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Mientras tantoSebald e intentos de pensar

Sebald e intentos de pensar


Me dice mi amigo Tienes que leerte Austerlitz, de Sebald. Me deja su libro. Cientos de páginas en solo seis párrafos. Recorridos por la memoria personal, europea. Fotografías salteadas entre las líneas. Recuerda, recuerdo, a Bernhard. La conspiración del párrafo largo. Le digo a mi amigo Tendríamos que ir a algunos lugares por los que viajó él. Lo percibo lejos, desde esta península. Amberes, París, Praga, Terezín (sobre todo). De momento no podemos. Pero queda pospuesto. Me dice Pero hay un fragmento en el que menciona una espera en un McDonald’s de Londres. Dice él, recuerdo, Podríamos entrar en uno, todos son iguales. Además, escribe Sebald que estaba muy iluminado. Y es cierto, todos los McDonald’s están siempre muy iluminados, hay lámparas encima de las mesas incluso, observamos. Aquella observación escrita está aquí. Vino. Ver la comida más. Podríamos pedir unas patatas y comer. Leeremos el fragmento con la iluminación deslumbrante arriba. Recordaremos al viajero que escribe (al escritor que viaja) y sus recuerdos. Tendríamos también que hacer una fotografía, incluirla en nuestra lectura actualizada de Austerlitz. Una de las fotografías que no hizo Sebald. Pedimos las patatas y abrimos el libro, leemos el fragmento. No olvidamos 1945. Nos encontramos cerca de él y Jacques. Ahora. Nos preguntamos después cuándo empezó la prosa a dividirse en párrafos. Sin duda, al inicio, todo era un párrafo, todo lo que se contaba, escribía. Luego, con el tiempo y la aparición de la poesía y el yo lírico y las armaduras de guerra individuales, los párrafos se dividieron, aparecieron incluso los capítulos, las partes. Todo eso. Etc. Antes, decimos mientras tocamos patatas largas, todo era un conjunto. Luego, no. Ahora, a veces. Se podría afirmar, dice mi amigo, recuerdo, que Bernhard y Sebald recuperan el párrafo sin interrupciones. Sí. Nos preguntamos cuándo se produjo la ruptura. Si fue Thomas el primero que volvió. ¿Y quién fue el primero que empezó con un segundo párrafo fuera de la poesía e introdujo espacios en blanco? No está claro. Tendríamos que ir a la Bibliothèque Nationale a investigar, dejar de trabajar. Observamos las iluminaciones, tocamos una de las bombillas (no quema, nos sorprende). Están bastante saladas, ¿no? Con mostaza hubieran estado mejor, decidimos. Pero no nos pusieron mostaza, solo

kétchup. Pienso en Bernhard, el niño, bajo los bombardeos en Austria. Nosotros, aquí, ahora. No tenemos que hacer el servicio militar, fue abolido. Gracias. Nos tocó ser hombres. Y allí abajo, en el almacén de Austerlitz-Tolbiac, se amontonó a partir de 1942 todo lo que nuestra civilización ha producido, sea para embellecer la vida, sea para el simple uso doméstico, desde alfombras persas y bibliotecas enteras hasta el último salero o pimentero. Y en la estación de Liverpool Street, donde esperó conmigo en el McDonald’s a que saliera mi tren, Austerlitz, tras una observación casual sobre la iluminación deslumbrante, que no permitía ni una insinuación de sombra -el segundo de terror de la luz del relámpago, dijo, quedaba allí perpetuado, y no había ni noche ni día-, reanudó su historia y emprendió el camino de partida cuando se estaba haciendo de noche.

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