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Mientras tantoPlauto en el menú

Plauto en el menú


La presencia del gran maestro de la comedia latina es habitual en el menú de los festivales de teatro clásico por el carácter crítico, desvergonzado y dinámico de su estilo y sus argumentos, tan del gusto del público de todas las épocas, como indica su permanencia en la nuestra y su huella en autores muy posteriores, singularmente Shakespeare y Molière, que utilizaron a conveniencia las tramas de Plauto como este había usado libremente la de los ancestros griegos, en esa línea de reelaboración de materiales tan habitual asimismo en la cocina escénica de nuestros días. Tito Maccio Plauto (254 a. C. – 184 a. C.), que fue soldado, comerciante y molinero antes de alcanzar reconocimiento como comediógrafo, pulió, a partir de modelos helenísticos, una forma nueva de comedia, en la que, a la vez que formalmente enriquecía las polimetrías de la lírica latina, es decir, hacía explícito su dominio de lo culto, introducía una procacidad y unos modos desinhibidos muy apreciados por las clases populares. 

Eduardo Galán, que ya versionó en 2012 una comedia plautina, Anfitrión, ha reunido en un animado picadillo tres piezas del autor romano, El mercader, Casina y La comedia de los asnos, que Plauto había pescado respectivamente en obras de los comediógrafos helenos Filemón, Dífilo y Demófilo; entre los ingredientes aliñados para esta propuesta, me ha parecido percibir también algún aroma de El eunuco, obra de otro autor latino, Terencio. 

De izquierda a derecha, Ania Hernández, Esther Toledano, Pablo Carbonell, Víctor Ullate Roche y José Saiz (Foto: Jero Morales / Festival de Mérida)

En los textos de Plauto se repiten tipos como el enamorado joven y el viejo rijoso (a veces padre e hijo), el esclavo astuto y/o holgazán, la joven apetecible, el soldado fanfarrón y otros, que parecen haber sido dibujados al natural por el autor e introducidos en tramas que mezclan amores cruzados, rivalidad entre pretendientes, añagazas que ridiculizan el afán erótico de los galanes añosos, la avaricia como motor de algunos personajes… Una formidable maraña de enredos para disfrute del respetable. 

Galán centra Mercado de amores en la pugna entre Pánfilo y Erotía, padre e hija, por la misma mujer, que es en realidad un esclavo, Carino, del que se ha enamorado la segunda y lo ha disfrazado de “atractiva” jovencita para no despertar sospechas; una trama donde tiene también su papel el esclavo familiar Olimpión, beodo y metepatas. Muy a tono con nuestra hora, el adaptador da juego a poderosos caracteres femeninos  –la citada Erotía y su amiga Tais– que desafían las imposiciones sociales y desobedecen a sus padres, moviendo astutamente los hilos para llegar al objetivo que pretenden, mujeres que reivindican ser libres y ocupar su lugar destacado en la función (y en la vida, claro). De paso, arremete el adaptador contra la corrupción política poniendo de manifiesto los turbios negocios de construcción y mercadería de Pánfilo y su amigo Leónidas, senador y padre de Tais, a la que quiere convertir en vestal. 

La directora Marta Torres, fundadora de la compañía Teatro de Malta y con un premio Max en su haber, elabora con todo ello un artefacto que tiene el apresto popular de los viejos espectáculos de revista, y escribo esto sin intención peyorativa. Es una función que busca sin complejos la risa del público, sin alharacas estilísticas ni delicadezas escénicas, no eludiendo en ocasiones la brocha gorda, recurriendo a referencias musicales conocidas como El chotis del Pichi o la María de West Side Story o bajando algunos actores a hacer preguntas al público al más puro estilo de Addy Ventura o La Maña, por citar dos estrellas del género revisteril. Es decir, una apuesta en sintonía plautina, con alguna alusión a la actualidad, chistes verdes y movimientos sin complicaciones sobre una sencilla escenografía de Arturo Martín Burgos. La anagnórisis –perdonen ustedes la cursilería– con que se resuelven los conflictos planteados es francamente divertida, con un guiño al conocido final de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot. Billy Wilder, 1959).

Francisco Vidal (izquierda) y Pablo Carbonell se dan cuenta de que Víctor Ullate Roche es él y no ella (Foto: Jero Morales / Festival de Mérida)

El reparto camina por la senda de la buscada comicidad, con mención especial a la sabiduría interpretativa del gran Francisco Vidal que interpreta a Leónidas. Pablo Carbonell, probablemente el nombre más popular de la función, suple algunas carencias en la memorización del texto con su notable facundia cómica para poner en pie un enérgico Pánfilo. Víctor Ullate Roche está gracioso en su doble rol de Carino/Carina, Ania Hernández es una Erotía de armas tomar, José Saiz viste con hilaridad sobresaliente su Olimpión y Esther Toledano encarna con encanto a esa Tais que de vestal tiene muy poco.

Dicho todo lo cual y señalando que no es un montaje brillante y estéticamente resulta pobre, hay que subrayar que logra el difícil objetivo que ansían todas las propuestas cómicas: hace reír a los espectadores de cabo a rabo de la función. Las repetidas y calurosas ovaciones del público que llenaba el Teatro Romano de Mérida fueron muy elocuentes al respecto.  

Título: Mercado de amores. Autor: Eduardo Galán a partir de las obras de Plauto El mercader, Casina y La comedia de los asnos. Dirección: Marta Torres. Escenografía: Arturo Martín Burgos. Iluminación: José Manuel Guerra. Vestuario: Carmen Beloso. Música original y espacio sonoro: Tuti Fernández.. Coproducción: Festival de Mérida, Secuencia 3, Saga Producciones, Teatro de Malta, Summum Music y Hawork Studio. Intérpretes: Pablo Carbonell, Victor Ullate Roche, Francisco Vidal, Ania Hernández, José Saiz y Esther Toledano. 67º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Teatro Romano de Mérida. Mérida (Badajoz). 14 de julio de 2021.

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