Dieciséis indígenas Yagua de la comunidad Siete de Agosto, una de las más alejadas del territorio amazónico colombiano, reunieron dinero para comprar 10 galones de gasolina que se necesitan para navegar por el río Atacuari hasta su desembocadura en el Amazonas. Su objetivo: llegar al municipio de Puerto Nariño con el fin de avanzar rápidamente en el proceso de vacunación contra la COVID-19.
Aunque en la selva amazónica circulan toda clase de falsas creencias que van desde que la vacuna los puede convertir en caimán hasta que el objetivo de las farmacéuticas es robar el ADN indígena, Pobladores como Teófilo Tatayeri están decididos a ponerle el hombro a la protección. Según la creencia tradicional Yagua, hay demonios que para hacer daño a veces se transforman en seres humanos para engañar a la gente, por eso él decidió no creer en estos mitos.
En mayo, Teófilo se contagió del virus y, cómo él mismo dice, “casi me lleva al hueco”. Para no repetir esta tragedia que puso en riesgo su vida, una vez supo que en Puerto Nariño estaban vacunando, no quiso esperar a que la brigada de salud llegara a su comunidad. Sin pensarlo dos veces, junto a familiares y amigos decidió embarcarse en una travesía fluvial de dos horas para recibir esta protección contra la COVID-19.
Sin embargo, no ocurre lo mismo en otras de las nueve áreas no municipalizadas del Amazonas colombiano donde habitan Ticunas, Uitotos, Muinanes, Ocainas, Yaguas, Cocamas y Boras, entre otros pueblos indígenas.
Continúa la alerta
Pese a que el Amazonas ha registrado una mejoría en cuanto a los indicadores mortalidad y morbilidad de la COVID-19, durante las últimas semanas, las autoridades continúan en alerta porque la pandemia sigue siendo una amenaza en este departamento, que en su momento fue el más golpeado por el virus en el país.
En la actualidad, la desinformación ha hecho carrera y la población además de no adoptar las recomendaciones de bioseguridad tienen miedo a vacunarse, lo que pone en riesgo su supervivencia.
A este complejo escenario se suma que la Secretaría de Salud de Leticia, en el Amazonas colombiano, tiene menos de tres meses para aplicar las 8550 dosis de vacunas que recibieron en julio, teniendo en cuenta su capacidad para conservar la red de cadena de frío y la seguridad del componente biológico.
Además, tiene que enfrentar grandes desafíos logísticos para abarcar un territorio del tamaño de países como Bulgaria o Cuba, con 110.000 mil kilómetros cuadrados de bosque húmedo tropical, donde se levantan 136 comunidades habitadas mayoritariamente por pobladores que no hablan castellano y a las que se acceden principalmente a través de extensos recorridos fluviales.
Por otra parte, el ingreso al territorio exige un desafiante proceso de concertación con las autoridades indígenas, en el cual el Gobierno de Colombia y la autoridad local de salud han decidido contar con el apoyo de la Organización Panamericana de la Salud, que se materializa a través de la asesoría y acompañamiento de profesionales de la salud, entre médicos, epidemiólogos, antropólogos, psicólogos y un comunicador social.
El virus volvió a enfadarse
En pleno solsticio de verano, La Chorrera da cuenta de la séptima víctima de la pandemia. Con la reactivación económica y el retorno de los viajes al Amazonas, el virus volvió a ‘enfadarse’, y ahora es necesario construir puentes entre los saberes ancestrales y los conocimientos basados en evidencia científica para prevenir la enfermedad y salvar vidas con recomendaciones que sean pertinentes a las costumbres, creencias y lenguaje de la población.
Así queda establecido en la concertación con las autoridades de los cuatro pueblos indígenas que habitan La Chorrera y en la cual se permite el ingreso de la Organización Panamericana de la Salud con una intervención para incrementar los servicios de salud durante emergencias complejas, fortalecer la vigilancia en salud pública de base comunitaria e implementar acciones pedagógicas con enfoque étnico para lograr la prevención de la COVID-19, con énfasis en mejorar el acceso y aceptación de la vacunación.
