El periodo estival suele aparecer en el horizonte como ese momento en el que poder dedicar a la lectura el tiempo que le negamos (injustamente) durante el resto del año. Veamos este verano si la autora de títulos como Las olas, Orlando o Una habitación propia puede ayudarnos a disfrutar aún más de ese interludio y así, quizá, también nos ayude a extenderlo al resto de estaciones. Probemos, además, a hacer algunas recomendaciones para intentar aplicar sus enseñanzas.
Virginia Woolf inicia ¿Cómo debería leerse un libro? haciendo énfasis en los signos de interrogación de esta pregunta y subrayando que, en realidad, existe una forma de leer un libro por cada lector, al cual aconseja «que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a sus propias conclusiones». Y en ese tránsito, la escritora afronta la tarea de leer un libro (cómo si no) bajo las marcas sociales, culturales o familiares que atraviesan su existencia. Porque su concepción de la lectura como un proceso de liberación supone la traslación de un modo de enfrentarse a una vida marcada por un ambiente familiar muy ligado a la literatura (su padre era crítico y su madre provenía de una familia de editores) y condicionada por la moral victoriana de una época que ella vivió como una prisión emocional. No es casualidad por tanto el enfoque de este texto. De él parece emanar la visión del inconformista grupo de Bloomsbury del que formó parte y el que, como afirma Alberto López, «tuvo entre sus objetivos la búsqueda del conocimiento y del placer estético entendidos ambos como la tarea más elevada a que debe tender el individuo».
Así, la idea principal que estructura el texto es la de la elevación de la lectura a la categoría de un arte que requiere de «las cualidades más excepcionales de imaginación, perspicacia y juicio». Y para ello hay que encarar la lectura alejados de ideas equívocas puesto que «la mayoría de las veces llegamos a los libros con la mente confusa y dividida, exigiendo a la ficción que sea verdad, a la poesía que sea falsa, a la biografía que sea aduladora, a la historia que refuerce nuestros propios prejuicios». ¿Es eso posible? Woolf cree que, aun resultando complicado, es un trabajo que debemos de asumir para poder comparar y juzgar según nuestro criterio y así no dejar ese trabajo en manos de, entre otros, los críticos literarios. De este modo, la adquisición de esas cualidades excepcionales permitirá que la literatura se enriquezca bajo la mirada libre, pero a la vez juiciosa y exigente, del buen lector. Llegar a considerarse como tal requiere de un esfuerzo activo de autoconciencia racional que Woolf eleva a categoría mística. En ese desarrollo, el lector deberá deshacerse de la pesada carga de las influencias externas para alcanzar una libertad plena; y buscará una auténtica empatía con el escritor y su obra para llegar a un conocimiento profundo de ambos. En ese ascenso la opinión de las instituciones y los críticos se afrontará desde una posición de seguridad y confianza y mediante un grado máximo de raciocinio. El proceso convertirá a la lectura no en una actividad pasiva ante la literatura sino, todo lo contrario, en un fenómeno activo que la module y la haga mejorar en busca de la perfección estética. En ese enriquecimiento recíproco la novela, la biografía o la poesía se comportarán como un medio de iluminación que irradiará el destino compartido del gran escritor y del gran lector.
El análisis que hace Woolf sobre el arte de lectura y su influencia sobre la escritura sublima la literatura a una especie de utopía de realización personal, cultural y social. Sin embargo, al no negar la dificultad y la imposibilidad práctica de dicha empresa, la hace cercana y disponible para cualquier lector. Porque la lectura y los libros no son patrimonio exclusivo de un consejo de sabios cualquiera: puede estar al alcance de todo aquel que esté dispuesto a asumir la responsabilidad y el esfuerzo que comporta una mirada libre. El mismo proceso en sí, en el que el arte en particular y la sociedad en general saldrán ganando, habrá valido la pena.
Y para llevar a la práctica las enseñanzas de Woolf, veamos algunas maneras y ejemplos concretos sobre cómo leer un libro y, además, atrevernos a recomendar algunas novedades editoriales y algún clásico incombustible (también, por qué no admitirlo, para que este artículo, en el mes que estamos, se haga más liviano y no tenga un efecto contraproducente).
1. Fortaleciendo el suelo pélvico antes de dar a luz con la adaptación a cómic de Matadero 5 o La cruzada de los niños (Astiberri ediciones), de Albert Monteys y Ryan North.
2. Viajando en el metro de Barcelona con La colina que ascendemos (Lumen), de Amanda Gorman.
3. Intentando descansar con la Vida es sueño (Penguin clásicos), de Calderón de la Barca.
4. Buscando el fresco de la tarde valenciana con la poesía de Ron Padgett en Cómo ser perfecto (Kriller71).
5. Tomando una ducha junto a Jorge Luis Borges y sus Ficciones (Lumen)
6. Rodeada de neveras portátiles en una playa de Fuengirola y acompañada por Marie-Claire Blais y su libro Sed (Editorial Random House).
7. Rodeado de naturaleza en Pujarnol (Girona) y de Un verdor terrible (Anagrama), de Benjamin Labatut.
8. Disfrutando de la sombra en Chipiona (Cádiz) y De pequeños fuegos por todas partes (Alba contemporánea), de Celeste Ng.
9. Refrescándose con una piña colada en Barcelona con Poesía masculina (La bella Varsovia), de Luna Miguel
10. Saboreando la mañana tras desayunar con Por qué no hablo con blancos sobre racismo (Península), de Reni Eddo-Lodge