su arquitectura e incluso los fragmentos de naturaleza que se encuentran en Manhattan. Nueva York sigue siendo un lugar de peregrinaje para los artistas jóvenes, pero la vida allí no es la misma que en la época de Neel. Hoy, uno casi necesita ser rico e independiente para vivir en el centro, el hogar tradicional de muchos de los mejores artistas de Nueva York. Neel, una pintora urbana de formación clásica, encontró un hogar en Nueva York en una época en la que era posible ser un pintor pobre allí. Vivir en el Harlem español, una parte pobre de la ciudad, le permitió expresar sus simpatías políticas con bastante eficacia. Ahora es difícil pensar en un vecindario de Nueva York que no esté aburguesado; incluso el sur del Bronx, famoso por su empobrecido estado y los edificios deteriorados en la década de 1960, se está convirtiendo en el hogar de los artistas, e inevitablemente le seguirá la gentrificación. De hecho, la riqueza de la ciudad se ha vuelto tan dominante que es justo preguntarse si Nueva York seguirá siendo lo suficientemente asequible para que puedan vivir allí artistas jóvenes sin dinero. Al vivir como ella lo hizo, y al pintar como ella lo hizo, Neel encarnó una actitud de virtud política e independencia estética muy difícil de mantener viva en la actualidad.

Celebridades del mundo del arte de Nueva York, como Andy Warhol, cuyo retrato pintó Neel en 1970, y el comisario artístico Henry Geldzahler, al que retrató en 1967, muestran que ni siquiera cuando Neel alcanzó la fama rechazó nuevas formas de hacer y mirar el arte. Pero su estilo se estaba relajando bastante; la representación de los dos hombres se acerca a la ilustración. La versión de Neel de Warhol es un estudio del famoso artista sentado en una silla con el pecho desnudo, donde destaca su herida suturada, y tiene los ojos cerrados, como si estuviese en un estado meditativo. Su cabello plateado está cuidadosamente peinado y sus manos descansan sobre sus rodillas, mientras piensa –no sabemos qué–. Geldzahler, de origen belga, es un historiador y crítico y comisario de arte, y aparece representado con más sencillez: está sentado en una silla de respaldo alto, agarrado a ella por la parte superior con la mano derecha. Geldzahler viste una camisa morada de manga larga y unos pantalones marrones. Su semblante irradia calma y una cierta satisfacción; Neel presta mucha atención a las gafas marrones y el ralo cabello rubio del hombre que comenzó la sección contemporánea del Metropolitan Museum of Art a finales de la década de 1960.

El arte de Neel también evidencia que no era ajena a la expresividad erótica. Hay una buena cantidad de desnudos en la exposición, y varios de ellos son tratamientos frontales completos masculinos. El retrato de Joe Gould, de 1933, muestra el falo incircunciso y la mirada maniaca de un habitante del centro notoriamente excéntrico. En el centro del cuadro hay una imagen del hombre desnudo mirándonos directamente, así como estudios de su cuerpo a ambos lados de la composición. Su falo es un centro de interés: se repite tres veces en la figura del medio. Es la imagen de una sexualidad sin ataduras en una época de experimentos tempranos. John Perreault, el retrato de un desnudo integral creado por Neel en 1972, muestra al crítico y comisario de arte, responsable de una prestigiosa exposición dedicada al desnudo masculino, en una pose reclinada y plenamente erótica. Sus ojos azul claro, su cabello despeinado y su barba corta destacan por su precisión figurativa, que también se aplica al pene. Este era el momento de la primera ola feminista en Estados Unidos, así que cabe interpretar la franqueza del tratamiento de Neel desde ese punto de vista; al mismo tiempo, esta no era una novedad en el trabajo de Neel, que llevaba décadas pintando retratos sensuales de sus amantes.

A la luz de las primeras opiniones políticas establecidas de Neel, así como su tratamiento igualmente temprano de la población minoritaria y pobre de Nueva York, es fácil verla como una heroína social. Quizá sean mejores sus representaciones femeninas; sus imágenes de mujeres embarazadas desnudas tienen mucha fuerza. Que pueda ser considerada una importante figura del arte ocasiona un debate más complejo. Al margen de sus estudios académicos, Neel demostró cierta tosquedad en el efecto. El refinamiento visual no era parte de su vocabulario. ¿Debilita esto su logro? Es difícil saberlo. Dada la honradez de su punto de vista, tanto en la vida privada como en la pública, tal vez se deberían dejar a un lado las preocupaciones por su destreza. Sin embargo, también es cierto que se puede criticar su falta de interés técnico –como decía Neel, “las personas son lo primero”–, pero… ¡eso significa que la pintura es lo segundo! Cuando contemplamos su arte, tendemos a hacer hincapié en su contenido, en lugar de admirar cómo está pintado. A pesar de la popularidad de Neel –y la popularidad es indicador habitual de la estima de la crítica en el arte estadounidense, como ocurrió con Warhol–, es justo considerar que carece de cierta habilidad. Esto puede influir o no en nuestra visión de sus logros.

Debemos recordar que no solo las artistas figurativas como Neel, sino también pintores abstractos como Jackson Pollock y el escultor David Smith, participaron en la izquierda durante el transcurso de sus carreras. El actual populismo de Neel, que encaja muy bien con el sentimiento contemporáneo, debería ser visto como una postura izquierdista determinada de forma histórica. Sin embargo, su arte es estilísticamente conservador. Como Neel nunca fue una pintora no objetiva, es justo mirar su obra a la luz de una consciencia artística histórica, aunque sea más conocida por sus inclinaciones socialistas. Hoy, cuando la práctica social de uno es quizá más importante que la obra de uno entre los artistas más jóvenes de Nueva York, quizá una visión crítica de Neel parezca irrelevante para nuestra estima. Sin embargo, una interpretación populista de su arte puede ser igualmente fragmentada respecto a nuestra interpretación completa de la artista. En sus últimas obras –Neel vivió hasta los 84 años– la laxitud de la pintura puede hacer que nos cuestionemos nuestra consideración por su impulso emocional. No es necesariamente un error criticarla por su fácil accesibilidad. Aun así, no es esto lo que caracteriza a Neel. Ella es, por el contrario, comprendida como una pintora con una compasión inusual, cuya vida bohemia coincidió con gran parte de la política más avanzada de su tiempo. A la luz de sus circunstancias, puede ser vista como alguien más trascendente, a pesar de su falta de interés por el logro técnico.

 

Traducción: Verónica Puertollano

Original text in English

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