Un proceso de concertación similar se lleva a cabo en Tarapacá con el Cabildo indígena Mayor, CIMTAR, y con la Asociación de Autoridades Indígenas de Tarapacá Amazonas, ASOAINTAM.
Para el coordinador de la vacunación contra la COVID-19 en Amazonas, Edwin Andrés Velásquez, más que un desafío institucional, este es un reto personal. Durante la primera ola, como enfermero de la Unidad de Cuidado intermedio del Hospital San Rafael de Leticia, vio morir a muchas personas, personas conocidas y queridas, quienes a pesar de los tratamientos y cuidados perdieron la batalla con la vida.
“La vacunación para mi significa volver a vivir”, dice Velásquez al recordar como con la inmunización se apaciguó el virus. “Después de alcanzar la trágica cifra de 251 muertos, desde que se realizó la vacunación masiva en Leticia, solo una persona vacunada, con una patología de base, ha perdido la vida, y pasan los días sin que haya enfermos por COVID-19 en la Unidad de Cuidados Intensivos. Motivado por esto, hoy soy feliz de poder articular este proceso para las áreas no municipalizadas”, asegura el enfermero.
Con este mismo compromiso de poder tomar las mejores decisiones para salvar vidas, los miembros de las organizaciones indígenas se preparan espiritual y emocionalmente para la concertación. Como hijos del tabaco, de la coca y de la yuca dulce, en sus malocas, preparan el mambe y el ambil que utilizarán durante la negociación y que les permite descubrir, ingresar y reconocer la “palabra verdadera” en momentos de crisis, tanto individuales como colectivos.
En el universo simbólico de los indígenas del Amazonas, las palabras tienen vida, pueden ser forjadoras de vida, traer el bien y el desarrollo; o pueden ser falsas y portadoras de enfermedad, crisis y conflictos. De ahí que la concertación sea asumida sin prisa y con total rigurosidad para que se puedan llegar a acuerdos en lo fundamental.
La vacunación, una realidad en las selvas amazónicas
La concertación permite el ingreso al territorio para que cada persona, de manera libre e informada, pueda decidir si se pone la vacuna contra la COVID-19. Además, la agencia de la ONU se compromete a asesorarlos en la construcción de los componentes del Sistemas Indígena de Salud Propia, basados en la más reciente actualización de la guía metodológica, y brindar capacitación en estrategias de salud comunitarias.
De nuevo en Leticia, varios escuadrones de vacunadores de la Secretaría de Salud parten en lanchas hacia distintos destinos del Amazonas, en brigadas que se extenderán durante 22 días. Van acompañados de un traductor indígena que se encargará de explicar qué es la enfermedad, qué es la vacuna y por qué es importante para prevenir la COVID-19 en los pueblos indígenas del Amazonas.
“Esto responde a la metodología planteada por la oficina de la OPS en Colombia, que está basada en los planteamientos del antropólogo Mark Nichter en 2008, quien resaltó la importancia de conocer las percepciones culturales y representaciones sociales de la salud y la enfermedad en las poblaciones indígenas, así como la importancia del diálogo de saberes para la construcción de acciones en salud pública”, asegura la doctora Gina Tambini, representante de la agencia de la ONU en el país sudamericano.
En las primeras tres semanas, los vacunadores llegan a los rincones más alejados de la selva tropical con la convicción de salvar vidas y llevando la voz de sabedoras y parteras afines a la inmunización logran aplicar 2825 dosis y alcanzar el 33% de la meta.
Uno de los vacunados es Gabino, el tesorero de Asociación de Autoridades Tradicionales Indígenas de Tarapaca en el Amazonas , quién gracias al mambe, y su poder para el entendimiento logró discernir las `palabras dulces´ que llegan con la promoción de la vacunación, y que están motivadas para que nadie se quede atrás durante la pandemia y se puedan salvar las vidas de los indígenas de la Amazonía colombiana.